Por Pablo Rodríguez Prieto. Historias basada en un hecho real
Un hecho muy resonante ocurrió en vísperas de la Navidad de 1971. Un avión de las Líneas Aéreas Nacionales S.A. (LANSA) del Perú se accidentó en su aproximación a la ciudad de Pucallpa. En ese accidente hubo una única sobreviviente, Juliane Koepcke, quien luego de caer más de 3 mil metros y una travesía de 9 días, fue rescatada por lugareños y cazadores que la encontraron en medio de la selva. El cuento Desventura, de Pablo Rodríguez Prieto, es el relato en primera persona de las peripecias y sufrimientos que debió sufrir Juliane antes de ser rescatada.
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Desventura
El malestar propio de haber dormido poco, se manifestaba en mi mal humor y la impaciencia que causaba el retraso de nuestro vuelo por mucho más tiempo del que se puede suponer. Nos citaron en el aeropuerto a las seis de la mañana, son las diez y nadie da razón de la demora.
- "Si estuviera papá ya hubiera reclamado por lo menos veinte veces" –le dije a mamá, quien con total indiferencia contestó,
- "Es cierto, felizmente no está" –y continuó sentada como si no pasara nada, estoica ante lo que estaba sucediendo.
Anoche fue mi fiesta de promoción y el baile de graduación fue pasada la medianoche, dormimos un par de horas y mi madre tan puntual como siempre, me sacó de la cama contra mi voluntad para estar aquí, sin saber siquiera si podremos volar hoy.
- "Es 24 de diciembre, papá nos espera y no hay forma de postergar el viaje. ¡Ten paciencia y cálmate!" -dijo mi madre ante uno de mis reclamos y continuó sosegada, con su bolso sobre las piernas, la espalda recta y la mirada al frente.
Talvez su profesión de ornitóloga hacía que tuviera esa paciencia y la quietud que mostraba en todo momento.
Papá es todo lo contrario a ella, es súper activo y muchos dicen que yo me parezco mucho a él.
Lamento no haber obedecido a mamá cuando opinó sobre mi vestimenta, ella sugirió que me ponga pantalones y zapatillas. Ahora llevo puesto un vestido delgado y corto, sandalias muy veraniegas y en el aeropuerto hace frio. Yo supuse que en dos horas estaríamos en Pucallpa con bastante calor y no sentados acá.
El recuerdo de la finca donde trabajan mis padres, en un proyecto de investigación de la Universidad de San Marcos, en medio de la selva, me entretuvo. Saber que volvería pronto a ver a papá me llenaba de felicidad, así como también saber que pronto estaré nuevamente en contacto con la naturaleza que tanto me atrae y me gusta.
Tengo muchos proyectos y sueños en la cabeza, algunos de ellos vinculados al inicio de mis estudios universitarios en un plazo muy breve. Creo que estudiaré biología y quisiera trabajar al lado de papá. Es casi seguro que tenga que viajar a Alemania, la tierra de mis padres, para cursar estudios.
Por los altoparlantes de la sala de espera del Aeropuerto Internacional "Jorge Chávez" se escuchó el llamado a los pasajeros del vuelo 508 con destino a Pucallpa. Los hasta esos entonces molestos pasajeros se levantaron dando vítores, armando tremenda trifulca al querer todos a la vez abordar el avión que nos llevaría a nuestro destino en vísperas de Navidad.
Mi madre prudentemente ordenó permanecer sentadas a la espera que se calmaran los ánimos, por lo que fuimos las ultimas en abordar la nave.
A mí me encanta viajar y lo disfruto plenamente.
Transcurridos cerca de una hora de vuelo apacible y ver de cerca los nevados de la cordillera de los andes se extendió a nuestros pies la inconmensurable sábana verde de la selva amazónica. Yo viajaba en la ventanilla delante de las alas del avión y mi mamá junto a mí en el pasillo. Observaba la llanura selvática rememorando gratos momentos pasados en ese paraíso que tanto adoraba mi papá.
De pronto todo cambió, frente a nosotros pude ver una inmensa nube gris que en poco tiempo nos fue absorbiendo dejando todo oscuro fuera del avión. La nave zangoloteó y la tripulación de abordo ordenó que nadie se mueva de sus asientos, mientras apuradas las sobrecargo suspendieron la entrega de alimentos y el reparto de bebidas.
El traqueteo de la aeronave se hizo intenso permitiendo que los compartimentos de equipaje de mano se abrieran y se esparcieran los artículos allí colocados. Algunos alimentos se regaron sobre los pasajeros, mientras el capitán de vuelo ordenaba que todos deberíamos colocarnos los cinturones de seguridad y permanecer sentados e inclinados sobre nuestras piernas.
