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Sahateé, la diosa Indígena 🌿 «Déjennos en la paz en que estamos y también tómenla para ustedes»

En las profundidades de la selva, una familia emigrante encuentra un hogar en la misteriosa vereda de La Trigueña. Entre la exuberante vegetación y un río que alterna entre la calma y el rugido, construyen su nuevo comienzo. Pero un descubrimiento inesperado despierta su curiosidad y los lleva a buscar respuestas en los sabios de Gaitania. Allí, en el pueblo animado por el mercado, encuentran a Sahateé, la hija de la luna, una diosa indígena cuyas palabras encierran secretos ancestrales y sabiduría indígena. Una historia que se entreteje entre la realidad y lo sobrenatural en la tierra de los Huitotos.

Pero primero veamos algunos conceptos que vamos a necesitar para comprender mejor el cuento.

¿Qué son los Koguis?

Los Koguis son un grupo étnico indígena que habita en la Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia. Son descendientes directos de la civilización Tayrona, que floreció en la región antes de la llegada de los españoles.

Los Koguis mantienen una profunda conexión espiritual con la naturaleza y consideran la Sierra Nevada como el corazón del mundo. Practican una forma de vida sencilla y autosostenible, basada en la agricultura, la artesanía y la espiritualidad. Su cosmovisión gira en torno al equilibrio y la armonía con el entorno natural, y son conocidos por su sabiduría ancestral y sus prácticas de preservación ambiental.

¿Qué son los Huitotos?

Los Huitotos son un pueblo indígena que habita principalmente en la región amazónica de Colombia y Perú. Forman parte de la familia lingüística Huitoto, que incluye varios grupos étnicos relacionados.

Los Huitotos tienen una profunda conexión con la selva amazónica y dependen de ella para su subsistencia, practicando la caza, la pesca y la agricultura de subsistencia. Son conocidos por su rica tradición cultural, que incluye música, danza y arte. Además, mantienen una estrecha relación espiritual con la naturaleza, venerando a los espíritus de la selva y respetando sus ciclos y ritmos naturales.

Sahateé, la diosa Indígena

Desplazados de su región por la maldita violencia, emigraron hacía los llamados territorios nacionales, la parte selvática de los grandes ríos. Les ofrecieron tierras gratis, grandes baldíos para ponerlos a producir, labor nada fácil pero la necesidad los obligó a brincarse el monte.

Llegaron a la tierra ofrecida en la vereda La Trigueña, y era en verdad muy grande, muchas hectáreas de vegetación, de selvas, con un hermoso río que en verano y en calma era edénico, así en invierno, rugiendo, fuera otra cosa.

Recibieron una gran ayuda de otros colonos y así descuajaron selva y empezaron a sembrar productos de pan coger, yuca, plátano, frutales y el gran amor nuestro, el café. Trabajo arduo, la lucha terrible, pero sus vecinos les ayudaban con comida y en la labor, organizaban mingas y eso les favorecía.

Construyeron cabañas en la parte alta y bajaban la ondulada colina y así accedían al río, gran dador de vida, la pesca, el agua misma y hasta la lúdica, pues tenía charcos que hacían agradable la estancia.

Eran dos hombres con esposas, dos familias, y un día que ellos salieron de caza para el sustento, los cogió la noche, al bajar la montaña a la luz de la luna y los cocuyos, uno de ellos resbaló y fue a caer a una pequeña hondonada y allí mientras se levantaba y limpiaba su ropa, alcanzó a distinguir en la oscuridad unas tablas pequeñas enterradas en el suelo, y de inmediato coligió que se trataba de un cementerio.

La voz de su amigo Rubén preguntándole como se sentía, lo sacó de la ensoñación en que estaba y volvió a la realidad:

Bien –respondió–, bien.

Rápidamente le pasó una rama larga y con ella le ayudó a salir y al llegar junto a él, preguntó:

¿Es un hueco grande dónde caíste?, ¿verdad?

Si, así es, –contesto Hernán–, pero tiene también una pequeña llanada y allí hay un cementerio tal vez, indígena.

¿Cómo así? –dijo Rubén–, allá voy –y sin pensarlo rodó por el barranco y cayó en el plan donde estaban las tumbas.

