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El viaje al fin del mundo

El viaje al fin del mundo. Leyenda de los indios Onondaga.

El viaje al fin del mundo. Leyendas. Literatura infantil y juvenil

Leyenda de los indios Onondaga.

 

En el tiempo en que la tierra era joven, en el lugar en el que se levanta el sol, vivía un hombre joven dotado de sorprendentes poderes. Era Hombre que Va. Reunió a la gente de un poblado y les dijo:
-Marcho hacia el Oeste por el sendero de la guerra. Unicamente pueden acompañarme los guerreros jóvenes, pues las batallas serán duras. Juntos conseguiremos la gloria que recaerá sobre nuestra tribu. Los que quieran seguirme tienen que hacerse a la idea de abandonar a sus padres e incluso de perder su propia vida a lo largo del viaje. El camino será largo y ningún obstáculo, ningún peligro, me apartará de mi meta.

Tras elegir a los jóvenes más valientes, Hombre que Va partió en dirección al Oeste.

Los onondaga marcharon durante toda una luna y llegaron a una gran llanura sembrada de huesos humanos.

-¡Atención ! Aquí se oculta un peligroso enemigo -anunció Hombre que Va-. Borremos nuestras huellas tras nosotros y avancemos con prudencia.

Viendo tantos esqueletos los valientes dudaban. Un pájaro descendió en picado hacia la tropa y fue a posarse delante de Hombre que Va. Este le preguntó:

-Explícame, tú que vives en estos parajes, ¿de dónde proceden estos huesos?

-Huid mientras estéis a tiempo – respondió el pájaro-. Este es el territorio de un hombre terrible que se llama Owisondeyon (Talón Largo). Nadie ha podido nunca hollar sus tierras sin morir. Vuestras flechas se partirán contra su traje de piedra. Además, lleva un dardo en el talón con el que traspasa a sus víctimas…

Hombre que Va se volvió hacia sus jóvenes valientes:

-Por fin encontramos un enemigo de nuestra talla. Lo liquidaremos en un abrir y cerrar de ojos.

En ese momento Talón Largo apareció entre dos árboles. Era horrible. Tenía todo el cuerpo cubierto de escamas de sílex.

-¡Separados y rodeadle! -gritó el jefe-. Lanzad vuestros lazos de cuero crudo y atad a ese truhán a los árboles.

Cuando Talón Largo estuvo inmovilizado, Hombre que Va exterminó al malvado tirándole una flecha al ojo y le arrancó la cabellera. Habían muerto dos guerreros de un golpe de dardo.

Y la tropa continuó el camino. El más veleroso llevaba la cabellera de Talón Largo en la punta de un bastón. A su paso los lobos veían cómo los onondaga combatían la maldad.

Al llegar a una ciénaga el camino se hizo peligroso. Centenares de serpientes esperaban a los onondaga.

¡Envolveos las piernas con cortezas! -aconsejó Hombre que Va.

Este agarró una serpiente y le preguntó:

-¿Por qué vivís aquí en tan gran número? ¿A quién protegéis?

Bajo la presión de los dedos que le apretaban el cuello la serpiente se vio obligada a responder:

-Protegemos a Hodaneya. En nuestra lengua ese nombre significa Aquél cuyo Brazo es un Garrote.

Nuestro amo no permite que nadie pase por aquí.

Tras esas palabras atacaron por todas partes manojos de serpientes. Los onondaga tuvieron que incendiar las hierbas secas para deshacerse de ellas.

Entonces, con enorme estrépito, Aquél cuyo Brazo es un Garrote. Nuestro amo no permite que nadie pase por aquí.

Tras esas palabras atacaron por todas partes manojos de serpientes. Los onondaga tuvieron que incendiar las hierbas secas para deshacerse de ellas.

Entonces, con enorme estrépito, Aquél cuyo Brazo es un Garrote salió de una ciénaga. Los brazos en forma de cachiporra hacían estallar las ramas de los árboles y volar las hojas a sus alrededor. ¡Era abominable!

Silbaron las flechas de los onandaga y el monstruo de madera se encontró erizado de dardos, como si fuera un puerco espín. Hombre que Va gritó:

-Nuestras flechas sólo le pinchan la corteza. Mejor será que prendamos fuego a este tipo tan feo, pues no debe tener mucho calor en esta ciénaga.