Creo y estoy convencida que esta orden finalmente fue mi salvación. Asustada obedecí, vi la cara de mamá empalidecer y al volver a coger su mano la sentí mucho más fría. Escuché a varios pasajeros gritar, algunos de miedo y otros de dolor al ser golpeados por los objetos que se zarandeaban de un lugar a otro sin control.
Un pitido intermitente y agudo lastimaba mis oídos y la de muchos pasajeros que se cubrían las orejas con las manos. El avión se elevaba apresurada y notoriamente, supuse tratando de salir de la tormenta. De la parte superior de nuestros asientos se soltaron unas mascarillas unidas a unas mangueritas, un sobrecargo ordenaba que las pusiéramos sobre nuestros rostros si necesitáramos oxigeno adicional.
La nave se encontraba por sobre los límites de un vuelo normal.
Nadie la entendía, todos éramos zarandeados desbaratadamente. Los artículos sueltos que saltaban de un lugar a otro comenzaron a deslizarse al final de la nave. De pronto, una intensa luminosidad asomó por la ventanilla al lado mío, el avión dio un giro brusco hacia ese lado y una tremenda llamarada comenzó a envolver el avión.
Mi madre con los ojos humedecidos de pavor solo atinó a decir "esto es el fin" se soltó de mi mano y de pronto una fuerte explosión partió la nave separándonos definitivamente.
Me sentí lanzada fuera hacia el vacío y de inmediato sentí que comenzaba a caer. Seguía sentada en el asiento que fuera de la aeronave por lo que con todas mis fuerzas me aferré a él. Comenzó un giro en espiral al descender, mareada y aturdida cerré los ojos y ya no pude ver más.
Desapareció el pitido agudo que me atormentaba, el grito de los pasajeros, también el sonido aterrador de la explosión, todo era silencio, sentía sólo el ruido del aire al rozar contra la butaca, finalmente perdí el conocimiento.
Cuando desperté, llovía abundantemente, pude ver partes del avión incendiadas, yo seguía con el cinturón de seguridad en mi cintura sentada en el mismo asiento, al voltear la mirada vi juntó a mí, parte de un cuerpo colgado de una rama, recién entonces pude percatarme que estaba sobre la copa de un árbol.
Asumiendo que se trataba de una pesadilla me volví a dormir.
Al despertar en el alba del día siguiente, continuaba en medio de la misma pesadilla, la lluvia persistía intensamente y todo era una horrorosa realidad. Con bastante dificultad pude deshacerme del asiento y comenzar el descenso.
Sentí un fuerte dolor en el hombro que impedía poder asirme firmemente con la mano izquierda, un corte de considerables dimensiones se mostraba en una de mis piernas, en la cara un rasguño grande aún sangraba, uno de mis ojos contusos me limitaba aún más la visión ante la pérdida de mis gafas. Una de mis sandalias no estaba en su lugar, por lo que sentí dolor al apoyar el pie en las ramas al descender.
Recordé las palabras finales de mi madre y comencé a buscarla con desesperación. No tardé en encontrar el cuerpo de una mujer que asumí era mi progenitora, me incliné sobre ella y lloré un buen rato. Al calmarme pude ver que tenía las uñas pintadas por lo que descarté inmediatamente que fuera ella, pues mamá nunca acostumbraba hacer eso.
El escenario era horrible, restos del avión humeaban en medio de la lluvia tras haber ardido toda la noche. El equipaje de los pasajeros desperdigados por todos lados. Varios cuerpos, muchos de ellos desmembrados, estaban esparcidos en un radio amplio.
Caminé entre los escombros de la nave y los restos humanos desperdigados hasta que encontré el cuerpo de mamá. La abracé, traté de limpiar su rostro y la arrastré para protegerla del aguacero al pie de un frondoso árbol, fue entonces que decidí salir a buscar ayuda.
No tenía idea de donde podría encontrarme, pero pude recordar el consejo de papá que decía que toda corriente de agua siempre te llevará a un rio grande y junto a ellos siempre habrá asentamientos humanos.
Lo dijo un día que, como éste, llovía abundantemente.
Cogí una bolsa de caramelos y un pan dulce que encontré tirados en el suelo y tras haber notado que las aguas que caían de la lluvia descendían internándose en el bosque, me alejé del lugar con la esperanza de volver pronto por mamá.
