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Quebrada verde. Relato de un paseo por las Lomas de Lúcumo, reserva natural en Perú

Por Pablo Rodriguez Prieto. Cuentos de medio ambiente y ecología

El escritor peruano Pablo Rodriguez Prieto, suele utilizar su refinada pluma para contarnos breves historias en las que, aunque no lo sabemos, parece haberse involucrado y en las que describe detalladamente hermosos lugares de su Perú natal. En Quebrada verde, aquellos que amamos la naturaleza y la ecología nos sentimos fuertemente atraídos a realizar, en algunos casos en forma virtual, y en otros a vivirlo en la realidad, esta cansadora pero desafiante expedición por la reserva natural protegida de las Lomas de Lúcumo en Perú.

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Quebrada verde

Quebrada verde - Lomas de Lúcumo - Perú

Ya todos estábamos listos para partir como lo habíamos programado varios días antes. Sin embargo, por un pequeño imprevisto, debimos esperar. Dentro de la salita de mamá Carmen, grandes y chicos hablábamos en voz alta para poder entendernos en una especie de Torre de Babel. Las mochilas con el fiambre y suficiente agua para nuestra expedición esperaban el inicio de la aventura.

– «¡Cuidado con las frutas!» – llegó a decir la tía Raquel en el preciso momento que uno de los chicos se sentaba sobre ellas. 

Afuera el clima nos jugaba una broma, llovía con persistencia desde el amanecer. Para nuestros planes, esto representaba dificultad que ninguno de los adultos nos atrevimos comentar. La lluvia limeña, que en realidad no es tal si no garúa, ya no es usual verla por estos días de octubre, mucho menos con la persistencia e intensidad que hoy teníamos.

Nos habíamos propuesto escalar una de las montañas que estaban detrás de Atocongo, llegar a la cumbre y de allí descender por el otro flanco hacía el distrito de Pachacamac, a la zona conocida como Las Lomas de Lúcumo que es considerada reserva natural protegida y finalizar en el poblado de Quebrada Verde.

Estábamos premunidos de bastante entusiasmo, como principal elemento en nuestro equipo de aventura. Contábamos con la experiencia de Mirko, que había escalado en más de una oportunidad esta mole. El haría de guía y la tía Raquel que también había vivido esta experiencia el año pasado lo apoyaría. Marco Antonio y Milagros prudentemente no hacían mayor comentario sobre el recorrido.

Personalmente me vi seducido por las cosas lindas que contaban y ese deseo lo había trasmitido a mi familia y aquí estábamos listos para partir.

Diez y treinta de la mañana, partimos con más de dos horas de retraso.

Lomas de Lúcumo - Perú

La garúa era casi imperceptible pero el frío fuerte. En pocos minutos estábamos en las faldas del gigante. No se podía ver la cumbre, una intensa neblina lo cubría. Una colorida colina llena de flores silvestres nos daba la bienvenida. Sin embargo, serían precisamente estas delicadas plantas las que representarían nuestra mayor dificultad en el camino.

En pocos minutos ya se podía ver gran parte de la ciudad a nuestros pies. La neblina se movía constantemente, dando una visión alucinante y fantasmagórica a las casas. La primera caída la tuvo Nuria, pisó una de las pequeñas plantas que resultó siendo jabonosa y resbaladiza.

El delgado sendero, en partes se perdía al ser cubierto por la tupida y liliputiense vegetación, lo cual dificultaba el ascenso cada vez más empinado. Las caídas se sucedieron una tras otra y con ellas las risas y las bromas. El frío clima no lo sentíamos por el esfuerzo que hacíamos.

Estábamos literalmente tocando las nubes o si se quiere metidos en ellas. Era difícil ver más allá de tres o cuatro metros, el sendero había desaparecido y solamente nos quedó confiar en Mirko, que constantemente era instado a no equivocarse a lo que respondía «No se preocupen, cuando desaparezcan las nubes encontraremos el camino». 

En nuestro ascenso encontramos una explanada un poco amplia, donde una cabaña rústica albergaba a una familia en medio de la bruma. Un niño salió a saludarnos, su madre lo cogió del brazo para esconderlo tras unos muros de piedra. Un fuerte olor a excremento de vacas llegó hasta nosotros, entonces supimos que eran pastores que llevaban su ganado hasta allí para aprovechar la vegetación del lugar. Una manada de cabras se alejó a nuestro paso y a las reses las vimos ligeramente entre la niebla.

