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El anciano y el niño «Mi ancianito querido, me da la sensación que usted, a pesar de esos infortunios de la vida, fue feliz».

Por Germán Mauricio Vásquez Valdez. Cuentos sobre la vida para adolescentes.

El cuento «El anciano y el niño» narra el inesperado encuentro entre un anciano solitario y un ¿niño? curioso. Desde su primer diálogo, se establece una conexión especial entre ellos. El anciano, acostumbrado a la soledad, se sorprende por la presencia del niño y se muestra reticente al principio, pensando que ya no tiene nada interesante que contar. Sin embargo, el niño insiste en escuchar sus historias y vivencias, mostrando un interés genuino por las experiencias de los adultos.

El cuento, que es la primera intervencio del autor Germán Mauricio Vásquez Valdez en EnCuentos.com, invita al lector a sumergirse en la vida del anciano y descubrir cómo el encuentro con el niño cambiará su perspectiva sobre la soledad y la importancia de compartir sus historias.

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El anciano y el niño

El anciano y el niño - Cuento

ANCIANO. – ¿Quién eres? ¿Por qué estás sentado tan temprano aquí conmigo? Me conmoví al sentir una presencia aquí en cama… Hace decenas de mañanas que lo primero que siento es el frío de mi habitación.

AMIGUITO. – Desde hace algún tiempo he querido venir a conversar con usted ancianito.

ANCIANO. – ¿Conmigo? ¿Acaso me conoces?

AMIGUITO. – Sí. A usted lo conoce todo el mundo pero me temo que yo lo conoceré mejor que nadie.

ANCIANO. – ¿Y qué quieres conversar, niñito? A mi edad creo que ya no tengo cosas interesantes que contar, y mucho menos a ti que eres un chiquito que debería estar jugando a ser un superhéroe.

AMIGUITO. – No me gustan los superhéroes. Casi siempre son súper mentirosos. Además creo que usted sí tiene demasiado que contar ancianito.

ANCIANITO. – ¿Alguien te mandó para acá? Porque desde hace algunos días tengo la inquietud de querer conversar con un semejante… pero  con la única que he echado una parrafada es con mi propia sombra que no habla, no dice nada ni siente, pero por lo menos me escucha… aunque yo creo que ya se ha de ver aburrido de mí.

AMIGUITO. – Yo estoy dispuesto a escucharlo ancianito hasta que agote su saliva, inhale un último suspiro y vuelva a descansar. He venido hasta aquí para preguntarle  algunas cosas. Quizá le parezca raro e incluso yo mismo me siento diferente y es que a mi edad, no me gusta compartir con niños porque me aburro fácilmente. Me gusta enterarme de historias, concretamente de personas adultas. Me gusta escuchar vivencias buenas y malas. Disfruto mucho de eso; aunque no sé si estoy destinado a aprender lo suficiente de la vida.

ANCIANITO. – Pero tú no hablas como niño ni razonas como niño. Lo puedo percibir en estos segundos que llevamos de conversación. Me identifico mucho contigo, desde ahora en adelante te llamaré “Amiguito”.

Mira amiguito, yo fui un aventurero nato de causas perdidas. Nunca fui un niño o un adolescente que se distinguiera por ser el más sociable. ¡Amaba la soledad como la soledad me amaba a mí! Tanto me amó que me afianzó para que no me escapase de sus encantos singulares… tanto me cuidó que me quitó el tesoro más grande que pude conocer en esta infundada travesía denominada “vida”. Con mi tesoro entendí que la soledad es la mejor compañía, mientras encuentras a la persona con la que vas a disfrutar observar el cielo, caminar por las calles tomados de la mano, disfrutar de las profundidades del amor en todas sus expresiones, aunque sea por un tiempo breve… tan breve pero tan feliz. Nunca volví a ser el mismo.

AMIGUITO. – ¿Qué pasó con esa persona? ¿Lo abandonó?

