Subí a la montaña un día de mayo
en que el frío y el viento
se manifestaban.
Los caminos estaban agrietados
los árboles entrecruzados,
dificultando mi avanzada.
(¡Qué largo es mi camino!)
Avanzando, ya más calma,
encontré que la vegetación escaseaba
dando paso a un macizo
que me miraba,
coronado de un manto blanco
dándome a entender
que alcanzaba el cielo.
Mis pies entumecidos,
doloridos, enrojecidos
por el trayecto recorrido.
De pronto, deteniéndome un instante
mi mente se sorprende,
dando sentido
al cantar de las aves,
el correteo del viento,
y el crujir de la selva.
La brisa estaba en calma
retomando mis fuerzas, avanzando.
Cruzando quebradas
bebiendo las sales
que brotaban de esas entrañas,
ya mi trayecto culminaba,
sintiendo en mi espalda
ese sol que abrigaba mi cuerpo
dándome la fuerza
para regresar a casa.
Fin