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Toño y Pachamama. «Tengo esperanzas, si me cuidas y enseñas a tus amigos a amarme como yo los amo, viviré»

Por Ana Delia Mejía. Cuentos sobre el cuidado de los recursos naturales.

Toño y Pachamama es un cuento corto para niños, muy educativo en cuanto al cuidado de los recursos ambientales, con sencillas explicaciones sobre por qué debemos hacer las acciones más comunes y cotidianas que nos tocan a cada uno de nosotros. Es una historia escrita por la premiada escritora y educadora peruana Ana Delia Mejía. Cuento sobre el cuidado y el amor a la tierra, a la naturaleza.

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Toño y Pachamama

Toño terminó de comer su helado y abrió la ventana del bus en que viajaba. Cuando se disponía a lanzar la envoltura a la calle, la voz de su mamá sonó enérgica:

– «¡Nooo!»

– «¿Qué pasa, ma?» -preguntó Toño extrañado.

– «¿Qué es lo que pretendes hacer, hijo?».

– «Voy a botar la envoltura del helado porque ya acabé de comerlo».

– «¿En la calle? Toño, ¿cuándo nos has visto a tu padre o a mí botar basura en la calle?».

– «A ustedes nunca, pero a otros adultos sí y a cada rato. Y no solo botan basura, también escupen».

– «Que lo hagan muchos no quiere decir que esté bien. Cuando termines de comer y te encuentres en la calle, debes guardar las envolturas hasta que halles un tacho o llegues a la casa».

– «Ay, mamá, qué fastidio estar con la envoltura en el bolsillo».

– «Sé que no es muy cómodo, pero ensuciar las calles es peor».

Y así era siempre: “Toño, cierra el caño mientras te cepillas”, “Toño, cierra la ducha mientras te jabonas”; “Toño, nada de jugar carnavales, el agua no está para desperdiciarse”; “Toño, apaga la luz si no estás utilizándola”, etc, etc, etc…

Toño no entendía por qué sus papás estaban tan obsesionados por no ensuciar las calles, ahorrar la electricidad, reutilizar cosas como botellas de vidrio y papel de regalo, y, sobre todo, cuidar el agua… ¡Si había tanta! ¡Todos los mares, ríos y lagos del mundo estaban llenos de ella!

Era imposible siquiera pensar que se acabaría un día. Así que cuando sus papás no estaban, nuestro amigo Toño tenía encendidos al mismo tiempo la computadora, el televisor y todos los focos de la casa; no se preocupaba por cerrar el caño ni la ducha mientras se aseaba y, en fin, hacía aquello que sus papás le pedían que no hiciese.

Incluso jugaba carnavales con sus amigos del barrio en febrero. Precisamente una noche de verano en la que se había ido a la cama enojado con sus padres porque se negaron a comprarle una bolsa de globos de aquellos que se llenan de agua y se hacen explotar en el cuerpo de la gente, Toño tuvo un sueño… O tal vez no fue un sueño…

Abrió los ojos y, parada al pie de su cama, vio a una mujer mayor, diríase que de la edad de su abuelita, muy hermosa; su piel tenía el color de la tierra mojada, su cabello y ojos eran muy negros y estos últimos relucían como dos estrellas. Estaba cubierta por un gran manto verde que parecía hecho de hojas y pasto.

El miedo lo sobrecogió al inicio, pero al percatarse de la expresión tristísima con que la mujer lo miraba, la compasión lo invadió y preguntó:

– «¿Quién es usted?»

– «Soy Pachamama, querido hijo».

– «¿¿Hijo??».

– «Sí, eres mi hijo, yo soy la madre de toda la humanidad. Soy la Madre Tierra. Soy los árboles, los lagos, los mares, los ríos, los desiertos, los animales, las flores y las montañas».

– «¿Por qué está triste?».

– «Porque muchos de mis hijos me maltratan, no me quieren ni me cuidan. Mira.» –y le mostró a Toño sus brazos llenos de moretones y cortes. Tenía, además, en la cara, varias rasgaduras.

– «¿Quién le hizo todo eso?» -interrogó Toño muy indignado.

– «Ustedes. ¿Ves esta herida de aquí?» -preguntó mientras mostraba su hombro desgarrado- «Un grupo de mis hijos buscan oro debajo de una laguna en la Sierra y para hacerlo la están destruyendo, es decir, me están destruyendo. Cada día de excavación esta herida se hace más profunda. Las lesiones más grandes que tengo me las ocasionan los que como ellos destruyen árboles, lagos y asesinan animales por ganar dinero».

– «También tengo heridas por dentro. Mis pulmones están llenos del humo que despiden las industrias y los automóviles de otros hijos míos. Poco a poco estoy muriendo».

Toño empezó a llorar. Aunque era la primera vez que veía a la mujer, sentía que la conocía de toda la vida y que la quería. Por eso su sufrimiento le causó dolor.

