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Guerrera ⊛ Ese constante trajinar en la casa y en los sembradíos, la fue haciendo una mujer fuerte y aguerrida.

Por Samuel Gutiérrez Ospina. Historias para adolescentes.

En el remoto litoral, entre sombras de arena, floreció una heroína: la Guerrera. Criada entre sembradíos y mares, desafiando el destino impuesto por su madre, halló refugio en los libros, en la lectura que la liberaba del yugo cotidiano. Forjada en la adversidad, se alzó ante la injusticia, desafiando al abandono y la violencia. Con valentía y tesón, enfrentó cada embate de la vida, construyendo un futuro para sus hijos en un mundo hostil. Ahora, su historia de lucha y superación espera ser descubierta, un relato de coraje y amor del escritor colombiano Samuel Gutiérrez Ospina que merece ser compartido. Una historia recomendada para adolescentes, jóvenes y adultos.

Guerrera

Guerrera - Cuento sobre una mujer fuerte y aguerrida

Nació en el mismo solar que yo nací.

El litoral recóndito, la vio nacer. En una de las playas oscuras por su arena, nació esta negra guerrera. El rancho colindaba con otros, formando así el pequeño poblado, con sus callecitas, donde todos se conocían y ayudaban, ya en la siembra, el cuidado de las rozas y los plantíos, las cosechas y las labores de pesca, algo que los hombres de allí, la llevaban a cabo a diario. Las mujeres en la tierra y los hombres en el mar.

Así creció aprendiendo a trabajar cuando aún era una niña, bajo la férrea mano de su madre. Una mujer que no consentía verla por ahí parada contemplando el mar y el vuelo en ve invertida de los cormoranes, a buscar sus nidos en los árboles de la espesura circundante, en las tardecitas pintadas de azul y naranja y rojo, así mismo la clavada como flechas, de los pelicanos cuando se lanzaban en picada desde el aire a la caza del pez que veían desde las alturas. Eso le llenaba el espíritu de paz y ensoñaciones que, su madre interrumpía, para gritarle:

¿Qué hace allí con el hombro contra la puerta?, quítese de ahí que ella no se va a caer y póngase a hacer oficio, a lavar la ropa de su papá y de sus hermanos, o vaya a ver que los animales no se estén metiendo a la roza donde crece el maíz, o mire si los tomates ya están para enredar y si es así temple las cabuyas. Vaya, vaya. Deje la pereza -y así era todos los días y todo el tiempo.

Los misioneros del Vicariato de Buenaventura, cuando pasaban por allí, la fueron inclinando a la lectura, pues además de leerle pequeños trozos de historias y cuentos, y el catecismo ¿cómo no? le dejaban libros con lecturas edificantes que la fueron volviendo lectora. Era para ella un pequeño espacio de paz. Un bálsamo en su triste vida. Esa era otra lucha que tenía con su madre. Solo la quería ver al servicio de los demás.

Para eso son las mujeres -decía la seño-. ¿Qué es eso de estar leyendo o toda elevada ahí cómo una tonta?

Pero ese constante trajinar en la casa y en los sembradíos, la fue haciendo una mujer fuerte y aguerrida. Solo la cantaleta de su mamá la hacía soñar con una libertad posible, donde pudiera ser libre para ir a la escuela, leer y vivir alejada de esa dura madre, que la maltrataba solo a ella, más no a sus otros hijos.

Fue creciendo, fuerte y bonita, y ya empezaban “aquellos” a rondar su esquina. El negro que le atraía, fue el más osado y le pidió cuadre. Su madre entonces, la vigilaba cada vez más de cerca, pero fue más fuerte el amor que las ataduras. Ella le aceptó y cuando al negro le salió trabajo en el muelle del Puerto como estibador, se fue con él.

Pasó la motora que hacía el doble viaje de allá para acá y otra vez para allá. Llegaron con los ahorritos de él, pues ella ¿cómo?, si solo trabajaba para sus hermanos y padres. Se instalaron allí en el Puerto y empezó, creía ella, la vida mejor, en libertad, solo para atender a su marido y así misma.

Creía que había cogido el cielo con las manos. Él, resulto mal marido, tomatrago y mujeriego, maltratador de palabra, pero no de hechos, pues la negra era fornida y brava, su mal genio era de chispa pronta. Era una guerrera, una negra que no aguantaba nada y le paró el macho, al tipo. Para eso era trabajadora e instruida. El negro la abandono, y yo lo sé, -porque fui su vecino-. Ya tenían un hijo. Pero más fuerte se volvió ella.

Cogió su muchacho, y mirando al cielo lloró y maldiciendo al hombre que la abandonó, se fue a trabajar en las minas que decían, estaban funcionando por los lados de la quebrada Bendiciones, entre este corregimiento y Zaragoza, cerca al río Dagua. O también al mazamorreo del oro en batea, agachada casi todo el día a esperar la pinta, el castellanito de oro, que relucía cual sol, en medio de la arenilla, y que le solventaría el día.

Pero como la familia tira, volvía de vez en cuando a su poblado a visitarla, a pesar del largo trayecto que tenía que recorrer en bus y en lancha, de ida y vuelta. Pasaba unos días allí, en compañía de su hijo y volvía a la brega, pero su madre solo era cariñosa con el niño, para ella, solo reclamos, críticas y mala cara. Pero ella insistía en doblegar esa mala actitud de su madre, pero era en vano. Volvía a la ciudad, y de ahí al canalón, triste pero animosa, a luchar por lo suyo.