ANCIANITO. – ¡Sí! me abandonó para estar en un lugar mejor… Pero de eso podemos conversar luego; no quiero que me veas triste tan pronto.

AMIGUITO. – Puedo comprobar que es cierto lo que le digo ancianito, usted tiene mucho por contar y yo demasiadas ansias por escuchar. Ambos nos hemos citado esta mañana sin planearlo, pero en algún momento nos teníamos que encontrar ancianito.

¿Se acuerda cuando estaba jovencito? No sé si tenga memoria para tanto…

ANCIANITO. – Jaja, me gusta el sentido del humor amiguito. Tengo mucho tiempo de no compartir sonrisas, solamente con la que veía en el espejo pero en vez de alegrarme me asustaba. Decidí nunca más volverla a ver, no sea que en su afán de ser agraciada, me provoque un susto irreparable… Jaja.

AMIGUITO.- ¡Jaja!

ANCIANITO.- Fui un jovencito muy aplicado debido al estricto orden y disciplina casi militar que mis padres acostumbraron en casa. Gracias a ellos opté por un camino libre de armas y de violencia. Me enseñaron desde pequeño valores éticos y morales que tanto hacen falta hoy en el presente siglo. Fue lo mejor que pudieron heredarme.

Algunos de mi familia y conocidos eligieron las armas pero nunca fui partidario de ello; nunca consideré inteligente morir por la causa de otro o de las ansias de poder de otros cuantos, ni por ideologías de humanos… al final creo que todos son utilizados como fantoches reciclables. Sin embargo, a pesar de mis convicciones, siempre respeté los ideales de aquellos que decían luchar por una buena causa, incluso llegué a decantarme por alguna de esas causas…  aunque pasadas esas “causas”, el mismo mundo los absorbió como un mounstro voraz. Pero eso me es irrelevante amiguito.

Eso sí, como todo niño o adolescente – asumo que eres un niño muy obediente ¿verdad? –,    no faltó la vez que desobedecí algún mandato imperativo y fui merecedor de recibir justicia por desobedecer a mis autoridades que eran mis padres… ¡pero fui tan feliz! Fui una persona pacifica, a pesar de que en aquella época lo menos que existía en el mundo era paz. Lo supe mucho más grande, mientras tanto ignorábamos – por lo menos yo –, que estábamos rodeados de misiles, bombas, de personas codiciosas y malas.

Siempre preferí reír a enojarme. Mi mamá me decía que el enojo trae consigo enfermedades al cuerpo. Mi papá me comentó alguna vez que un señor falleció de un paro cardiaco por enojarse demasiado. Mis padres fueron médicos y cuidaban mucho de mi salud, pero cuidaban de mí en todo. Quizá porque fui hijo único, recibí todo el amor que ellos tenían para para darme.

AMIGUITO. –  ¿Nunca se enojó usted ancianito?

ANCIANITO. – ¡Claro que sí! Pero mi mamá constantemente le repetía una frase a mi papá que se me quedó grabada para toda la vida: “No permitas que el sol se ponga sobre ti cuando estás enojado”. Y luego mi papá se lo repetía a mi mama cuando ella se enojaba… muchas veces me enojé pero conmigo mismo. Me enojé cuando no saqué el 10 que quería en matemáticas. Cuando no quería ir a un lugar que mis papas insistían que debía de ir, Etc. Pero me enojé mucho más conmigo mismo el día en el que una persona me mintió tan descaradamente.

AMIGUITO. – ¿Y por qué se enojó usted ancianito?

ANCIANITO. – Porque deposité mi confianza en quien no debía amiguito. Pero me sirvió para crecer en la vida y no confiar tanto en las personas. Es por ello que siempre preferí estar solo. – Fue un defecto perfecto –.

Lo tomé como una excusa salvadora para eludir siempre a las personas. Estar rodeado de seres humanos que no fuesen mi familia, siempre me pareció un poco tormentoso, no por sentir algún tipo de rencor o rechazo tonto hacia la humanidad, simplemente fue mi personalidad la que me impulsaba a querer estar en paz sin el bullicio que eso implica.

