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Había una vez, hace mucho mucho tiempo, un lugar en el fondo del mar, donde el agua era tan transparente que parecía aire. El fondo estaba recubierto de arena finita como la harina, y de color amarillo muy clarito.

Había piedras redondas multicolores de todos los tamaños, que se juntaban para formar refugios para los pequeños pececitos o para que descansaran otras criaturas que habitaban en el fondo del mar. En esas rocas también vivían plantas, muy muy chiquitas, eran tantas y tan pequeñitas que había piedras que parecían forradas de terciopelo verde.

Asomándose entre las piedras y aferradas de la alfombra que formaba la arena había también otras plantas, pero éstas eran más grandes, eran altas y con hojas tan finas y delicadas que parecían largas cabelleras que flotaban sobre el cristalino mar, otras, en cambio, parecían cintas con voladitos, ellas se pasaban todo el día, bailando alegremente moviéndose al suave compás de las corrientes marinas.

Los caballitos de mar que vivían en ese lugar, eran de todos los colores, hasta había de color dorado, otros, tenían rayas igual que la de las cebras pero multicolores, ¡parecían pirulines!

Durante las noches, todo se teñía de color azul y la luna reflejaba su blancura.

A pesar de ser de noche, estaban las alegres luces que encendían y apagaban los peces que venían de lugares más profundos. Se acercaban nadando muy despacito iluminado como farolitos ambulantes. Todos los saludaban y les daban las buenas noches.

Por las mañanas, el sol despertaba a los habitantes de ese bello lugar, atravesando el agua con sus rayos dorados, los que formaban una cortina con finos hilos de oro que acariciaba a todos anunciando que un nuevo día comenzaba.

En ese lugar tan especial vivían los delfines, todos conocían a esa comarca como el centro de la gran familia de delfines, hasta la orca, que era el primo más grandote, pasaba y descansaba allí durante sus viajes.

Pero a ese lugar no lo conocía nadie más que las criaturas del mar, porque solamente ahí los caballitos eran multicolores, las medusas tenían su cabellera con pequeñísimos brillantes, las ostras guardaban celosamente perlas del tamaño de un melón, eran tan grandes que hasta se ocultaban en ellas los pequeños delfines cuando jugaban a las escondidas. También vivía ahí, una tortuga marina que era inmensa, su caparazón era de nácar con algunas manchas grisáceas y rosadas, era tan suave y lisita que parecía de seda.

En ese lugar mágico, tiburones, rayas, peces y delfines convivían en perfecta armonía.

Ese lugar era especial y ningún habitante quería alejarse mucho porque temía que lo viesen y lo siguieran hasta allí, descubriendo ese misterioso mundo marino.

Entre los tripulantes de los barcos pesqueros y otras embarcaciones siempre hablaban de un tesoro escondido en el mar, se hablaba de joyas, se hablaba de sirenas, se hablaba de restos de un barco de oro, hasta se habló de criaturas de oro, brillantes y plata.

Esos rumores que corrían por la superficie siempre los tenían preocupados a los habitantes de “Fondos encantados”, porque así se llamaba el lugar; por ese motivo, desde que eran bebés se les enseñaba que no debían alejarse ni dejarse ver por nadie en la superficie. Los bebés no entendían por qué pero igual hacían caso. Cuando eran más grandecitos, le explicaban que en la superficie había personas que lo único que buscaban y valoraban en la vida eran los tesoros, las joyas y el dinero y que no se daban cuenta que podían ser felices sin esas cosas, como lo eran ellos en Fondos Encantados…

Un atardecer todos se encontraban nerviosos, iban y venían, de aquí para allá; No era de noche pero ya habían aparecido los peces de las profundidades con sus luces. Dos delfinas más grandes estaban junto a una más joven que estaba por tener a su bebé. Los delfines varones se llevaban a los más pequeños ya que de tan curiosos que estaban por ver llegar al nuevo hermano ¡molestaban!

Mientras el sol se despedía hasta mañana, se iba ocultando lo más despacio posible, y susurraba

-No lo pude ver nacer, seguro mi hermana Luna lo va a ver

En eso estaba ya con sus últimas luces del día, cando se asomó la luna como una gran perla

-Vas a poder ver el nacimiento del hijo de delfina – le dijo el sol a la luna mientras ella miraba comenzando a iluminar hacia Fondos encantados

-No!- dijo alegremente – Mirá rápido antes de irte, ¡ahí nació el pequeñín!

