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Me apellido Álvez « Allí conocí a mi compadre Paulino…, y entablamos una buena amistad, hasta que apareció Dorotea…

Por Samuel Gutiérrez Ospina. Cuentos para adolescentes.

«Me apellido Álvez«, un relato cautivador del autor Samuel Gutiérrez Ospina, te sumerge en la vida de un brasilero llamado Álvez. Se desarrolla en el escenario pintoresco de la construcción de represas en el Alto Paraná, donde se teje una amistad sólida entre Álvez y Paulino, hasta que Dorotea, la intrigante cocinera, irrumpe en sus vidas. Lo que comienza como un relato de camaradería pronto se convierte en un torbellino de pasiones y rivalidades. Con un giro inesperado, Álvez se enfrenta a una elección que cambiará su destino y te dejará anhelando descubrir qué sucede a continuación.

Esta historia, inspirada en el cuento «A la deriva» de Horacio Quiroga, te llevará a explorar la complejidad de las relaciones humanas y las decisiones que forjan nuestro destino. No te pierdas esta emocionante narrativa sobre amistad, amor y sacrificio en las orillas del río Paraná.

«Alvez es un personaje nombrado apenas una vez en el cuento de Horacio Quiroga, conocido del protagonista que es Paulino. Tomé este personaje secundario y le inventé una historia, que se entrelaza un poco con los del cuento de Horacio Quiroga, la geografía, pero sobre todo con Dorotea la mujer de Paulino».

Samuel Gutiérrez Ospina

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Me apellido Álvez

Me apellido Álvez - Bajada Vieja - Posadas - Foto de Carlos Manuel Freazza

… me apellido Álvez, mi nombre no importa, soy brasilero del alto Paraná, de un pueblito llamado Maracajú, del mismo nombre de la cordillera cercana, situado en uno de los afluentes de este río que nace en el sur del Brasil y desemboca en el gran río de La plata en la Argentina, cerca de Buenos Aires.

Trabajé durante mucho tiempo en la construcción de las represas de Iguazú e Itapú, esta última en la frontera del Brasil y Paraguay. Allí conocí a mi compadre Paulino, hombre recio y trabajador, nos entendimos muy bien y entablamos una buena amistad, hasta que apareció Dorotea, la manzana de la discordia.

Ella llegó a la obra como cocinera del campamento de los obreros. Era una hembra, hembra, paraguaya, no muy bonita de cara, pero esplendida de formas con un contoneo al caminar que, hacia un conjunto, ¡madre de Dios!, que nos ponía a todos a virar los ojos al ritmo de sus caderas y sus nalgotas. Su negro pelo caía sobre su espalda, como cae el Paraná en el salto llamado Agripe.

Inicialmente aceptó mis requiebros amorosos, invitaciones al caspete a tomarnos unas cervezas, paseítos al río, pues decía que le atraía de mí, el acento de mi pronuncia, y que oírme hablar era como escuchar samba por lo melodioso de mi idioma.

Pero conoció a Paulino y todo cambio. Se sintió atraída por su estampa paraguaya, su bigote ancho y coposo, la buena estatura y fuerza viril, sus anchos hombros y brazos, y las musculadas piernas.

Empezaron las discordias, reclamos y acusaciones, entre los dos: «Que yo la vi primero», «Que usted no tiene lo que tengo yo para atenderla».

Y así nos la pasábamos en medio de pendejadas, como dos niños chiquitos cuando discuten por un dulce o un juguete. De las palabras pasamos a los hechos, nos fuimos a las manos, salieron a relucir facas y navajas, pero ante su corpulencia y el tamaño de su cuchillo, salí derrotado y humillado ante Dorotea, sintiendo un odio y un resentimiento profundo hacia Paulino. Perdí mi dignidad, perdí a mi amigo, y la perdí a ella. Ahora es su mujer.

Me retiré de la Hidroeléctrica y establecí una chacra arriba de los farallones de basalto del río, en un altico de la peña, a vivir mi soledad, a rumiar el odio y extrañar a Dorotea. Supe mucho después, que se establecieron unos kilómetros arriba, de mi casa río arriba.

Seguí mi vida, bajando y subiendo por el Paraná y sus afluentes, transportando pescado salado y víveres, negociando con los nativos, intercambiando unas cosas por otras. En ese trasegar y por los rumores y conversas que el río lleva y trae, supe que Paulino, había sido mordido por una yararacusu, una de las más letales serpientes de estos pagos, conocida como la pudridora, pues su mordida produce una gangrena casi que inmediata y siempre fatal.

Supe por Dorotea que él había subido a mi rancho, desde el río, buscando ayuda. Sentí una mezcla de sentimientos:

– La serpiente le había hecho pagar el daño que me hizo -, – que purgue con su dolor, esta soledad y abandono a los que me condenó, esta rabia infinita que siento, por no ser yo el que este gozando de la esplendidez de la Dorotea-, – ¡Sufre como yo sufro, y ojalá te mueras y te pudras en el infierno! –

Pero fue mi amigo, y a la vez sentí pena y tristeza por lo que le sucedió, el dolor que estaría sintiendo, la angustia por la falta de aire para respirar, la opresión en el pecho, la sed abrasadora y el delirio final.

Todo esto lo sabía pues había visto esto, en otros mordidos por ese animal. No era así como Paulino tenía que morir, no era así como quería verlo derrotado, no merecía esa muerte atroz.

Tomé la decisión, bajaría a buscarlo, a petición de Dorotea. Era posible encontrarlo vivo o muerto, enredada su canoa en las raíces de la orilla o varada en algún meandro o remanso del río. No perdí la esperanza.

Bajé y busqué durante un buen tiempo, pero no lo encontré. El río baja muy fuerte en algunos tramos y seguramente se lo llevó lejos. Terminé por tanto la búsqueda.

Solo un consuelo me quedaba. Arriba a pocos kilómetros de mi rancho estaba ella, sola y triste, esperando un abrazo solidario, una mano amiga que la consolara y esa mano podía ser la mía.

Y así pasó. Sigo a su lado.

Fin.

Me apellido Álvez es un cuento del escritor Samuel Gutiérrez Ospina © Todos los derechos reservados. Foto que ilustra el cuento: Bajada Vieja con el fondo del Río Paraná, en la Ciudad de Posadas (Misiones), año 1882. Fuente: Archivo General de la Nación.

Sobre Samuel Gutiérrez Ospina

Samuel Gutiérrez Ospina - Escritor

Por jugadas del destino, y en plena violencia política, año 1950, nació en el Puerto de Buencolomaventura, hijo de un manizalita y una armenita.

«¡Qué bueno ha sido ser porteño!»

El obispo Valencia Cano, quiso tener clero nativo y fue uno de los elegidos para ir al seminario. El sueño duro poco. Terminó el bachillerato y fue a Cali, porque quería licenciarse y ser maestro. Otro deseo fallido.

Sus cuatro hijos son profesores universitarios y de colegio de Bachillerato. Lo lograron por él, para cumplir su deseo. Su esposa da clases de manualidades y él trabaja con chicos como promotor de lectura.

Se graduó en el SENA técnico en Relaciones Industriales, y se dedicó a tender puentes con sus semejantes. Se convirtió en vendedor profesional.

Samuel Gutiérrez Ospina siempre ha estado ligado a los libros y la escritura ha sido una permanente compañera de vida. Caminar, mochiliar, montar bicicleta son sus pasatiempos.

Por su esposa, conoció a Historias en Yo Mayor y fue posible así, contar las historias que ya tenía escritas, y escribir otras.

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