– «¿Puedo hacer algo para que no mueras?».

– «Sí, puedes dejar de lastimarme tú también».

– «¿Yoooo?, pero… ¿Cómo?» -preguntó Toño sin lograr reprimir su asombro.

– «Estos pequeños cortes en mi cuerpo me las ocasionan los que como tú me maltratan con detalles que parecen insignificantes como malgastar el agua, abusar de la energía eléctrica, ensuciar las calles y producir mucha basura».

– «¡Oh, Pachamama! Sí sé que es malo ensuciar, pero lo de la luz y el agua no lo entiendo bien. Dime, ¿te maltrato encendiendo muchos aparatos eléctricos?».

– «Querido hijo, para producir energía eléctrica se tiene que utilizar sustancias contaminantes. Es por eso que debes usar solo la necesaria. Si estás viendo televisión, apaga los demás aparatos y siempre desconéctalos. Si nadie está en la sala o en la cocina, apaga las luces de ahí».

– «¿Y el agua? ¿Por qué debo cuidarla si hay mucha?».

– «Te equivocas. No podemos consumir agua de mar por la gran cantidad de sal que tiene, solo agua dulce (de ríos y lagos) y esta es muy escasa. Hay pueblos enteros que mueren de sed mientras tú la desperdicias. Como no eres el único, pronto se acabará en todo el mundo».

– «Lo siento, madre, te prometo que no lo haré más».

– «Eso espero. Me hace muy feliz cuando percibo el amor de mis adorados hijos. Pachamama sonrió y su sonrisa era bellísima».

– «Observa esto» -dijo mientras mostraba un pequeño corte en la palma de su mano.

Toño pudo ver como, casi mágicamente, el corte cerraba y la mano quedaba curada.

– «Esta herida ha cerrado gracias a una niña que acaba de sembrar un árbol. Tus papás también me han curado muchas. Sé que les gusta reciclar, por ejemplo».

– «Sí, ellos no botan casi nada. Una botella vacía la convierten en un adorno. Mis portalápices los hacen con latas usadas, con la ropa vieja hacen títeres, etc. Antes me molestaba que no me compraran tantas cosas nuevas, pero ahora que sé que eso te alivia…».

– «Me conforta y me hace feliz. Si todos mis hijos hicieran lo mismo yo estaría sana y sin magulladuras».

– «¡Entonces no vas a morir!»

– «Todavía tengo esperanzas. Si me cuidas y enseñas a tus amigos a amarme como yo los amo, viviré».

– «¡Lo haré, te lo prometo!».

– «Gracias, hijo mío» -sonrió Pachamama, y luego besó a Toño en la frente.

Este cerró los ojos para recibir el beso y cuando los abrió nuevamente ya ella no estaba.

Toño volvió a dormirse, pero nunca olvidó a Pachamama ni la promesa que le hizo. Desde entonces se esfuerza por cuidarla y protegerla.

Fin.

Toño y Pachamama es un cuento de la escritora Ana Delia Mejía Quiroga © Todos los derechos reservados.

Sobre Ana Delia Mejía

Ana Delia Mejía - Escritora

Ana Delia Mejía Quiroga es docente de profesión. Capacitadora de docentes, coordinadora de proyectos y editora de material pedagógico relacionado al Plan Lector. Actualmente, cursa estudios de maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos UNMSM.

«Soy peruana, maestra, feminista y escritora (en ese orden se dieron las cosas) . He publicado dos libros dirigidos al público infantil. Asimismo, hace cuatro años que preparo uno de narrativa breve».

Libros de Ana Delia

  • El juguete que faltaba – Zumbaylli Fatima Valera Editora, 2017 – Con ilustraciones de Copa del árbol.
Libro El juguete que faltaba - Ana Delia Mejía

«Lo que espero de mis lectores pequeños es sencillo: que disfruten la historia, que saboreen las rimas y que se identifiquen con Santiago (un niño juguetón, sin más). En cambio, en los lectores adultos busco generar reflexión sobre la importancia del juego libre (ese que no se contamina de prejuicios ni estereotipos) para el aprendizaje y el desarrollo de la imaginación de niños y niñas.»

Ana Delia Mejía
  • Valeria y los dinosauarios – Editorial Norma 2021.

Valeria es una niña que adora jugar con sus dinosaurios. Tiene varios y le gusta organizar competencias entre ellos.
Sin embargo, sus padres no están muy contentos, porque ha descuidado otras labores por jugar con ellos: “No te bañas, no te peinas, no haces deporte y dejas tu comida a la mitad”, le reclaman. Para que cambie de actitud, los padres de Valeria deciden confiscarle los juguetes. Para recuperarlos, ella pondrá en marcha un plan de siete días.

Otro cuento sobre la Madre Tierra

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