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Coatlicue. Mito azteca

—Tláloc, necesito platicar contigo—Me dijo Coatlicue cuando la encontré en el valle de la fertilidad. Y agregó: Una tarde noche fui a caminar al Cerro de la Serpiente, para asear el sitio y respirar su aire limpio. Y me pasó algo muy extraño que deseo contarte, para que me ayudes.
—Me da gusto verte—Contesté. Cuéntame.
—Gracias, dijo—Ese viento que se supone limpio y sagrado del Cerro de la Serpiente, pasó tenuemente bajo mi falda y de inmediato empecé a sentir cosas extrañas dentro de mí. Tiempo después fui con el curandero y dice que voy a tener un hijo.
Tú sabes que Mixcóatl está en tierras lejanas y regresará pronto ¿Qué hago, amo mucho a mi esposo? No sé como podré explicarle lo que me ha pasado.
—Conozco a Mixcóatl desde que era niño—Le dije. Lo recuerdo la mayor parte del tiempo, violento. Por eso pensé que nunca se casaría, pero con tu infinita dulzura, tu temple y firmeza; domaste su espíritu salvaje; y ya ves, se casaron.
Ahora tienes que juzgar si crees que el amor que existe entre ustedes alcanza para hacerlo comprender este milagro de los dioses. Es capaz de matarte si despiertas su ánimo impulsivo que ahora duerme. Es guerrero por naturaleza, es feroz e implacable ¿Qué dicen tus hijos?
—Ellos piensan que engañé a su padre, no creen en lo milagros. Estoy enterada que planean matarme para sacar de mi vientre al que será su hermano y entregar su cuerpo muerto a su padre—Me dijo. Creen que de esta forma le demostrarán a su padre que su honor ha sido vengado ¿Puedes ayudarme? ¿Crees poder protegerme de la ira de mis hijos y de mi esposo?
—Ve al monte sagrado—Contesté. Ahí estaré en forma de niebla, tan densa que nadie podrá ver sus propias manos. No podrán encontrarte. Pero debes ir de prisa, tu vientre está creciendo con mucha rapidez. Huye, en el monte sagrado no te faltará agua, ni alimento.
Desde el cielo, observé que los cuatrocientos hijos de Coatlicue habían salido en busca de mi amiga. Viajaban armados, deseaban destrozarla y posteriormente llevar su cuerpo en pedazos al cráter del volcán Popocatépetl. Para incinerarlo.
Comandaba el grupo de hermanos armados: Coyolxauhqui, llena de ira y sedienta de venganza. Todos los hijos de Mixcoóatl eran obsesivos por estirpe. Su padre era, ni más ni menos, que el dios de la persecución.
Avanzaron rastrearon palmo a palmo el monte sagrado, sabían que su madre era mi amiga y buscaría mi ayuda.
Como niebla protegí a mi amiga Coatlicue, avanzaron de manera muy lenta. Sin embargo, algunas serpientes y otras alimañas, que sintieron el paso de Coatlicue, informaron a este pequeño ejercito de desalmados, datos que le permitieron seguir su rastro.
Finalmente los hijos de Coatlicue la encontraron en el interior de una cueva, arribaron justo en el momento que estaba dando a luz a su hijo. Mi amiga Coatlicue se encontraba débil, no había nadie que pudiera defenderla. Era el mejor momento para que estos guerreros llevaran cabo sus crueles acciones.
Cuando todo parecía que mi amiga sería asesinada…
Repentinamente del vientre de Coatlicue, salió su hijo Huitzilopochtli, nació completamente armado. Con fiereza, destreza y velocidad nunca antes vistas Huitzilopochtli enfrentó y mató, uno a uno, a sus cuatrocientos hermanos. Su velocidad era 50 veces superior a la de cualquier guerrero humano.
Huitzilopochtli, era hijo de un dios. Sus hermanos no tuvieron tiempo de saberlo, perdieron la vida.
Huitzilopochtli, cortó la cabeza a su hermana Coyolxauhqui y la arrojó al cielo, ahí se quedó dando vueltas a la tierra, se convirtió en la Luna.
Mi amiga Coatlicue, diosa de la tierra y la fertilidad, diosa madre. Dio vida a Huitzilopochtli, dios de la guerra. Así fue como conocí los dos rostros de Coatlicue, el rostro de la vida con el nacimiento de Huitzilopochtli y el rostro de la muerte, por fallecimiento en batalla, de sus otros hijos.
Celebré que se preservara la vida, de quien representa la muerte. Me volví vapor de los océanos y fui al continente. Estuve como tormenta largo tiempo, por mi presencia no se vio el sol, ni siquiera un cielo nublado; el cielo estuvo negro. Sin visibilidad alguna para los seres vivos, inundé la tierra y muchos seres murieron. Sirvieron para abonar la tierra.
Soy Tláloc, no soy el dios de la lluvia, soy la lluvia misma; y también soy tormenta, tempestad, rayos, truenos, soy todos los peligros de ríos y mares.
Soy fuerza destructiva en forma de granizo, heladas, tormentas, sequías, inundaciones y rayos fulminantes.
También soy dador y protector de vida, fecundador de la tierra, germinador de semillas, esencia de la agricultura, bosques, selvas y manglares. Soy quien limpia la superficie de la tierra y el que da de beber al interior del planeta.
Soy Tláloc, soy Chaac , no soy dios de algo. Soy dios, un entramado de fuerzas divinas benéficas y destructivas.
Y Coatlicue… es mi amiga.
© Derechos de autor David Gómez Salas

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