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Evolución de la educación en Argentina. Tercera parte

Evolución de la educación en Argentina. Parte III. Alicia Casati Prof. Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales.

Queridos seguidores de esta sección, primeramente haremos un repaso de las dos entregas anteriores a fin de “ponernos en estado” y seguirle el hilo a las venideras.

En la primera, vimos:

  • Sistema Lancasteriano, o de “alumnos monitores” (teniendo al Gral. San Martín como uno de sus defensores). Nos interiorizamos de los pro y contra de este sistema, que obviamente fue instaurado en un marco social e institucional muy diferente al actual. ¿O no?

La realidad es que a pesar de la evolución en tiempo y espacio, todo lo referente a la educación parece detenido en el pasado, con el agravante de que cada vez los chicos saben menos. Todos los que hemos pasado los 50 años y recordamos nuestra secundaria y la comparamos con la de nuestros hijos (tengo una adolecente de 16 años en 4º año) estamos horrorizados de la diferencia en la calidad y cantidad de los contenidos.

Si a esto le sumamos, o mejor dicho le restamos la cantidad de horas sin clase (llámese paros de docentes/no docentes o auxiliares/fiestas patrias/feriados puentes, etc.); llegaremos a la conclusión de que el sistema educativo (por llamarlo de alguna manera) no existe. Pero este será tema de debates posteriores.

El hecho es que tal vez San Martín tenía razón: si tuviéramos más “alumnos monitores” o “adelantados” que trasmitieran el aprendizaje a sus pares, y estuvieran debidamente supervisados, tal vez podríamos suplantar la falta de docentes en tantas áreas (ya que en caso de ausencia del docente titular es imposible conseguir un suplente por 1 o 2 clases, primero porque al docente “no le sirve” y segundo, porque el trámite en el Consejo Escolar es extremadamente burocrático.)

Sumen las veces que cada docente pide licencia y multiplíquenlo por la cantidad de materias como mínimo dos veces por año, y tendremos una inmensa cantidad de horas “de la más absoluta nada”. De este tema me quejé el año pasado en el colegio de mi hija, y la preceptora me mostró como había empapelado la preceptora de certificados médicos con licencias. Lo cual me dio bastante para pensar.

Si los docentes hoy en día obtienen tan “fácilmente” los certificados médicos… ¿se controla a los médicos que emiten esos certificados? Les prometo que en un futuro no muy lejano, voy a hacer la investigación pertinente, por lo menos de la zona donde vivo y ver los alcances a nivel provincial. Buenos, dejemos de soñar con una educación más organizada y lógica; sigamos con el “orden del día”

En la segunda entrega comentamos:

  • Que la PRIMERA ETAPA DE LA EDUCACIÓN EN NUESTRO PAÍS, abarcaba la época del descubrimiento y Conquista de América bajo el dominio de los reyes de España, donde se aplicó la llamada pedagogía de la evangelización o de la conversión;
  • Que la mayor influencia fue ejercida por la Compañía de Jesús, a cargo de los jesuitas;
  • Que impuso en sus establecimientos el RATIO STUDIORUM (sistema pedagógico en el que predominaban los estudios humanísticos)
  • nos interiorizamos de saber cómo fue la educación de los indígenas;
  • De la primera misión en establecida en San Ignacio Guazú en 1610, durante el gobierno de Hernandarias;
  • Vimos cómo se determinó la expulsión de los jesuitas por Real Pragmática de 1767, llevada a cabo en forma efectiva a partir de mayo de 1768, con las lógicas consecuencias: pérdida de científicos y humanistas, colegios sin profesores y desintegración de las reducciones indígenas.

En este capítulo hablaremos de algunos colegios famosos y distinguidos; algunos de ellos formaron a gran parte de dirigentes y héroes de futuras epopeyas libertadoras.

EL COLEGIO DE LA INMACULADA

En agosto de 1610 llegaron a la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz, el padre Francisco del Valle y el hermano Juan de Sigordia, ambos de la Compañía de Jesús, quienes en el curso de ese año fundaron una residencia que, desde 1615, se convirtió en colegio de estudios preparatorios. Se llamó Nombre de Jesús, después Colegio de San Javier y finalmente, Colegio de la Inmaculada, con motivo de la proclamación de la Inmaculada Concepción de la Virgen María como patrona de España y de las Indias.

