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Esta es la historia de Adrián, un niño de peculiar apariencia. Era un chico como cualquier otro de su cuadra: pelo oscuro y lacio, ojos redondos como dos huevos fritos y una energía increíble.
Es por esta increíble energía que Adrián podía jugar todo el tiempo que quisiera. Corría de aquí para allá, de su casa a la de sus amigos y dando vueltas a la manzana sin cansarse. Por supuesto que tampoco dormía siesta y, cuando sus amigos se dejaban atraer por la almohada, el continuaba disfrutando del viento sobre sus cabellos mientras corría sin parar.
Hasta que llegó un día en el que Adrián paró de correr. Todos quedaron asombrados en aquella siesta de verano en que Adrián no apareció para corretear por la cuadra. Algunos se acercaron a su hogar para preguntar qué es lo que había sucedió, pero ninguno obtuvo respuesta.
Hasta que una vecina comentó: “Se lo llevaron al médico. Ya no quería jugar, siquiera con sus juguetes de Linio.com.pa o correteando por la cuadra como solía hacerlo.” “Pero, ¿de qué pacede?”, les preguntaron sus amigos severamente preocupados. “Nadie sabe.”, contestó la vecina.
Pasaron muchos días hasta que volvieran a ver a Adrián, días en que se acumuló el polvo por la vereda que antes solía corretear. Días llenos de juegos, lluvias, algún que otro sol y muchas galletitas. Pero Julieta, que estaba muy preocupada por Adrián, lo recordaba. Es por que lo recordaba, a él y su impecable sonrisa al corretear sin ton ni son por toda la cuadra, que cada día le guardaba una de sus galletitas. “Así, cuando regrese, tendrá mil galletitas de todos los gustos, formas y colores, para escoger y degustar.”, pensaba Julieta.
¿Cómo explicarles la expresión en el rostro de Julieta el día que Adrián volvió? Fuera como si la primera brisa de primavera hubiera calmado todo ese congelado invierno que habían sido los días bajo la ausencia de Adrián. Lo acompañó de la mano hasta la puerta de su casa y escuchó sobre su apendicitis, que al parecer no era nada grave, pero que había tenido que descansar en cama muchos días para recuperarse. Que no cambió, que muy pronto sería el mismo Adrián de todos los días y la cuadra seguiría disfrutando de su sonrisa y sus interminables vueltas a la manzana correteando.
Y, mientras esperaba a ese momento, tendría un montón de galletitas que Julieta le había guardado especialmente a él. Así que Adrián, mientras descansaba en su cuarto esperando ese día, le pedía a su mamá, gritando a los cuatro vientos desde su cuarto: “¡Más galletitas!”.

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