Descubre el cautivador mundo de "El color de la arena" de Elena O’Callghan i Duch, un impresionante cuento que transporta a adolescentes a la vida en el desierto y los desafíos de los campos de refugiados. Acompaña a Abdulá, un joven dibujante, mientras narra su historia marcada por la sequía, la guerra y la esperanza. En un entorno donde cada trazo en la arena es efímero, el deseo de libertad se entrelaza con la llegada de sorpresas inesperadas. ¿Cómo la aparición de papel, lápices y colores cambiará la perspectiva de Abdulá? Disfruta de este relato sencillo pero conmovedor, que resalta la importancia de la perseverancia y el anhelo de un futuro diferente.
El color de la arena
A todos aquellos que sufren en campos de refugiados
Dice mi abuelo que el mundo es muy grande.
Tan grande que si juntara todos nuestros rebaños mil veces aún quedaría espacio para muchos otros rebaños, mil veces como el nuestro. A mí me gusta dibujar los rebaños en la arena.
Todos los camellos y las cabras tienen el mismo color en la arena. Pero yo sé que cada camello es distinto. Que cada cabra es distinta. Al atardecer, cuando encierro las cabras en el corral, sé siempre si falta alguna. Y sé cuál falta. Lo sé por el color de cada animal, y por los dibujos que hay en su piel. Hoy he echado en falta a Nadjama. Tiene una mancha blanca en la frente, en forma de estrella.
En la arena puedo dibujar a Nadjama, pero no puedo pintarle de blanco la estrella. Cuando pierdo a Nadjama en las dunas, vengo desde allí dibujándola en la arena. Cada pocos pasos me paro, me agacho y hago su dibujo con el dedo. Y a su lado, el corral. Si ella ve mis dibujos, los sigue hasta volver al corral. Eso si no se despierta el siroco y se me los lleva.
Mi madre dice que las cabras no miran los dibujos de los niños en la arena. Pero yo sé que Nadjama sabe volver sola porque sigue mis dibujos. Nadjama tiene hambre. El resto del rebaño, también. Lo sé porque come los cartones y el papel que encuentra por ahí. Dice el abuelo que no recuerda una época de sequía como la de ahora.
El abuelo es sabio, porque ha vivido muchos años y sabe muchas cosas. A veces me cuenta historias que casi parecen imposibles de creer. Cuenta que, cuando tenía mi edad, llevaban las caravanas de camellos hasta el mar. Pero eso fue antes de la guerra. Una guerra que, según cuentan los mayores, nos sacó de nuestras tierras y dejó al abuelo cojo para siempre.
El abuelo dice que el mar es azul. Yo nunca lo he visto. Pero lo he dibujado en la arena. Mi mar no es azul. Es del mismo color que las cabras y los camellos: del color de la arena. Dice también el abuelo que el día que yo vea el mar, podré pintarlo de azul, y que ese día seremos libres. Yo no sé cuándo veré el mar. Pero me gustaría pintarlo de azul.
Tampoco tengo lápices de colores. Antes, había una caja en la escuela. Pero poco a poco los lápices se fueron haciendo chiquitos, hasta que no podíamos cogerlos con nuestros dedos. No teníamos lápices, pero aun quedaba papel y yo hacía los dibujos con ceniza. La cogía del brasero, sin que mi madre se diera cuenta. Después de tomar el té, cuando ella recogía los cacharros, yo me acercaba y me llenaba los bolsillos de ceniza aún caliente. Alguna vez, hasta llegué a quemarme.
Poco después, se acabó también el papel y entonces dejé ya de recoger ceniza para pintar. Maima, la maestra, era la única que tenía un lápiz. Era un lápiz extraño, muy grueso y de color blanco. Lo llamaba tiza. Ella dibujaba con la tiza una letra en la tablilla de madera y nosotros la teníamos que copiar en el suelo con un palito. Si no teníamos palitos, lo hacíamos con el dedo. Decía la maestra que si nos gustaba dibujar, también nos gustaría escribir.
— Los dibujos significan cosas. Y las palabras también.
Pronto aprendí a escribir. Mis primeras letras se las llevó el viento... Ese día, había tardado mucho en dibujar mi nombre. Con mucho cuidado, había trazado con el dedo mi nombre en la arena. ¡Estaba escribiendo! Quería que mi padre, mi madre, mi abuelo y mis hermanos y mis hermanas vinieran a ver mi primera palabra escrita. Después de clase, corrí alborozado a la jaima:
— ¡Mamá, papá, abuelo! ¡Ya sé escribir, ya sé escribir! Venid todos... ¡Mirad!
Y cuando llegaron, el viento se había llevado mis letras. Mis primeras letras, mi primera palabra... «Abdulá», que es como me llamo. Allí donde antes estaba mi nombre, sólo quedaban pequeños montículos de arena, uniformes, perfectos. Ni rastro de mis letras. Me eché a llorar.
