En el corazón del pueblo de Maturín se alzaba majestuoso «El Árbol de los Frutos Justos», cuyas ramas cargadas de magia ofrecían frutas que simbolizaban la igualdad y la equidad. Los niños se congregaban a su sombra para escuchar la historia de su origen contada por el anciano Samuel, quien les enseñaba que cada fruto tenía un propósito: el mango representaba la igualdad, mientras que la naranja, la equidad. Inspirados por esta lección, los niños aprendían a compartir y ayudar a los demás, convirtiendo al árbol en un símbolo vivo de justicia y compasión en este lugar.