Saltar al contenido

Con un ala rota

Con un ala rota. Liana Castello, escritora argentina. Cuentos para adultos.

A través de mi ventana se veía su nido. Parecía que siempre había estado ahí, era parte del paisaje cotidiano. Amaba observar a los pájaros. Iban, venían, se posaban en una rama, en el umbral de mi ventana, levantaban vuelo nuevamente, pero siempre -indefectiblemente- volvían al nido.¿Sería cálido? Me preguntaba. Un pequeño montoncito de ramas ¿era suficiente para abrigarlos? Preguntas tontas que sólo a mi se me ocurría hacer. Ellos bien sabían que un hogar es sólo un hogar por el abrigo que nos brinda quien en él nos espera. No se el tiempo que llevaba observando a ese pájaro.

Me encantaba ver cómo luego de abastecer a su hembra y sus pichones levantaba vuelo y se perdía en el cielo. Volaba en una forma suave, bella, indiscutiblemente natural. Muchas veces pensé en que ese pájaro y yo nos parecíamos. Dos patas él, dos piernas yo, dos alas, dos brazos, un nido, un hogar, su vuelo, mi caminar.

No creo que mi pájaro amigo volase grandes distancias, y menos aún grandes alturas. En eso también se parecía a mi. Mi “vuelo” podría decirse que era corto: el trabajo, algún que otro paseo, una caminata, no mucho más que eso. Aún así, sentía que mis travesías no eran pequeñas, sino infinitas.

Yo no volaba solo, siempre me acompaña o me esperaba Clara, mi esposa. Yo tampoco tenía una gran casa, y si bien mi pequeño departamento no era de ramitas apiladas, en nada se parecía a un palacio. Sin embargo, era para mi el mejor de los lugares, la construcción más imponente que pudiese haber habitado.

Así como mi pájaro amigo sorteaba lluvias y vientos que le eran adversos, yo también atravesaba mis tempestades como podía, algunas veces bien, otras muchas no tanto. Tenía una vida simple, de cabotaje diría, pero era una buena vida. La compañía de Clara la hacía más plena, ella convertía ese pequeño departamento en el más cálido de los hogares, le daba vuelo a mis pequeñas alas que, hasta conocerla, no habían podido despegar.

Así como la naturaleza muchas veces cambia su fisonomía y se torna incomprensible y violenta, mi realidad también cambió y tiñó de gris mi vida. Una mañana se desató una tormenta despiadada. Viento, lluvia, granizo. Esa mañana, bajo el agua que caía impiadosa, Clara se fue. Aún no termino de entender bien.

Y así como la fisonomía de las calles tarda en recobrar su esplendor luego de una gran tormenta, yo todavía no logro recomponerme y ser aquél que fui. Hoy siento que mi pequeño departamento es sólo eso, una pequeña vivienda. Como si estuviese construido de ramas encimadas, siento el frío que penetra bien dentro de mi.

Ya no tengo un hogar, nadie me espera. Miro por la venta y veo el nido en el piso, poco quedó de él. El granizo lo convirtió en un recuerdo de otro tiempo. Busqué con la mirada a mi pájaro amigo, como necesitando su compañía. Creí que también él me había abandonado. Me equivoqué.

Con dificultad y con un ala rota volvió a lo que quedaba de su hogar. Seguro la lluvia o algún trozo de granizo lo habían lastimado. Tenía un alita prácticamente destrozada. Sin embargo y aunque con gran dificultad, no dejó de volar, aún no entiendo cómo lo hacia. Cierto es que ya no era igual su vuelo, se había vuelto más lento y torpe.

Y volví a pensar en cómo nos parecíamos ese pájaro y yo. Mi vida debía continuar. Yo no podía y no quería quedarme varado en el abandono. Y también yo seguí adelante con mi paso torpe y más lento. Como él, yo tenía un ala rota. Una parte importante de mi se había quebrado.

No tenía un daño físico, pero no hacía falta tenerlo para sentirme tullido, rengo, manco o sin un ala. La plenitud de cada uno de nosotros, o por lo menos la mía, era compartir la vida con alguien. Suena paradójico que sólo compartiendo todo uno se sienta más entero, pero así es.

La vida no se detiene por una gran tormenta. Aunque el viento y el granizo hagan añicos el paisaje, desdibujen nuestro presente y vuelvan dudoso nuestro futuro, hay que seguir volando.

Y seguimos los dos, mi pájaro y yo sobrevolando la vida y el cielo. Tal vez, todo sea cuestión de tiempo, se curen nuestras alas y podamos algún día levantar vuelo sobre cielos sin nubes.

Después de todo, el sol, siempre vuelve a salir.

Fin

5/5 - (1 voto)

Por favor, ¡Comparte!



Por favor, deja algunos comentarios

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Recibe nuevo contenido en tu E-mail

Ingrese su dirección de correo electrónico para recibir nuestro nuevo contenido en su casilla de e-mail.



Descubre más desde EnCuentos

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo