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Por Ana Milagros Zuta Chávez.

Yo también soy un Quijote. Ana Milagros Zuta Chávez Licenciada en educación y escritora peruana. Cuento de niños.

Yo también soy un Quijote

Gonzalo estaba muy nervioso, iba a recibir el premio por haber ocupado el primer lugar en el concurso de cuentos de los juegos florales. Además, tenía que contar al resto de la escuela de qué trataba su creación.

Todos los alumnos, tanto de primaria como de secundaria estaban en el auditorio, incluyendo su madre que emocionada pensaba: ¡Ese es mi hijo!

El Sr. Soto, Director de la institución educativa lo presentó y Gonzalo inició su historia.

“¡Hola, amigos! En realidad, hubo una serie de acontecimientos que me motivaron a escribir el cuento “Yo también soy un Quijote”. El principal fue que mi maestra me lo dio de tarea por haber llegado tarde a clases.

Recuerdo también que ese día ella nos estaba leyendo episodios de la obra “El Ingenioso Hidalgo, don Quijote de la Mancha”, del escritor español Miguel de Cervantes Saavedra, que trataba de las aventuras de un señor se había vuelto loco por leer tantas novelas de caballerías.

Es así, que en mi situación de castigado, al igual que Cervantes cuando creó al quijote de la Mancha; inventé a Zalillo, un héroe juvenil, que le encantaba leer los cómic de los años 80; y que se creía capaz de luchar por la justicia de todos los alumnos de nuestra escuela. Era alto, gordito y cuando se reía llamaba la atención de las niñas.

A Zalillo le encantaba llevar a la escuela su patineta, cosa que también le daba muchos problemas, pues no era el lugar adecuado para jugar con ella. Tenía un amigo incondicional, Marcelino, pequeño, delgadísimo, con las orejas grandes, y crespito. Sus amigos lo llamaban “Canchita”, por lo ensortijado de su cabello.

Marcelino seguía a Zalillo a todos lados, era como una lapa, donde iba uno estaba el otro y casi siempre se metían en problemas ambos por culpa de la gran imaginación de Zalillo. En cierta ocasión, se dio un concurso de cometas, cuando Zalillo le dijo a Marcelino que eran naves que buscaban invadir la escuela y raptar a todos los niños.

Canchita estaba tan desconcertado, pero igual, hizo caso a su amigo cuando tenían que cortar los pabilos de todas las cometas para que las naves se alejaran. Menudo fue el enojo de todos sus compañeros al ver que sus cometas se alejaban sin retorno, mientras Zalillo saltaba de alegría porque creía haber liberado a la escuela de los invasores. Ante esa acción, ambos fantasiosos recibieron tremenda reprimenda y llamada a sus respectivos padres.

Las niñas no se salvaron de las imaginaciones de Zalillo. Cierta vez cuando jugaban rayuela en el patio, intentó cargarlas a todas porque creía que habían perdido las piernas. Molestas las alumnas, se quejaron y nuevamente los dos socios fueron enviados a la dirección.

Ya no sabían qué hacer con Zalillo y su colega Canchita, cometía muchos disparates, a pesar de que el jefe de normas estaba siempre tras de ellos. Una de las últimas ocurrencias fue el de creer que la dirección era un palacio y la directora era la reina a la que tenía que proteger de unos malvados ladrones que querían raptarla.

Enorme era la imaginación de mi personaje que convirtió a los maestros en los supuestos ladrones. Así pues, se valió de todas las cajas vacías que encontró en la escuela y armó un muro con ellas en la puerta de la dirección. Eran más de cien cajas. La pobre directora no podía salir mientras los dos pícaros jovenzuelos muy contentos decían:

“Te hemos salvado, ¡Oh, nuestra querida reina!”. Tardaron más de dos horas en sacar toda esa pila de cajas y el resultado fue que la directora estaba iracunda y dispuesta a expulsar a los traviesos. De no haber sido por el profesor Marcos, quizá Zalillo ya no estuviera en la escuela.

Él le regaló un diario y le dijo que cuando sienta que las fantasías le llegaban a la mente escribiera todo lo que sentía. Emocionado, así lo hizo, y un día se le ocurrió escribir la historia de un niño de sexto grado que había ganado un premio por haber imaginado a un personaje juvenil que se había desvariado por leer muchos cómics de los 80”.

No pasaron cinco minutos que Gonzalo había terminado de hablar, cuando todo el auditorio se puso de pie aplaudiendo; sobre todo, su madre y el sexto grado “B”, su salón.

Fin.

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