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Por Sandra Sorbara. Nuevas versiones de cuentos clásicos

La verdadera historia del lobo feroz en una nueva versión del clásico cuento de la Caperucita Roja, pero reescrita por nuestra colaboradora Sandra Sorbara. Una divertida historia sugerida para niños de todas las edades.

La verdadera historia del lobo feroz

La verdadera historia del lobo feroz - Cuento Clásico

Este cuento, no crean que es tan cuento, es la verdadera historia… la verdadera historia de ese falso cuento, que de chicos y no tan chicos les fue contado.

Cansado de que mi imagen fuera apocada, decidí sacar a la luz mi verdad.

Había una vez… no… no… había una niña con una capita roja, que en el bosque la llamábamos.

Esa funda… ese gorro de color rojo, y ya me empiezo a enojar… era inconfundible. Esta niña cantaba y bailaba, pero también corría por el bosque destruyendo las margaritas, cortando las hojas de los queridos arboles, ahuyentaba a gritos a los pequeños conejos, los pájaros, las ardillas y las mariposas...

Desechaba sus papeles de caramelos en el rio, contaminando el agua. Nadie la quería, todos corríamos al verla, solo de escuchar que se aproximaba hacia que cada uno de los animales se escondiera en el primer lugar que encontrara.

Todo empezó un día que viniendo yo del sindicato de lobos me cruce por casualidad con este pequeño monstruo. Al verla me enterneció su carita de ángel; fue así que le pregunte a donde se dirigía, pensé que podía oscurecer y se podría perder en el bosque. Le dije: "¿A dónde vas, muchachita?"

Y ella me contesto: "A la casa de mi abuelita", (apretándome los molletes), "que lindo lobito, ¿no quieres acompañarme?" Sin dejar que pudiera decir palabra me agarro de la cola y me arrastró.

La muy malcriada me arrastraba, me decía que al llegar a casa de su abuelita me realizaría un corte de pelo, porque el que tenía estaba pasado de moda.

Ayyy, por mis antepasados que como pude me zafe y corrí sin dirección. Más que cortarme el pelo, la muy salvaje tal vez me cortaba una pata o vaya a saber si le erraba con la tijera. Como odio cuando escucho su vocecita llamándome "lobito..., lobito ven que quiero jugar contigo", pobre de mí…

Recuerdo que un día me agarro por sorpresa y ¡¡¡sácate!!!, me pinto la cara con unos brillos que traía en su cesta. Me puso una peluca de colores y me amarro al árbol. Fui el hazmerreír de todo el bosque. Otra vez me convido con un caramelo que estaba relleno de pegamento una semana sin probar bocado; ¡¡¡esa niña es un demonio!!!

Yo le quise dar una lección, para que así escarmentara.

Su abuela, una persona noble y buena prometió ayudarme después que escuchara mi relato: "Claro que te ayudare, estimado lobito, no permitiré que mi nieta destruya el bosque y maltrate a los animales que en él habitan. Cuenta conmigo para lo que sea necesario", afirmo la abuelita de Caperucita Roja.

Una calurosa tarde llame al celular de la abuelita para acordar una cita, ya que ella era una persona extremadamente ocupada. Sus reuniones, el club de jubilado del bosque, sus encuentros con amigas para tomar el té junto al río y las clases de Tai chi chuan no le dejan tiempo libre.

Arreglada la cita solo quedaba acudir a su casa. Al llegar me recibió en su jardín de invierno, ¡que paraíso! Aire acondicionado, LCD y sillón masajeador… me convido con refresco ¡que placer! Luego, para que me sintiera aún más cómodo y para compensar los malos tratos de su nieta me invito a zambullirme en su piscina ubicada en el parque.

Acostumbrado a mi madriguera, un PH al fondo, con poca iluminación y compartida con una pareja de topos y una marmota, eso era ¡fabuloso! Esa tarde entre refresco y refresco, zambullida y zambullida pudimos acordar que ella se encargaría de hablar con su nieta y pedirle que reflexionara sobre las actitudes que tenía para con los habitantes del bosque.

Después de unos días, la abuelita me llamo para que esa tarde fuera a su casa, ya que iría Caperucita Roja a llevarle unos pastelitos. Me vestí con mi mejor traje, me lavé los dientes, me peiné y me fui cantando de alegría, pensando que esa tarde por fin encontraría la tranquilidad tan ansiada.

Pero no… casi termino en el comedor de la abuelita… pero no comiendo…sino de tapis. Al llegar, toqué la puerta y salió la abuelita y sorprendida me dijo: "llegaste temprano… estaba justo por salir a pasear a mi querido perrito Inolfo… pasa y espérame… siéntete como en tu casa, en diez minutos regreso…".

La caminata me dio hambre y sed.

Fui a la cocina y me serví uno de esos riquísimos refrescos que ya había probado, tome, tome y tome… comí unas galletas… de repente comencé a tener sueño… los ojos se me cerraban. Mis patas estaban sin fuerza y mi cuerpo me pedía descanso.

Me fui a dormir una siesta. La cama de la abuelita era tan cómoda que decidí taparme y dormir plácidamente… Hasta que de repente, sentí un portazo… qué es ese ruido me pregunte. Sin tiempo en el cual pudiera salirme de la cama, vi una sombra que se acercaba… del miedo me tapé todo… tiritaba de miedo… y de repente… sentí su vos “Abuelita, abuelita”, el monstruo había llegado. Pude agarrar un camisón de la abuelita que estaba cerca y me cubrí para que no me reconociera… me puse un gorro también… pero nada… todo fue en vano.

La niña entró y al verme me dijo: "Vos no sos mi abuelita… ¿Quién sos?" me preguntó. Yo no respondía, estaba paralizado. Me agarro las orejas y me dijo: "¡que lindas orejitas que tienes!, pero están muy sucias, tal vez tenga que lavarlas."

Yo pensé que me dejaba sordo.

Sacó de un cajón un trozo de algodón y empezó a pasármelo por las orejas. Mirando mi hocico me dijo: "qué lindos pelitos tienes. Son demasiado largos, hay que cortarlos". Y sin dudar, con una tijera me corto los bigotes.

Abriéndome la boca me dijo: "que lindos dientes que tienes, pero están llenos de sarro, te voy a pasar la lijadora para que queden limpios, limpios".

Yo estaba sudando, y no sabía cómo escapar. Al pasarme la lijadora raspo mi lengua… hay que dolor… pedí a gritos socorro. Se me cayó el sombrero y me reconoció. "Lobito", me dijo, "ven para acá que ahora te toca cortarte las uñas, después depilarte el lomo y luego…", grite y grité.

En eso se sintió un disparo… claro, había un torneo de tiro, y los leñadores al oír los gritos vinieron. El pequeño monstruo había metido la cabeza dentro de mi boca para atarme la campañilla y ver si sonaba… en eso entraron a la habitación comenzaron a dispararme. Me corrieron, me tiraban a matar y como pude, salté por la ventana, cayendo arriba de un cactus lleno de espinas.

Salí de esa casa huyendo, crucé el río y nunca más regresé.

Fue el peor día de mi vida. Desde ese día no salgo de mi madriguera más que para buscar un poco de alimento y agua. Nunca pude contar mi verdad y la verdadera historia de este cuento.

Bueno, ahora que ustedes la conocen verán que no siempre existe una sola verdad. Hay que escuchar la historia de los dos lados del río.

Fin.

La verdadera historia del lobo feroz en un cuento enviado por su autora Sandra Sorbara para publicar en EnCuentos.

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