México
La literatura infantil y juvenil ahora toca temas que antes se creían prohibidos para los niños: la guerra, el amor, la muerte, la intolerancia, la violencia y el narcotráfico.
Hace tiempo que las historias escritas para los niños dejaron atrás la candidez para reflejar la sociedad de su tiempo. En el pasado quedaron los relatos de princesas que ven al matrimonio como sinónimo de felicidad, las fábulas didácticas protagonizadas por animales, los cuentos en los que un héroe vence todos los obstáculos sin dificultad alguna.
En el presente, los escritores y lectores de libros infantiles y juveniles buscan una visión más crítica del mundo en el que viven, situación que muchas veces desconocen maestros y padres de familia, quienes prefieren aislar a los niños de estas propuestas creativas al suponer que la literatura infantil sólo debe tocar temas felices.
Laura Guerrero, académica de la Universidad Iberoamericana, campus Ciudad de México, estudia la literatura infantil y juvenil que se produce en Hispanoamérica. Con una investigación patrocinada por Conacyt y que será publicada en 2010, Guerrero ha encontrado que la literatura crítica o neosubversiva ocupa un lugar privilegiado en la mente de autores, niños y jóvenes.
Revolución narrativa
La literatura subversiva, precisa la investigadora, es un modelo que no cuaja en su tiempo, en el que hay un cambio en la noción de infancia y en la visión del mundo que se quiere mostrar al niño.
“La subversión tradicional de la literatura es aquella en la que hay niños rebeldes y un mundo en crisis, pero los protagonistas regresan al final a la normalidad, al redil, y se incorporan como adultos sanos”, explica.
Ese es el caso de obras como “Pinocho”, “Alicia en el País de las Maravillas” y “Peter Pan”.
Es a partir de la Segunda Guerra Mundial que empieza el movimiento neosubversivo, que se consolida en los años 50 con la aparición de “El Señor de las Moscas”, escrito por William Golding.
“Es ahí cuando comienza esta neosubversión. En este nuevo enfoque el final feliz ya no es común, hay mucho cuestionamiento acerca de lo que los adultos estamos haciendo en el mundo. Y entonces aparecen temas como la ecología, la guerra; temas que antes estaban poco trabajados o sesgados por la idea de que a los niños se les debe dar un mundo feliz e idealizado.
“Ahora existe una literatura muy reflexiva, muy intensa, que trata temas familiares, sociales, ecológicos. En ocasiones los autores se valen del humor, de discursos lúdicos, pero siempre con un carácter crítico, principalmente en los textos para los niños a partir de los 11 años”, precisa.
La académica considera que este tipo de literatura no pretende dejar un mensaje, su importancia radica en que tiene vida y toca el corazón. Y es que, afirma, la literatura cambia a la gente al agitar su interior y transformar su manera de ver la vida.
La información influye en los niños
Laura Guerrero explica que esta literatura responde a la cantidad de información que está llegando a los niños y jóvenes a través de la televisión y del Internet.
“Obviamente la literatura también tiene que ir dirigida a niños poseedores de una gran cantidad de información, que están expuestos a más violencia, a la reflexión sobre la muerte, al futuro del planeta.
“Ellos necesitan ver reflejados su realidad, sus sueños y preocupaciones en los libros que están leyendo, entonces la literatura no puede quedar fuera de este momento”, considera.
Agrega que los textos de corte realista están tocando temas que antes se creían prohibidos para los niños: la guerra, el amor, la muerte, la violencia, el calentamiento global, el problema bioético de la clonación.
El choque con los padres y maestros
La investigadora señala que padres y educadores se resisten a ofrecerles a niños y jóvenes este tipo de libros, ya que el adulto quisiera que al niño no lo tocara nada, que fuera muy feliz, que tuviera un mundo maravilloso.
“Lo que hacemos muchas mamás y maestras es darles literatura ‘light’, candorosa, y no nos ponemos a ver que también a través de la literatura el niño comprende al mundo y resuelve situaciones personales.
Al hacer eso creamos un choque en los niños, porque entre lo que la literatura les dice y ellos observan pues no hay coincidencias”, sostiene la investigadora.
Señala que es necesario que padres y maestros se den cuenta de que la literatura no solamente es para pasarsela bien, sino que también otorga al lector herramientas de comprensión y ayuda a desarrollar su mundo interior.
“Los adultos olvidan eso y piensan que la literatura tiene que ser muy bonita, tierna, dulce, y no está de más dar a niños y jóvenes esa literatura, pero no debería ser la única que reciben, sobretodo porque no los debemos aislar de la vida”, finaliza.
Por: Sylvia Georgina Estrada