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Tom, Toby y la Caperuza Azul. María Cristina Molina, escritora argentina. Un cuento sobre mascotas, basado en una historia real.

toby

Erase una vez, en una casa grande, en donde todos los días jugaban dos seres. Uno se llamaba Toby y el otro Tom. Eran dos perros pequeños. El primero se caracterizaba por ser saltarín, juguetón y corría como un ventarrón. El otro era todo lo opuesto, con la lentitud y tranquilidad que le daban los años, disfrutaba del cariño que el más joven le brindaba todos los días.

Lamentablemente, una tarde del mes de junio, Tom enferma y muere. Es entonces, cuando Toby comienza a sentir la soledad y la tristeza al no tener a su lado su tan querida compañía. Para calmar su pesar, sus amos le brindaban todo el afecto posible. Fue así como Toby pasó a ser el mimado del hogar. Pero a fines de una primavera aparece en escena alguien que cambiaria las vidas de Toby y la de sus amos para siempre.

Este diminuto ser, con la apariencia de un pequeño peluche, de pelo suave como el algodón, de color habano, con ojos de tono café, un pequeño hocico marrón y con un andar gracioso y elegante haciendo honor a su raza evidenciando la presencia de toda una «dama». Perdida y asustada llego una tarde donde Toby habitaba. Sus amos al verla tan indefensa y desamparada quedaron conmovidos y decidieron darle alojamiento transitorio.

Lo que ellos no imaginaban es que seria para siempre. ¿Que sucedió entonces? Sin darse cuenta, Toby paso a segundo plano, y pensó: «Yo que era dueño de este lugar, que era feliz y tenía una vida tranquila ahora soy ignorado». El ardía de celos y rebeldía. No comía, lloraba y hasta repentinamente comenzó a perder su hermoso pelaje negro.

Sus amos ante esta situación trataron de buscar solución a este dilema, estando más tiempo con el fin de calmar su estado. Los días transcurrieron y al llegar el invierno los problemitas de celos acabaron. La actitud de sus dueños hacia Toby hizo que se recuperara y comenzara a compartir su vida con esta hermosa y delicada «Princesita», nombre dado hasta ese momento desde que había llegado a ese hogar.

Su amo, carpintero de oficio, le hizo una cómoda y pequeña cama de madera adecuada a su tamaño, que cubrió con un acolchado azul. Un día de frio invierno, la cobijo con una capucha de lana azul. Su ama al ver la diminuta cabecita, sus ojitos café y su pequeño hocico sobresaliendo de este abrigo, quedo tiernamente fascinada por tanta dulzura y decidió darle definitivamente el nombre que lleva hasta hoy, “La Caperuza Azul».

Fin

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