Mira amiguito, como paradoja de la vida: me gradué como médico – igual que mis padres –, y, lo que más tenía que ver en mi vida, era a personas desesperadas en busca de aliviar un síntoma o una enfermedad – aunque a veces no se podía  hacer nada –.  ¿Cómo podía escabullirme de tantas almas necesitadas de un chequeo o alguna cura? Además había jurado cómo médico disponer mis servicios y mi tiempo a quien lo necesitase… así lo hice por muchos años.

Fue un placer poder brindar mi ayuda a todo el que me lo pedía, incluso no generando ingresos de mi profesión porque no lo hice por dinero, lo hice por el amor mismo a la vida y por alegrar los corazones de aquellas personas que llegaban angustiadas en busca de una solución a todos sus males.

Pero el traje de médico siempre fue mi papel protagónico pero existía un personaje secundario el cual era la verdadera esencia de mi ser… observaba entrar y salir a muchísimas personas de mi casa pero al final del día, solamente estaba mi cama grande y fría así como esta en la que estamos tu y yo, amiguito. ¿Pero sabes algo? Amaba eso. Amé mi soledad aún más cuando vi por primera vez a mi papá llorar amargamente arrodillado en su cama, impotente y triste hasta la muerte…

El anciano y el niño - Portada

AMIGUITO. – Permítame saber el motivo de la tristeza de su padre ancianito.

ANCIANITO. – Recuerdo haber llegado a mi casa en la tarde después de mis clases universitarias, tan solo como siempre me mantenía. Prefería caminar porque eran mis momentos de más reflexión.

Recuerdo haber entrado por la puerta principal, preguntar por mamá, por papá, pero no los vi en la sala. Cuando subí a la habitación de ellos me encontré con una escena tétrica, espeluznante… es un recuerdo fotográfico imborrable: mi padre estaba arrodillado al borde de la cama, con su cabeza soterrada en la misma, llorando insaciablemente pero en silencio, mi mamá boca arriba con sus ojitos color verde a medio cerrar, cubierta de una cobija blanca que le llegaba hasta sus hombros, con pétalos de rosas bordados, mientras mi padre gemía de dolor. En ese instante observé el dolor total puesto sobre una persona. Fue la primera vez que sentí en mi corazón tanto dolor que sentía que me iba a explotar.

Mi madre había fallecido después de unos meses de estar batallando con un mal incurable. No quiero hablar de esa enfermedad; logré esquivarla en mi vida y renunciar a su maldad, pero mi preciosa madre no. Falleció joven, tenía tanto por vivir.

Recuerdo su dureza como directora de casa pero con una dulzura en sus manos, en sus caricias y palabras que me alegraban el corazón cuando me sentía deprimido. Mi papá como médico hizo lo posible por tratar de salvar su vida pero resultó imposible. Fue el designio de la vida y teníamos que acatarlo, aunque no entendimos en ese momento el por qué…

Lloré en silencio como un niño. Pasé mucho tiempo sin poder consumir alimento de manera normal, sin poder dormir por las noches, sin tener ánimos de levantarme por la mañana… La casa se sentía fría y vacía.

Mi papá no pudo sobreponerse del todo a la ausencia de mi madre. Un año y cuatro meses después, mi padre falleció a causa de un paro respiratorio. Murió mientras dormía, sin dolor físico. Aunque fue valiente y fuerte, intentó llenar el hueco de la ausencia de mi hermosa madre, pero creo que nunca pudo superar el duelo de la mujer que había conocido desde su niñez.

La amó tanto que prefirió ir en busca de ella, imagino yo. Mucho tiempo me pregunté por qué no quiso acompañarme más tiempo en vida hasta que él estuviese anciano así como me encuentro ahora… Pero no lo culpé jamás por ello, al final, mi vida estaba tomando vuelo y tenía que mantenerme a flote.

