Por José Jair Nieto González. Cuentos sobre la lealtad para adolescentes cortos.
"El Oasis" del escritor Jair Nieto es un cautivador relato que se desenvuelve en el vasto y misterioso desierto del Jaraba. La historia se teje alrededor de la princesa Silsifrania, quien, en un momento de inusual calma en el vivac, siente que algo está a punto de cambiar drásticamente. El lector será testigo de la tensión que se apodera del oasis cuando una tormenta de arena se desata, amenazando la vida de todos los presentes.
En medio de la desesperación y la incertidumbre, el príncipe Mohamed y sus fieles seguidores enfrentarán una situación límite, tomando decisiones difíciles para sobrevivir en el implacable desierto. Sin embargo, una voz inesperada y un acto sorprendente cambiarán el destino de todos y revelarán una profunda conexión entre los personajes.
"El Oasis" es una historia que explora la lealtad, el sacrificio y la fuerza del espíritu humano en circunstancias extremas. Este relato te llevará a reflexionar sobre la vida, la muerte y los inesperados giros del destino. ¿Qué secretos oculta el desierto del Jaraba? Descúbrelo en los párrafos de este emocionante cuento y comparte tus impresiones con otros lectores.
El oasis
El vivac estaba tranquilo. Se oían ruidos, cantos de pájaros y en general todo era parte de la actividad normal. Los camellos se movían inquietos porque esperaban su comida o el agua; el siervo encargado de ellos -Ibrahim-, los trataba con cariño, pues era afecto a los animales.
La princesa Silsifrania estaba nerviosa, su señor había salido de excursión -cacería-, en busca de comida y leña para el fuego; cualquier cosa que ardiera, para lo cual se utilizaba hasta la bosta de los camellos y además se vigilaba que no hubiera tuaregs, nómadas, o cualquier renegado de las diversas tribus del desierto queriendo hacer daño.
La princesa se había quitado el burka, pues estaba sola con su hijo, ya que sus criadas estaban cada una en sus labores y se iniciaba el mes del Ramadán. Por lo tanto, ella tendió su tapete y con el rostro mirando a la Meca, inició su oración a Ala el verdadero Dios y a Mahoma su profeta. Pedía por su señor, su hijo y sus criados, al igual que por todos los creyentes o fieles que habitaban el inmenso desierto del Jaraba.
De pronto escucho que su siervo la llamaba y al salir a encontrarse con Ibrahim, ya tenía puesta el burka, pues ella como mujer fiel y esposa de un jeque, no mostraba su rostro y aparte de eso, llevaba bien organizada su chilaba.
Al verla el siervo saludo:
- Aselam Aleykum, princesa Sissy.
- Aselam Aleykum -saludo ella.
En seguida le dijo:
- ¿Qué deseas Ibrahim?
- Quiero que salga a mirar el oasis, princesa. Tengo un mal pálpito y deseo su opinión, amada señora.
- Este silencio, -continuo él- es sobrecogedor y el viento que viene de levante es muy fuerte, no hay ruido -este de un momento a otro había cesado-, los animales están nerviosos, pues tienen una gran apreciación, es como si oyeran gritar este silencio.
La princesa enseguida ordenó:
- Llama a todos los criados y siervos. Que recojan agua y dátiles, para los camellos. Pónganse todos a cubierto, y vamos a hacer oración a Ala, nuestro Dios. El viento está creciendo y trae terror consigo.
El criado obedeció, los hizo echar y tapó los camellos. Eran apenas las dos de la tarde, pero se estaba oscureciendo y debía hacerles creer que llegaba la noche, para que estuvieran tranquilos.
Ya reunidos todos, puestos a cubierto y en oración, se dedicaron a esperar que pasara el viento, o el simún, -como ellos creían que era-, que, este no les causara daños y pedían también que su señor hallará cobijo en unas dunas y estuviera bien.
Sus temores se confirmaron, el viento aumento y con el empezó a levantarse la tormenta de arena. Silbaba potente causando terror entre hombres y bestias; era lo peor que se podía esperar en el Jaraba.
Entre tanto el príncipe Mohamed encontró una duna alta y se refugió tras ella, haciendo arrodillar a los camellos y los cubrió con gruesas capas, igual que a su gente y a él mismo. Esperaban así que el simún pasara y lograban salvar sus vidas.
Por fin la tormenta de arena amainó, todo estaba cubierto de una gruesa lamina de arena caliente. Al despertar a los camellos, Ibrahim los hallo bien y de nuevo fue aclarando el día. El último lampo de sol se empezaba a ocultar, tiñendo el horizonte de un color sepia-anaranjado. Era este el llamado sol de los venados que desaparecía en la tarde.
