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El Mesías no tiene dientes ✡️ «Estoy esperando el momento oportuno». «¿El momento oportuno para qué?». «¡No te lo puedo decir!»

Por Camilo Ezagüi Menashe. Historias cortas.

El Mesías no tiene dientes es una muy interesante historia, muy instructiva para quienes no conocemos desde el interior, las tradiciones y cultura judía, pero además, con valores y de profunda reflexión en cada una de las partes del cuento. Es una historia del escritor y estudioso de las raíces judías del Cristianismo, Camilo Ezagüi Menashe, en su segunda colaboración para nuestro sitio. Recomendado para adolescentes, jóvenes y adultos.

«Les estoy enviando otro cuento (con valores) que originalmente escribí en hebreo. Este cuento se basa en la ancestral e inquebrantable creencia del pueblo judío en la venida de un Mesías (Mashiaj)».

Camilo Ezagüi Menashe

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El Mesías no tiene dientes

A Meni se lo puede ver todos los días dándose vueltas por el barrio con su destartalado carrito de supermercado. Tendrá unos cincuenta años y vive en un pequeño y descuidado apartamento que heredó de su abuela en una de las callejuelas del barrio Florentín.

El Mesías no tiene dientes - Cuento
Foto de PxHere

Eso es lo que le cuenta a la gente con su ronca voz. Meni es, sin dudas, un tipo raro y no solo por su aspecto. Siempre está vestido con una pijama de colores desgastada que parece un disfraz improvisado de payaso. Quizás porque acostumbra bailar y alegrar a los transeúntes en una de las esquinas cercanas.

Uno puede escuchar su singular risa desde lejos. Sus carcajadas parecen rebuznos de burro. Aunque recolecta botellas y latas vacías, nunca lo han visto pedir limosnas. «Yo recibo una pensión porque soy inválido. Cuando era joven sufrí una herida grave en la cabeza», explica. Entonces se quita la gorra y muestra una enorme cicatriz en forma de herradura en el cráneo.

Pero lo que más resalta en Meni es que no tiene dientes. Al hablar con él se le ven unos cuantos dientes verdosos adelante y a los lados. Cuando come, la comida le salta de la boca como palomitas de maíz de una olla caliente sin tapa.

A veces habla solo y gesticula mientras camina por la calle. También lo han visto arrodillarse para susurrarle algo a un perro o a un gato. O apoyar la frente contra el tronco de un árbol y murmurar frases en un lenguaje misterioso. Y también dice saber qué piensan en realidad las personas con las que habla. No sorprende que haya gente que al verlo se asusta y cruza al otro lado de la calle.

Pero Meni es un alma buena, incapaz de causarle daño a alguien. Al contrario, siempre sonríe y se interesa por el bienestar de sus vecinos. «Que tengas un buen día», saluda. Con frecuencia demuestra tener una sabiduría que uno no espera escuchar de un sujeto así.

Sin duda son ocurrencias que lo ponen a uno a reflexionar. No las recuerdo todas pero he aquí algunos ejemplos. Según él, el cerebro humano funciona como una especie de antena receptora y transmisora de energías que pueden cambiar nuestra realidad para bien o para mal.

O que «creced y multiplicaos» es un mandamiento infame que no debería aparecer en ningún libro religioso. «Así habla un ganadero y no un Dios misericordioso. ¿Acaso no es suficiente con tener dos hijos?», exclama visiblemente molesto. «¿Cómo es posible traer al mundo así nomás millones de niños para que sufran una vida de pobreza y humillaciones? Miren lo que está pasando en la India, en Egipto y en Brasil».

A Meni le gusta en especial el refrán que dice: «Lo peor de la maldad de la gente mala es el silencio de la gente buena». Él acepta que el mundo es como es y no como queramos que sea. Pero en su opinión, el ser humano, además de bueno, tiene que ser valiente y oponerse a la injusticia en forma activa aunque prudente porque la maldad es despiadada por naturaleza.

