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Viaje de Buenaventura a Puerto España-Chocó, en barco. Salieron de madrugada del Puerto viajando en un barco remolcador…

Por Samuel Gutiérrez Ospina. Historias de Buenaventura.

Descubre el relato fascinante de Samuel Gutiérrez Ospina en «Viaje de Buenaventura a Puerto España-Chocó, en barco«. En el año 1961, estudiantes del Seminario de Yarumal se aventuran hacia Puerto España, un pintoresco poblado de cholos e indígenas emberás. El viaje, narrado con detalle y riqueza, se inicia en un barco remolcador que transporta troncos de mangle desde Buenaventura. La travesía desencadena mareos y situaciones cómicas, mientras el autor explora la importancia del mangle para la región y otras mercancías de esta región. Acompaña a los misioneros en su odisea por el impredecible Pacífico, donde la valentía de un indígena desafía las turbulentas aguas. ¡Embárcate en esta crónica única llena de experiencias y sorpresas!

Viaje de Buenaventura a Puerto España-Chocó, en barco

Año 1961. En época de vacaciones finales los estudiantes del Seminario de Yarumal, los seminaristas del Puerto, se iban con el obispo Valencia Cano y unas jóvenes del UFEMI, (Unión Femenina Misionera), a los diferentes frentes de misiones, que el Vicariato tenía a lo largo de su jurisdicción, en toda la costa pacífica del Valle del Cauca.

Esta vez viajaron unos cuantos, a Puerto España, un poblado de cholos (indígenas emberás) y de negros, estos últimos empleados del aserrío, donde faenaban la madera extraída de los bosques lacustres que circundan la desembocadura del río San Juan, el cual nace en Antioquia, transcurre por los departamentos del Risaralda, y Chocó, donde viven Emberás y Wuaunanas, y desemboca al Pacífico en tierras vallecaucanas.

Viaje de Buenaventura a Puerto España-Chocó en barco - Cuento
Foto ilustrativa (Fuente: Historia y Arqueología Marítima)

Salieron de madrugada del Puerto viajando en un barco remolcador, que arrastraba en esa época las trozas del árbol del Mangle, para la ya desaparecida Industrias del Mangle en Buenaventura.

El mangle es un árbol que crece entre tres a cuatro metros y alcanzando algunos hasta quince metros de altura, nace en zonas fangosas, inundadas de agua de mar en las costas. Entre las muchas variedades, está el Mangle rojo (Rhizofora mangle), que se usa para diversas cosas.

Debido a que no se pudre en el agua, se hacen canoas, se construyen casas y muebles. Pero por su extrema dureza, es poco utilizado en estos menesteres. Dado su alto nivel de impermeabilidad (inmune a la humedad) y dureza, se utiliza en lo que es llamado «pilotiar» que consiste en enterrar, clavar, varios pilotes de él, en tierra fangosa, para luego echarle encima materiales de relleno y construir así, calles, viviendas y hasta edificios. Así es como ha crecido la isla de Buenaventura. Tierra arrancada al mar utilizando este maravilloso árbol.

Otro producto que le extraía la Industria era el Tanino, colorante natural para el curtido y teñido de cueros y otros tejidos. Se utiliza también por los habitantes del entorno, para producir por quema, carbón natural para sus fogones, así como algunos remedios caseros o medicina natural, para inflamaciones, hemorragias, y diarreas.

El mangle, por los «hijos» que nacen de sus ramas, y bajando estas lianas hasta encontrar el barro, se hunden en él, generando más raíces, y así al tener muchas y muy intrincadas, sirven de barrera natural contra la erosión de las costas bajas, producida por la fuerza del oleaje, además resisten los huracanes, y como si fuera poco son hogar y nacedero de muchas especies marinas, como los cangrejos, camarones, la piangua (molusco bivalvo) y muchos peces.

La piangua la extraen del barro cuando baja la marea, las mujeres de por ahí, hundiendo manos y pies en ese pantano, -donde hay víboras y peces con púa en sus lomos, que pueden atravesar las suelas de sus botas, para llenar un tarro, que venden, obteniendo por ello bajas ganancias, mientras quien se las compra, la vende a dueños de restaurantes de cocina marina, obteniendo ambos altos precios, por este magnífico y sabroso alimento.

Decía, que salieron temprano, acomodándose a bordo, en los pocos camarotes prestados por la tripulación, y en la cubierta para disfrutar del paisaje y del viaje. Esto último fue una esperanza fallida, pues estando aún en zona de la bahía, empezó el fuerte oleaje característico del Pacífico, que de pacífico no tiene nada. Y eso que viajaban “costaniando”, o sea, paralelos a ella, aunque bastante lejos.