Al promediar el medio día, la lluvia aún continuaba, sentía mucho frio. Mi avance era lento, pues la enmarañada selva me impedía caminar rápido. Debía muchas veces dar algún rodeo con miedo a perder el curso del agua, felizmente eso no sucedió. Durante todo el día no pude ver el sol y solo sentía un diluvio que caía sobre mí, sin parar, sin piedad.
Mi vestido comenzó a hacerse jirones y el pie que llevaba descalzo, al estar lastimado, me dolía mucho. Caminé sin parar hasta bien avanzada la tarde, entonces intuí que pasaría la noche en medio del bosque, por lo que tratando de descansar busqué un lugar donde refugiarme antes que oscureciera.
A pesar del aguacero había insectos que sobrevolaban en torno mío y en el menor descuido clavaban sus aguijones en mi piel. La noche llegó, había encontrado un árbol caído y me cobijé debajo de él luego de inspeccionar los alrededores, mi mayor miedo era encontrar alguna serpiente, por lo que con una vara removí todo posible escondrijo.
Al oscurecer amainó un tanto la lluvia dando paso a un vendaval de zancudos que dieron buena cuenta de mi semi desnudo cuerpo. No sabía que parte del cuerpo me dolía más, no tenía fuerzas para impedir que los insectos hicieran su merienda.
Sentía desfallecer de miedo y dolor, lloré mucho.
Pasé la noche en vela, el temor que algún animal pudiera atacarme no permitió que pudiese dormir. Los ruidos que se producen en la selva, son ensordecedores y aterradores. La oscuridad absoluta impedía ver algo en medio del diluvio en que me encontraba.
Antes que amaneciera completamente, reinicié la marcha, la primera dificultad que encontré fue que al dejar de llover la corriente de agua que seguía era casi imperceptible. Una intensa neblina lo cubría todo. La poca visibilidad mañanera agudizada por mi miopía y la falta de mis gafas, dificultó aún más mi lento caminar.
Al cabo de un rato logré encontrar otra corriente de agua mucho mayor a la que venía siguiendo, esto me llenó de alegría en medio de todas las dificultades que estaba enfrentando. Caminaba con los pies en el agua, en algunos lugares el agua me llegaba a la cintura, era mucho más fácil avanzar de esa manera pues el agua se abría camino en medio de la selva.
Un poco confiada no me percaté de una liana que atravesaba el torrente, por poco me arranca la cabeza, aun así, nada me detuvo y continué ahora con el cuello también adolorido.
El canal de agua cada vez se ensanchaba más al recibir infinidad de afluentes, lo que para mí era buen indicio, pues pensaba que estaba cerca de lograr mi propósito, eso renovaba mis escasas fuerzas. El siguiente temor apareció cuando vi moverse algo oculto junto a la orilla, pensé que se trataba de un cocodrilo, muy frecuentes en esta clase de lugares.
Para mi tranquilidad se trataba de un pequeño roedor que había caído al agua y luchaba por salir. Traté de mantenerme lo más alejada posible de la orilla y avanzaba nadando o arrastrada por la corriente, cuando era posible.
Todo iba bien, pero de nuevo comenzó a llover, sentía que moriría en este intento.
El frio me calaba los huesos y mis fuerzas eran cada vez más escasas. Los caramelos y el pan que traje ya los había terminado y temía comer los frutos que a cada paso encontraba. Papá me había dicho que, si no estaba segura del fruto que era, no lo comiera pues podría ser venenoso.
Sentía mucha hambre y al estar mucho tiempo en el agua me dio calambres en una de las piernas, mientras que la herida en la otra producía un dolor lacerantemente, mi vista cada vez más borrosa me impedía distinguir lo que había fuera del agua, por lo que únicamente me concentraba en distinguir el curso del agua.
El dolor de la clavícula se hacía más intenso por el esfuerzo que hacía al nadar. Muchas veces el agua se introducía en túneles de vegetación que me aterraban, pero al no poder caminar optaba, contra lo que yo quisiera, continuar dentro del agua.
En una de esas ocasiones topé con un nido de pequeñas hormigas rojas que pendía de una rama, muchas de ellas cayeron sobre mi cuerpo produciéndome un ardor insoportable. Al cabo de un rato mi piel estaba inflamada, me ardía. Por más que trataba de aliviarme dentro del agua la incomodidad no pasaba. Lloraba en silencio, mientras dejaba que la corriente me arrastrara estando yo de espaldas.
La noche volvía a llegar, por lo que busqué un lugar donde intentar refugiarme fuera del agua, la lluvia continuaba. Tomé abundante agua fresca que el aguacero acumulaba en algunas hojas y trepé a un pequeño árbol que sus ramas daban una especie de cobijo fuera del piso que estaba totalmente anegado.