Es preciso, dice, oponerse abiertamente al mal para derrotarlo, aún si eso supone perder el trabajo o ser arrestado por la policía. Porque no se puede cambiar el inmenso mundo en que vivimos pero sí se puede cambiar la reducida realidad que nos rodea.

A veces menciona cuán vulnerables somos los seres humanos. «Si no respiras, bebes agua, comes o te proteges de la enfermedad y de la intemperie al poco tiempo te mueres».

Es por eso que, según él, de nada sirven las murallas con que se rodean algunos para protegerse contra el infortunio. Mansiones, títulos, pólizas de seguro, guardias, dinero e influencias. La rueda del infortunio siempre está girando desenfrenadamente y cualquiera puede ser golpeado por el desempleo, la bancarrota, un accidente fatal, una enfermedad grave, el rencor de un familiar cercano, un fraude, un desastre natural, una epidemia, un ataque terrorista o una guerra.

Como el caso de la mujer que caminaba tranquila por la acera hacia su casa en la ciudad de Tiberias cuando un pesado árbol de eucalipto se desplomó sobre ella matándola en el acto.

Meni también le revelaba a sus amigos más cercanos antiguos secretos cabalistas. «Te voy a contar un secreto… todo judío que medita profundamente al decir «Shemá Israel Adonai Eloheinu Adonai Ejad» (Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios Adonai es Uno. Deuteronomio 6:4) se conecta en ese momento con la poderosa fuerza espiritual colectiva de todo el pueblo judío y puede alcanzar cualquier meta noble».

Es decir, si entendí correctamente lo que dijo, la oración del Shemá Israel… es una especie de algoritmo místico que es capaz de atravesar «la Barrera» cabalística entre «Este Mundo» y los «Mundos Superiores» para así alterar la realidad.

En una ocasión me dijo que él no entendía a los judíos que oraban ante la tumba de algún Justo con el objeto de pedir algo tan banal como un buen novio o éxito en los negocios. Eso es un acto de idolatría pagana decía el teólogo español Maimónides.

Hay religiones cuyos creyentes le imploran a un Justo muerto como si su lugar de sepultura fuese un pozo de los deseos en vez de alabar directamente a Dios.

«¿Qué es lo que no está claro?», decía Meni, «una tumba es un lugar impuro. Ahí solo hay huesos podridos y cenizas. El alma de un Justo se encuentra en otro plano. En la época del Segundo Templo de Jerusalén, los Cohanitas evitaban todo contacto con un muerto o su tumba con el fin de evitar la Contaminación de la Muerte que los invalidaba para ejercer sus funciones sacerdotales. ¿Cómo es posible que haya tanta gente que crea que una fosa lúgubre pueda ser el umbral de los Mundos Superiores? Además, el inefable Dios absoluto no es casamentero y mucho menos asesor financiero».

A Meni también le gusta predicar contra el materialismo y el consumismo que aliena a tanta gente. «Se dedican obsesivamente a comprar y a acumular objetos caros e innecesarios creyendo que eso le dará algún sentido a sus vidas. ¿Quién necesita un reloj de pulsera, un pesado collar de oro o un celular que cuestan miles de dólares, o costosos automóviles todo terreno para la ciudad, palacios, ropa de marca, bodas ostentosas, comida gurmé, muebles de lujo y un montón de artefactos más?»

«Sólo personas pretenciosas que quieren pavonearse frente al rebaño. Tienen la ilusoria creencia de que si tanto tienes tanto vales. Pero eso no te hace una mejor persona. Vivir modestamente y ser compasivo con los demás, es el reconocimiento más sabio y noble de que la muerte nos llegará a todos. Lo demás es vanidad de vanidades y soplar de vientos como dijo el Rey Salomón en Kohelet (Eclesiastés). Yo por ejemplo vivo de una pensión de invalidez y de vender botellas y no me falta nada», concluyó sonriendo.

