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Adrián y el caballo con alas

Adrián y el caballo con alas

Adrián y el caballo con alas. Lázaro Rosa, escritor cubano y ex educador. Cuento sobre los caprichos infantiles.

Capítulo I: Adrián y el caballo con alas.

Adrián se había encaprichado en tener un caballo alado que pudiera volar como Pegaso. Por esta razón su abuela siempre le decía que había cosas en la vida que, por más que uno quisiera, a veces no se pueden lograr.

 –No debes de ser caprichoso Adrián, hay cosas que uno desea pero no puede llegar a hacerlas ¿cómo vas a construirte un caballo con alas?, eso lo veo imposible mi nieto amado…

–Todo lo que yo me he propuesto lo he podido hacer, ya verás, me lo propongo y…

–¿Vas a volar sobre un caballo?, estás muy niñito para ir por los aires sobre un animal, mejor te pones a leer “El Principito” o “Pipa Medias Largas” ¿quieres que te los lea en alta voz?

–No abuela, no…eres muy diferente a mi abuelito Octavio porque él siempre me ha dicho que todo lo que uno se proponga siempre se puede lograr, la imaginación es poderosa y la persistencia hace grandes milagros…

–Adrián, persistir está muy bien pero nunca se debe llegar al disparate, se puede ser trabajador y esforzado pero las cosas tienen sus límites…

–¿Estás diciendo que yo soy disparatado abuelita? ¿Me dices loquito?, no te preocupes que yo estoy muy bien abuela, solo quiero hacer realidad mis aspiraciones de volar por encima de los continentes y para ello usaré a Pegaso, es algo lindo, ya verás…

–¿Por qué no esperas hacerte un hombre para que tengas un trabajo y con ello puedas comprarte tus pasajes para viajar en aviones? tu papá viaja todos los años hasta…

–Para eso falta todavía demasiado tiempo abuelita, yo solo tengo nueve añitos, además no voy a tener ningún problema con mis preparativos, Pegaso podrá volar muy bien, como siempre lo ha hecho.

Ante tanta insistencia de su nieto la abuela Regina se rascó la cabeza y se fue hasta la cocina para terminar su sopa de pollo con su jugo de naranja. Adrián era un niño muy laborioso pero, dada su corta edad, tenía un serio problema: no podía diferenciar aún las fronteras entre el trabajo voluntarioso y los caprichos y las aventuras.

Para este niño testarudo cualquier cosa podía llevarse a cabo. Y, por supuesto, esto era un hecho que preocupaba demasiado a doña Regina por lo que se había propuesto cambiarlo ¿pero cómo? Una tarde la abuela estaba leyendo un libro que hablaba de caballos y animales de uso doméstico, cuando se le ocurrió la idea de irse hasta el patio de la casa para chequear lo que hacía su nietecito aventurero.

Adrián había conseguido un poni de tamaño mediano y trabajaba con este, midiéndole la cabeza y el lomo, para luego llegarse hasta una mesa donde tenía varios pedazos de telas y unos estrechos y alargados tubos de madera.

–¿Dónde conseguiste el caballito? ¿Quién te lo ha prestado? ¡Acaso tu tío Ramón te lo trajo desde el campo!

–No, no, no… abuelita, yo lo busqué al zoológico y puedo tenerlo más de un mes, siempre y cuando lo cuide y le dé su comida adecuada, ese fue mi compromiso con el director del centro, yo solo estoy probándole…

–Debes de tener mucho cuidado Adrián, mucho cuidado con ese pequeñito caballo al que quieres ponerle alas para volar, parece un bebé, si algo le sucediera pagaríamos todos por igual aquí en la casa, no me dijiste nada de visitar el zoológico…

–Nada malo ocurrirá Abuela, nada malo, solo estoy experimentando para ver cumplido mi deseo, es mi aspiración. Ese día era miércoles y Adrián estuvo cosiendo y pegando las telas rojas a los tubos de madera hasta bien tarde.

Ya todos los vecinos dormían cuando terminó su trabajo y decidió entonces despedirse de su abuela, doña Regina, para luego marcharse hasta su cuarto. A la mañana siguiente todo estaba listo. El poni parecía que sufría ante la insistencia del niño en ponerle aquellas mangas alargadas a cada lado del cuerpo.

Adrián sudaba sin descansar ni un minuto, sus empeños por hacer volar al caballito eran muy grandes, quería viajar sobre el lomo del animalillo.

