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Ajaziahu el justo ✡ A lo largo de la historia, en cualquier lugar… siempre hubo también alguien como yo. El Justo 37.

Por Camilo Ezagui Menashe. Historias cortas.

En el relato «Ajaziahu el Justo» del autor Camilo Ezagui Menashe, se teje una historia que invita a adentrarse en el misterio de la existencia de un hombre fuera de lo común. Ajaziahu, cuyo nombre evoca una certeza inquebrantable, es el descendiente de una familia egipcia que encuentra su hogar en Israel. Sin embargo, su conexión con la misión de los 36 Justos, seres especiales que mantienen el equilibrio cósmico, es un enigma que desafía toda expectativa.

A medida que crece, Ajaziahu empieza a sentir su papel en el mundo de manera profunda y visceral, culminando en la revelación de su papel como el Justo 37. En medio de desafíos y contradicciones, el relato destaca la lucha contra la adversidad y el poder de lo desconocido. La historia se desenvuelve en un contexto histórico y geográfico que refleja los cambios y luchas de la humanidad a lo largo del tiempo.

«Ajaziahu el Justo» es una narración que intriga y cautiva al lector con su combinación de misticismo, valores humanos y cuestionamientos existenciales. La lucha por la justicia y el equilibrio cósmico se entrelazan en la travesía de Ajaziahu y sus encuentros con otros personajes, creando una historia que despierta la curiosidad y empatía del lector.

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Ajaziahu el justo

Ajaziahu el justo - Cuento de Camilo Ezagui Menashe

No hubo ningún milagro o portento. Tampoco hubo fuegos artificiales o revelación alguna. Simplemente lo supe… fué como una certeza que se apoderó de mí. Quizás por eso mi nombre es Ajaziahu. Mi familia emigró a Israel desde Egipto. Hablaban árabe y por generaciones rezaban en hebreo: “El año que viene nos reuniremos en Jerusalén”. Pero ustedes seguramente se preguntarán qué relación puede tener el hijo de una familia egipcia desconocida con la misión de los 36 Justos.

Comenzaré por el principio. Mi abuela nació en Jerusalén en el seno de una familia pobre que había emigrado de la ciudad siria de Alepo. Hablaba hebreo, ladino, árabe e idish. Era una niña huérfana que a los 14 años fué enviada a El Cairo a casarse en contra de su voluntad. Su única dote era ser huérfana y jerosolimitana. Una gran “Mitzvá” (buena acción) para la próspera familia del novio.

Mis padres se vieron obligados a salir de Egipto junto con otros miles de judíos que fueron expulsados después de la creación del Estado de Israel. Todos eran descendientes de una comunidad con un valioso legado que se remontaba a los tiempos del Segundo Templo de Jerusalén cuando el filósofo judío Filón de Alejandría se enfrentaba al antisemitismo griego ante el emperador Calígula.

Viviamos en el antiguo pueblo costero de Ako en los austeros tiempos del racionamiento de alimentos. En los patios del barrio jugábamos también con niños cristianos y musulmanes que vivían en la ciudad vieja. Mi mamá cocinaba en la casa la misma comida que éllos comían en sus casas. Ful, jumus, falafel, tajina, kube, tabule… Bebíamos del mismo tubo de agua durante los calurosos días del verano. Corríamos por las estrechas callejuelas de piedra empujando carretas destartaladas, montábamos la bicicleta de algún papá, jugábamos a policías y ladrones, vaqueros e indios…

Acre - Antiguo pueblo costero de Akko - Israel

En esa época ya presentía que los judíos no gozaban de ningún privilegio a los ojos del Creador. Todos habiamos sido creados a su imagen y semejanza. Al crecer esa sensación se volvió una certeza. El saber vino a mí de una sola vez. El equilibrio del mundo no depende únicamente de la integridad física de los 36 Justos iluminados por la “Shejiná” (el Espíritu Santo) diseminados por el planeta. A lo largo de la historia, en cualquier lugar y sin relación con alguna religión, raza o género siempre hubo también alguien como yo. El Justo 37.

Si, yo, Ajaziahu de la familia Duek, el niño soñador cuyo nombre en Gematria equivale a 37, se hizo adulto y comenzó a sustituir a todo Justo de los 36 que era víctima de la violencia o del infortunio. Así se evitaban catástrofes hasta que el próximo Justo tomara su lugar mientras el “Tikún” (la plegaria correctora) restablecía el balance cósmico.