Este Colegio, aun cuando tuvo interrupciones en su funcionamiento, puede considerarse el establecimiento educativo más antiguo del país en su nivel. Aparentemente en 1615 comenzaron los cursos de nivel secundario a cargo del padre Miguel de Sotomayor, que dictaba la clase de gramática o latinidad. Hacia mediados del siglo XVII había dos clases de gramática, una para mayores y otra para menores. La enseñanza era gratuita, ya que el Colegio se sostenía con los réditos de dos estancias en las que se criaban bueyes y mulas, muy apreciadas como medio de transporte en la región del Alto Perú.

En 1767, debido a la expulsión de los jesuitas, el Colegio dejó de funcionar. Recién en 1860, el presidente de la Nación Santiago Derqui escribió al Papa Pío IX y al general de la Compañía de Jesús para que enviaran algunos padres con el objeto de hacerse cargo nuevamente del Colegio. La reapertura se llevó a cabo recién en abril de 1862 y para ello contó con el apoyo del gobernador de la Provincia de Santa Fe, Patricio Cullen. La inauguración formal tuvo lugar el 9 de noviembre de ese mismo año. El primer rector designado fue el padre Pedro Vigna.

En 1867 se agregó una Academia Literaria en la que participaron prominentes escritores, como Juan Zorrilla de San Martín, Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast), Celestino Pera, Ramón Lassaga y Benito Villanueva.

COLEGIO SAN IGNACIO

Los jesuitas fueron los primeros profesores de segunda enseñanza que hubo en Buenos Aires, pero no fueron los primeros maestros de escuela. En 1617 fundaron una escuela de primeras letras en Buenos Aires, y el mismo año un colegio de estudios preparatorios, llamado Colegio de San Ignacio, que perduró hasta la expulsión en 1767, es decir, exactamente durante un siglo y medio.

La enseñanza era gratuita –como en todos los institutos jesuíticos–, por lo que el Colegio se sostenía con limosnas que llegaban de Chile y con algunos aportes que la Corona efectuaba a todas las casas de la Compañía del Río de la Plata y del Tucumán. A esto se agregaba parte del producido de las estancias que poseían los jesuitas en esta región.

El primer emplazamiento del Colegio estuvo sobre la actual Plaza de Mayo, pero en 1662, por razones estratégicas, vinculadas con la defensa de Buenos Aires, debió trasladarse a la manzana comprendida entre las actuales calles Bolívar, Moreno, Perú y Alsina, que luego se conoció como “manzana de las luces”, expresión que se atribuye al Pbro. Antonio Sáenz, por haberse concentrado en ella una extraordinaria actividad intelectual y cultural. En 1731 se fundó una cátedra pública de filosofía, que comprendía lógica, psicología y metafísica, y desde 1740 se establecieron tres cátedras de teología.

Con estas cinco cátedras, en 1757 se fundó una Academia, que debía ser el fundamento de una nueva Universidad, pero como no otorgaba títulos de grado, sus aulas no fueron muy concurridas. El Colegio se extinguió con la expulsión de los jesuitas en 1767. Para esa época el edificio del Colegio y el de la iglesia contigua estaban casi concluidos.

COLEGIO DE MONSERRAT

El Colegio Real Seminario Convictorio de Nuestra Señora de Monserrat, fue establecido por los jesuitas en Córdoba, debido a la preocupación del doctor Ignacio Duarte Quirós –sacerdote docto”–, el 19 de agosto de 1687, como preparatorio para los estudios universitarios. El proveyó la suma de dinero necesaria para la fundación, que puso a disposición de la Compañía de Jesús, y a su muerte legó todos sus bienes al Colegio. En él se enseñaban las lenguas clásicas (latín y griego), filosofía, matemática y nociones de historia, geografía y cosmografía.