Momentos después la abuela Regina le trajo el desayuno, pero su nieto apenas miró la leche y el pan con mermelada que le habían traído sobre una ancha y limpia bandeja azul.

–Por favor abuela guárdame lo que me trajo, cuando termine con las alas de Pegaso me tomaré la leche a la carrera para luego volar y explorar las tierras de todos continentes—Gritó el nieto muy animado.

La anciana se mostraba asustada ante la posibilidad de que al niño pudiera pasarle algo pero, al fin de cuentas, Adrián no hacía caso de nada y era preferible dejarlo actuar por si solo para que éste aprendiera de sus propias experiencias.

–Los caballos no vuelan mi amorcito, eso está en tu imaginación y tienes que entender la realidad, las personas debemos actuar con precaución—Comentó Regina.

Adrián continuaba trabajando sin escuchar nada. El poni se veía asustado y la abuela se regresó a la cocina para seguir con sus labores. El día estaba claro y ya se aproximaban las fiestas de navidad. El niño no se detenía ante nada y estaba dispuesto a realizar su experimento por lo que sujetaba contra el animalito, fuertemente, las alas improvisadas que pudo construir uniendo los pedazos de telas a los largos tubos de madera.

–Hoy será el gran año de mi vuelo, pasaré por encima de varios continentes—Se decía, persistentemente, el chiquillo caprichoso. De esta manera Adrián le puso las alas y una montura al poni y luego lo colocó sobre una firme elevación de arena. Seguidamente se subió encima del animalillo y comenzó a impulsarlo con los pies tirando también de la embocadura y la correa con sus manos.

El caballito no comprendía porque se había metido en esta difícil situación y solo atinaba a moverse volteando la cabeza hacia los lados. Más tarde pudo levantarse dos metros sobre el terreno para luego caer de hocico contra la tierra haciendo que el niño le pasara por encima para irse a estrellar contra uno de los sillones que le quedaba cerca.

Ante los gritos de Adrián y los relinchos del poni desorientado, la abuela Regina salió al patio bastante asustada y recogió del suelo a su nieto con la cabeza rota para llevarlo de urgencia al hospital.

Adrián estuvo varios meses sin poderse mover de la cama y al poni fue necesario llevarlo al dentista para que le cambiaran todos los dientes, puesto que sus originales los había perdido del todo después del doloroso accidente. Adrián se quejaba continuamente por los dolores de cabeza y del cuello y una enfermera le enyesó completamente el brazo izquierdo.

El niño, muy a menudo, preguntaba por el caballito y por sus amigos de la escuela y su abuela le respondía con mucha calma: –Si hubieses hecho caso a lo que te dije desde un principio ese pobre animalito accidentado estuviera muy bien en el zoológico, comiendo su hierba fresca y divirtiendo a otros niños, tu tendrías tu bracito sano y no sintieras tus fuertes dolores de cabeza pero eres muy testarudo y no sabes escuchar a nadie, en ocasiones la vanidad y los caprichos se pagan muy caro, hay que saber escuchar a los demás…

–Ya sé abuelita, ya sé, tenía que partirme el brazo y la cabeza para entender que todas las locuras no pueden lograrse, las aventuras pueden hacernos grandes daños como el que yo he sufrido hoy—Dijo el pequeño mientras se tapaba la cara con una almohada, estaba apenado.

–Lo más difícil de todo Adrián es que muchas veces, por nuestras duras cabezas y nuestros caprichos, le hacemos daño a las personas que amamos y a los que nos quieren, espero que este golpe te sirva de escarmiento, espero que tu dolor te haga compadecerte también de ese pobre caballito que te prestaron y no podrá comer en las fiestas de navidad por tener la boca y todos los dientes rotos, no podrá estar alegre junto a otros niños, ni tu tampoco lo estarás, porque vas a quedarte internado en el hospital…

Capítulo II: Adrián en Bicicleta.

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-¡Que cabeciduro es ese Adrián!—Comentaba Natacha la vecina de doña Regina

– Acaba de salir del hospital y ahora anda como un cohete encima de esa bicicleta con un brazo enyesado y todo, ¡que cabeciduro es ese niño!, ¡pobre de su abuela! Adrián hacía una semana que había dejado el hospital y aún llevaba el brazo izquierdo envuelto en un yeso por el accidente que tuviera con el poni al querer hacerlo volar.

Con todo y ello, a pesar de sus muchos golpes, ahora se proponía pasar a toda velocidad en la bicicleta por entre un pasadizo, muy estrechito, que separaba el patio de su escuela de la calle.

