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Lalo ◁ El tío Eduardo se comportó de una manera muy extraña ese 24 de diciembre.

Por Francisco Javier Arias Burgos. Historias cortas.

«No todas las historias son alegres o tienen un final feliz», nos comenta el escritor Francisco Javier Arias Burgos, en relación a la historia de «Lalo«, el emotivo cuento que nos regala en esta ocasión. Quizás podemos estar de acuerdos con su primera afirmación, sin embargo, tenemos dudas con respecto a que este cuento no tenga un final feliz, después de todo, cada uno de nosotros tenemos la posibilidad de cambiar y mostrar nuestra «mejor cara» en algún momento. ¿Tú qué piensas?

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Lalo

Lalo - Historia corta en Navidad

El tío Eduardo se comportó de una manera muy extraña ese 24 de diciembre. Él, siempre reacio a recibir gente en su casa, nos acogió con una amplia sonrisa, nos invitó a entrar y a ponernos cómodos y, con una cordialidad que nos hizo mirarnos inquisitivamente, nos ofreció jugo de frutas y algunas viandas preparadas con las recetas que mi abuela había dejado escritas en un cuaderno escolar. Ya sabía a lo que íbamos: la reunión familiar de cada nochebuena era un ritual que mi abuela le pidió conservar hasta que él muriera.

Lo normal era que, al abrir la puerta después de hacernos esperar cinco minutos o más, nos recibiera con el ceño fruncido y cara de pocos amigos, a lo que nos habíamos acostumbrado sin reclamarle su acritud. ¡Era tan distinto a la abuela! Los demás familiares no eran tan tranquilos como nosotros y a veces le reprochaban su hostilidad, pero el tío Eduardo (jamás nos atrevimos a llamarlo Lalo) se limitaba a mirarlos enojado y hacía una mueca despectiva como dando a entender que le importaba un comino lo que pensáramos de él.

Mis otros dos tíos y la tía Margot, con sus hijos y las dos mascotas de ella, llegaron algo más tarde. Ya Margot había atado sus perros al árbol de naranjo que los esperaba cada año, a cuya sombra se echaban a esperarla callados y resignados. Tomás y Edna, mis primos preferidos, entraron cabizbajos y en silencio; era una norma casi sagrada. Los otros dos primos, algo más pequeños, permanecían quietos al lado del tío Jorge o junto a su madre.

Eduardo vivía solo en esa casona. Acompañó a la abuela hasta su muerte y nunca accedió a que la propiedad fuera vendida. Ningún argumento lo convenció de que le convendría más irse a vivir a un apartamento pequeño, ya que siempre se mostró reacio al matrimonio y el mantenimiento del lugar, fuera de ser costoso, era una tarea demasiado pesada para una persona ya entrada en años. «Hagan lo que quieran con ella después de mi muerte», respondía, y no hablaba más. Ninguna criada le duraba más de una semana, así que dejó de buscar ayuda.

Pero ese 24 de diciembre el tío Lalo permitió que Margot entrara sus dos perros a la casa, les preguntó a Tomás y a Edna por su desempeño escolar, los elogió y les prometió una recompensa por ser tan juiciosos. Acarició la cabeza de mis primos pequeños y, cosa jamás vista antes, abrazó a sus hermanos. Un abrazo largo, callado.

Como en los anteriores años, el tío Eduardo había decorado la sala con motivos navideños. Solo que esta vez, al pie del árbol iluminado con luces nuevas y más fulgurantes, había puesto unas cajas envueltas en papel de regalo y cuidadosamente encintadas, con tarjetas elaboradas a mano y con nuestros nombres escritos en una elegante letra cursiva.

Fue mi tío Fred quien rompió el hielo.

¡Qué bien se ve la sala, hermano! -dijo.

Eduardo sonrió agradecido. Y nos miró como buscando que ratificáramos lo dicho por Fred, algo que no dudamos en hacer y que agradeció con una sonrisa más amplia y un chispazo de alegría en sus ojos claros. Tomás se atrevió a preguntarle, por primera vez desde nuestras visitas, si él recogía las naranjas del árbol en el que la tía Margot amarraba a sus perros.

Acompáñame a la cocina, -le pidió el tío Lalo.

Tomás y el tío regresaron a la sala con dos bandejas en las que había sendas jarras con jugo de naranja y una canasta en la que, empacados con todo esmero, vimos unos apetitosos muffins y unas galletas.

El jugo es para ya, y los muffins y las galletas para la casa, -dijo con toda solemnidad.- ¿Esto responde tu pregunta?, -le inquirió en tono amable a Tomás, que se limitó a sonreír.

Ni mis padres, ni mis tíos Jorge y Fred ni mi tía Margot miraban su reloj como en las nochebuenas pasadas. Edna, Tomás y los pequeños pidieron permiso para salir al patio a jugar. Los perros permanecieron con Margot, pero hubieran agradecido que también los dejaran salir a retozar con mis primos y conmigo. La tía nos dijo que, aunque eran animales tranquilos, era mejor que permanecieran con ella. No sé qué conversaron en la sala, pero algunos minutos después sus dos mascotas estaban corriendo y jugando con nosotros.

Después de la exquisita cena de Navidad que nos preparó con toda dedicación, le entregamos el aguinaldo que siempre le llevábamos y que él nunca había correspondido, nos despedimos con la promesa de volver para la víspera de año nuevo, y salimos con los regalos que había puesto para nosotros al pie del arbolito decembrino. Nos abrazó y nos miró con una mirada que no le conocíamos y nos acompañó hasta el portón, algo que nunca había hecho antes.

Cara triste del tío Lalo - Cuento
Foto de PxHere

Quedó pendiente la visita que le prometimos para ese 31 de diciembre. Al tío Lalo lo sepultamos dos días después de nuestra reunión de Navidad.

Fin.

Lalo es una historia corta del escritor Francisco Javier Arias Burgos Todos los derechos reservados.

Sobre Francisco Javier Arias Burgos

Francisco Javier Arias Burgos - Escritor

Francisco Javier Arias Burgos nació el 18 de junio de 1948 y vive en Medellín, cerca al parque del barrio Robledo, comuna siete. Es educador jubilado desde 2013 y le atrae escribir relatos sobre diversos temas.

“Desde que aprendí a leer me enamoré de la compañía de los libros. Me dediqué a escribir después de pensarlo mucho, por el respeto y admiración que les tengo a los escritores y al idioma. Las historias infantiles que he escrito son inspiradas por mi sobrina nieta Raquel, una estrella que espero nos alumbre por muchos años, aunque yo no alcance a verla por mucho tiempo más”.

Francisco ha participado en algunos concursos: “Echame un cuento”, del periódico Q’hubo, Medellín en 100 palabras, Alcaldía de Itagüí, EPM. Ha obtenido dos menciones de honor y un tercer puesto, “pero no ha sido mi culpa, ya que solo busco participar por el gusto de hacerlo”.

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Comentarios y Reflexiones

  1. Foto del avatar

    Los cuentos de Navidad son hermosos, si es verdad que algunos tengan un final triste, pero todo puede suceder, el tío Lalo disfruto de cierta manera su última Navidad. Les confieso en puro secreto que los adoro como a todos los cuentos buenos que se escriben con ese gran amor para nuestros niños.

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