Por real cédula de 10 de diciembre de 1800, se dispuso que el Colegio se tuviera por unido e incorporado a la Universidad de Córdoba y se le dieron las normas para su constitución y funcionamiento. En 1907 el Colegio fue incorporado oficialmente a la Universidad Nacional de Córdoba. De acuerdo con las investigaciones realizadas por el historiador jesuita Pedro Grenon, desde su fundación hasta 1855, pasaron por sus aulas 1.756 alumnos, procedentes de las provincias que integraban el antiguo territorio del Virreinato del Río de la Plata e inclusive de Chile y el Perú.

En este instituto cursaron estudios relevantes figuras de nuestro pasado, como Juan José Castelli, Gregorio Funes, José Valentín Gómez, Pedro Medrano, José Ignacio Gorriti; y en época más cercana: Santiago Derqui, Juan Francisco Seguí, Facundo Zuviría, Nicolás Avellaneda, Miguel Juárez Celman y José Figueroa Alcorta.

COLEGIO DE NUESTRA SEÑORA DE LORETO

Vinculado con el Colegio de Monserrat, fue fundado por el obispo Trejo y Sanabria el 17 de diciembre de 1611 en la ciudad de Santiago del Estero. Sede de la diócesis del Tucumán, estuvo destinado a la formación del clero. En 1699 este Colegio fue trasladado a Córdoba y en 1752 se aprobaron las reglas directivas y doctrinales que se debían observar en el Colegio.

Para el ingreso se requería que los postulantes tuvieran doce años cumplidos, ser hijos legítimos y saber leer y escribir; además, debían demostrar una marcada vocación religiosa. Los que fueran seminaristas tenían que turnarse en el servicio de culto en la Catedral. Además de los estudios regulares de gramática, filosofía y teología, los alumnos recibían lecciones de música y aprendían a ejecutar en el arpa, el órgano y el violín. El ingreso se realizaba de una manera pública y solemne.

LA UNIVERSIDAD DE CÓRDOBA

Hay dos versiones, una que dice que por iniciativa del obispo del Tucumán, fray Fernando de Trejo y Sanabria, el papa Gregorio XV otorgó en 1621 al Colegio Máximo que tenían los jesuitas en la ciudad de Córdoba desde 1610, el privilegio de poder otorgar grados académicos y, por lo tanto, la jerarquía de universidad. La misma comenzó a funcionar al año siguiente de acuerdo con los reglamentos que dictó el padre Pedro de Oñate, reformadas por el padre Andrés de Rada en 1664 y confirmadas en 1680.

Sin embargo, sostiene el padre Pedro Grenon, que fue la Compañía de Jesús la que, “exclusivamente y sin ayuda alguna del obispo de Trejo, fundó, costeó y sostuvo con sus propios recursos durante ciento cincuenta y siete años su Colegio Máximo, convertido […] en la primera Universidad que existió en territorio argentino”. Durante el período hispánico se fundaron en América 25 universidades. La primera en Santo Domingo, en 1538.

En esta Universidad se cursaban artes, que comprendían el estudio del latín y la filosofía; y teología; y se concedían en el primer caso los grados de bachiller, licenciado y maestro; y en el segundo, los de bachiller, licenciado y doctor, en principio por el término de diez años y desde 1634, a perpetuidad, por decisión del papa Urbano IV. El aprendizaje del latín estaba dividido en doce cursos de un año cada uno, para menores y mayores respectivamente.

El estudio de la filosofía comprendía un curso de lógica, otro de física y un tercero de metafísica, cada uno de un año de duración. Por su parte, el estudio de la teología, que duraba cinco años, se fundamentaba en la escolástica. Los que recibían el grado de doctor debían estar previamente ordenados “de orden sacro”. Recién a partir de 1764 comenzaron a admitirse seglares. La Universidad de Córdoba estuvo en manos de los jesuitas hasta su expulsión, en 1767.

Entonces fueron reemplazados provisoriamente por los franciscanos, quienes en 1791 introdujeron el estudio de la jurisprudencia. De esta manera los estudios que se cursaban dejaban de ser estrictamente teológicos. La cátedra se inauguró con 11 alumnos y fue su primer titular Victorino Rodríguez. En 1795 se autorizó el otorgamiento de grados en derecho civil. Con esto dio comienzo la secularización de la Universidad.