Los valientes incendiaron al gigante que pronto cayó hecho cenizas. Hombre que Va le arrancó la cabellera y dio la orden de continuar el camino. Por desgracia, varios guerreros habían vuelto a sucumbir en ese combate.

Los onandaga anduvieron mucho tiempo sin encontrar un poblado.

-Debemos haber atravesado las tierras en las que viven los indios -dijo un valiente.

Repentinamente una lanza desgarró el aire e hirió a un onondaga.

-¿De dónde viene? -se asombró Hombre que Va que no veía a nadie por los alrededores.

Otra lanza se clavó en la tierra. A continuación, una lluvia de flechas se abatió sobre los guerreros.

Diríase que caían del cielo.

-Es extraño -dijo el jefe-. ¡Rápido, vamos a hacer unos escudos para protegernos!

En lo más fuerte de la tormenta, Hombre que Va recogió una lanza y la miró malévolamente.

-¿Quién te ha lanzado? ¡Contesta o te parto en dos!

-Nuestro jefe Owendona -respondió la lanza-. Su nombre quiere decir: Una Sola Costilla. Tiene todas las costillas unidas para formar un solo hueso.

Así dispone de un armadura invulnerable. Huid antes de que os aplaste.

-Eso vamos a verlo -exclamo Hombre que Va-. ¿Dónde se esconde ese pretencioso? Quiero soplarle en la nariz.

Aún siguieron cayendo lanzas, pero se estrellaron contra los escudos.

Apareció un hombre horroroso. El pecho le desaparecía por completo tras un largo hueso. En seguida se entabló el combate. Durante un cuarto de luna los onondaga retrocedieron ante las cargas del enemigo. Durante el cuarto siguiente recuperaron el terreno perdido. Por fin, Hombre que Va rompió el pecho de Una Sola Costilla con la cabellera de Aquél cuyo Brazo es un Garrote, que tenía un gran poder. Pero en esa batalla murieron cuatro onondagas.

Y el ejército volvió a reemprender la marcha. Ahora el camino estaba cubierto de rocalla. Los onondaga llegaron ante una elevada montaña; en su flanco se abría una inmensa caverna. La entrada la guardaba un ser curioso. Colgado de una raíz recordaba a un pellejo hinchado. Este espantoso ser carecía completamente de huesos. Al ver a los onondagas, la cosa se puso a cantar:

-Volved sobre vuestros pasos, hombrecitos. Nadie puede entrar aquí.

Hombre que Va avanzó:

-Esto es algo nuevo para nosotros. Y dinos quién es tu amo, hombre-piel. Si no este tomahawk te desinflará rápidamente.

El otro tembló.

-Es un gigante al que no puede herir ningún arma. ¡Seguid mi consejo y retroceded!

Los onondaga pasaron al otro lado. Más lejos descubrieron huellas de unos pies tan grandes que dentro habría cabido un bisonte.

-Aquí vive un enano -desafío Hombre que Va-. ¡Venid! ¡Escalaremos la montaña que tenemos ante nosotros!

Pero a pesar de su arrojo tuvieron que renunciar, tan alta era.

Entonces se dieron cuenta de que no se trataba de una montaña, sino del gigante del que les hablara la cosa blanda.

Sin dudar, Hombre que Va se lanzó al ataque. Por mucho que los onondaga dispararon flechas y golpearon con sus garrotes, los golpes no surtieron efecto. El otro dormía como una marmota.

Los valientes permanecieron indecisos. Al fin el gigante se despertó sin ayuda de nadie. Al acordarse aplastó a algunos indios que se habían aventurado demasiado. Pronto vio a los onondaga.

-¿Qué es lo que queréis?¡Marcharos! Aquí estáis en mi territorio.

Dicho lo cual el gigante sopló sobre un joven valiente que salió volando como una pluma. El infeliz chocó contra un árbol con tanta violencia que el cuerpo, la cabeza y los brazos traspasaron la corteza; sólo las piernas quedaron fuera.

Los jóvenes onondaga, espantados, corrieron a ocultarse en alguna grieta de roca.

Hombre que Va les recriminó:

-¿Hemos venido de tan lejos para ceder ante ese montón de piedras? ¡Salid de los agujeros e imitadme!

Hombre que Va entonó su canto de guerra. Los otros le imitaron y cantaron todos durante dos lunas.

El canto continuo de los valientes incitaba al sueño al gigante, que bostezó y se durmió. Después de los primeros ronquidos, el jefe afirmó:

-Nuestras armas nada pueden contra esta abominable criatura. Es mejor sortear la dificultad. Nadie desmerece por evitar una situación que le supera.