-Es imposible que puedas pasar en tu bicicleta por ese pasillo Adrián, eres muy obstinado, está tan estrechito ese corredor que el maestro Roberto no lo puede caminar…

-Ese maestro es gordo y barrigón, tiene la panza tan grande que no cabe por el pasadizo pero yo si lo paso, ¿quieres apostar algo conmigo?…

-Esta vez te vas a romper la cabeza y vas a estar tres meses más en el hospital, eres tan cabezón que nunca le haces caso a nadie Adriancito, deja esa tontera y vámonos ya—Aconsejaba el precavido Hermes al caprichoso

– Yo soy tu mejor amigo y te estoy pidiendo que nos vayamos a mi casa a ver la tele…

-Mañana te voy a demostrar lo que yo puedo hacer, tú bien sabes que cuando me propongo una cosa nadie me quita la idea, me dices cabeciduro pero ya me verás pasar en la bicicleta por ese pasillo estrechito y salir a la calle…

-Eso no lo creo, ya te veré nuevamente con otro yeso, pero esta vez enrollado en la cabeza, y a tu abuelita dándote la comida en la boca como si fueras un bebito de ocho meses de nacido, vas a llorar y a lamentarte muchísimo nuevamente.

A diferencia de Adrián, Hermes era un niño muy precavido y entendía muy bien que su mejor amiguito era demasiado obstinado, que cuando se le metía algún disparate entre las cejas nadie podía convencerlo del error.

Tratar de aconsejar a Adrián era como correr detrás de los gatos del monte para enjaularlos y Hermes, como todos los amiguitos de su clase, estaba convencido de ello.

Con el aventurero había que tener mucha paciencia. Por esa razón solo cabía esperar al día siguiente para asistir a la peligrosa carrera y ver sus resultados. ¿Qué más podría hacerse en una situación como esta?

casco 2

-Yo me voy Adrián, te dejo solo para que sigas practicándote, no olvides usar el casco protector…

-Yo no necesito protección alguna por el momento, será tan fácil la meta que no necesitaré ponerme ningún casco, ya lo verás, mañana nos vemos en la escuela…

-Lo que te has vuelto a proponer es otro de tus disparates perooo, ¡ya tú sabrás!—Fueron las últimas palabras de Hermes antes de darse media vuelta llevando la mochila y los cuadernos a sus espaldas, para luego detenerse bruscamente y gritar:

-Le avisaré a tu abuelita que irás al parque en la bicicleta, ella debe estar bastante preocupada por tus locuras. Los últimos gritos del amigo Adrián no llegó a escucharlos porque se había alejado, a gran distancia, haciendo malabares sobre su vehículo que, como por arte de magia, se volvía a ratos un biciclo con una gigantesca rueda delantera que marchaba a toda velocidad.

El obstinado, lo mismo se paraba de cabezas sosteniéndose sobre el timón con su brazo derecho, que volaba luego por encima de una fuente llena de agua, situada en el centro del parque, hasta donde comenzaron a llegarse varios transeúntes que se escandalizaban al observarlo.

-¿Este no es el niño del poni? ¿Este no fue el que quiso hacer volar al pobre caballito poniéndole aquellas alas tan largas? —Se preguntaba un hombre grueso, con ancho bigote, en medio de su asombro.

-Bueno, con el poni no pudo volar pero ahora sí lo está logrando con ese vehículo que, por minutos es una bicicleta, pero luego se transforma en un alto biciclo, ¡qué raro! ¿cómo puede hacer eso?—Se cuestionaba también una mujer regordeta que no dejaba de comer de un pan que cargaba en su bolsa.

-Ese es el loquillo de mi barrio, es bastante famoso, es el nieto caprichosito de doña Regina— Comentó un segundo hombre que usaba una gorra y espejuelos de sol y había llegado, recientemente, para sumarse al grupo de observadores.

-¡Miren!, ¡miren como pasa volando por encima del agua de la fuente!, se va a romper la cabeza si llega a caerse ¿su abuela conocerá de esos arrebatos?—Siguió murmurando la mujer regordeta sin dejar de comerse su pan

– Auxilio, yo pido auxilio por este caprichoso, ¡miren!, ahora la bicicleta se ha vuelto un biciclo ¿cómo logra hacer esas cosas? ¿Estoy teniendo alucinaciones?… –

-Para nada doña Teresa, todos vemos lo mismo que usted, ¡miren!, ahora el biciclo se volvió a convertir en una bicicleta y la rueda delantera se ha hecho otra vez pequeña pero sigue andando a toda velocidad, tengan cuidado, ¡mucho cuidado!, corran, corran…en estos momentos el malcriado viene como un disparo contra nosotros.