Frente a su apartamento hay un jardín que Meni cuida con esmero. Como su casa es muy pequeña acostumbra sentarse a comer en ese patio usando una silla y una mesa desvencijadas que seguramente recogió de la calle.

Cuando alguien del barrio pasa por la acera él les grita: «Buenos días hermano», o «¿cómo estás hermana?, Shabat Shalom alma mía…». Con los que se detienen a saludarlo conversa sobre el clima o sobre alguna planta que sembró en un matero roto que encontró en la basura, o sobre el nuevo color chillón con el que pinta compulsivamente la puerta de su casa. Y si su interlocutor tiene un poco más de tiempo comparte con él algún pensamiento nuevo. Hasta donde sé ningún familiar lo visita.

Una vez le pregunté: «¿Qué haces Meni?». «Ya ves, estoy esperando», me contestó. «¿Qué estás esperando?». Mostrando sus pocos dientes con una sonrisa cansada me dijo: «Estoy esperando el momento oportuno». «¿El momento oportuno para qué Meni?». «¡No te lo puedo decir!», contestó con cierta aspereza. Entonces dejó de regar las plantas y se encerró en su casa visiblemente alterado mientras murmuraba palabras que me parecieron tomadas del Sidur (breviario) de oraciones.

Un día vi que un judío ortodoxo, con su atuendo negro, le tocó la puerta. Meni le abrió y lo dejó entrar. Como escuché voces extrañas que salían del interior decidí acercarme. Me pareció que estaban rezando. Era como un lamento que al cabo de un rato se convirtió para mi sorpresa en un canto alegre mezclado con risas. Reconocí inmediatamente las carcajadas de Meni porque parecían rebuznos de burro. Cuando el religioso salió le pregunté si Meni estaba bien, a lo que él me contestó que sí. «Y, ¿quién es usted?, si me permite preguntarle». «Yo soy Gabriel», me respondió serenamente el justo. «Ah, ¿es usted pariente?», insistí. «No, yo solo soy el mensajero…»

La próxima vez que vi a ese rabino por el barrio me le acerqué. «Dígame, ¿es usted amigo de Meni?». «Si, soy su amigo y confidente». «¿Confidente?, ¿y cuál es el secreto?», pregunté curioso. Entonces se acarició la barba, se aproximó a mí y me susurró al oído: «¡Meni es el Mesías!».

Quedé boquiabierto mientras pensaba por qué me lo decía justo a mí. «¿Me está hablando en serio?». «Si, muy en serio, en cada generación uno como él es enviado para redimir al mundo». «¿Usted me está tomando el pelo verdad?». «No quiero ser grosero pero si Meni se presenta como el Mesías lo van a hospitalizar en un manicomio. Además, mire el aspecto andrajoso que tiene sin mencionar que habla con los árboles. Si cojeara se parecería al jorobado Cuasimodo».

«Por favor, ¿usted me quiere decir que el Mesías no tiene dientes? Y si es el Mesías, ¿por qué no termina por arreglar este mundo tan corrompido?». «Usted se equivoca», me respondió el rabí sin perder la calma. Él está a la espera, tal y como lo hicieron sus predecesores, que no se revelaron hasta darse las condiciones apropiadas. Primero es necesario que los seres humanos se arrepientan de sus pecados para elevar a este mundo a un grado moral más elevado».

«Solo así el Mesías se manifestará públicamente para preservar con el poder que le fue conferido ese estado de sublimación espiritual en el que el Bien prevalecerá sobre el Mal y así se cumplan las profecías de Isaías que dicen:

«Un retoño brotará del tronco de Ishaí y un vástago de sus raíces dará fruto. Sobre él reposará el Espíritu de Dios: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de conocimiento y de temor de Dios. Juzgará con justicia a los pobres y con equidad arbitrará a favor de los afligidos de la tierra. Golpeará la tierra con la vara de su boca y con el aliento de sus labios dará muerte al impío… El lobo pastará junto al cordero… Y volverán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación ni se adiestrarán más para la guerra»».

