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Mi iniciación lectora.

“Una de las cosas que pasan de una vez y para siempre en la infancia son los primeros encuentros con los libros. De ahí la importancia de la calidad de esos primeros encuentros, de esas primeras escenas de lectura…» Graciela Beatriz Cabal.
En el hogar rural de mi infancia no habían más libros que los de texto obligatorios, los cuales compraba mi madre religiosamente en cada inicio del año escolar. Recuerdo la alegría que experimentaba al viajar a la ciudad y visitar la librería para comprar los útiles escolares, pero sobre todo los textos, esta especie de ritual se repitió hasta el cuarto grado de primaria, me leía todos los libros de textos, tanto el de lectura como el de ciencias Naturales, el de Estudios sociales de mi grado como el del grado siguiente, es decir, los textos de mi hermano mayor.
Al finalizar mi primera infancia, nace una ferviente búsqueda de lecturas, casi a la par de la decodificación de las primeras grafías y la emocionante alegría de haber descubierto que ya sabía leer. Inicié con lecturas cortas: poesía narrativa, lírica, poesía cantada y rondas; esa es una primera etapa de mi iniciación lectora que acompañó El nuevo sembrador de primer grado, en 1977. Ese libro era una especie de antología, no contenía más que cuentos, poesías, trabalenguas, canciones, no era de esos libros actuales de lectura que incluyen una serie de preguntas y ejercicios de gramática que más bien quitan las ganas de leer.
Canciones infantiles y rondas, tales como: Un elefante, Tengo una muñeca, Pin pon, Yo tenía diez perritos, Que llueva, que llueva, La pájara pinta, Los pollos de mi cazuela, Doña Ana, Los colores, Nerón, Nerón y Matatirutirula.
Rondas, poesía lírica, poesía narrativa, poesía cantada conforman el acervo motivador que me llevaron a la curiosidad de seguir leyendo. Recuerdo a mi maestra de primer grado, Carmen Martínez, leyéndonos cuentos y poesías de Rubén Darío. El bello himno al maestro con el que aprendí a respetar y admirar a mis maestras y maestros, y el hermoso himno al árbol, con el que aprendí a valorar la naturaleza y a disfrutar de la belleza de un árbol.
A MARGARITA DEBAYLE, conocí este poema a los siete años cuando apenas empezaba a leer de manera fluida. Confieso que me negué a memorizarlo cuando mi maestra lo dejó de tarea. Al día siguiente, cuando la maestra pasó a todos los alumnos al frente para que recitaran de memoria el poema, me arriesgué a recibir un reglazo por no cumplir con la tarea y la vergüenza de manifestarlo en público. Ahora que recuerdo ese episodio, pienso en esa rebeldía de la infancia que te prepara para rebelarte de las tribulaciones que la vida te pone enfrente.
Un año más tarde, estando ya en Managua, pude leer en casa de una tía donde me dejaron por un tiempo, la enciclopedia  de 20 tomos, El tesoro de la juventud. Luego vendrían las lecturas más extensas y de pocas imágenes, tales como: Bananos, de Emilio Quintana; Castigo divino, de Sergio Ramírez; María, de Jorge Isaac; Marianela, de Benito Pérez Galdós; y Las mil y una noches.
Posteriormente, en 1986, a los dieciséis años, tuve la dicha de empezar a trabajar en una Biblioteca pública en donde empecé a leer mucha literatura infantil y juvenil, de entre la variedad de libros existentes, los siguientes: Donde viven los monstruos, de Maurice Sendak; El corsario negro, de Emilio Salgari; Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain; Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll; El mago de Oz, de L. Frank Baum; Olivier Twist, de Mark Twain; La cabaña del Tío Tom, de Harriet Beecher Stowe; Peter Pan, de James M. Barrie; Ronja, la hija del bandolero, de Astrid Lindgren; Los hijos del vidriero, de María Gripe; Mi mundo perdido, de Astrid Lindgren; El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde; Corazón, Edmundo de Amicis; Las aventuras de Pinocho, Carlo Collodi; Cuentos completos de los hermanos Grimm; Cuentos completos de Andersen; Cuentos de la Selva, de Horacio Quiroga; Cuentos de navidad, de Carlos Dickens; Astérix, de Goscinny-Uderzo; Cocorí, de Joaquín Gutiérrez; El cochero azul, de Dora Alonso; La edad de oro, de José Martí.
En un país donde no hay cultura del libro y casi nadie vive de las letras, estudiar una licenciatura en artes y letras es verdaderamente un lujo, un sueño imposible hecho realidad. Cuando ingresé a estudiar en la Universidad Centroamericana opté por la Bibliotecología en vista de que ya trabajaba en las Bibliotecas, pero justo estaban cerrando la carrera por falta de aspirantes, así que me ofrecieron un cupo en la carrera de artes y letras, la que acepté con mucha ilusión con el sueño de poder hacer en el futuro una maestría en Literatura para niños.
En el primer año me desencanté al ver que mi maestra de literatura llegaba a dictar la lección, usando un cuaderno cuyas páginas ya estaban amarillas. No me conformé con eso y mi desilusión fue mayúscula, al punto de salir corriendo de la Universidad.
Regresé al siguiente año, esperando tener un mejor grupo de clase y por supuesto, una maestra que demostrara pasión por el arte de enseñar literatura. Efectivamente, tuve mejor suerte con el grupo y con los maestros, quienes mantuvieron en mí una motivación constante por la carrera. Entre los más destacados evoco a la maestra española María Dolores Torres, al guatemalteco Franz Galich y al nicaragüense Jorge Ruiz.
Estos maestros lograron afianzar en mí esa pasión por el arte y la literatura, la que nació en mi primera infancia a través de mis primeras lecturas.
En este camino de la iniciación lectora, las Bibliotecas públicas y escolares, las librerías y los programas de estimulación lectora, juegan un papel importante, pero no menos clave es la figura del mediador de la lectura que puede ser la madre, el padre, el maestro, el escritor, la bibliotecaria o cualquier otra persona interesada en guiar y estimular la formación lectora de los niños y las niñas como base primordial para el desarrollo integral de su personalidad.
En un mundo rural donde no existen los libros, es casi imposible lograr o propiciar una iniciación lectora, pero si al menos hay un texto de lecturas, más un maestro que motive la lectura, puede hacerse la diferencia en el mundo interior de un niño o niña. Así se iniciarán, en la escuela misma, y el hábito de la lectura se desarrollará en el transcurso de los años. Los libros se cruzarán en su camino, en su vida. Sabemos que en la mayoría de hogares no hay espacio para la lectura, e inclusive, muchas veces la figura materna es analfabeta. Pero con mínimas condiciones habremos sembrado una semilla en sus corazones y mentes, y así buscarán la sabia de los libros para alimentar su espíritu de forma constante. Ese niño o niña se dará cuenta que puede cambiar sus circunstancias, que su desarrollo personal ha de ser más integral y que podrá soñar con transformar su entorno o condiciones de vida heredadas.
posgrado para actores educativos
 

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