Delfina había tenido su bebé quien, acompañado por otras dos delfinas, lo empujaron suavemente hasta la superficie para que dé su primera respiración. Ni bien asomó el cuerpito, la alegría del sol y de la luna fue tan grande que por unos instantes los rayos de ambos brillaron con tal fuerza que iluminaron completamente el cuerpito del pequeño delfín.

Un barco de pescadores, que llevaba por nombre “Salvaje” a lo lejos vio el gran resplandor, su capitán, se quedó mudo ante ese espectáculo pero pensó que sería un rayo.

Cuando las delfinas bajaron a las profundidades, era todo una fiesta, las plantas bailaban, los peces prendían y apagaban las luces, las rayas nadaban en circulo como gráciles aves, tal algarabía se debía al nacimiento, todos estaban esperando que bajaran para conocer al nuevo integrante de la comunidad, se podía ver nadando algo chiquitito detrás de las tres felices señoronas.

Al llegar, las delfinas se separaron, en forma de medialuna quedando el bebecito en el medio, a la vista de todos los que esperaban ansiosos conocerlo.

El delfincito sonrió y, muy pegadito a su mamá, saludó a todos, pero se puso serio al ver la cara de sus nuevos amigos ya que del júbilo y el bochinche pasaron a quedar mudos con sus bocas abiertas por el asombro: el pequeño delfín era dorado y plateado; los rayos del sol y de la luna brillaron con tanto amor en el momento en que nació, que quedaron impregnados en su piel. Lo bautizaron “Brillitos”

Y así pasó el tiempo y Brillitos crecía feliz en “Fondos Encantados” junto a su familia y a todos sus amigos. Se había transformado en un vigoroso delfín, era el más veloz de todos, verlo pasar era como ver pasar una estela de purpurinas.

Le encantaba saltar y jugar en las olas, pero lo hacía, al igual que sus compañeros, con mucha prudencia. Durante las noches la luna se divertía viéndolos saltar, y para que su luz no los expusiera, llamaba a algunas nubes para que la cubran por un rato así los delfines podían saltar y jugar tranquilos.

Una noche, después de mucho jugar con sus hermanos delfines, Brillitos se quedó asomando sólo su cabeza que brillaba como plata recién lustrada. Observaba silencioso las estrellas.

-¿Qué ocurre brillitos? Le preguntó la luna

– Nada…son tan hermosas – dijo suspirando el delfín

– Si, es cierto – Respondió la luna sonriendo

-Aquella, es más brillante que ninguna!- dijo Brillitos mirando fijo a una muy grande

– Esa estrella es Lucero y es mucho más grande que las demás – respondió la luna

Lucero, le guiño un ojo a Brillitos.

-¡Quiero alcanzarlas! – Gritó el delfín feliz y entusiasmado.

Y de pronto saltó con todas sus fuerzas saliendo completamente del agua y haciendo un espectacular trompo, el más alto que cualquier otro delfín hubiera dado. La luna, asustada, llamó a las nubes para que oculten su luz, pero estaban lejos y cuando llegaron ya era tarde: dos marineros del “Salvaje” vieron la maravilla color oro y plata que giro por el aire y se dejó caer de espaldas para desaparecer entre la espuma del mar…

Los marineros se miraron

-No estamos locos todavía ¿verdad?

– No…¡Por ahí debe estar el tesoro de la leyenda! Ja ja ja ja! Lo encontramos era verdad! Vamos a avisarle al Capitán!-

Jubilosos, los marineros se abrazaban dando saltos y vueltas sobre la cubierta del barco.

La luna quedó oculta tras las nubes que empezaron a llorar en forma de lluvia…

Al amanecer todo el cielo le contó lo ocurrido al sol, quien se puso de acuerdo con las nubes y el viento para que durante dos días trabajen muy duro y armen una tormenta en el mar para alejar la embarcación del lugar.

Brillitos se sentía triste y culpable por lo que había hecho, nadie estaba enojado, pero él, de todos modos, era tan bueno que temía por todos.

Los días pasaron y todo siguió tranquilo, Brillitos conversaba con sus amigas las estrellas pero solo con el permiso de la luna, que de esas alturas, podía ver si había peligro o no.

Un día todo Fondos Encantados estaba de fiesta, pues una vez al año hacían un desfile donde marchaban pequeñas carrocitas realizadas con caracoles vacíos y arrastrada por caballitos de mar, hasta la imponente tortuga de nácar llevaba sobre su caparazón plantas, que como siempre, bailaban y pulpos que saludaban con cuatro brazos, con dos tiraban besos y con dos se agarraban de Celonia. Todos los delfines saltaban y se cruzaban por adelante jugando y arrojando arenillas. Todo era alegría, cuando de pronto, una mancha negra oscureció la superficie de las cristalinas aguas, todos miraron hacia arriba, el silencio reinaba y de la alegría pasaron al miedo.