Conforme ascendíamos las bromas fueron desapareciendo para dar paso a un mutismo propio del cansancio. Cada vez era más empinada la montaña. Alguien dijo: «ya no puedo, estoy cansada», a lo que Pablito que iba de la mano de la tía Raquel, respondió una frase escuchada a su hermana mayor: «nunca digan no se puede»; luego dirigiéndose a Gabriela pidió que repitiese «si se puede» en forma pausada y enérgica.

Esto fue como una inyección de optimismo para el grupo que celebró de buena gana la ocurrencia del niño. “Sí se puede” lo repetían los dos menores del grupo y todos hacíamos nuestro mayor esfuerzo ante el anuncio de nuestro guía que pronto llegaríamos a la cima.

Nuestras zapatillas parecían esponjas, habían recogido toda el agua que encontraron al rozar con las plantas que estaban repletas de humedad, lo que dificultaba aún más nuestro lento caminar. Al salir de un recodo, Marco y Mirko ya habían trepado una piedra grande y parados en lo alto nos animaban a continuar. Tuvimos que retroceder para ayudar a Nuria, que había resbalado una vez más.

Reunido el grupo decidimos descansar un poco.

Quebrada verde - Cuento

Ya habían transcurrido dos horas desde nuestra partida y Gabriela era la única que no resbalaba hasta el momento. Iba delante de mí, cogida de las axilas, la levantaba en cada piedra para luego seguirla. Nosotros cerrábamos el grupo. Paso a paso lentamente seguíamos subiendo. El “sí se puede” de los niños nos alentaba nuevamente, cuando escuchamos el sonido de unos silbatos. Habíamos llegado, pero nos faltaba una empinada cuesta que demandó un último esfuerzo rematarla.

Dos guardabosques parados en lo alto se asombraron al vernos. Tras un breve diálogo con ellos y algunas fotos, iniciamos el descenso. Unos minutos después Mirko se detuvo en una pequeña explanada indicándonos que deberíamos de descansar un poco antes de continuar.

Las frutas que antes de partir ya habían sido apachurradas por el peso de los niños fueron repartidas en estado calamitoso. De los plátanos muy poco se pudo aprovechar, las naranjas y mandarinas estaban golpeadas, las manzanas a pesar de los golpes del camino fueron las que mejor se conservaron, aún se podían comer.

La neblina continuaba muy densa a pesar que ya era medio día. Junto a nosotros un acantilado escondía su profundidad entre las nubes. Las pequeñas plantas llenas de grandes gotas de agua sobre sus hojas, se mostraban hermosas. 

Tras el receso, continuamos la aventura.

El descanso reanimó al grupo, volvieron las risas y las bromas. Habíamos avanzado solamente unos metros cuando el sendero nos condujo a una grieta abierta en el suelo. Esta falla geológica era parte de la travesía, Mirko descendió sin dar ninguna explicación; desde dentro llamó para que lo siguiéramos. Intenté persuadirlos de buscar otro camino, pero nadie me escuchó, la tía Raquel y Pablito ya descendían ayudados por Marco.

No podía ver la profundidad de la grieta, pero las risas de los que ya habían descendido me decían que no era tenebrosa como la imaginé. Cogí a Gabriela de la cintura y bajé con dificultad hasta un vestíbulo de la caverna, luego había que atravesar un agujero arrastrándose, del otro lado alguien ayudo a la pequeña y después pasé yo.

El espectáculo que se podía ver a la salida de la cueva era impresionante. Había menos neblina, un verdor hermoso lo cubría todo. Un pequeño halcón pasó cerca de nosotros, una bandada de pequeños pajaritos huía del depredador. Mi pecho latía agitadamente por la emoción que causaba ver tanta belleza. El claro oscuro del interior contrastaba con el brillo que ingresaba entre las ramas de algunos arbustos que crecían en el lugar.

A partir de allí encontramos un camino mucho mejor conservado, resbaladizo sí, pero libre de maleza y claramente diseñado. En los descensos pronunciados habían construido escalones para facilitar el tránsito.