— ¡El viento es un ladrón!
Ese día comprendí un poco al abuelo, cuando siempre me decía que en el desierto todo es efímero, fugaz.
— Hasta las estrellas, hijo mío. —yo miraba al abuelo sin entender nada.
— Hoy hay sequía, y lloramos por querer lluvia. Mañana vendrá la lluvia y lloraremos por las plagas de langostas, que arrasan todas las cosechas a su paso. Y a mí me parecía que ese «mañana» nunca llegaba.
Yo he visto llover tres veces. Casi no me acuerdo. Era muy pequeño la última vez que llovió. Acostumbrado a las tormentas de arena, recuerdo que el agua me molestaba.
— Papá, ¿has visto alguna vez una plaga de langostas?
— Sí, hijo, es cuasi peor que la sequía. Cuando el viento es favorable avanzan doscientos kilómetros cada día.
— Y se llueve, ¿llegarán hasta aquí las langostas?
— No creo, hijo. Aquí no hay nada que arrasar, ni nada que comer. En este árido desierto, no crece apenas nada. Vi plagas de langosta cuando estábamos en nuestras tierras.
Ahora, según el abuelo, estamos en tiempo de sequía. Hace años que no llueve. Ni por aquí, ni donde pastorea mi padre con los camellos. Papá pasa mucho tiempo fuera de casa, se va con otros hombres del campamento y sus rebaños y tarda meses en volver.
Dice el abuelo que se nos mueren muchos camellos porque no hay agua. Tienen que ir a pastar muy lejos. Tan lejos, que mueren de sed y de hambre por el camino. Yo no quiero que mi rebaño se muera.
Esta mañana he hecho otro de mis dibujos. Mi rebaño. Las cabras y los camellos, rodeados de cactus, de palmeras, de áloes, de acacias... Hasta he dibujado un baobab en el centro.
— Eres bobo, Abdulá —se burla mi hermano—. Bobo, más que bobo. Eso que has dibujado no existe. Pero yo sé que sí existe, me lo ha contado el abuelo. Y me lo ha enseñado en su libro. Dice que eso es un oasis.
El abuelo es sabio.
— Algún día, verás todos esos arbustos y árboles juntos, y podrás pintarlos de color verde. De muchos verdes distintos. Ese día, Abdulá, ese día seremos libres.
Mientras no llegue ese día, mi oasis, como mi rebaño y mi mar, será del color de la arena. En cuanto se despierte el viento de la tarde, sé que mi oasis color arena desaparecerá. Como desaparecen todos mis dibujos. Se los lleva el viento. Pero entonces haré otro dibujo: mi hermana mayor amasando el pan. O mamá preparando licor de dátiles.
Estoy dibujando en la arena, frente a nuestra jaima. Llega la maestra y me sonríe. Entra y habla muy rápido con mi madre. No entiendo lo que dice. Poco después, sale precipitadamente y me coge de la mano.
— Abdulá, tengo una sorpresa para ti. Ven. ¡Corre!
Tengo que dejar mi dibujo a medias. Me da rabia. Sé que, antes de que se lo lleve el viento, mi hermanita pequeña lo pisará. Y ni siquiera se dará cuenta.
La maestra me ha llevado casi a rastras a la escuela. En la puerta hay un camión. No es el camión de siempre, el del agua. Hay unas personas que no hablan en mi lengua. Descargan grandes cajas. La maestra ha abierto una de ellas y me ha enseñado su contenido.
— ¡Mira, Abdulá! —exclama, radiante—. ¡Papel! ¡Lápices de colores! ¡Fíjate, cuántos colores! ¡Y pinturas! Todo tipo de pinturas. ¡Libros y cuadernos y pinceles!, ¡y tijeras, y...! —en los ojos de Maima hay un brillo especial.
Yo no sé qué decir. Estoy fascinado. Una de las señoras me mira sonriente y me dice con acento extranjero:
— Me han dicho que te gusta mucho dibujar... A partir de ahora tendrás siempre lápices de colores y papel. ¿Te apetece que dibujemos juntos?
Salgo de mi hechizo. ¡Tengo que ir corriendo a contárselo al abuelo!
Y mientras no llega ese día que el abuelo espera, pintaré de mil colores mi rebaño, mi oasis, mi mar... ¡Y muchas cosas más que ya no se llevará el viento!
Aunque, por si acaso, seguiré dibujando en la arena. Si Nadjma se pierde, siempre podrá volver al corral. Eso, si no se despierta el siroco y se lleva mis dibujos del color de la arena.
Fin.
Zaragoza, Edelvives, 2005.
Sobre Elena O’Callghan i Duch
Elena O'Callaghan i Duch nació el 25 de diciembre de 1955 en Barcelona. Es una destacada escritora, maestra, pedagoga, filóloga catalana, traductora y editora. Su labor se ha centrado especialmente en la literatura infantil y juvenil, aunque también ha incursionado en la creación literaria para todos los públicos.