A los días le dijo Rubén:

Hola Hernán, deberíamos ir al pueblo de Gaitania.

Cómo así ¿A qué?

Dicen que allá hay taitas y curanderos indígenas y quiero consultarles algo.

¿Cómo así, hermano? ¿Y qué les quiere preguntar?

La verdad es que no lo tengo muy claro, quiero estar frente a ellos y así atreverme.

Oiga, parcero, –dijo Hernán–, usted está raro desde hace días, ya Martica su esposa, me lo dijo; anda como elevado y taciturno y para mí, que usted oculta algo y eso es desde la noche en que nos perdimos, ¿Si o no?

No, no, claro que no, mejor dicho, sí, pero es que yo no quiero ponerlo a pensar. Mire, hagamos una cosa, vamos al pueblo con las muchachas y así ellas también se despejan, ¿Le parece?

Hacia allá salieron, fueron al pueblo el sábado día de mercado. Estaba este invadido de una gran alegría, el comercio era grande y la gente caminaba por sus calles. Llegaron al pequeño parque y allí vieron a un señor de edad, vestido todo de blanco. Entablaron conversación con él, quien les dijo:

Si van a consultar magia negra, maldad, venganza, váyanse a la parte de abajo del camposanto y busquen a Esterquina-ina, la de rizos negros y ojos rojos; si ese no es el caso, suban la colina y busquen a Sahateé la hija de la luna, toda bondad y dulzura, que hace buenas predicciones y sus consejos son acertados, no cobra nada, pero en agradecimiento pueden llevar algo, ustedes deciden.

Salieron hacía allá y al llegar se encontraron un bohío hecho de trozas de árboles y techo de iraca; estaba rodeado de verdes prados y flores de todos los colores, rosas, claveles, clavellinas amarillas, crisantemos, tulipanes de corazón rojo etc. Fueron bien recibidos y ella dejó su cama donde tejía y se sentó en una banca larga igualmente de madera. Les señalo otra a ellos y se dispuso a escucharlos.

Sahateé, la diosa indígena - Cuento de Jair Nieto

Ellos la miraban extrañados, pues era muy hermosa, de regular estatura, y dientes y sonrisa preciosas; toda ella exhalaba alegría y buena magia; parecía una deidad bajada al trono terrenal. Después de un silencio de iglesia, por fin Rubén se atrevió a hablar y dijo:

Oh, hija de la luna, andando de noche caímos en un terreno bajo donde había un cementerio indígena y estando allí de rodillas entre las tumbas vi salir una luz azul que se fue difuminando en gris y en línea recta señalaba hacía un árbol y escuché un rezo en la noche que me dijo: «Utute, aute, venete», ¿Qué sería eso?

Ella lo miró y en seguida dijo:

Agradezco que no se hubieran asustado y que además mostraron respeto ante el umbral de la eternidad; si, ya sé que ustedes no dijeron eso, pero yo lo tengo claro. Cuiden ese sitio, no lo profanen, siembren prado y jardines a su alrededor, como si sembraran vida. Vayan los cuatro con herramientas hacía el árbol que señaló la luz, siempre hacía el norte, y a la gotera del árbol, caven; mis antepasados les darán una ayuda. No tengan avaricia en su corazón, compartan de buena fe.

Dicho esto, cruzó sus manos agachó la cabeza y un pequeño rayo de sol penetró hasta ella y rodeó su cabeza dejándola nimbada por un aura.

De improviso hablo de nuevo y dijo:

En cuanto a las palabras que oyó, significan esto: «Déjennos en la paz en que estamos y también tómenla para ustedes».

Sahateé descendiente de indígenas Koguis, hija de la luna. Aunque esta historia ocurrió fue en territorio de los Huitotos.

Fin.

Sahateé, la diosa Indígena es un cuento del escritor José Jair Nieto González © Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial sin la expresa autorización de su autor.

Sobre José Jair Nieto González

José Jair Nieto González - Escritor

José Jair Nieto González nació el 15 de marzo de 1947 en Armenia, en el departamento de Quindío en Colombia. Jair estudió en Sevilla y Cali, ambos del departamento de Valle del Cauca.

Es tecnólogo del Sena Colombiano y trabajó 35 años en una empresa privada. Actualmente es pensionado.

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