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Barriletes de esperanza

-¿Qué forma tendrá La esperanza de la gente? – Preguntó un ángel a otro al comienzo de los tiempos.

-¿Forma? ¿Por qué deberíamos darle forma a la esperanza? Es algo intangible, que solo se siente, que se tiene o no, pero no se puede tocar ni medir. No, no le daremos ninguna forma-respondió el ángel mayor.

-Disiento, si me permites-respondió el menor-créeme que la gente, tal vez no toda, pero sí mucha, necesitará ver plasmada su esperanza, que tenga un color, una bella forma.

El ángel mayor se quedó pensando. Cierto era que no resultaba fácil entender a los seres humanos y que la esperanza era fundamental para que la gente pudiese llevar una vida feliz y entonces cedió.

-¿Cómo quisieras que fuera?-preguntó.

-Quiero que sea colorida, que pueda volar, que se pueda tomar con la mano, pero que a su vez viaje libre por el cielo, quisiera que tenga forma de cometa o barrilete.

Y así fue. Cada persona tuvo su cometa, todas distintas, todas igual de valiosas y bellas, todas imprescindibles para la vida. Algunas eran más coloridas que otras, unas tenían un hilo largo, otras lo tenían más corto, algunos hilos eran fuertes, otros débiles.

El ángel observaba a su gente y notó que algunos remontaban más de un barrilete, otros uno solo y con gran tristeza vio que muchos no remontaban ninguno. Pudo ver también que la mayoría de las personas tomaban el hilo de su cometa o de su esperanza y se sentaba a esperar el viento, tan solo eso, esperar.

Se dio cuenta que el tema de la gente y las esperanzas era aún más difícil de lo que había supuesto. ¿Cómo darle algo que esperar a quien nada espera? ¿Cómo enseñarles a las personas que tener una esperanza implica también un movimiento y no la quietud de la espera?

-Mucha gente es demasiado cómoda-dijo en voz alta y con tristeza el ángel- y otros han perdido la capacidad de remontar barriletes.

-Lo uno, lo otro y ninguna de las dos cosas-contestó el ángel mayor-Me he dado cuenta que la gente no entiende que la esperanza es parte de su ser, no le hace falta un hilo para sostener la esperanza de algo y que ese algo dependa del viento o no.

El ángel mayor continuó:

-Míralos-dijo-ahí están la mayoría de ellos, sentados, mirando al cielo y esperando que el viento mueva sus esperanzas y las haga realidad. Fíjate bien, pocos muy pocos son aquellos que corren tomando la cometa para que se mueva su esperanza, para que llegue hacia dónde ellos quieren.

El joven ángel se dio cuenta que así era. El paisaje ciertamente no era el que él había soñado. No siempre había viento en el mundo, no siempre entonces volaban los barriletes de aquí para allá, no siempre llegaban alto y lo que era peor, no siempre llegaban.

-¿Dónde radica entonces el secreto para que la gente tenga esperanza y que esa esperanza sea una realidad?-preguntó desconcertado.

-Mira-contestó el ángel mayor-creo que es un don que se tiene o no se tiene. Sin embargo, a diferencia de otros dones, éste se puede contagiar. Tú no puedes contagiar el don de cantar bien a otra persona, puedes enseñarle si quieres, pero si no tiene el don, no se destacará cantando. Con la esperanza pasa distinto, vive en el corazón de cada ser o no, la tienes o no la tienes, pero –precisamente por vivir en el corazón del ser humano-tiene el poder de ser contagiada a otros. Tal vez debamos dejar que se arreglen un poco más solos-propuso.

Entonces, poco a poquito los ángeles hicieron desaparecer todas las cometas, pero a su vez, fortalecieron a aquellos corazones que albergaban esperanzas para que pudieran contagiar a los desesperanzados.

Al principio las personas se sintieron desconcertadas, sin las cometas, sin los hilos, sin esperar ese viento que no siempre llegaba no sabían qué hacer.

Fue ahí cuando los corazones felices y fortalecidos, aquellos que siempre habían creído, que siempre habían pensado que se podía, hicieron su magia. Porque la magia, no vive solo en los seres celestiales, puede habitan en el corazón de cada uno.

La fuerza de ese don contagiado fue mucho mayor que cualquier hilo o soga, ya nadie se sentó a esperar al viento porque sus corazones contagiados movían las inexistentes cometas. Llegó el día en que los ángeles felices veían cómo la mayoría de las personas iba tras sus sueños y esperanzas.

Era muy extraño ya ver a alguien cuyo corazón no se hubiera contagiado, alguien sentado esperando, pero cuando eso ocurría, solo en esos momentos, los ángeles hacían un poquito de trampa y movilizaban ese corazón paralizado.

Fin

Todos los derechos reservados por Liana Castello

Cuento sugerido para adolescentes, jóvenes y adultos

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