Hielito, uno de los peces de las profundidades que era transparente subió muy despacito y por debajo del agua pudo distinguir la proa de un barco que tenia escrito el nombre de “Salvaje”.
Apresurado bajó y se lo trasmitió a la comunidad. Todos comenzaron a hablar y a pensar que hacer. El sol llamó a las nubes para que lo oculten y el atardecer se haga más rápido, de esa manera se haría de noche y podrían organizar otra tormenta para asustarlos y que se fueran.
Así fue. Anocheció y el viento empezó a soplar, la luna y las estrellas estaban escondidas detrás de las nubes negras y gordas que le guiñaban un ojo para que se quedara tranquila que no le iban a dejar pasar ni un rayito de luz.

Pero a la tripulación de “Salvaje” no le importó la tormenta. Todas las dulces y buenas criaturitas de Fondos Encantados comenzaron a temblar de miedo, todos nadaban de un lado para otro, los delfines hacían señas para que los más pequeños se escondieran, pero de pronto,

Brillitos se detiene en medio de ese lío y dice:

– ¿Cuánto tiempo se creen que van a poder estar ocultos?, Van a bajar con sus buzos. Y ustedes delfines, hermanos míos, nosotros debemos salir a respirar! ¿Cuánto podemos aguantar acá abajo sin asomar nuestro lomo?

Todos se miraron angustiados, fue entonces que Brillitos dijo:

-A mí me vieron y a mí me quieren porque se deben creer que yo soy de oro y plata y soy el tesoro de la leyenda. Hermanitos míos: ¡Fondos Encantados jamás será descubierto!… Voy a salir para que me persigan y los voy a marear para que se pierdan y no encuentren más el lugar. ¡Vamos a estar todos a salvo!-

-No, no noooooo! – Gritaban todos, pero Brillitos ya había desaparecido dejando solo miles de burbujas.

Al salir a la superficie saltó por la proa del barco, haciendo un trompo y cayendo de nuevo, los tripulantes lo vieron maravillados.

Brillitos comenzó a nadar a toda velocidad dando saltos para que no lo perdieran de vista. De una sola maniobra el barco levantó el ancla, prendió sus motores y comenzó a seguir a brillitos.

La tormenta seguía pero el delfín no dejaba de nadar y nadar asegurándose que el barco lo siguiera. Habían pasado dos horas en las que el delfín color oro y plata había nadado con todas sus fuerzas, había logrado su cometido: el barco estaba alejadísimo y sin saber cómo volver por todas las volteretas que habían dado.

También se había alejado de la tempestad y el cielo estaba libre de nubes ya que todas habían estado trabajando en la formación de la gran tormenta.
Extenuado, Brillitos dejó de nadar, el barco se venía acercando, pero él no podía esconderse en la profundidad porque estaba tan fatigado que necesitaba del aire.

Brillitos miró el cielo, estaba sembrado de estrellas, les sonrió. La sombra del barco lo hizo temblar, una red comenzó a bajarse lentamente

El delfín cerró los ojos resignado, pero siente la voz del lucero:

-¡No! ¡No Brillitos no te rindas! Pega el salto más grande que jamás hayas dado, como el día que nos quisiste alcanzar!

El delfín dorado abrió los ojos con alegría tomó las últimas fuerzas que le quedaban y ante los incrédulos ojos de la tripulación del “Salvaje” Brillitos se elevaba girando como un trompo y mezclándose con rayos de luces que salían del lucero y del resto de las estrellas.

Brillitos subió tan alto que las alcanzó y como era tan grande y tan brillante para estar en el mar , sintió que era un peligro para la comunidad de Fondos Encantados, entonces decidió quedarse a vivir en el cielo… además estaba enamorado del Lucero.

Desde ese momento se formó la constelación DELPHINUS, que quiere decir delfín y así desde el cielo se transformó en el guardián de Fondos Encantados

Si alguna noche miras hacia el cielo y observas con atención y mucho amor, vas a ver a Brillitos que está formado por dieciocho estrellas que titilan saludándote, y si estás en el mar quizás veas a los delfines como asoman sus cabezas mirando hacia el cielo. SHhhhhh, No le cuentes a nadie, porque esto es un secreto, pero ellos hacen eso porque durante las noches conversan con Brillitos…

Fin

Autora: Viviana M. Pusterla

Cuento infantil sugerido para niños a partir de diez años

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