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Alivio. Liana Castello, escritora argentina. Cuento sobre la violencia contra la mujer. Historias de mujeres maltratadas.

Sentada frente a la ventana, tomó una hoja de papel y comenzó a escribir:

Estoy cansada y tengo miedo. Estoy muy cansada y tengo mucho miedo.

¡Estoy tan cansada de tener tanto miedo!

Quiero escapar y no sé cómo, quiero escapar y no sé dónde.

Me encontrará, lo sé. Dondequiera que vaya, me encontrará. Ya no soporto más. Soporté demasiado y ya no tengo fuerzas.

Ya no tengo voz para gritar en silencio, ni lágrimas para llorar cuando nadie me ve.

No tengo cuerpo que resista un golpe más, ni piel que anide otra marca. Tengo miedo, siempre lo tuve. Quiero irme, dónde sea, con quién sea o sola, pero lejos de él.

Sus manos me dan miedo, pero sus ojos me dan terror. ¡Vaya qué curioso! Sus ojos no me golpean, pero esa mirada…

Esa mirada es la antesala del horror. Cuando me mira de esa manera… Sé lo que sigue luego.

Un golpe, dos, tres ¿Qué importa cuántos son luego del primero? Me mira y el horror me deja tiesa, no puedo defenderme, no sé cómo. Me mira y me hago más y más pequeña, tan pequeña que me deshago en su furia.

Debo irme, es la única solución. Debo alejarme. Tengo que pensar bien a dónde ir. De todos modos, creo que no hay lugar donde no pueda encontrarme.

Fantaseo con comprar un pasaje a algún lugar muy lejano, un lugar que no exista para que él no pueda llegar, para que no lleguen sus manos, ni tampoco su mirada me alcance. Sé que no es fácil. Fantaseo con muchas cosas.

Cuando se está preso de algo, la fantasía es la única llave que abre la puerta de la libertad. Estoy cansada de disfrazar los golpes, de fingir una realidad que no es tal.

Estoy cansada de de quedarme en casa aduciendo una gripe, cuando en realidad sólo espero a que los moretones se vayan de mi cuerpo. Tardan, pero se alejan, en cambio el dolor continúa, ya es parte de mí, lo respiro, corre por mis venas con más vitalidad que la sangre misma.

¡Quiero un alivio! Ya no resisto más.

Dejó el bolígrafo, dejó el papel, tomó el arma y disparó. Ya está.

La sensación es tal como en mi fantasía. Me veo allí, tirada en el piso. Esta vez la marca de la herida no podrá disimularse y no se alejará como los moretones.

Ya no tendré que fingir. Soy libre. Sus manos no me tocarán más y su mirada queda allí abajo, ya no me alcanza, ya no temo.

Miro hacia abajo y veo tendida en el piso a la mujer que fui. No me preocupa, no la extrañaré. Hay vidas que no son vidas y no vale la pena vivirlas entonces.

¿Ha sido ésta una buena decisión? No lo sé, de lo que estoy segura es que recién en este momento, siento lo que tanto necesitaba: alivio.

Fin

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