Lo escuché con impaciencia y cuando terminó le dije: «Todo eso está muy bien, pero yo sigo creyendo que a Meni le falta un tornillo». «¿Qué esperabas?, replicó, «hay que estar un poco loco para aceptar ser el Elegido. Algunos de los que fueron enviados en el pasado terminaron en la hoguera o colgados por una muchedumbre exaltada».

«Okey, digamos que todo eso es cierto», dije, «pero, ¿qué pasa con la humanidad? ¿Acaso no ha llegado el momento para que la Providencia intervenga? Mira lo que está pasando en el mundo. Gente malvada destruye, roba, asesina, abusa, tortura, viola y engaña a su prójimo. ¿Olvidé algo?». «No, tienes razón», me dijo. «Creo que lo has descrito con toda crudeza». «Mira lo que está ocurriendo en Siria», continué. «Centenares de miles de civiles asesinados por un dictador genocida que no está dispuesto a que su pueblo sea libre. ¿Y qué pasa con los mil millones de pobres que pasan hambre día a día en todo el planeta? ¿Acaso es posible sublimarse espiritualmente en un mundo así?».

«Créeme si te digo que podría ser peor», alegó el hombre de la kipá (solideo) y las peyot (tirabuzones). «¿Me lo dices en serio?», exclamé asombrado. «Claro que si, todavía hay Justos en Sodoma», sentenció. «En todos los países hay personas bondadosas y compasivas que dedican sus vidas a ser generosas con su prójimo, sin esperar nada a cambio. Y son más numerosas de lo que tú puedas creer. Gracias a sus buenas acciones este atribulado mundo perdura».

«Entonces Gabriel, ¿tú todavía tienes esperanzas?». «Por supuesto. Si no tuviera fe en la redención, no estaría aquí apoyando a Meni». «Por cierto, ¿dónde conociste a Meni? No me digas ahora que estudiaban juntos el Talmud en la Yeshivá«. «Claro que no. Meni no necesita estudiar la Torá como los demás judíos», afirmó sonriendo. «Meni fué mi comandante durante el servicio militar en un pelotón de paracaidistas».

Fin.

El Mesías no tiene dientes es un cuento del escritor Camilo Ezagüi Menashe © Todos los derechos reservados.

Sobre Camilo Ezagüi Menashe

Camilo Ezagüi Menashe - Escritor

Camilo Ezagüi Menashe, nació en 1952 y actualmente vive en Tel Aviv. Estudió Hebreo e Historia del Pueblo de Israel en la Universidad de Haifa en el Monte Carmel. También estudió Geografía, Arqueología, Religiones, Historia y Fundamentos del Turismo en la Escuela de Turismo de Jerusalén, de la que egresó en 1981.

Blog personal: https://elantisemitismo.com/

Es un estudioso de las raíces judías del Cristianismo y, al respecto, ha publicado varios artículos. Ha publicado también ensayos sobre el uso del hebreo y del arameo en la Judea del siglo I DC.

Fue paramédico en una unidad aerotransportada. Trabajó en las plantaciones de un Kibutz. En 1989 estudia Periodismo en Tel Aviv. Fue columnista en el Diario Frontera y El Nacional. Fue presentador de un programa en Radio Universidad. Ha dado clases de Turismo en institutos de capacitación.

Es autor de los libros: El Turismo Receptivo, Universidad de Los Andes, 1997, Distracciones, sobre el significado de la vida, y Los Principios del Turismo Moderno, Editorial Planeta, 2000. Es autor de varios cuentos cortos. Fue también consejero de realización personal.

Camilo ha trabajado como gerente-operador de turismo en Venezuela y como guía de peregrinos en la Galilea y en Jerusalén durante 35 años.

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