Tras la alarma y los gritos, de los que daba la segunda señora que estuvo hablando con la regordeta, los observadores del parque se alejaron a la carrera hacia todas las direcciones.

Momentos después Adrián pasaba, velozmente, por el mismo sitio donde ellos se detuvieran a conversar. Luego de su travesura el cabeciduro se reía a carcajadas y continuaba maniobrando el vehículo con su mano derecha hasta que fue disminuyendo la marcha para comenzar a moverse haciendo grandes círculos.

En esta ocasión Adrián se quedó en el parque, hasta bien entrada la noche, para después irse bastante cansado, con mucho sueño, hasta su casa. parque Al llegar el otro día, antes de las nueve de la mañana, el chiquillo regresó a la escuela luciendo su biciclo que también se transformaba, continuamente, en una elegante y colorida bicicleta.

parque nacional

Todos los amiguitos de su aula estaban expectantes porque llegara la hora del receso para acudir a la prueba que se celebraría a la entrada del pasadizo.

¿Podría pasar Adrián con su vehículo mutante a través de ese corredor tan estrechito? ¿Podría pasar el cabeciduro, desde el patio de la escuela hasta la calle, por un pasadizo por el que no cabía caminando ni el maestro Roberto?

Esas preguntas, como tantas otras, se las hacían casi todos: Hermes, Fermín, Armando, Raúl, Consuelo, Damián, Manolito, Alejandra, Orquídea, en fin, muchos de los que estaban junto al caprichoso en la misma aula aunque, como era de esperarse, la gran mayoría aseguraba, de la manera más rotunda, que eso era una meta imposible de realizar.

Sólo Consuelito se mostraba algo optimista con aquel disparate porque, según ella, confiaba en las destrezas y habilidades de Adrián. Cuando concluyó el turno de biología, tras sonar el timbre que anunciaba el receso esperado por todos, los niños abandonaron el aula, a toda prisa, siguiendo los pasos de Adriancito el obstinado.

–Usa el casco Adrián, es mejor que te lo pongas para protegerte de los golpes en la cabeza, uno nunca sabe lo que puede pasar—Volvió a recordarle Hermes.

–No es necesario que use el casco de protección, para mí será todo tan sencillo que no voy a necesitarlo en lo absoluto, no tengas tanto miedo conmigo mi amiguito—Replicó el atrevido ciclista.

Todos los chicos estaban agolpados en el patio, muy cercanos al corredor, cuando Adrián se alejó más de trescientos metros del lugar para luego regresar pedaleando, tan fuertemente, que la bicicleta parecía un disparo acabado de salir de la boca de un cañón. Los niños miraban aquel bólido en silencio, con los ojos desorbitados, hasta que escucharon un gran bullicio: catapluuummmm…

El estruendo se debió a que el aventurero fue directamente a chocar contra la entrada del pasadizo para luego salir catapultado, con su bicicleta y todo, desapareciendo por los aires. De esta manera Adrián fue elevándose y subiendo, sin detenerse nunca más, hasta que se perdió completamente por entre las brisas que giraban contra el cielo.

–¿Adónde fue a caer ese cabeciduro? ¿A qué planeta iría a parar nuestro amiguito el testarudo?—Esas eran las preguntas que se hacían Fermín, Hermes y Manolito sin dejar de mirar hacia lo alto con las manos cubriéndose los ojos. –

-Yo creo que mi amiguito ha logrado volar, por fin Adriancito ha volado como el siempre lo quiso sin necesidad de usar un caballo, me imagino que habrá ido a caer sobre un joven asteroide que lo llevará a conocer los rincones del universo donde viven las estrellas más alejadas—Estas eran las palabras que se escuchaban de la boca de Consuelito mientras saltaba, sin detenimiento, mostrando una fuerte emoción y también se preguntaba:-

-¿Cuándo volveré a verte Adriancito? ¿Cuándo te volveré a ver mi amiguito empecinado?…

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Continuará…

Adrián y el caballo con alas. Capítulo uno. Cuentos con moraleja, cuentos cortos con mensajes y valores. Lecturas para niños de primaria. 

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