Fue el segundo golpe de mi vida. Acepté la partida de ambos con dolor pero los recuerdo con mucho amor; con agradecimiento por todo lo que hicieron por mí. Dentro de un momento, me volveré a encontrar con ellos, seguramente nos volveremos a abrazar los tres como lo hacíamos cuando hacía frio o cuando estábamos jugando cartas. Cuando alguno de los 3 ganaba, repetíamos una frase: “si gana uno, ganamos todos. Al final, nadie es perdedor porque somos una familia…” nos reíamos como si hubiésemos escuchado el mejor chiste del mundo.

A pesar de todo eso, ellos no les deben nada a la vida ni la vida a ellos. ¿Quiénes somos los seres humanos para condenar a los designios divinos? Solamente somos polvo que vuelve a la tierra misma, un soplo efímero de una carrera corta o a veces prolongada, pero al final, todos vamos al mismo lugar…

AMIGUITO.- ¿Todavía se siente triste por esos sucesos?

ANCIANITO. – Ya no amiguito. Sé que están en un lugar mejor. He soñado últimamente con ellos que están contentos riéndose. Me hacen gestos con sus manos llamándome para ir con ellos. Verlos reír me dio más tranquilidad.

No es de sabios pensar que la muerte es lo más trágico en esta vida amiguito. Asumimos algo que no sabemos, porque, quien sabe si la muerte es el mejor escape para la vida. Hay muchas personas que están en la tierra y son muy infelices, yo creo que eso es peor que morir.

AMIGUITO. – Tiene razón ancianito. Seguramente esos dos ángeles están esperando por usted. Solamente me pregunto algo: ¿lo reconocerán ya ancianito?

ANCIANITO. – Les enseñaré mi identificación celestial. Me reconocerán por mi nombre y apellidos… ¡Jaja!

AMIGUITO. – Jaja. Pero usted me dijo… algo anteriormente…

ANCIANITO. – ¿El qué amiguito?

AMIGUITO. – ¿No se acuerda?

ANCIANITO. – Mi amiguito, no me acuerdo ni como me llamo y tú me pides casi imposibles Jaja.

AMIGUITO. – Y si le menciono las palabras: Tesoro, Amor, Compañía… ¿se acuerda de algo?

ANCIANITO. – ¡MI TESORO!

AMIGUITO. – ¡SI!

ANCIANITO. – ¡Cómo olvidarla! ¡Mi ángel guardián!

AMIGUITO. – Cuénteme ancianito… Ya veo que tan solo no le gustaba estar…

ANCIANITO. – Cuando fallecieron mis padres, mis abuelos vivieron conmigo por varios años hasta que también fallecieron debido a causas naturales. Ya tenía el consultorio en casa y era conocido como el “Doctor del Pueblo”.

AMIGUITO. – ¡Sí! Usted es el Doctor del Pueblo”.

ANCIANITO. – Ya ni lo recordaba amiguito. Te contaré algo muy importante que es necesario que lo escuches.

AMIGUITO. – Para eso estoy aquí mi ancianito.

ANCIANITO. – Cuando mis abuelos fallecieron, mi vida ya estaba encaminada. Tenía conocidos, conocidas y colegas, pero prefería mi espacio, como siempre, prefería mi soledad. Nunca tuve vicios mundanos y, por las experiencias que tuve con mis dos padres, trataba de cuidar mi salud lo más que pudiera. De hecho, pasé un buen tiempo investigando por mis propios medios, la cura a la enfermedad que se había llevado a mi madre.

En esa época, tuve la oportunidad de viajar al extranjero. ¡Fue toda una odisea! Había muchos conflictos geopolíticos en esa zona del mundo en la cual estuve por 6 meses. Nunca me imaginé que lejos de mi guarida, lejos de mi escondite favorito, mi vida tomara un giro radical…

En mi afán por preguntar, investigar, observar médica y científicamente, me quedé con más preguntas que respuestas. En ese momento, muchas personas comenzaban a fallecer por la misma enfermedad de la que mi madre había padecido años atrás.