La gente pensaba que yo no estaba bien de la cabeza durante los períodos entre un Justo y otro. Yo mantenía todo en secreto. No se me hubiera ocurrido contarle a alguien. Yo subía a la cima de una colina cercana llamada Guivat Napoleón y entraba en trance en ayunas mientras pronunciaba descontroladamente una extraña letanía en un idioma incomprensible pero que me parecía el lenguaje de la Creación.

Entonces la realidad era reemplazada por otra dimensión donde una especie de algoritmo que brotaba de mis labios se abría camino a través de la barrera del “Majsom” hacia lo que los cabalistas conocían como el “Pardés” o Mundos Superiores.

Era así como se formaba una realidad alternativa que esperaba el momento preciso para materializarse en este Mundo y repeler la calamidad. Lo único que quedaba de esos atributos entre una invocación y otra era la capacidad de susurrarle a los árboles, comunicarme con los animales y también saber qué estaba pensando realmente una persona. Pero sobre eso les contaré en otra oportunidad.

Mi familia no sabía cómo lidiar con mis arrebatos. Me desaparecía por horas. El médico dijo que quizás sufría de un desequilibrio mental. Con el tiempo me hospitalizaron en el hospital siquiátrico que en la época del Mandato Británico sirvió de cárcel y que antes fuera una fortaleza turca construída sobre las ruinas de un monasterio cruzado.

Pasaron los años y de una hospitalización a otra ví cómo mis amigos de infancia se casaban y tenían hijos. Mórdejai que era el que más yo quería siempre me invitaba a los festejos que daba en su casa. “Ustedes no entienden a Ajaziahu. El de verdad es un Tzadik” (justo), le decía a todos.

Él sabía que había en mí algo misterioso y diferente. Eso ocurrió cuando me sorprendió una vez murmurando serenamente lo que a él le pareció una plegaria. Fué entonces cuando me preguntó qué quiere decir la palabra “Pardés” (Huerto). Dijo que me escuchó repetir esa palabra una y otra vez.

“¿Escuchaste hablar de la Kabalá?”. “No”, me respondió. “Pues estudia y lo sabrás”, le dije sonriendo.

En una ocasión señalé el mapamundi que tenía colgado en su cuarto y puse mi dedo sobre China. “¿Por qué China?”, me preguntó. “Porque un Justo ha sido víctima de una fatalidad ahí y todavía no hay quien lo reemplace”, pensé sin responderle. “¿Tú los ayudas?”. “Si”, le contesté. “¿Cómo?”, insistió Mórdejai. “Yo escucho una voz que me dice lo que hacer…”.

En el hospital no les gustó lo de la voz. Me diagnosticaron esquizofrenia. No supe cómo reaccionar, aunque para cumplir con mi misión no importaba si subía a la colina de Napoleón o si estaba internado. Cuando se cernía sobre el mundo un cataclismo yo murmuraba las oraciones que brotaban de mi cabeza y el Tikún (la reparación) surtía su efecto prodigioso hasta que la “Ira” divina pasara.

Y entonces conocí a Abraham. A Abraham lo trasladaron de un hospital de Jerusalén cuando los siquiatras consideraron que ya no podían hacer nada por él. Abraham subía obsesivamente al Monte de los Olivos y esperaba que alguien le trajera el burro blanco sobre el cual cabalgaría el Mesías a su entrada al Monte del Templo para que se cumplan las profecías.

A veces se peleaba con el contrariado dueño de un pollino que no entendía qué quería de él Abraham el Mesías. Abraham fué enviado varias veces a redimir al Mundo pero siempre terminaba arrestado por la policía. “Meshugá!” (loco), le gritaba la muchedumbre.

Yo también fuí objeto de burlas e insultos. Nadie nos preparó para soportar el rechazo. No esperábamos ser recibidos así. Por lo menos a Abraham le estaba permitido revelarse en público. “Suéltenme, yo soy el Mesías”, gritaba desesperado mientras lo esposaban. Yo no podía revelar a nadie cuál era mi cometido así que gruñía y callaba. La misión del Justo interino era más importante que cualquier injuria proferida por mortales.

A Abraham lo golpeaban los enfermeros salvajemente antes de sedarlo. Siempre trataba de huir. “Debo regresar a Jerusalén, el burro blanco me está esperando”, me decía. Al principio yo trataba de defenderlo de las agresiones de los matones de bata blanca que agredían a los que se negaban a recibir el brutal tratamiento. Pero entonces yo también recibía unos cuantos empujones y puñetazos mientras nos ataban a ambos a las camas.