Todos en el oasis estaban bien, pero nada sabían del príncipe y señor.
Mientras tanto este, logró quitarse la inmensa capa de arena caliente que los había sepultado vivos, y al ir destapando fue encontrando a los hombres acostumbrados a los avatares del desierto y sus curtidas pieles en el continuo trasegar. Los animales al destaparlos los encontró bien, pero su sed era abrazadora, la cantidad de arena encima los había deshidratado y el agua que tenían era escasa.
El príncipe pensó en racionarla, pero a ver el estado de su gente y los animales, comprendió la realidad. Salir hacia el oasis -donde lo esperaba su esposa-, era una locura. Nadie puede ir por el desierto sin agua. En esas condiciones eso equivalía a llamar la muerte y sentarse a esperarla, así que les habló:
- En las condiciones en que estamos no llegaremos. Nos toca sacrificar un camello; la poca agua que tenemos, la juntaremos con la que tenga en su estómago y debemos beberla así esté podrida, y además llevar su sangre para beber en el camino. Traigan el animal más viejo, será el sacrificado…
Osmin, un criado, le imploró:
- Señor, señor, ese es el mío, lleva años conmigo y me dolería verlo morir.
- Te entiendo Osmin, aprecio tu amor por él. Es el mismo que sentimos todos por ellos, pero nuestra vida está primero -les dijo a todos.
- Lo entiendo y acato sus órdenes señor -dijo Osmin, con la tristeza pintada en su rostro moreno y tostado por el sol implacable de todos los días.
Trajeron al animal, que, presintiendo su muerte, se resistía a obedecer. Lograron echarlo de costado y cuando un criado levantó la cimitarra, para hundirla en el vientre, se oyó una potente voz que gritó:
- Aselam Aleykum, por Ala, ¡no lo hagan!
Todos voltearon a mirar, reconociendo la voz de Ibrahim. Este agachó su rostro en señal de respeto al príncipe.
Quién después de contestar el saludo le dijo:
- Fiel siervo. ¿Dejaste sola a la princesa? Eso me preocupa.
- Señor, dijo Ibrahim, tuve que mentirle y que Ala me perdone. Le dije que iba cerca y volvería pronto, pero en realidad hinque mi rodilla en tierra, oré al profeta Mahoma y me dio señales de ir al oráculo de Boltor, recibí sus enseñanzas y los busqué.
- Bien. Te agradezco dijo el príncipe. Y agua, ¿traes o no?
- Muy poca, príncipe. Pero deme la cimitarra, con la que iban a matar al animal.
La tomó en sus manos, oró a Ala y la hundió con fuerza en la dura superficie del desierto. De inmediato se fue abriendo un hueco en la arena y brotó rauda una gran cantidad de agua tibia y negruzca, que levantó con fuerza a Ibrahim con cimitarra y todo.
Todos corrieron con alegría a meterse debajo de ese chorro. Todos menos el Jeque, que siguió con la mirada el elipse que formaba el agua y que depositó a su siervo suavemente en una duna.
El príncipe corrió hacia él y se arrodillo contemplándolo agónico con la cimitarra hundida en su pecho.
- Príncipe -dijo-, la señal del oráculo decía "si vas, la vida reclama la vida", y no supe que era. Ahora lo entiendo, parto feliz de haberte servido con honor.
Dicho esto, y por un extraño sortilegio se levantó un vórtice de arena que alzó a Ibrahim de nuevo y una luz brillaba en medio; ya la noche caía, y eso hacía más intensa la luz, hasta que el remolino se disolvió en una polvareda.
Cuando el príncipe miró al resto de su gente, todos estaban lívidos, mudos de espanto ante lo que acababan de presenciar. De improviso ceso el chorro de agua y el hueco en la arena se fue tapando hasta desaparecer por completo.
El príncipe volvió a hablar y dijo:
- Gracias a Ala y a Mahoma su profeta. Ibrahim resolvió cambiar su vida por la nuestra. Es de noche, debemos partir.
Así lo hicieron y con el agradecimiento pintado en su rostro, era la solidaridad, la hermandad que emanaba de desierto donde todas las cosas son propias, mucho más cuando se trata de proteger la vida.
Fin.
El oasis es un cuento del escritor José Jair Nieto González © Todos los derechos reservados.
Sobre José Jair Nieto González
José Jair Nieto González nació el 15 de marzo de 1947 en Armenia, en el departamento de Quindío en Colombia. Jair estudió en Sevilla y Cali, ambos del departamento de Valle del Cauca.
Es tecnólogo del Sena Colombiano y trabajó 35 años en una empresa privada. Actualmente es pensionado.
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