Se graduó como maestra y obtuvo licenciaturas en Filología Catalana y en Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universitat de Barcelona. Su trayectoria profesional incluye una destacada labor como profesora de Llengua i Literatura Catalana en la enseñanza secundaria.
Además de su dedicación a la educación, O'Callaghan i Duch ha demostrado un interés profundo en el ámbito pedagógico, con una formación especializada en TDAH (Trastorno por Déficit de Atención, con o sin Hiperactividad). En el año 2005, fundó la asociación TDAH Catalunya, destinada a ayudar a niños y familias afectadas por este trastorno. Asimismo, ocupa la presidencia de la Federació Catalana d'Associacions de TDAH y es miembro de la junta directiva de la Federación Española de Ayuda al Déficit de Atención.
Como escritora, ha dejado una huella significativa con la publicación de más de cincuenta títulos, que abarcan cuentos, novelas, poesía y teatro, dirigidos tanto a adultos como al público infantil y juvenil. Su versatilidad se extiende a la traducción, ya que ha vertido obras del inglés, francés y castellano al catalán. Desde 1991, ha desempeñado funciones editoriales, dirigiendo colecciones de literatura juvenil para diversas editoriales.
A lo largo de su carrera, ha sido galardonada con varios premios que reconocen su excelencia en la creación literaria:
- En 1987, recibió el Premi de Poesia de l'Ajuntament de Castelldefels y el Premi de Literatura Infantil El Vaixell de Vapor por "El petit roure".
- En 1993, fue distinguida con el Premi Lletres de l'Associació d'Amics de les Lletres i de les Arts de Sabadell por su destacada trayectoria.
- En 1997 y 1998, tres de sus obras fueron seleccionadas para la lista White Raven de la Biblioteca Internacional de la Juventud de Múnich.
- En 1998, fue incluida en la Lista de Honor del IBBY (Organización Internacional del Libro Juvenil).
- En 2008, ganó el VIII Premi Alandar de Narrativa Juvenil, convocado por el Grup Editorial Luis Vives.
- En 2009 recibió el Premi CCEI al Mejor Libro del Año por "A lo lejos, Menkaura".
Algunos libros de Elena O’Callghan i Duch en español
Libro: "Soltando al Mamut: Coaching para la transformación educativa"
Publicado por Editorial Santillana, es una guía dirigida a educadores, padres y especialmente docentes. El libro propone la transformación de la educación a través de la transformación de los educadores, ofreciendo herramientas de coaching estratégico y emocional. Con humor y un estilo fresco, invita a la reflexión sobre la propia práctica educativa, proporcionando ejercicios de autocoaching para el lector. La obra busca impulsar la evolución personal como base para transformar el sistema educativo.
Libro: "A lo lejos, Menkaura"
La historia que narra el libro sucede en El Cairo, donde el esplendor pasado de las pirámides de Guiza coexiste con la miseria actual. La historia sigue a Gamal, un joven vendedor de souvenirs, cuya infancia difícil se revela bajo la sombra de la pirámide de Menkaura. A través de tenacidad y vitalidad, Gamal enfrenta un destino adverso, construyendo con esperanza su futuro. Esta cautivadora narrativa, ganadora del VIII Premio de Literatura Juvenil Alandar en 2008, ofrece una reflexión conmovedora sobre la lucha contra las dificultades y la búsqueda de un mejor mañana en medio de la realidad egipcia contemporánea.
Libro: "Pequeño roble" (El petit roure)
El libro narra la historia de un niño harto de ser el benjamín de la familia. Ante la noticia de la llegada de un hermanito, decide demostrar que puede ser el hermano mayor perfecto. Con ironía y ternura, la narrativa se teje con situaciones cómicas y desafíos que enfrenta al asumir responsabilidades. Este libro, lleno de humor y acción, destaca la fortaleza interior del pequeño roble que crece. La autora, galardonada en 1987 con el Premi de Poesia de l’Ajuntament de Castelldefels y el Premi de Literatura Infantil El Vaixell de Vapor por "El petit roure", ofrece una obra entrañable y divertida.
Libro: "El color de la arena"
Este libro de Elena O'Callaghan i Duch presenta la conmovedora historia de Abdulá, un niño saharaui que reside en un campamento de refugiados. A través de los ojos inocentes de Abdulá, el relato destaca su amor por las historias, la lectura y los dibujos en la arena. Inspirado en talleres de Art and Life que respaldan a niños en distintos países, el libro aborda las experiencias de aquellos obligados a vivir en campos de refugiados. En el mundo monocromático del campamento, Abdulá anhela colorear las historias de su abuelo y preservarlas del viento en su imaginación vibrante.
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Otro cuento sobre la vida en el desierto
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