Las tales minas resultaron de poco rendimiento, además de los desalojos por parte del estado, pues por allí estaba proyectada la doble calzada de la nueva carretera entre El puerto y Cali. Volteo entonces su vista hacía los yacimientos de oro que decían había por los lados de Raposo; estuvo un tiempo por allí, trajinando de nuevo, en el mazamorreo en batea, con algunos buenos resultados, pero las amenazas de grupos ilegales en esa zona, la obligaron a volverse a radicar en el puerto. Se ubicó en los barrios periféricos y buscó trabajo como empleada en oficios caseros. Dada su capacidad de expresión, su buen porte y tenacidad, poco a poco fue logrando su cometido.

Trabajaba por días, donde encontraba casi siempre, malos tratos, tales, como cobrarle el almuerzo que en algunas casas le daban, y si se lo brindaban sin cobrárselo, la sentaban por allá en la cocina; no le pagaban el transporte en los Carpati, -jeeps de transporte público- para ir y venir y le tocaba a veces caminar, de una casa a otra si estaban lejanas, para cumplir con sus compromisos.

Porque la vida aprieta, pero no ahorca, algún día llegó a una casa sencilla donde sus habitantes estaban enseñados al buen trato entre ellos y a los demás. Su integración con esa familia fue como, cuando una perla calza perfectamente en un collar. Se entendieron de la mejor manera, su afecto por ellos iba a la par con el que a ella le prodigaban. Ya era mamá de dos chicos, el último un bebe aún. El negro que la abandonó, escasamente se dignó darle el apellido al chico mayor. Cuando se acuerda de él la sangre se le acelera, frunce el ceño y olvida.

Pero como era una negra valiente, -doña valiente la llaman- con las nuevas recomendaciones que le daba la familia que la acogió a ella y sus dos muchachos, fue creando una red de hogares que atender, armó un itinerario con ellos y siempre estaba ocupada aquí y allá. Desapareció el mal trato de aquellas qué, -porque alguien les trabaja en oficios dignos, que no les gusta a ellas hacer-, las tratan como de inferior categoría. Pero fue ella quien las alejó de su vida, rechazó volver a esa servidumbre en que la querían sumergir.

Fue pasando el tiempo, sus hijos crecían. El mayor por aquello de la adolescencia y los nuevos ambientes que le tocó pasar: la escuela, el colegio, el ejército, el trabajo que le tocó afrontar, no tenía un panorama claro, un derrotero visible para conducir su vida. Pero ella, brindando como siempre su hombro, para apoyar, no a una puerta que no se iba a caer, pero si a su hijo, para que lograra encontrar su camino.

Con el menor y aprovechando la dulzura del chico, lo apoyaba, en todo, ¿Qué quiso tocar instrumentos musicales en la escuela?, perfecto, le agenció un violín. ¿Qué quiere exponer temas con pinturas y figuritas?, allí estaban sus manos prestas, para cortar y pegar; si le pedían en la escuela, participar en bailes folclóricos o disfrazarse, allí estaba su poderosa inventiva, para conseguir lo necesario, y a punta de tijeretazos y costuras, aparecían el disfraz del Hombre Araña, o el del campesino de pantalón y camisa blancos, de sombrero “vueltiao”, pañuelo rabo´egallo rojo al cuello y la “pata pela”. Y el chico respondía bien a esos estímulos. No eran en vano todos los saberes allí puestos.

Pero en la lucha diaria para sostener ese hogar sola, echaba mano de la fuerza de su alma y de su corazón, lleno de amor por sus críos.

En cuanto a su madre, los años de trabajo y de vivir en perenne mal genio, le pasaron factura a ese ser amargo, dañino, y agresivo. Se vino del poblado marino donde vivía, a la ciudad en busca de la ayuda de la hija, de esa hija a la que poco cariño le dió y aún se lo sigue negando, para sentirse apoyada en la enfermedad que la martiriza; y el alma buena de esa guerrera, lo hace y lo seguirá haciendo hasta que la vida dicte su veredicto.

Fin.

Guerrera es un cuento del escritor Samuel Gutiérrez Ospina © Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial sin el consentimiento expreso de su autor. Historias en Yo Mayor. Mayo del 2023.

Sobre Samuel Gutiérrez Ospina

Samuel Gutiérrez Ospina - Escritor

Por jugadas del destino, y en plena violencia política, año 1950, nació en el Puerto de Buenaventura, hijo de un manizalita y una armenita.

«¡Qué bueno ha sido ser porteño!»

El obispo Valencia Cano, quiso tener clero nativo y fue uno de los elegidos para ir al seminario. El sueño duro poco. Terminó el bachillerato y fue a Cali, porque quería licenciarse y ser maestro. Otro deseo fallido.

Sus cuatro hijos son profesores universitarios y de colegio de Bachillerato. Lo lograron por él, para cumplir su deseo. Su esposa da clases de manualidades y él trabaja con chicos como promotor de lectura.

Se graduó en el SENA técnico en Relaciones Industriales, y se dedicó a tender puentes con sus semejantes. Se convirtió en vendedor profesional.

Samuel Gutiérrez Ospina siempre ha estado ligado a los libros y la escritura ha sido una permanente compañera de vida. Caminar, mochiliar, montar bicicleta son sus pasatiempos.

Por su esposa, conoció a Historias en Yo Mayor y fue posible así, contar las historias que ya tenía escritas, y escribir otras.

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