Por real cédula del 1º de diciembre de 1800, el rey Carlos IV refundó la Universidad y la denominó de San Carlos y de Nuestra Señora de Monserrat, elevándola al rango de Universidad Mayor, con las mismas prerrogativas atribuidas a las de Salamanca y Alcalá de Henares en España y a las de México y Lima en América y con el carácter de Real y Pontificia. Entre los rectores franciscanos, merece recordarse a fray Pedro Nolasco Barrientos, que estuvo diez años a cargo del rectorado; y entre los profesores, a fray Cayetano Rodríguez, de relevante actuación posterior en los sucesos de la Revolución de Mayo, que enseñó filosofía. A partir de 1808 se hizo cargo de la Universidad el clero secular.

LOS JESUITAS

Durante su estada en Buenos Aires, fundaron otro colegio de primeras letras en los Altos de San Pedro, aludiendo a la parroquia de San Pedro González Telmo, conocida como San Telmo. También tuvieron a su cargo la dirección del Seminario Conciliar para la formación del clero local. Asimismo, establecieron en la Colonia del Sacramento, frente a Buenos Aires, el primer centro de enseñanza en el territorio de la Banda Oriental, con el nombre de San Francisco Javier.

Desde comienzos del siglo XVII hasta su expulsión en 1767, los jesuitas llegaron a fundar y dirigir trece colegios en la región del Río de la Plata.

UNIVERSIDADES DE CHARCAS Y SANTIAGO

Trejo y Sanabria fue también el inspirador de la fundación de la Universidad de San Francisco Javier en Charcas o Chuquisaca, y de la de San Miguel en Santiago de Chile. Los jesuitas dirigían desde fines del S.XVI el Colegio San Juan Bautista en la ciudad de Charcas, que en 1621 fue elevado a la categoría de Colegio Real y, a partir de 1624, autorizado para funcionar como universidad y conferir grados en artes, teología, cánones y leyes (derecho civil y canónico).

La misma autorización se concedió a los jesuitas en 1625 para convertir en universidad al colegio que poseían desde principios del siglo XVII en Santiago de Chile, que tomó el nombre de Universidad de San Miguel y otorgó los mismos grados que la Universidad de Charcas. En 1634, el Papa Urbano VIII resolvió que los grados académicos otorgados por los jesuitas en estas universidades tuvieran validez en toda la Cristiandad. Varios de los protagonistas de la Revolución de Mayo de 1810, como Vicente López y Planes, Juan José Castelli, Mariano Moreno, Manuel Dorrego y Antonio Álvarez Jonte, cursaron sus estudios de derecho en estas dos universidades; los tres primeros en la de Charcas y los dos últimos en la de Santiago.

Interesante aprender las historias de estos colegios y universidades tan nombradas, con tanta tradición. Y vamos a seguir, nos queda mucho por recorrer. Es grato ver como se preparaban para enseñar, para asumir cargos públicos, para ser profesionales. No había improvisación, había mucha organización y dedicación.

Por eso queridos seguidores de esta sección, cuando digo que soy Profesora de Ciencias Jurídicas señalo el año, porque en esa época, los que estudiábamos un profesorado, en el caso de la mujer; sabía que no iba a cobrar mucho, pero tendría un horario que se podía adecuar para ocuparnos de la casa, de nosotras, de la pareja y de educar a nuestros hijos.

Sí, eso tan raro, que se convirtió en un bien no renovable y por lo cual es necesario ocuparse y no preocuparse cuando ya no podemos hacer nada. Porque aunque tengo muchas críticas a la docencia actual (y esto no tiene sólo que ver con el docente en sí, sino con la institución); hay que entender la situación social y de confrontación que se vive en el aula.

Mi mamá como tantas nos enviaban al colegio a aprender contenidos, información sistematizada y evolutiva; yo envié a mi hijo mayor a hacer lo mismo; porque la educación y el orden, se aprendían en casa. Respetábamos a los profesores, usamos uniforme hasta 5º año, llevamos la pollera hasta la mitad de la rodilla, y terminamos la secundaria 50 chicas, que fuimos de viaje de egresadas 10 días con 3 monjas y 2 madres.