En ese laboratorio casi clandestino en el cual me encontraba con algunos colegas que habíamos viajado juntos, conocimos un par de médicos de ese país que también estaban investigando esa porquería de enfermedad. Pero, no todo fue porquería… entre esas personas conocí el cielo… ¡la mujer que amé sin medidas! Hablaba perfectamente castellano porque  había vivido un par de años en un país de habla española.

A decir verdad, nos entendíamos hasta en japonés. Es más, si hubiese hablado alguna lengua extraña de igual manera nos hubiésemos entendido porque nuestra conexión no fue verbal, era algo que sobrepasaba lo normal. Es como si andábamos buscándonos…

Debo decir que se nos advirtió que no podíamos develar las conclusiones a las que habíamos llegado acerca de aquella enfermedad, incluso alguien sermoneó que poníamos en riesgo nuestras vidas si hablábamos de aquello. Eso fue algo muy desagradable y revelador, sin embargo, no quiero entrar en detalles acerca de eso… sinceramente amiguito, es algo que a estas alturas ya no vale la pena.

Mientras tanto mi atención estuvo clavada en esa mujer que, por primera vez en mi vida, tuve la necesidad de compartir mi soledad con alguien más… ¡Ah mi tesoro!

La nieve parecía oscura ante el color de su piel; el cielo lucía desteñido ante el color de sus ojos y el tinte de la sandía era pálido a comparación del pigmento de sus labios. Nos conocimos, éramos un espejo los dos, éramos tan parecidos en nuestra forma de pensar; parecía que era mi versión hombre y yo su versión mujer.

Salí de este país con mi soledad, pero regresé con una mejor compañía. Fue tanto nuestro vínculo emocional que no dudó un instante en venir conmigo a mi país. No lo pensó dos veces cuando le propuse con semejante atrevimiento dicha aventura.

Al venir, nos casamos. ¡Sí, nos casamos! Solo ella, la persona que nos casó y yo estuvimos presentes ese día. Esa fue nuestra boda… ¡fue la más espectacular jamás habida!  Aunque ya habíamos pasado un par de meses de luna de miel en su gélido país.

Ambos éramos médicos. Ella especializada en cirugía general. De inmediato comenzamos a trabajar en nuestro consultorio que a su vez era mi casa. Pronto se corrió la voz que el “Doctor del Pueblo” ya tenía esposa. Ahora ya tenía más recurso humano para asistir a muchas personas más.

Fue una doctora fenomenal. Amaba tanto su labor; fue altruista por antonomasia. Siempre me atendió a su manera aunque le costó adaptarse al ritmo y estilo de vida de mi país. Incluso gastronómicamente: muchas veces tuvo que ir al médico – es decir a mi consultorio Jaja – en busca de una medicina para curar su atribulado estómago que se resistía a su nuevo hábitat.

Pasamos años juntos. Hasta que… ¿adivina?

AMIGUITO. – Lo abandonó…

ANCIANITO. – Si… más no por sí misma. No fue su voluntad, creo que la soledad vino de nuevo a reclamar su derecho y me quitó al tesoro más maravilloso que jamás conocí. Mi amada adquirió una bacteria que se alojó en su estómago.

Fuimos de misioneros junto a una organización no gubernamental a una isla lejos de mi país. Por necesidad bebió agua contaminada y de inmediato tuvo complicaciones en su salud. Pasó meses batallando con dolores agudos e intensos. Por momentos se recuperaba pero de pronto recaía. Todos los fantasmas de mi madre, de papá, se me vinieron encima. Me resistía perder una vez más a la persona que amaba…

No estuve preparado para ello. Nadie se encuentra preparado para perder al amor de nuestra vida. Falleció una madrugada en el frio hospital de su país. Viajamos dos semanas antes para intentar recuperar su salud pero fue imposible. Falleció en el país que la vio nacer y crecer.

