Los cuentos tienen un sinnúmero de bondades. Nos brindan mucho y nos piden poco.
El cuento nos ayuda a sentirnos acompañados, aun cuando leemos solos ¿Por qué? Porque cuando leemos, no solo el libro es nuestra compañía, sino los personajes de la historia, sus vivencias, sus lugares (cuando alguien lee, jamás está del todo solo). Si tenemos la suerte que alguien nos narre un cuento ¡Cuánto mejor! Pues compartimos la historia con otro, con ese otro que nos presta su voz para contarnos amorosamente una historia.
Los cuentos pueden ayudar a conciliar el sueño, a soñar despiertos, a imaginar lo imposible, a sentirnos reflejados sea en un personaje o en una experiencia.
También nos ayudan a pensar, a reflexionar porque el cuento toca o puede tocar, en el mejor de los casos, el alma o el corazón de quien lo lee o quien lo escucha.
Y en ese caso, en el que el cuento llega al alma y al corazón permite que nuestras emociones salgan a la luz.
Cuando la historia, el personaje o la circunstancia tocan nuestra fibra íntima, es como si una llave mágica e invisible abriese nuestro interior y nos dijese: “Permítete sentir, saber qué sientes, por qué lo sientes”.
Es en ese momento, mágico por cierto, que podemos reconocer qué estamos sintiendo, tal vez por empatía con el personaje o la historia. Estamos poniendo a la luz alguna emoción que tal vez permanecía dormida, oculta o reprimida.
El cuento es un instrumento maravilloso para dejar salir nuestras emociones pues no juzga, se muestra gentil y silencioso. No habla de nosotros, ni de nuestra vida, pero nos permite pensar en aquello que no ocurre o nos ha ocurrido.
Desmenuzar una historia, escucharla o leerla en silencio ayuda a sentirnos más cómodos, cobijados tras esas palabras que no nos pertenecen pero que si sabemos aprovecharlas, podemos hacerlas propias para sanar aquello que necesite ser sanado.
Fin
Artículo sugerido para docentes y padres
Fuente: NIÑO SABIO: https://mariaflorenciacammajo.wordpress.com/