Permanecíamos acostados por horas con las manos y pies atados. Yo me desesperaba, qué impotencia, sentía que me faltaba el aire como si me enterraran vivo. Abraham sufría el castigo en silencio después que le inyectaran por enésima vez una mezcla de poderosos calmantes. “Si así tratan al Mesías no me sorprende que también se ensañen contra un humilde sustituto como yo”, decía para mis adentros.

Hasta el día que apareció otro Justo vestido de bata blanca. Su nombre era Emilio. Un jóven robusto y sonriente que estudiaba en la Universidad y trabajaba como auxiliar de enfermero para pagar sus estudios. Cuando estaba de guardia le pedía al siquiatra que nos soltaran por unas horas. Y cuando se desocupaba de sus quehaceres se sentaba a nuestro lado a escuchar los lamentos de Abraham.

Yo no sentí la necesidad de contarle que yo era el Justo 37. Tenía la fuerte impresión de que él ya lo sabía. Me gustaba charlar con él. En una ocasión nos dijo que no es suficiente con ser buenos y que es preciso ser también valientes para derrotar al mal. La gente malvada, nos explicó, interpreta el silencio de los buenos como cobardía y su miedo los hace más poderosos. Así lo enseñó el dios Krishna, agregó.

A veces nos explicaba también qué quizo decir el rabino Hilel el Anciano hace dos mil años al sentenciar: “Lo que tú aborreces no se lo hagas a tu prójimo”.

Abraham se quejó ante él de que hay enfermeros que le pegan a los pacientes durante el turno de la noche. Las víctimas eran aquéllos que se resistían a recibir las inyecciones ponzoñosas sin la autorización de los médicos. Los rufianes nocturnos se aseguraban así de tener una guardia tranquila sin incidentes que reportar. Ellos sabían que durante la noche se despiertan los demonios en la atormentada mente de los desquiciados.

El Justo de blanco al parecer quizo comprobar si las acusaciones de Abraham eran ciertas porque una noche se apareció sin previo aviso en el Hospital. Como a las nueve se escucharon unos gritos. Una mezcla macabra de insultos y pedidos de auxilio. Emilio corrió en dirección de los alaridos para encontrar a dos enfermeros tratando de inyectarle por la fuerza a un paciente indefenso el veneno que impediría que se despetara a un viaje nocturno por su tortuoso laberinto mental.

Emilio consiguió rescatar al infeliz después de recibir unos cuantos empujones y amenazas. Al otro día pidió entrevistarse con la enfermera jefe. “Yo sé quiénes son”, dijo impasible la funcionaria y señaló los nombres de los asesinos del alma. “No puedo hacer nada contra éllos. Los únicos testigos que pueden confirmar tu denuncia son todos enfermos mentales. Nadie les va a creer. Además, es muy difícil encontrar personal que quiera trabajar con locos”.

“¿No vas a hacer nada?”, replicó asombrado el valeroso Justo de los 36. “No, y como ahora nadie quiere trabajar contigo no me queda más remedio que despedirte. No vuelvas más al Hospital”, espetó con frialdad sin mirarle a los ojos.

Si, el mundo es como es y no como quisiéramos que sea. La anhelada redención se retrasa de nuevo porque el Mesías está otra vez preso y abatido. Y yo, Ajaziahu el Justo, no puedo hacer nada. Sólo el Mesías puede redimir al Mundo. Pero a mí no me van a someter porque no importa si estoy atado a la cama en el siquiátrico o en la cima de la colina.

Hubo una época en que salían de aquí los caballeros hospitalarios del monasterio cruzado escoltando a los peregrinos en el camino a Jerusalén. Siglos después el caudillo árabe Al Yasar “el carnicero” repelió el cerco impuesto por las tropas de Napoleón protegido por la fortaleza turca. Cuando los ingleses la convirtieron en cárcel usaron el lugar para ejecutar a los combatientes judíos de la resistencia clandestina.

Y aunque han pasado muchos años todavía es posible escuchar la voz de Ajaziahu el Justo en los desolados pasillos de lo que fuera el manicomio murmurando: “Pardés… Pardés… Pardés…”

Fin.

* El relato de “Los 36 Justos” (Lamed Vav Tzadikim) es una leyenda tradicional de algunos místicos judíos (jasidim).

