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Perdidos. Esa fue la tarde en que todos aprendimos algo.

Por Liana Castello. Ilustración: María Carranza. Cuentos educativos para niños

Perdidos es un entretenido cuento de un perro perdido, Sultán, a quien toda la familia salió a buscar. Sin embargo, además de idas y vueltas, la historia tiene un final inesperado, veamos de qué se trata. Es un cuento de la escritora argentina Liana Castello, sugerido para niños a partir de los ocho años.

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Perdidos

Perdidos - Cuento de un perro perdido
Ilustración de María Carranza

Mamá siempre había sido muy distraída, pero ese día realmente fue demasiado.

Entró como una tromba a casa, con los cabellos revueltos y los ojos desorbitados.

– «¡Se perdió Sultán! ¡Se perdió! ¡Se Perdió!» -repetía.

– «¿Qué se perdió Sultán?» -preguntó el abuelo un poco por la sorpresa y otro poco porque casi no escuchaba, entonces solía repetir lo que lo que oía para comprobar que hubiese escuchado correctamente.

– «¿Se perdió el perro?» –gritó mi papá.

En un instante, la casa se convirtió en un verdadero caos.

– «¡Te dije que tiene que salir con la correa puesta!» -le decía papá a mamá.

– «Es que casi no me di cuenta que venía conmigo» -se justificó mamá.

Sultán es nuestro perro, en realidad es el perro de mi abuelo. Cuando mi abuelo vino a vivir con nosotros, llegó con su fiel perrito Sultán y todos lo adoptamos como nuestra mascota.

– «¿Cómo que se perdió Sultán? ¿Cómo que se perdió mi perrito?» -gritaba el abuelo.

– «No me di cuenta» -contestó mi mamá.

– «No es una mosca, es un perro, tiene un tamaño considerable como para no verlo mujer» -papá estaba muy enojado.

– «Hagamos algo» -dije mirando a todos- «Mientras nosotros discutimos, el pobre Sultán puede alejarse más de casa».

Sultán no era tan viejito como mi abuelo, pero tenía unos cuantos añitos.

Mamá se fue al almacén para ver si Sultán había quedado allí.

Papá se fue a la veterinaria del barrio por si alguien lo hubiera encontrado y lo hubiese llevado allí, y con mi hermana decidimos buscar fotos de Sultán para hacer cartelitos y pegar en los negocios del barrio.

Tan ocupados estábamos haciendo los carteles, que no nos dimos cuenta que el abuelo había salido a buscar a su perro.

Cuando volvieron papá y mamá y preguntaron por el abuelo, el caos volvió.

– «¿Queeeé? ¿Ahora se perdió el abuelo?» -gritaba mi papá.

– «¡Por Dios! ¡Ahora hay que salir a buscar al abuelo!» -dijo mamá.

Y allí salieron corriendo los dos, ahora ambos tenían los ojos desorbitados y los cabellos revueltos, no era para menos.

Se iba acercando la noche y nadie aparecía, ni el abuelo, ni Sultán, ni tampoco mis papás.

Quedamos sólo mi hermanita y yo.

No sabíamos qué hacer y decidimos salir nosotros también. Jamás habíamos salido de noche solitos y la verdad, la idea no nos entusiasmaba mucho, pero había que encontrar al abuelo, a Sultán y a mis papás.

No estuvo bien lo que hicimos pues salimos sin permiso, pero pensamos que ésa era la manera en la que podíamos ayudar.

No teníamos costumbre de estar solos en la calle y menos aún de noche. Nos propusimos mirar bien los nombres de las calles, recordar por dónde íbamos, la numeración, los negocios, en fin, todo lo que nos pudiera ayudar a no perdernos.

Íbamos tomados de la mano mirando hacia todos lados, mientras llamábamos a Sultán y al abuelo. Ninguno aparecía.

De pronto, sentimos un ladrido y ambos salimos corriendo pensando que ese ladrido era de Sultán. No sé el tiempo que corrimos mientras seguíamos escuchando ese ladrido.

No sé si fue mucho o poco pero sí el suficiente como para perdernos nosotros también.

Ya no ubicábamos el nombre de la calle, no sabíamos dónde estaba nuestro hogar, no habíamos encontrado a nadie, era de noche y empezamos a sentir miedo.