La noche fue inclemente, los zancudos retornaron al atardecer, me aterraban los sonidos producidos por animales que huían de la inundación. Igual que la noche anterior no pude dormir. Truenos y relámpagos que estallaban muy cerca de mí, me recordaban la explosión del avión, completaban este paisaje alucinante.
Al amanecer pude ver que todo el suelo estaba cubierto de agua, no se distinguía el canal que la tarde anterior me ayudaba a desplazarme. Caminé desorientada por un buen rato tropezándome continuamente en medio de semejante charco, hasta que la dicha me llevó a encontrar nuevamente el cauce de manera casual, al caer dentro de él.
Grité aterrada, cuando choqué con un animal, ahogado probablemente.
Pasado el percance, sentí que avanzaba mucho más lento que el día anterior, las aguas estaban empantanadas, la corriente era tenue no me arrastraba, por lo que tenía que nadar cuando era posible o avanzar jalándome de ramas y troncos que abundantemente había en el canal.
Para mi suerte la lluvia cesó y las aguas se definieron mejor en poco tiempo. Al caer la tarde había salido a un río mucho más amplio, sin ramas ni obstáculos, pero igual de lento en su discurrir. Otra vez había que buscar un lugar donde pasar la noche.
Esta vez los zancudos eran diferentes, mucho más grandes, cuando los aplastaba dejaban escurrir un buen chorro de mi sangre produciéndome un escozor que me llevaba a lacerarme la piel al rascarme. El escozor y el dolor era tal que ya había perdido la noción de tiempo, espacio y miedo.
Rendida por el esfuerzo y las noches anteriores en vela esta vez dormí profundamente. No me preocupe por protegerme, ni buscar refugio. Había arribado a una explanada libre de vegetación, al salir del agua fue tan grande el cansancio que me extendí en el suelo pensando en descansar un rato, pero desperté al amanecer.
Al alrededor mío pude ver muchas huellas de animales que no pude identificar pero que presuntamente rondaron junto a mí en algún momento de la noche. Para mi buena suerte pude distinguir muy cerca un árbol de plátanos que saciaron en parte el hambre que mordía mis entrañas.
Luego de descansar un rato más, tratando de ordenar mis ideas, pensé en armar una balsa con troncos que había en el lugar.
Con bastante dificultad logré hacer rodar hasta la orilla del rio a tres pedazos de árboles caídos, con lianas las amarré y luego de probar su resistencia, pensé que valió la pena tanto esfuerzo. Cargue en mi balsa un racimo de plátanos y empuje mi embarcación al centro de la corriente de agua.
El rio estaba torrentoso por lo que tuve dificultad para poder montarme sobre la balsa.
En ese intento perdí los plátanos y la embarcación comenzó a desarmarse. Los troncos se desamarraron se separaron y se alejaron, yo quedé sujeta a uno de ellos. Después de todo, pensé, no estaba del todo mal, avanzaba con más facilidad que el día anterior.
Con mi cuerpo colgado sobre el tronco dejaba que la corriente me arrastrara. Muchas veces escuché pasar aviones, con una de las manos trataba de llamar su atención, pero no me veían y se alejaban dejándome desolada.
Al atardecer de uno de esos días, ya no recordaba cuantos llevaba metida en el agua, llegué a un sitio que llamó mi atención. Mi visión borrosa no logró en un primer momento identificar de que se trababa, pero algo me resultaba familiar y me acerqué. Terminó siendo una canoa amarrada en la orilla del rio. Frente a ella una pequeña extensión de playa y a unos pazos una pequeña y rustica cabaña.
Nadé con todas mis fuerzas para salir del cauce del rio y me abalancé sobre la canoa, mientras gritaba llamando con la esperanza de encontrar a alguien que me pudiera auxiliar. No obtuve respuesta, todo estaba en silencio. Mi primera intención fue subirme a la canoa y alejarme de allí, sin embargo, me sentía muy débil, me mantenía en pie con bastante dificultad.
Opté por acercarme a la cabaña, buscaba algo que comer, pero solo encontré un recipiente con gasolina junto a un viejo motor. Recordé que papá echaba querosene en las heridas de los perros para matar los gusanos que aparecían rápidamente.
Las lesiones de mi pierna y brazo se veían muy mal, el dolor era intenso y una efervescencia dentro de las llagas no presagiaban nada bueno por lo que vacié sobre mis heridas la gasolina. Los cortes se habían infectado de larvas de insectos, que al contacto con el combustible intentaron meterse más profundamente en la carne, haciéndome ver estrellas y emitir un grito desgarrador que terminó desmayándome.