Ajaziahu el justo es un cuento del escritor Camilo Ezagüi Menashe © Todos los derechos reservados.

Glosario de términos de «Ajaziahu el justo»

Estos términos son fundamentales para comprender la trama y el contexto cultural del cuento «Ajaziahu el Justo», ya que reflejan elementos de la religión, la historia y la espiritualidad judía presentes en la narración:

  1. Jerusalén: Ciudad sagrada en la cultura hebrea, importante para el judaísmo, el cristianismo y el islam. Es un lugar de gran significado histórico y religioso.
  2. Mitzvá: En hebreo, «mitzvá» significa «mandamiento» o «buena acción». Se refiere a los preceptos y acciones que se deben cumplir según la ley religiosa judía.
  3. Shejiná: Un término hebreo que se refiere a la presencia divina o la manifestación de la gloria de Dios en el mundo. Es un concepto importante en la mística judía.
  4. Gematría: La gematría es una práctica en la que las letras del alfabeto hebreo tienen valores numéricos asignados. Cada letra representa un número y las palabras se suman según los valores numéricos de las letras para encontrar conexiones y significados ocultos en los textos. La gematría es utilizada en el estudio de la Biblia y en textos místicos y esotéricos, como la Cábala.
  5. Tikún: En hebreo, «tikún» significa «reparación» o «corrección». En el contexto del cuento, se refiere a la acción de restablecer el equilibrio cósmico a través de la plegaria y las acciones de los Justos.
  6. Kabalá: La Cábala es una forma de misticismo judío que busca comprender los aspectos ocultos y esotéricos de la religión. Implica la interpretación de textos sagrados y la búsqueda de la conexión con lo divino.
  7. Hilel el Anciano: Hilel el Anciano fue un sabio judío y líder religioso que vivió en el siglo I a.C. Es conocido por sus enseñanzas y sentencias éticas, incluida la famosa frase «Lo que tú aborreces no se lo hagas a tu prójimo».
  8. Mesías: En la cultura hebrea, el Mesías es un ser esperado que cumplirá un papel redentor y traerá la salvación al mundo. Esta figura tiene un significado central en la tradición judía.
  9. Guivat Napoleón: Una colina en Israel llamada «Monte de Napoleón», que tiene relevancia histórica y ofrece vistas panorámicas de la región.
  10. Tzadik: En hebreo, «tzadik» significa «justo». Se refiere a una persona que actúa con rectitud y piedad de acuerdo con la ley religiosa judía.
  11. Pardés: En hebreo, «pardés» significa «huerto» o «jardín». En el contexto del cuento, se refiere a una dimensión espiritual o un plano místico.
  12. Lamed Vav Tzadikim: Los «36 Justos», también conocidos como «Lamed Vav Tzadikim», son una creencia mística judía que afirma que en cada generación hay 36 individuos justos cuyas acciones invisibles mantienen el equilibrio del mundo.

Sobre Camilo Ezagüi Menashe

Camilo Ezagüi Menashe - Escritor

Camilo Ezagüi Menashe, nació en 1952 y actualmente vive en Tel Aviv. Estudió Hebreo e Historia del Pueblo de Israel en la Universidad de Haifa en el Monte Carmel. También estudió Geografía, Arqueología, Religiones, Historia y Fundamentos del Turismo en la Escuela de Turismo de Jerusalén, de la que egresó en 1981.

Blog personal: https://elantisemitismo.com/

Es un estudioso de las raíces judías del Cristianismo y, al respecto, ha publicado varios artículos. Ha publicado también ensayos sobre el uso del hebreo y del arameo en la Judea del siglo I DC.

Fue paramédico en una unidad aerotransportada. Trabajó en las plantaciones de un Kibutz. En 1989 estudia Periodismo en Tel Aviv. Fue columnista en el Diario Frontera y El Nacional. Fue presentador de un programa en Radio Universidad. Ha dado clases de Turismo en institutos de capacitación.

Es autor de los libros: El Turismo Receptivo, Universidad de Los Andes, 1997, Distracciones, sobre el significado de la vida, y Los Principios del Turismo Moderno, Editorial Planeta, 2000. Es autor de varios cuentos cortos. Fue también consejero de realización personal.

Camilo ha trabajado como gerente-operador de turismo en Venezuela y como guía de peregrinos en la Galilea y en Jerusalén durante 35 años.

Otro cuento de Camilo

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