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Palomitas viajeras es uno de los cuentos de palomas escrito por Liana Castello sugerido para niños a partir de los ocho años.

Blanca y Nívea eran dos palomas que vivían en un pueblito pequeño y tranquilo.

Ninguna de las dos estaba conforme con su realidad. Se aburrían, pues el pueblo no les ofrecía nada que las pudiera sorprender.

Volaban siempre sobre los mismos tejados y conocían perfectamente a cada habitante del lugar.

Sabían que las migas que les ofrecía Doña Margarita eran las más ricas, porque eran del pan casero que ella misma horneaba.

También sabían que Don Cosme, que era un hombre muy avaro, jamás tiraba nada, ni siquiera miguitas para que ellas pudieran comer.

Conocían los horarios donde las mamás sacudían los manteles luego de la cena y el almuerzo y allí se hacían un festín.

Lejos de amar el lugar donde habían nacido, renegaban de él. Decían que era chato, lento, aburrido, que jamás pasaba nada interesante.

Una mañana, como cualquier otra, las amigas conversaban posadas en una rama.

-¡Ay dios! Siempre el mismo paisaje ¡Qué aburrida estoy!-dijo Blanca.

– Lo mismo digo-respondió Nívea-creo que deberíamos hacer algo, temo morir del aburrimiento.

-¿Y si nos vamos a la ciudad?-propuso Blanca.

Sorprendida, la paloma quedó pensativa. La idea era tentadora, pero jamás se habían alejado de su pueblo ¿y si se perdían? ¿Y si jamás podrían regresar? Sin embargo, a pesar del temor que sentía, aceptó la propuesta.

-Mira-contestó Nívea -temo perdernos, pero la verdad, creo que prefiero perderme en la gran ciudad que seguir marchitándome en este pueblo.

Y así, sin despedirse de nadie y sin mirar hacia atrás, ambas volaron entusiasmadas a la ciudad que tanto les prometía.

Luego de un vuelo por demás cansador, agotadas llegaron por la noche a la gran ciudad.
Se sorprendieron gratamente con las luminarias casi desconocidas por ellas. Carteles luminosos, luces que se prendían y apagaban y hasta los semáforos les parecieron maravillosos. La postal era realmente bella, la ciudad era, sin lugar a dudas, tal cual ellas lo habían imaginado.

Decidieron descansar hasta que amaneciera, ansiosas de comenzar una nueva vida.

Despertaron con un cielo diferente al que estaban acostumbradas. El de la cuidad no lucía tan azul, más bien era algo grisáceo. No les importó y comenzaron a sobrevolar felices.

Se escuchaban bocinas, mucha, pero mucha gente que hablaba, algún que otro grito, los sonidos eran variados y muchos por cierto.

-Así da gusto-dijo Blanca a su amiga-escucha bien, aquí hay vida, no como en nuestro pueblo.

-Tienes razón-contestó Nívea- ¡Esto sí que es vida!

El paisaje era bien diferente al que estaban acostumbradas. Notaron también que había pocos espacios verdes, menos árboles, pero tampoco les importó.

Comenzaron a sentir hambre. Se preguntaron si en la ciudad la gente también tiraría miguitas a las palomas, si disfrutarían tanto como en su pueblo el darles de comer ¡Seguro que sí! Pensaron entusiasmadas.

Sin embargo, no les fue nada fácil conseguir alimento. No estaba Doña Margarita, no veían a ninguna mamá sacudir manteles y sobrevolando las calles lo que encontraban era más basura que comida.

Llegaron a una plaza y allí, gracias a un gentil abuelito, pudieron comer.

-¡Caramba!-dijo Blanca-pensé que en una gran ciudad sería más fácil conseguir alimento.

Nívea no pudo responderle porque había comenzado a toser. El smog de la cuidad sin dudas no le estaba haciendo bien.

Las amigas siguieron recorriendo la ciudad, boquiabiertas con todo lo que veían.

Buscaron el mismo lugar de la noche anterior para descansar, pero no lo encontraron.

De pronto se dieron cuenta que no sabían ni por dónde habían llegado, ni dónde quedaba la plaza donde habían comido y menos aún el cobijo de la noche anterior.

-Finalmente nos perdimos-dijo Blanca.

-No nos hemos perdido, estamos en un lugar desconocido sólo es eso, verás que mañana será más sencillo-dijo Nívea y comenzó a toser nuevamente.

Al día siguiente el paisaje ya no les parecía tan atractivo, el cielo seguía siendo muy gris, los techos de los edificios no tenían los colores de los tejados del pueblito.

Con los días, ese deslumbramiento que habían sentido al llegar, se fue desvaneciendo.

Los sonidos comenzaron a ser molestos, más que sonidos eran ruidos poco agradables.

Las luces a veces encandilaban y no era muy agradable sentirse como dos perfectas desconocidas entre miles y miles de palomas que habitaban la ciudad.

-¿Y si volvemos? No me gusta estar aquí-Preguntó Blanca.

– A mí tampoco-respondió Nívea-creo que prefiero nuestro pequeño pueblo, tengo miedo de no poder regresar, de perdernos para siempre en el camino.

-No te preocupes, esta vez iremos de regreso y eso nos ayudará, verás que de un modo u otro, más tarde o más temprano, volveremos.

Y así fue. Tardaron un tiempo, pero lograron volver al pacífico pueblo.

Cuando comenzaron a ver esos bellos tejados de colores, el sentimiento fue completamente diferente al que tenían antes de irse. Esos techos humildes y sencillos parecían salidos de la paleta de colores del mejor pintor. El cielo era más celeste que nunca.

Ya podían oler el aroma a pan recién horneado de Doña Margarita y hasta Don Cosme, quien no les daría nada de comer, les parecía más simpático que antes.

Era cierto. El pueblo era pequeño, simple, sin estridencias, pero eso no lo hacía menos bello y era, ni más, ni menos que el lugar donde habían nacido y donde siempre habían vivido. Allí tenían un nombre, alguien que con amor les daba las miguitas, tenían una historia, un presente y un futuro también.

Blanca y Nívea jamás volvieron a pensar en irse de allí y aprendieron que si algo hace bello a un lugar es que sea nuestro hogar.

Fin

Cuento sugerido para niños a partir de ocho años

ILUSTRACION MARIA CARRANZA

Palomitas viajeras es uno de los cuentos de palomas escrito por Liana Castello sugerido para niños a partir de los ocho años.

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