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Llevo el mar en mi pecho,
no hay estrellas
sobre mi cabeza.
Beso el horizonte
lejano siempre
y a su vez
tan cerca de mis manos.
Nazco suspendido
en el aire viciado
que tienen los veranos,
detengo el rumor
del tiempo
en márgenes abiertas,
donde nadie vuelve,
y se agranda
vital este silencio.

Fin

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