Ese barco subía y bajaba en esas simas en forma de U, que forman las olas, donde la quilla del barco, sale del agua, se la alcanza a ver, y al caer de la cresta de la ola, se sumerge hasta donde está el nombre de la embarcación, y el agua, entra por la proa, barriendo la cubierta, desaguando por las troneras a los lados y por la popa, y además algunas olas entran al barco por el lado izquierdo o babor, si la marea está subiendo, como pasó en este viaje, y saliendo por estribor o derecho, o sea, lo atraviesan de lado a lado.

La nave sale, emerge de estas trampas a fuerza de motor. El bamboleo es tremendo, de para arriba y para abajo, y hacia los lados. El mareo aparece entre los viajeros bisoños o poco acostumbrados a viajes largos. Este duró seis horas.

Uno de los chicos, había bajado a los camarotes a echarse un sueñito. Iluso él. Cuando empezó el tremendo bamboleo y le sobrevino el mareo, subió las escaleritas y golpeó en la tapa de la escotilla, con la mala suerte, de que alguno de sus compañeros se había sentado precisamente allí. El ruido del mar y de la máquina -motor del barco-, casi no dejaba escuchar el sonido de los puños del mareado.

Ya casi a punto de trasbocar, le dio una patada a la tapa y por fin, el allí sentado se paró y la levantó. El chico surgió como una tromba, desesperado por no vomitar en el dormitorio, corrió hacia el lado derecho de la borda (estribor), se agarró de uno de los tubos que soportaban el techo, y soltó lo que llevaba en el estómago, pero el traicionero mar, en ese momento, metió una fuerte ola, por el lado opuesto (babor), que lo arropó por la espalda, lavándolo, emparamándolo y empujándolo hacia el agua embravecida y si no es por el tubo donde se agarró, allá hubiera ido a parar y no estuviera contando el cuento.

El chico salvado de las aguas, no sabía cómo quitarse ese maldito mareo: ya se ponía hojas de periódico bajo la camisa (remedio de mamá), se acostaba cerca a la máquina-motor, esperanzado que el ruido de él y el olor de la gasolina le ayudaran, ya se paseaba por la cubierta siempre agarrado de alguna parte, pero nada, seguía mareado y vomitando hasta la hiel. Salvo el capitán y sus tripulantes, los otros viajantes en las mismas, mareados y trasbocando. Menos uno. El indígena.

El barco llevaba amarrado a su popa por un fuerte lazo, la embarcación de un indígena, el cual cuasi desnudo, solo lo cubría su taparrabo, impertérrito al oleaje y al bamboleo, se sostenía firme y de pie agarrado al mástil, con la vela arreada de su pequeña embarcación, la cual navegaba en la estela del barco que lo remolcaba. Admiraron su tranquilidad y valentía.

Por fin el tormento se acabó, lo sufrieron seis horas, pero llegaron sanos y salvos, dieron gracias a Dios, cumplieron con su labor de misioneros, durante unos dos o tres días, y conocieron el mítico río San Juan.

Pero ni Dios les pudo evitar, el tener que devolverse por el mismo “camino”, en el mismo barco y padeciendo el enfurecido mar Pacifico otra vez. Por allá no había periódicos para meterse entre la camisa, ni quien les vendiera o regalara un Mareol. Todo por amor a él.

Fin.

«Viaje de Buenaventura a Puerto España-Chocó, en barco» es un cuento del escritor Samuel Gutiérrez Ospina © Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial sin el consentimiento expreso de su autor. Parte de las Historias en Yo Mayor.

Sobre Samuel Gutiérrez Ospina

Samuel Gutiérrez Ospina - Escritor

Por jugadas del destino, y en plena violencia política, año 1950, nació en el Puerto de Buenaventura, hijo de un manizalita y una armenita.

«¡Qué bueno ha sido ser porteño!»

El obispo Valencia Cano, quiso tener clero nativo y fue uno de los elegidos para ir al seminario. El sueño duro poco. Terminó el bachillerato y fue a Cali, porque quería licenciarse y ser maestro. Otro deseo fallido.

Sus cuatro hijos son profesores universitarios y de colegio de Bachillerato. Lo lograron por él, para cumplir su deseo. Su esposa da clases de manualidades y él trabaja con chicos como promotor de lectura.

Se graduó en el SENA técnico en Relaciones Industriales, y se dedicó a tender puentes con sus semejantes. Se convirtió en vendedor profesional.

Samuel Gutiérrez Ospina siempre ha estado ligado a los libros y la escritura ha sido una permanente compañera de vida. Caminar, mochiliar, montar bicicleta son sus pasatiempos.

Por su esposa, conoció a Historias en Yo Mayor y fue posible así, contar las historias que ya tenía escritas, y escribir otras.

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