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Cuando la bulimia entra en casa. Julio César Vergara. Consultor Psicológico.

A poco que transitemos el camino de la bulimia de nuestras hijas o hijos, vamos descubriendo que dejamos de ser acompañantes de un proceso para pasar a ser parte de ese proceso de manera activa.

Y activa no es sinónimo en este caso de “consciente”. Al principio nos asomamos tímidamente a la realidad de nuestros hijos y pensamos que sucederá lo de siempre. Que ahí estaremos, como cuando estuvimos para bajarles la fiebre, curarles la herida producto de la caída de la bicicleta o prepararles el agua de arroz para la diarrea. Y ahí vamos nosotros con nuestras certezas a cuestas a socorrerlos. No dudamos ni un segundo.

Vamos con nuestro rol de PADRES que todo lo sabemos. Con la receta bajo el brazo nos acercamos a ellos y en ese preciso instante nos desayunamos con la primera información que nos sacude: Ellos, no son ellos. Ellos ahora son otros. Ellos se parecen a nuestros hijos. Ellos tienen un gran parecido a aquellos hijos que iban y venían por la casa y por nuestras vidas y que creíamos conocer como la palma de nuestra mano.

He aquí el primer descubrimiento. NO TENEMOS LA MENOR IDEA DE CON QUIEN ESTAMOS HABLANDO. Y nos desconcertamos, nos asustamos, nos culpamos, nos enojamos. La típica reacción frente a lo desconocido. Sin embargo nuestra cabeza se niega a aceptar que esa persona que está ahí, delante de nosotros, sufriendo hasta los huesos, pidiendo ayuda a gritos, es ni más ni menos que nuestra hija o hijo. Y producto de ese desconcierto abrumador es que reaccionamos de manera tan intensa.

El enojo es suele ser grande, como el miedo y la angustia. A veces aparecen uno tras otro y a veces todos juntos. Y así, de esta forma tan poco ortodoxa pero efectiva aprendemos la primera lección que nos ofrece esta enfermedad.

LA BULIMIA ADEMÁS DE TODO LO QUE SABEMOS DE ELLA COMO ENFERMEDAD, ES TAMBIÉN UNA MÁQUINA DE DESTRUIR PARADIGMAS.

– Nadie conoce a mi hija mejor que yo…

– Si le pasara algo grave me daría cuenta…

– Mi hija/o tiene todo lo que necesita…

– Ella sabe que siempre puede contar conmigo y me puede decir todo lo que le pasa porque además de ser su madre/padre, soy su “amiga/o”…

– Ella/él sabe que la quiero…

– Ella/él sabe que la considero…

– Ella/él sabe que la respeto…

– Etc., etc.

Sin embargo, como decía antes, delante nuestro, mirándonos con los ojos bien abiertos y una mirada que mezcla arbitrariamente el miedo, la angustia, la bronca, el desgano; aparecen ellos. Nuestros hijos. Pero otros. Esos que hoy parecen haber retrocedido en el tiempo y que buscan nuestra ayuda para salir de ese dolor inmenso que les provoca la enfermedad. Para que les abramos la puerta y puedan volver a jugar como antes. Sin miedo, sin culpas, sin ansiedad. Solo jugar.

Antes nos daban la mano para cruzar la calle. Y se sentían a salvo de cualquier peligro. Hoy buscan nuestra mano para cruzar del otro lado de la enfermedad. Y nosotros estamos parados ahí, con nuestras curitas inservibles, nuestro tecito o el agua oxigenada que no curan nada. Y nos quedamos paralizados con todo el botiquín obsoleto en la mano.

Desnudos frente a una realidad que apenas podemos racionalizar y por momentos tenemos el impulso de correr a su lado, pero también para gritar pidiendo ayuda.

Es también el momento en que ellos, NUESTROS hijos descubren nuestros propios miedos, nuestras incapacidades, nuestra manera de enfrentar el dolor. Y ellos también se ven sacudidos frente a sus “NUEVOS” padres. Padres que dudan, que sufren por ellos abiertamente, que se muestran desconcertados. Toda una etapa de descubrimiento.

Una gran confusión existencial que adorna el eje principal del problema y que es nuestro deber desentrañar en beneficio de todos. No solo de nuestros hijos. Seguramente la ola del tsunami nos va a revolcar en la incertidumbre. Y eso asusta. Porque emergen también nuestros conflictos.

Porque seguramente son varios los paradigmas que van a caer y tendremos no solo que aceptarlo sino también construir otros nuevos. Y lo nuevo por lo menos provoca ansiedad, temor, resistencia.

Escuchamos y dijimos muchas veces: – Por mis hijos hago cualquier sacrificio… ¿Seguro?

¿Seremos capaces de escuchar sus demandas?

¿Podremos ser capaces de dejar de lado nuestras propias frustraciones y deseos para dejarles el camino expedito a la libre elección?

¿Seremos tan francos con nosotros mismos para aceptar nuestras responsabilidades sin disfrazarnos de “culposos” para poder dar pena y desviar la mirada del objetivo?

¿Dejaremos de lado nuestros preconceptos y pondremos una porción de nuestra mente en blanco para que se impriman nuevas maneras de ver el mundo; su mundo?

¿Podremos finalmente aceptar que no somos responsables absolutos de la bulimia de nuestros hijos, pero que podemos ser artífices de su recuperación? ¿De su libertad?

Podemos seguir sosteniendo los paradigmas del pasado, y creer que tenemos la respuesta a todo, o podemos ponernos a su lado y dar la pelea, juntos.

Ellos ya hicieron lo suyo. Nos llamaron la atención y nos pidieron ayuda. Y nos esperan. Con nuestro nuevo botiquín.

No los hagamos esperar, vamos a buscarlos rápido, que donde están, se sufre mucho.

Clr. Julio César Vergara
[email protected]

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