Por Alberto Suárez Villamizar. Historias cortas.
"¡Qué suerte!" es una historia de supervivencia, misterio y destino, donde lo inimaginable toma forma en un lugar donde los secretos ancestrales se entrelazan con la realidad. En la misteriosa y aislada selva del Carare, donde la distancia y la falta de comunicación con el mundo exterior crean un oscuro telón que separa a sus habitantes de la civilización, florecen las historias asombrosas.
En medio de esta densa vegetación, un hombre llamado Carlos, inmerso en la construcción de una vía que promete mejorar la vida de los colonos, se encuentra con un destino inesperado cuando una mortífera serpiente le muerde. Atrapado en la soledad de la selva, el protagonista experimenta un giro sorprendente que lo conecta con un curandero de renombre, el señor Perlaza, cuyos dones divinos se desvelan en un pacto peculiar. ¿Qué sucederá cuando el curandero tenga que enfrentar su propio desafío?
Sumérgete en esta fascinante narrativa del escritor colombiano Alberto Suárez Villamizar y descubre los giros inesperados del destino en la selva colombiana. Al final, por favor, comparte tus impresiones en la sección de comentarios (✍🏼), tu opinión es muy importante. Puedes calificarlo con estrellas (⭐) y ayudarnos a difundirlo entre amigos y conocidos utilizando las redes sociales. También puedes descargar el cuento en PDF para compartirlo por email, Telegram o Whatsapp (🙏🏼). Tu apoyo es apreciado.
¡Qué suerte!
El aislamiento de algunas zonas se genera por la distancia a la que se encuentran de los centros poblados por falta de vías de comunicación que les permita a sus habitantes desplazarse con facilidad. En ocasiones estas carreteras no se han construido por lo accidentado de los terrenos, en otras debido la situación irregular de orden público que se vive en esas apartadas regiones. El marginamiento es notorio en aspectos como la educación y la salud, por eso es frecuente la existencia de los “curanderos”,” rezanderos” o “teguas”, que brindan sus conocimientos para ayudar a los campesinos a encontrar alivio a las enfermedades y complicaciones de su salud.
Algunas de las personas que prestan su asistencia para la cura de enfermedades raras, la mordedura de serpientes, la picadura de algún insecto, utilizan las propiedades curativas de las hierbas, mientras otros, practican “rezos” que según sus creencias curan y salvan la vida de las personas afectadas. En estas regiones selváticas el “curandero” es una persona de edad avanzada, ya que cómo dice el refrán en asuntos de “secretos”, “sabe más el diablo por viejo que por diablo”.
Uno de estos personajes era el señor Perlaza, hombre de color, habitante de las selvas del Carare, a quien la gente reconocía su poder curativo para la mordedura de cualquier serpiente venenosa mediante la oración. La comunidad le atribuía poderes divinos para curar a “diezmo”, lo que significa que puede curar a nueve pacientes, pero debe abstenerse de ayudar al número diez, so pena de perder sus dones de sanación.
Carlos llegó a las selvas a trabajar en la construcción de una vía para favorecer la movilidad de los colonos que sembraban esas fértiles tierras. Era el encargado de dirigir la obra, y debía estar pendiente del movimiento de la maquinaria, abrir la trocha para luego ejecutar las obras necesarias. Un día en cumplimiento de su labor, se fue solo a hacer un recorrido por las zonas donde días después se iniciaría la tala de bosque. Inspeccionó cerca de dos kilómetros y al acercarse la hora del medio día inició el regreso al sitio donde se encontraban los equipos y el personal trabajando.
Caminaba bajo la sombra que proporcionaba la espesura del bosque cuando…
— ¡Oh, no puede ser! — sintió el dolor a la altura del tobillo del pie derecho— ¡No puede ser, me mordió una talla x! —serpiente conocida en estas selvas por su letal veneno.
«Fue un error venir solo a hacer este recorrido, además, me encuentro muy lejos del sitio donde está el personal trabajando, y de aquí al campamento hay cerca de una hora de camino. No puedo hacer nada, y no tengo cerca quien me pueda ayudar. Se dice que cada uno tiene su día señalado, y este es el mío».
Se encontraba muy distante y la agitación al darse prisa haría que el veneno de la serpiente hiciera efecto más rápido, además empezó a sentirse mareado. Resignado a su suerte, y elevando una oración al Creador, caminó unos pasos hasta la raíz de un árbol donde se sentó a esperar la muerte, repasando algunos instantes de su vida hasta ese día. Tan solo unos instantes habían transcurrido cuando sintió una voz…
— ¡Hola, maestro, ¿Cómo está?! —alcanzó a escuchar en medio del sopor que lo envolvía.
— No muy bien, señor Perlaza —respondió en tono apenas audible.
— ¡¿Qué le pasa?! —insistió el “curandero”, colocando una mano sobre su hombro.
— Me acaba de morder una talla x —alcanzó a decir Carlos, señalando su tobillo, donde se apreciaban las heridas ocasionadas por la mordedura de la serpiente.
Agachándose a su lado, el “curandero” observó las pupilas de Carlos.
— No se preocupe maestro, estamos a tiempo —dijo en tono tranquilizador, mientras sacaba una navaja de su mochila para hacer una incisión en el lugar de la mordedura, y luego succionaba la sangre que contenía parte del veneno inoculado.
Luego colocó un torniquete en su pierna y pronunció algunas oraciones.
— Listo don Carlos, descanse un rato —dijo el “curandero”, alejándose del lugar.
Carlos cayó vencido por el sueño, y después de cerca de dos horas despertó sintiéndose muy cansado y con una leve sensación de pesadez en todo su cuerpo. Se puso de pie y continuó el camino. Arribó al campamento cuando empezaba a morir la tarde, y los trabajadores lo esperaban preocupados al conocer la noticia de labios del propio curandero.
— ¡Gracias a Dios! —decían — usted estuvo muy de buenas, son pocos los que logran salvarse de la mordedura de esa serpiente.
— Si señores, gracias a Dios que puso en mi camino al señor Perlaza para que me salvara — dijo emocionado Carlos.
Visiblemente emocionado por las muestras de afecto de sus subalternos pasó al comedor a cenar, y dirigirse luego a su habitación para descansar.
Al día siguiente después de tomar el desayuno, cuando se disponía a dirigirse al campo a iniciar sus labores fue sorprendido por la llegada al campamento del señor Perlaza, quien dejaba ver en su afligido rostro unas gruesas lágrimas que rodaban por sus mejillas.
— ¿Qué le pasó? — interrogó Carlos al visitante.
— Maestro, mi hija ha muerto —respondió cabizbajo.
— Pero ¿qué le pasó? — preguntó intrigado Carlos.
— A mi hija la mordió una serpiente —dijo conteniendo el llanto.
— Bueno, y siendo usted un buen “rezandero”, ¿por qué no la salvó? —anotó Carlos desconcertado.
— Maestro —respondió el señor Perlaza cabizbajo — yo no podía hacerlo, usted fue mi paciente número nueve.
Fin.
¡Qué suerte! es un cuento del escritor Alberto Suárez Villamizar © Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial sin la autorización de su autor.
Sobre Alberto Suárez Villamizar
Alberto Suárez Villamizar nació el 27 de enero de 1958 en la ciudad de Bucaramanga, departamento de Santander, Colombia. Cursó sus estudios de enseñanza básica media hasta finalizar en 1976, en Bucaramanga. Actualmente trabaja con empresas de ingeniería civil que se dedican a la construcción y mejoramiento de vías.
“Escribo por Hobby, y mi mayor satisfacción es que mis escritos lleguen a todas aquellas personas amantes de la lectura”.
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