– «¿Qué hacemos ahora?» -preguntó mi hermana, ya pareciéndose a mis papás, ya casi tenía los ojitos desorbitados y los cabellos revueltos.

– «Pensar» -dije sin pensar-. Y a pesar de que me había salido sin pensarlo, sentí que pensar tranquilos sería la mejor solución.

Nos sentamos cerquita de un gran farol y fuimos recordando por dónde habíamos caminado.

Tampoco sé cuánto tiempo pasó, pero de pronto vimos al abuelo que estaba tanto o más perdido que nosotros. Sus ojitos brillaron al vernos. Lo abrazamos y nos volvimos a sentar los tres, eso sí, el abuelo con mucha más dificultad.

Con mi hermanita, empezamos a desandar mentalmente lo recorrido y decidimos comenzar a caminar los tres con la esperanza de encontrar a alguien que nos pudiera guiar.

Al dar vuelta a la esquina, grande fue la sorpresa cuando encontramos a papá y mamá.

Casi que no los conocí, venían desesperados corriendo, discutiendo entre ellos y con los ojos más abiertos que nunca, ni hablar de la cabellera de ambos…

– «¿Cómo salieron solos?» -preguntó mi papá.

– «Nos perdimos» -dijo mi hermana llorando.

– «¿Apareció Sultán?» -preguntó el abuelo.

– «¿Dónde estaba el abuelo?» -preguntó mamá.

Hacía frío, estaba oscuro y todos estábamos nerviosos.

– «Volvamos a casa, por favor» -dije y así lo hicimos.

Llegamos cansados, nerviosos y con frío.

Si bien estábamos contentos de haber encontrado al abuelo y que papá y mamá nos hubieran encontrado a nosotros, Sultán no aparecía y eso nos hacía sentir muy tristes.

Mamá y papá seguían discutiendo en la cocina y el abuelo y nosotros decidimos sentarnos en el sillón, que siempre tenía una mantita cubriendo los almohadones.

El que primero se sentó fue el abuelo y al mismo tiempo se escuchó un grito y un ladrido.

¡El abuelo se había sentado arriba de Sultán!

¿Qué había pasado? Nuestro perrito jamás había salido de casa, había estado durmiendo debajo de la mantita toda la tarde.

– «¡¿Pero cómo que no se perdió?¡» -decía mi papá.

– «No entiendo, hubiera jurado que me había acompañado al almacén» -decía mi mamá.

El que menos entendía era Sultán, jamás había sido tan bien recibido luego de una larga siesta.

Esa tarde, todos aprendimos algo.

Mamá, que tenía que prestar más atención.

Nosotros, que no debíamos salir solos por ninguna razón, lo mismo el abuelo.

Papá entendió que poniéndose tan nervioso no colaboraba y todos aprendimos también que antes de actuar alocadamente, siempre es mejor pensar tranquilos. Si hubiéramos revisado la casa, nada hubiera sucedido.

Fue un día en el que todos nos acostamos muy cansados, excepto Sultán quien como había dormido tanta horas de siesta corría por toda la casa feliz, como si intuyese la alegría de no haberse perdido.

Fin.

Perdidos es un cuento de un cachorro perdido de la escritora Liana Castello © Todos los derechos reservados.

Sobre Liana Castello

Liana Castello - Escritora

«Nací en Argentina, en la Ciudad de Buenos Aires. Estoy casada y tengo dos hijos varones. Siempre me gustó escribir y lo hice desde pequeña, pero recién en el año 2007 decidí a hacerlo profesionalmente. Desde esa fecha escribo cuentos tanto infantiles, como para adultos.»

Liana Castello fue, durante varios años, Directora de Contenidos del portal EnCuentos. Junto con este sitio, recibió la Bandera de la Paz de Nicolás Roerich y se convirtió en Embajadora de la Paz en Argentina en 2011.

“Respecto de los cuentos para niños puedo escribir cortos y largos, en rima o prosa, lo que todos tienen como hilo conductor, es el mensaje que trato de transmitir. Siempre pienso en un valor para transmitir a la hora de escribir y esto puede ser a través de una historia corta o de un cuento largo.”

Si quiere conocer más sobre esta impresionante escritora, puede leer su biografía Aquí.

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