Flor muy confiada en el estado del sendero, fue la primera que, tras caer sentada continuó resbalando varios metros hacia abajo como si estuviera en un tobogán. Las risas fueron calladas por el grito que lanzó en su caída. Cuando por fin logró pararse, toda la ropa la tenía llena de barro.

Ya no nos deteníamos, Mirko se alejaba demasiado de los rezagados por lo que teníamos que apurarnos. La premura de nuestro guía impedía disfrutar plenamente tan sublime paisaje. Gabriela ya no quería caminar por lo que la puse sobre mis hombros multiplicando el esfuerzo.

Tras media hora de camino nos topamos con otra gruta, en ella encontramos un grupo de personas que visitaban el lugar haciendo sesión de fotos, por lo que tuvimos que esperar un rato antes de atravesarla.

La cueva era alta y nos permitía pasar como si fuese un túnel.

La neblina ya casi era imperceptible, un calorcito agradable cubría el ambiente. Unos débiles rayos de sol luchaban por mostrarse. El hermoso paraje cubierto de diversos tonos de verde, era adornado por el serpenteante camino abierto por las manos del hombre.

Nos detuvimos para almorzar en un mirador frente a una formación rocosa natural a la que la denominan “cara del Inca”, por el parecido a un perfil humano labrado en el cerro. El paisaje era espectacular. Nuestro guía nos contó que hace unos años se podían ver más animalitos por la zona, a diferencia de ahora que no encontrábamos casi nada, salvo las avecillas que por bandadas pasaban cerca de nosotros.

Quebrada verde - Perú - Cuento
Vista del Poblado de Quebrada Verde

El camino continúo mejorando, por aquí estaba seco y la neblina había desaparecido. Un brillante sol nos permitía ver el mar en la distancia. Las casitas de Quebrada verde, se apreciaban esparcidas a lo lejos. El paisaje era adornado por multicolores flores amarillas regadas por todas partes.

El descenso era cada vez menos notorio. Llegábamos al final de nuestra aventura, nuestros ojos se deleitaban con los últimos verdores del lugar, los arboles de lúcumo estaban en flor augurando una abundante cosecha, el color amarillo de las flores de amancaes reemplazaban al verde y hermoso color que nos acompañó durante la travesía.

Fin.

Quebrada verde es un relato del escritor Pablo Rodriguez Prieto © Todos los derechos reservados.

Sobre Pablo Rodríguez Prieto

Pablo Rodriguez Prieto - Escritor

“Soy un convencido que la lectura hace que los seres humanos seamos empáticos, con lo que se puede lograr un mundo más amigable y menos conflictivo. Sueño con un mundo mejor que el que tenemos hoy.”

“El Perú es un país muy rico en paisajes y destinos turísticos, con innumerables regiones y climas muy variados. Yo nací en Pucallpa, una ciudad de la región Ucayali en la selva. De niño, por el trabajo periodístico de mi padre radicamos en muchas otras ciudades, esto enriqueció mi espíritu de usos y costumbres muy disimiles que posteriormente se traducen en mi trabajo literario.

Mis inicios fueron escribiendo crónicas que las repartía entre mis amigos sobre experiencias locales que las denominaba “Crónicas de la calle”. Prefiero escribir cuentos, pero e incursionado en novela corta y poesía. Soy casado y tengo tres hijos quienes son mis mayores críticos. Cuando ellos eran niños jugaba a escribir sus ocurrencias diarias y casi siempre fueron desechadas, aún cuando guardo esas historias en mi memoria.

Actualmente radico en Lima y desarrollo actividades vinculadas a las artes gráficas, tenemos una imprenta familiar y en las pocas horas disponibles escribo de a pocos, pero con muchas ganas que mi trabajo lo lea el mundo entero”.

Puede verse parte del trabajo literario de Pablo en https://pablorodriguezprieto.blogspot.com

Sobre las Lomas de Lúcumo

Las Lomas de Lúcumo constituyen el ecosistema más cercano a Lima. Esta zona conserva una envidiable riqueza ecológica e histórica. Durante la temporada húmeda, las lomas se tornan verdes y es posible observar la flor de amancaes (en peligro de extinción), así como el tabaco, el lúcumo y las papayas silvestres.

Turismo en Las Lomas de Lúcumo - Infografía de
Victor Sanjinez García
Infografía: Victor Sanjinez García (clic para agrandar)


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