Salieron prudentemente de su escondite, rodearon el cuerpo del gigante y continuaron marchando hacia el Oeste. Pero el Hombre Montaña había matado a varios guerreros.

La pequeña tropa tropezó con una inmensa extensión de agua.

-Aquí tenemos más líquido del que podemos beber -señalo Hombre que Va-. ¡Animo, mis valientes!¡Construyamos canoas!

Abatieron árboles, los vaciaron y embarcaron. Con las ramas fuertes construyeron pagayas* . A mitad del lago se desató una tempestad. Todas las canoas naufragaron. Menos una: la de Hombre que Va y uno de sus compañeros.

En la ribera opuesta el paisaje era completamente distinto al que acababan de dejar. Por fin llegaron donde el cielo desciende para unirse a la tierra.

-Ya casi hemos llegado al final -señalo Hombre que Va.

Pero los extremos del cielo y de la tierra no eran inmóviles. Se alejaban y se aproximaban el uno a la otra en un movimiento continuo. Cuando esa especie de boca grande estaba abierta aparecía detrás una luminosidad enceguecedora.

Hombre que Va declaró:

No abandonaremos cuando estamos tan cerca de la meta. Franquearemos ese abismo en el momento favorable. Imítame.

Cuando la bóveda celeste se separó de la tierra Hombre que Va corrió a toda velocidad. Franqueó el obstáculo sin dificultad, de un solo salto, cerrando los ojos.

Detrás de él , el joven valiente tomó carrerilla pero conservó los ojos abiertos y quedó cegado por la intensa luz. Tropezó, la boca del horizonte se cerró y lo aplastó.

Hombre que Va se encontraba en el dominio celeste. Allí la claridad del día era tan grande que el penetraba hasta el fondo del alma. La luz irradiaba flores gigantescas que sobrepasaban la cima de los árboles.

Estupefacto. Hombre que Va se adentró en ese país irreal y descubrió a una vieja delante de su tienda. Al verlo, ella le dijo:

-Entra, extranjero. Mis hijos y yo te esperábamos.

Los niños le saludaron:

– ¡Ah!¡Ya llegaste! Pensábamos que conseguirías venir hasta nosotros. Si estás cansado puedes quedarte en nuestra cabaña por un tiempo.

Le dieron una estera para acostarse.

Por la mañana los niños despertaron a Hombre que Va.

-Ven con nosotros., Verás cómo cazamos. Anduvieron mucho. De pronto, el mayor de los hermanos señaló una gruta al borde de una ciénaga. Allí descansaba una bestia inmunda.

-¡Es un monstruo amarillo! Aquí hay muchos genios malos. Tenemos que vigilar para que no salgan de su caverna. Si no, irían a la tierra y realizarían grandes destrozos.

El mayor movió el dedo gordo del pie. Entonces, el rayo y los relámpagos golpearon al monstruo amarillo y lo mataron con un estrépito ensordecedor.

Un día le dijeron:

-Tenemos que luchar contra una malvada criatura que vive en los árboles. Ven con nosotros, pues la batalla será dura. Ese animal tiene cuatro patas y una cola larga. Salta tanto que tenemos miedo de que devore al sol.

Llegados al bosque golpearon contra un árbol para hacer salir el monstruo de su escondrijo.

-Mirad -gritó Hombre que Va-, sale por entre el follaje.

Los Dioses Tonantes hicieron brillar sus relámpagos, los árboles volaron en pedazos, pero no hirieron al monstruo.

Hombre que Va vio que se trataba de una ardillla negra. Saltó y la capturó.

Quizá la vieja quiera guardarla, pensó.

La vieja aceptó el regalo y dijo a sus hijos:

-Veis, este hombre ha triunfado donde vosotros fracasasteis. Invitadle a quedarse aquí definitivamente; podrá ayudarnos cuando lo necesitemos.

Pero Hombre que Va rechazó la oferta:

-Tengo que proseguir mi periplo -anunció-.

En el cielo hay tantos malvados como en la tierra y debo seguir combatiéndolos.

Y partió tras agradecer a los Dioses Tonantes su acogida.

Aún hoy llegan a la tribu de los onondaga las aventuras de Hombre que Va. Y a través de ellas estos indios condicionan su forma de vida cotidiana.

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