El colegio no era mixto, no desertamos, no nos suicidamos y por lo menos en mi grupo no fuimos al psicólogo (que no tengo nada en contra) Ahora las materias están fragmentadas, no tienen música, ni folklore, ni botánica, ni zoología, ni derecho comercial, ni derecho administrativo, ni procesal, ni merceología, ni mecanografía (que les vendría bárbaro ya que están todo el día con la netbook y los celulares, y la mayoría escribe con dos dedos), y hasta en inglés (rezábamos el padrenuestro en inglés al comenzar la clase) se nota la diferencia.

No hay una sola materia que los egresados de esos años no puedan ayudar a sus hijos. Y eso se lo debemos a la preparación, a la dedicación y al esfuerzo compartido entre docentes y alumnado.

Había orden, jerarquías y metas ¿Cuáles son las de nuestros adolescentes? ¿Qué aspiran ser? ¿Qué ven para su futuro? ¡Qué difícil! Por eso tal vez el docente no tiene ganas de cumplir “con su rutina”, porque el aula actual es complicada y estresante. Es mayor el tiempo utilizado en lograr orden, que el que se dispone para enseñar.

El profesor se cansa y grita, el alumno se aburre y “hace lío”, y la frutilla del postre: los celulares convirtiendo la clase en un boliche bailable cuando empiezan a sonar. (Aunque ahora los están limitando un poco) ¿Era tan malo que tuviéramos reglas, orden, valores y respeto? ¿Esta educación light, en la que los roles se han desdibujado para dar paso a una libertad sin objetivos, a quien le ha servido?…

Si entonces algún chico tenía alguna dolencia, lo acompañábamos, lo calmábamos y por último llamábamos a los padres. Hoy nos hemos convertido en automóviles, lo primero que debemos tener para tratar a un alumno, es un seguro contra terceros (responsabilidad civil); porque está todo tan tergiversado (y todos pusieron su granito de arena para que sucediera) que si algún docente de corazón quiere ayudar a un pibe, puede terminar con un administrativo y un hermoso dolor de cabeza, por decirlo de alguna forma sutil.

Y por si algo faltara, la política y el sindicalismo, oscureció y transformó esta vocación, en un trabajo funcional y servil al gobierno de turno; y no sólo por este gobierno, hace tiempo que el docente perfiló el don de la enseñanza, en una “carrera sin obstáculos” a la desin-formación apoyando la curricula de turno; porque peticionar derechos a estas alturas es casi una obligación, pero la forma en nuestros hijos se convierten en los “fusibles” del cambio y la obtención de logros, alcanza los más altos niveles de la indignidad. Pero lo cierto es que el docente no sale de una burbuja ni por generación espontánea.

Pertenecen a la sociedad efervescente y anárquica en la que nos movemos, igual que los alumnos y los padres. Así que la ecuación es sencilla: SOCIEDAD CAÓTICA = GOBIERNOS-LEGISLADORES-JUSTICIA-AUTORIDADES-DOCENTES-PADRES y ALUMNOS, CAÓTICOS

Siempre se dijo que la forma de modificar estructuras y lograr cambios es a través de la educación, pero con estas premisas: desinterés por educar y por aprender, ¿cómo vamos a lograrlo? Desde el día que puse los pies en el colegio hasta hoy, y ya pasaron cinco décadas, lo que más he escuchado hablar es de cambios; y el único que he visto, es la progresiva decadencia del sistema y sus componentes. Utilicemos las neuronas y seamos innovadores a la hora de elegir la forma de hacernos escuchar.

Hagamos lo que les pedimos a nuestros alumnos: originalidad para trasmitir y exigir derechos. De esta forma tendremos a los padres y a la sociedad como aliados y no como enemigos. Pero bueno, hay más de ochenta y ocho teclas para tocar en este piano. Y de a poquito vamos a tocarlas a todas.

Hasta la próxima.
Alicia Casati Profesora Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales/1976

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