Por Francisco Javier Arias Burgos. Cuentos sobre la gratitud en la vida.
En el bullicio urbano, el narrador se encuentra con Luis Alfonso, un antiguo estudiante cuyos recuerdos se desdibujan. A medida que desentraña su pasado, el lector es guiado por una historia de pérdida, amor filial y la complejidad de la memoria. Con maestría, Javier Arias, su autor, revela capas de emociones entrelazadas en cada palabra. Ahora, ingeniero civil y futbolista, este exalumno esconde un secreto que despierta la reflexión sobre la enseñanza y el impacto inesperado de su maestro del kinder. Una conmovedora narrativa que invita a compartir y comentar esta experiencia única.
Recuerdos
Muchos años después me lo encontré por casualidad en el centro de la ciudad. Luis Alfonso era ya un hombre hecho y derecho, como se dice. Algunas canas asomaban en su cabello, abundante aún, como cuando fue uno de mis primeros estudiantes en ese inolvidable kínder. Debo admitir que me costó un poco de dificultad reconocerlo, dado el largo tiempo que había transcurrido.
- Profesor, -me dijo-. ¿Se acuerda de mí?
Lo miré de arriba abajo tratando de identificar su rostro entre los miles de caras que habían pasado por las aulas en las que compartí ratos inolvidables con tantos alumnos. Tuve que pedirle que me recordara de quién se trataba.
- Me llamo Luis Alfonso Álvarez.
El nombre no me sonó. Qué pena admitirlo, pero es que a mi edad la memoria no era precisamente mi mayor fortaleza. ¡Cuántos Luis Alfonsos habrían pasado por las aulas en las que enseñé en cuarenta y dos años!
Me invitó entonces a comernos un helado o a tomarnos un café. Me aseguró que después de charlar por algunos minutos lo recordaría sin duda alguna. Me agradó su optimismo, le creí.
- Usted tuvo mucha paciencia conmigo -fue su primera frase cuando nos sentamos en la cafetería a degustar un rico helado de fresa.
Con eso no me decía nada, porque fui muy paciente con todos mis alumnos. Era mi principal cualidad como maestro. Yo seguía esperando más pistas.
- Y me gustaba mucho el fútbol, como a usted -siguió diciendo.
¿Y a quién no le gustaba el fútbol? Tampoco fue la pista que esperaba. En los descansos jugábamos unos partidos llenos de alegría y de entusiasmo que nos relajaban y nos dejaban cansados, pero plenos de satisfacción. Si me hubiera dicho que le gustaba el tenis o el béisbol tal vez lo hubiera recordado, sin duda.
Yo seguía un poco intrigado por saber quién era, y él seguía algo decepcionando porque yo no lo recordara. Lo veía en su cara.
Como por aliviar un poco la tensión le pregunté qué había sido de su vida. Me contó que se había graduado como ingeniero civil, que tenía dos hijos y que había logrado hacer realidad su sueño de ser futbolista profesional como portero de un equipo de la ciudad, que había viajado mucho y que hablaba tres idiomas. Todo eso me pareció fabuloso, pero no lograba recordarlo. Así se lo manifesté.
- Entonces le voy a decir por qué va a recordarme -dijo sonriendo.
- Cuando usted empezó a enseñarnos a leer y a escribir yo era el primero que aprendía las letras y las palabras que formaba con ellas. Usted nos leía cuentos en clase y yo después los leía en la casa, porque mis padres tenían una buena biblioteca. Y también escribía cuentos y cartas sencillos y se los leía a mis papás, que se reían mucho de ellos.
Hasta ahí la conversación me parecía normal. Pero decirme que era el primero que aprendía lo que les enseñaba no me convencía del todo. En ese curso había alumnos muy inteligentes, tanto o más que él.
- Y un día que no quisiera recordar -continuó-, a mi papá le dio un infarto que lo mató de inmediato. Falté a clase una semana, no quería volver. Mi padre era todo para mí. Fue mi madre la que me hizo regresar al kínder.
Cuando me lo contó creí recordar algo de eso, pero no del todo. No como sucedió. Esperé a que siguiera con su relato.
- Y entonces empecé a olvidar, o a pretender olvidar, lo que había aprendido de usted. No reconocía ni las vocales ni las consonantes, había olvidado leer, nada me atraía del kínder.
En ese momento me acordé de un niño que regresó a esa clase sin volver a conversar con nadie.
- ¿Eres Juan Alberto, el niño al que se le murió la mamá? -le pregunté.
- No, profesor, no soy ese.
Yo seguía tan intrigado como al comienzo de nuestra charla. Por más esfuerzos que hiciera no lograba recordarlo y ya estaba empezando a sentirme avergonzado de la situación.
- ¿Usted se acuerda del niño que siempre le quitaba sus descansos y lo hacía quedarse hasta una hora más tarde porque no reconocía las vocales ni las consonantes a pesar de repetírselas todos los días? -me preguntó sonriente.
Claro que lo recordaba. Luis Alfonso me hacía dudar de mis cualidades como maestro. Tanto insistir y repetir y él decía que no sabía nada. Eso no podría olvidarlo ningún profesor que se respete.
- No era porque fuera usted un mal profesor, sino porque yo quería sentir que mi papá todavía estaba conmigo. Simplemente deseaba sentirlo a mi lado, así que yo fingía no saber ni las vocales ni las consonantes, ni nada. Cuando papá murió, usted llenó el vacío que él dejó en mí. Eso no voy a olvidarlo nunca. Le ofrezco disculpas si por esa actitud mía usted se sintió mal, profesor.
No supe qué decirle. Luis Alfonso terminó su helado, se paró de la mesa y me dio un abrazo al que correspondí diciéndole que sí lo recordaba. Todo volvió a mi memoria como si el tiempo no hubiera pasado. Gratitud, lo llaman.
Fin.
Recuerdos es un cuento del escritor Francisco Javier Arias Burgos © Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial sin el consentimiento expreso de su autor.
Sobre Francisco Javier Arias Burgos
Francisco Javier Arias Burgos nació el 18 de junio de 1948 y vive en Medellín, cerca al parque del barrio Robledo, comuna siete. Es educador jubilado desde 2013 y le atrae escribir relatos sobre diversos temas.
“Desde que aprendí a leer me enamoré de la compañía de los libros. Me dediqué a escribir después de pensarlo mucho, por el respeto y admiración que les tengo a los escritores y al idioma. Las historias infantiles que he escrito son inspiradas por mi sobrina nieta Raquel, una estrella que espero nos alumbre por muchos años, aunque yo no alcance a verla por mucho tiempo más”.
Francisco ha participado en algunos concursos: “Echame un cuento”, del periódico Q’hubo, Medellín en 100 palabras, Alcaldía de Itagüí, EPM. Ha obtenido dos menciones de honor y un tercer puesto, “pero no ha sido mi culpa, ya que solo busco participar por el gusto de hacerlo”.
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