Me despertaron voces de personas paradas junto a mí, pensé que era un sueño.
Me levanté y al hacerlo asusté a los tres hombres que, entre ellos conversaban con evidentes muestras de miedo en sus rostros. Los saludé y les pedí ayuda, me miraban con desconfianza mientras retrocedían un paso.
Les expliqué que el avión en el que viajaba había caído, que venía perdida en medio de la selva por varios días. Ellos hablaban de una diosa del agua que se trasforma en mujer para atraerlos a su hogar bajo el agua quitándoles la vida ahogados. Yo les suplicaba que me escuchen sin lograr convencerlos. Me miraban con desconfianza, uno de ellos con una rama me hincaba para cerciorarse que era real.
Les imploré que me ayudaran, seguían impávidos a mis súplicas. Continué dándoles más detalles del accidente, les conté que mi mamá había fallecido y en Pucallpa mi papá me esperaba para celebrar Navidad.
Finalmente accedieron a mi pedido, recordaban haber escuchado en la radio a pilas que llevaban con ellos el suceso en la víspera de la Noche Buena. Comenzaron por preparar algo para comer. Revisaron mis heridas y con una espina arrancaron una veintena de gusanos de mi pierna y otro tanto de mis brazos.
Luego me embarcaron en la canoa y con ahínco remaron sin parar por varias horas hasta llegar a un pueblo llamado Tournavista. Ahí me atendieron de urgencia en una clínica local, cuyos médicos ordenaron me evacuen de inmediato en una pequeña avioneta a Pucallpa, por la gravedad de mis heridas.
El emotivo reencuentro con papá se dio en el aeropuerto de Pucallpa, quería saber cómo estaba mamá, por mi silencio entendió lo ocurrido. Los dos lloramos largo rato camino al hospital de la ciudad.
Finalmente él partió con una comitiva del ejército, bomberos, médicos y guías al lugar que, las personas que me ayudaron en medio del bosque, dedujeron se encontraban los restos del avión.
Luego de algunos días apareció con el cuerpo de mamá y los restos de algunos pasajeros. Después llegarían los demás. Las condiciones climáticas continuaban adversas, lo que dificultaba aún más las tareas de rescate.
Encontraron noventa y tres cuerpos de pasajeros y tripulación de la nave, era la única sobreviviente. La ciudad estaba gravemente afectada por el accidente, reinaba la consternación entre sus pobladores, muchas familias lloraban a sus muertos.
Fin.
Desventura es un cuento del escritor Pablo Rodríguez Prieto © Todos los derechos reservados.
El accidente aéreo del vuelo de Lima a Pucallpa
El avión de LANSA, que hacía el vuelo 508 de Lima a Pucallpa el 24 de diciembre de 1971, en que viajaba Juliane Koepcke sufrió un accidente aéreo provocado pro un rayo, y ella cayó desde más de tres mil metros de altura y sobrevivió varios días en la selva. Se hicieron, además de este cuento, dos películas en base a esta historia. "Perdida en el infierno verde" (Miracoli accadono ancor) de Giuseppe Maria Scotese en 1974 y "Las alas de la esperanza" (Wings of hope) de Werner Herzog el año 2000. A continuación, un breve documental con los detalles del accidente.
Sobre Pablo Rodríguez Prieto
“Soy un convencido que la lectura hace que los seres humanos seamos empáticos, con lo que se puede lograr un mundo más amigable y menos conflictivo. Sueño con un mundo mejor que el que tenemos hoy.”
“El Perú es un país muy rico en paisajes y destinos turísticos, con innumerables regiones y climas muy variados. Yo nací en Pucallpa, una ciudad de la región Ucayali en la selva. De niño, por el trabajo periodístico de mi padre radicamos en muchas otras ciudades, esto enriqueció mi espíritu de usos y costumbres muy disimiles que posteriormente se traducen en mi trabajo literario.
Mis inicios fueron escribiendo crónicas que las repartía entre mis amigos sobre experiencias locales que las denominaba “Crónicas de la calle“. Prefiero escribir cuentos, pero e incursionado en novela corta y poesía. Soy casado y tengo tres hijos quienes son mis mayores críticos. Cuando ellos eran niños jugaba a escribir sus ocurrencias diarias y casi siempre fueron desechadas, aún cuando guardo esas historias en mi memoria.”
Actualmente Pablo vive en Lima y desarrolla actividades vinculadas a las artes gráficas, tiene una imprenta familiar y en sus horas libres escribe de a poco.
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