Por José Jair Nieto González. Cuentos cortos para adolescentes y jóvenes.
El cuento "Descuido Fatal" del autor José Jair Nieto González nos trae una historia de drama y supervivencia que ¡no podrán dejar de leer! La historia comienza con un matrimonio que, después de malos negocios y derroches, decide emigrar junto a una vecina en busca de una segunda oportunidad en un lugar deshabitado. Pero lo que prometía ser una nueva vida llena de posibilidades se convierte en una pesadilla cuando una tormenta los atrapa en medio del océano.
Un relato que nos hace reflexionar sobre las consecuencias de nuestras acciones y el valor de la humildad. El escritor nos invita a sumergirnos en esta emocionante historia que nos muestra cómo el egoísmo y la codicia pueden llevar a un "descuido fatal".
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Descuido fatal
Después de haber tenido dinero por herencia de sus padres, se fueron al suelo y no aguantaban la vergüenza de haber sido y ya no ser.
Los malos negocios, los vicios, el despilfarro, acabó con todo; ambos eran culpables, él y su manirrota esposa.
Resolvieron salir junto a una vecina como migrantes; les hablaron de provincias que estaban deshabitadas y donde trabajando duro, podrían volver a tener dinero, prestigio y en general todo lo que les cayó a sus manos pero que fue derrochado. Llegaron al puerto, el barco estaba anclado en la bahía, era un día lleno de sol, los pájaros sobrevolaban el muelle y alegraban con sus cantos.
Su hijo mayor comentó:
- ¡Huy papi! este barco está como viejito.
- Eso no importa -respondió el papá-, de todas maneras, se ve sólido.
Ya con los equipajes a bordo, más todos los pasajeros, se hicieron a la mar. Todo marchaba bien excepto por las náuseas y el mareo, que se les notaba por el color amarillento de sus rostros; ellos, nunca habían surcado el mar.
Pasados ocho días todo estaba mejorando, le habían cogido confianza al océano y veían todo con optimismo. Pero de una travesía marítima, todo se puede esperar y las sorpresas son grandes.
El horizonte se llenó de nubes negras y espesas, que ocultaban el sol por completo; de improviso se desató un vendaval con truenos y rayos; pronto estuvieron todos en los camarotes, las bodegas y la sentina, -cualquier parte donde poderse ocultar y no ver la furia del mar-.
Se empezaron a formar grandes ondas en el mar y el oleaje se tornó violento; el espectáculo era pavoroso.
El capitán y los marineros luchaban con denuedo contra la tormenta, maniobrando con destreza; además de calmar a los pasajeros, comentándoles que habían arrimado bastante el barco a una isla, que lograron entrever, por lo tanto, no estaban en mar abierto. De poco sirvió este recurso ante la angustia de ver la nave escoriándose de lado a lado, zarandeada por la furia de las aguas.
En su afán de llegar a la isla, no se fijaron y llegaron a unos arrecifes, ocultos por el oleaje, chocando contra ellos. La avería fue grande y el agua entraba a raudales. Todos tripulantes y pasajeros se reunieron en cubierta, mientras el barco ya estaba ladeado de un lado, mientras el otro se elevaba cada vez más.
Los rayos trazaban arabescos en el negro cielo, que, junto al bramar del mar embravecido, provocaron que muchos se lanzaran al mar, unos por voluntad propia, otros por torpeza y algunos empujados por las olas.
Mientras la marinería acostumbrada a estos avatares, cuando se vieron impotentes y el barco perdido, se lanzaron a las aguas en busca de la playa, -lo que los neófitos no hacían por no saber hacía donde dirigirse-.
Pasó la noche y al despertar, los tripulantes se encontraban en la playa de blanca arena y con un fuerte sol que les hería las pupilas. Se levantaron y al mirar hacia el barco, vieron que aún flotaba, escoriado, pero no hundido del todo. No estaba lejos por lo que habían podido llegar a la playa. Recordaron la larga lucha de horas con el mar embravecido y lo que hicieron para estar a salvo.
Inmediatamente el capitán ordenó el rescate del contenido de la nave, y ya que solo quedaban ellos, ese contenido les pertenecía; sabían -al embarcarlos-, de objetos de gran valor de los pasajeros, y esto despertó su codicia.
Desbordados por la avaricia, se lanzaron como buitres a desvalijar cadáveres que aun flotaban; también sobre arcones con joyas, bisutería, dinero, telas finas, vestidos lujosos. Todo empezó a ser trasladado a la playa; no sentían hambre, pero temían que el barco pronto se hundiría, por lo que trabajan sin descanso. Cuando descubrieron los toneles de vino, se pelearon por ellos, pero olvidaron los que estaba llenos de agua potable y los que contenían el resto de la comida del viaje. El barco dio sus últimos bandazos y se hundió del todo.
Hicieron inventario de lo obtenido y celebraron con gran barullo y carcajadas, su enorme tesoro; se emborracharon cual piratas, al final del día, alrededor de una gran hoguera. Algunos hasta bailaron vestidos con ropas de mujer, con collares y sombreros finos.
Al otro día el sol empezó a derramar rayos de fuego sobre ellos; el guayabo de vino era inaguantable, no sentían la cabeza, y empezaron a pedir agua para la sed. Y fue cuando se dieron cuenta del error fatal. Sin agua y sin comida.
Al otro día resolvieron organizar una expedición para conocer la isla, y ver de encontrar lo indispensable para permanecer allí, hasta que se presentará un posible rescate. Su desilusión fue aterradora; no había agua. Estaban en un pequeño islote, refugió de aves migratorias, y aparte de palmeras con coco, solo encontraron mierda de pájaros o guano, serpientes venenosas y mosquitos, además del infinito mar.
Se murieron de hambre y sed.
Fin.
Descuido fatal es un cuento del escritor José Jair Nieto González © Todos los derechos reservados.
Sobre José Jair Nieto González
José Jair Nieto González nació el 15 de marzo de 1947 en Armenia, en el departamento de Quindío en Colombia. Jair estudió en Sevilla y Cali, ambos del departamento de Valle del Cauca.
Es tecnólogo del Sena Colombiano y trabajó 35 años en una empresa privada. Actualmente es pensionado.
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