Me quedé un mes más en casa de su hermano que nos visitaba cada vez que podía. Me contó muchas anécdotas de ella cuando era una niña quizá así como tu edad… amiguito. Regresé de nuevo a mi país como salí la primera vez: solo. No era nuevo para mí, pero, desde ese día, creo que podía estar conforme si la vida me llevaba también a mí.

Pasamos 20 años juntos. Si contara cada una de las vivencias hermosas que tuvimos, no acabaría nunca. Además, no podría hacerlo, no me alcanzan ya las fuerzas para recordar tanto.

Nunca más pude amar a nadie. En ese momento entendí a mi papá. En ese momento fui yo quien estuvo arrodillado con mi rostro sembrado en la camilla fría y tétrica de aquella habitación de hospital. Mi tesoro, mis labios color rosa, mis ojitos color cielo se había ido para nunca más volver…

AMIGUITO. – Mi ancianito querido, me da la sensación que usted, a pesar de esos infortunios de la vida, fue feliz. De hecho, por sus gestos y actitud, noto melancolía por tan hermosos recuerdos sin embargo, lo percibo satisfecho por haber llegado hasta este día y que pudo contarme esas vivencias que, seguramente, tiene muchas más pero, ya no quiero que se canse contándome todas sus memorias.

ANCIANITO. – Tienes toda la razón amiguito, no estoy triste. No le debo nada a la vida y la vida no me debe nada a mí. Acepté sus designios. Entendí que en este largo camino se sufre, se llora, se ríe y se muere. Es el transito normal de todo mortal.

Encontré la felicidad en mi propia compañía, fui feliz ayudando a los demás a través de mi profesión. Todo el dinero que acumulé por herencia de mis padres y por el fruto de mi trabajo, lo doné a causas benéficas, a los más necesitados, a los desprotegidos, a los sufridos, a los que lloran por hambre; a ellos dejé todo mi capital; incluso el de mi amado tesoro. Estoy seguro que lo mismo hubiese hecho ella. La conozco tanto que sé que es lo que me tiene preparado de comer cuando me vea de nuevo. Nos abrazaremos de nuevo como lo hicimos en nuestros años de romance.

AMIGUITO. – Ancianito querido, creo que ha llegado el momento de despedirnos con un abrazo tan fuerte como el que se estrechaban sus padres y su amado tesoro. He cumplido mi misión. Voy  darle el abrazo de despedida…

ANCIANITO. – Lo se amiguito. Ha llegado el momento de esbozar mi último agradecimiento a la vida y darle gracias porque no quedo deudor de nada. Ni la vida me debe nada…

Desde hace muchos años que no recordaba nada, pero esta mañana vi pasar toda mi vida como una presentación cinematográfica. 

En realidad amé la soledad y amé a las personas, pero nunca me abandonaste, vida. Ahora entiendo amiguito que siempre estuviste aquí y hoy, que estoy a punto de dormir, te hiciste presente para recordarme lo que había olvidado.

Fui el doctor del pueblo; el aventurero nato de causas perdidas; un idealista introvertido dispuesto a servir al prójimo sin esperar nada a cambio; un solitario espectador de la vida. Tuve una hermosa familia y un amor platónico que esperan por  mí… Aunque amé a la soledad, hoy entiendo, vida, que nunca me dejaste… me mandaste a un amiguito para que recordara los momentos más relevantes de mi vida… ahora creo que ya puedo descansar en paz.

Ven amigo, abrázame, que mi momento llegó…

Me despido de ti, preciosa vida.

Fin.

El anciano y el niño es un cuento del escritor Germán Mauricio Vásquez Valdez © Todos los derechos reservados.

Sobre Germán Mauricio Vásquez Valdez

Germán Mauricio Vásquez Valdez - Escritor

Germán Mauricio Vásquez Valdez es estudiante de Derecho, amante de la lectura y la escritura.

«Te incito a leerme: Cada palabra es una ventana hacia mi universo interno, donde las ideas se entrelazan y los conceptos cobran forma. Únanse a mí en este fascinante viaje literario, donde las palabras cobran vida y la imaginación se desborda».

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