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Por Martiniano Acosta Acosta.

Huele a desamparo es un impresionante relato del escritor colombiano Martiniano Acosta Acosta sobre distintas realidades dolorosas de nuestro actual mundo. Relatos e historias cortas para jóvenes y adultos.

Huele a desamparo

Huele a desamparo - Relato corto

Hoy, mientras iba de camino a la banca, se acercó a mí un pequeño niño y preguntó:

¿Por qué siempre está solo sentado en la misma banca?

Luisa Rodríguez, 15 años. Medellín.
Medellín en 100 palabras, 2019.

Bastará decir que soy un escritor que habito uno de los apartamentos que quedan frente a este parque de barrio que huele a silencio. A vicio. A inseguridad. A telaraña.

Todas las tardes desciendo las escaleras hasta el primer piso y lo primero que observo es el muchacho que está de pie, junto al árbol de almendro, como si fuera una marioneta que ha perdido los hilos de su movimiento.

Por detrás, se le ve una cabeza redonda y grande, de cabellos de oro. Tal vez lo mejor entre tanta pobreza física que ostenta: una espalda de niño desnutrido. Unos brazos flaquísimos. Un tirante negro del lado izquierdo que cae como culebrilla muerta y el del lado derecho le sostiene los calzones negros de su abandono.

Me acomodo en la misma banca de madera antigua con olor a vejez para contemplarlo como un padre a su hijo. Ahora mi perspectiva es más amplia porque lo tengo de frente. Tiene los ojos fijos de cuervo enojado. La boca no parece una boca normal sino una pequeña herida en el rostro de un jovencito que mira con rabia el mundo. Con odio caliente. Con un corazón vacío de amor.

Tengo la impresión de que alguien atornilló esa cabeza a ese cuello largo y delgado. Mirándolo así, es un Pinocho huérfano que saborea su propia soledad. Su destino es maldito y huele a desamparo eterno. Ya dije que no es la primera vez que sostengo mi mirada allí, en ese niño, en ese ser más parecido a una fotografía en blanco y negro, que a un muchacho real que muestra las manos crispadas, manos de gorrión herido.

En su mano derecha porta el peligro más grande del mundo.

Con esa mano de águila iracunda, empuña una granada que lanzará contra mí o contra la mujer que a veces aparece detrás de él. O contra los contadísimos visitantes de este parque gris, solitario y abandonado, terreno sin césped, que la administración de esta ciudad no ha logrado modernizar.

El parque asume su atmósfera de color triste. La misma de todas las tardes, junto con esa repitencia de la vida que todo mundo siente y que encuentra lugar en los más pobres: violencia, abandono, jóvenes drogados, suicidios, poco amor más tristezas.

El parque tiene sus árboles antiguos cuyo corazón de madera está desanimado. La niebla, como inmensa cola de gato de Angora, recorre el parque.

No escucho voces chillonas. Nadie rompe el silencio ni siquiera los pájaros en la soledad. El muchacho, como suele suceder, se encuentra allí con su rabia de perro, refugiada en su pecho de tabla. Una camisa de bolitas y de tela barata cubre su pecho.

Aguzo mis sentidos y pienso que ese muchacho parece que estuviera hecho de madera como la de Pinocho. Sus piernas iguales a bolillos de cama cuna, con nódulos parecidos a rodillas. Medias caídas, arrugadas como la piel de su vida. Visto así en conjunto es la foto del miserable, del desharrapado, del huérfano sin olor de madre, situación que le ha acumulado odio, resentimiento, contra mí, contra todos.

Finalizo mi relato.

Me levanto de la banca y mientras arreglo mi abrigo, intento despedirme del muchacho, como para que sienta el calor de una voz amiga, pero el muchacho ha desaparecido. Sólo quedamos en aquel parque: la banca, la niebla, los árboles, la granada y yo.

Doy varios pasos hacia el edificio. A lo lejos se asoma una mujer embutida en un vestido largo y poco pomposo que la niebla pinta de blanco.

La mujer, al caminar, parece que flotara a diez centímetros del suelo. Fuma. Corre. Luego grita. Llora y llama al niño tal vez por su nombre.

Entro rápido, subo las escaleras y me escondo en mi apartamento.

La figura de la mujer empieza firmemente a torturar mi cabeza. No se me borra la cara de desespero que traía como tampoco olvidaré la detonación repentina que la hizo volar por entre las ramas de los árboles.

Enero 7 de 2018.
Santa Marta, cerca del mar.

Fin.

Huele a desamparo es un relato enviado por nuestro nuevo colaborador, el escritor Martiniano Acosta Acosta para publicar en EnCuentos.

Sobre Martiniano Acosta Acosta

Martiniano Acosta Acosta es un destacado escritor colombiano, nacido en 1952 en Baranoa, municipio del departamento del Atlántico, al norte de Colombia. Es Licenciado en Filología e Idiomas de la Universidad del Atlántico, 1975. Trabaja como Directivo docente en la Institución Educativa Distrital Técnica Hugo J. Bermúdez de la ciudad de Santa Marta.

Realizó estudios de Especialización en Metodología del Español y la Literatura en convenio con la Universidad de Pamplona y Universidad del Magdalena en 1995.

Fue fundador de los talleres literarios: “José Martí” y “Álvaro Cepeda Samudio” en Santa Marta y fue distinguido con varios premios nacionales e internacionales.

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