Por Alberto Suárez Villamizar. Historias cortas.
Adéntrate en las misteriosas tierras de la casona colonial conocida como "La casa del Diablo". Esta majestuosa mansión, construida por maestros extranjeros según las leyendas del pueblo, se alza imponente en lo alto de una colina, ofreciendo una panorámica cautivadora de los fértiles valles y las extensas plantaciones que una vez pertenecieron a su enigmático dueño.
Don Ricardo, un hombre rico y poderoso, es el protagonista de esta historia. Se rumorea que su fortuna proviene de un oscuro pacto con el diablo, quien le otorgó riquezas y poderes sobrenaturales a cambio de su alma. Descubre en el relato de Alberto Suárez Villamizar el misterio que envuelve a esta ancestral mansión, donde el pasado y el presente se entrelazan en una danza macabra. ¿Cuál fue el verdadero destino de don Ricardo y su hijo? Sumérgete en un mundo donde lo sobrenatural y lo humano se entremezclan en una lucha por el alma de un hombre.
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La casa del Diablo
La casona de estilo colonial, cuya majestuosa construcción había sido encomendado por su padre a un grupo de maestros venidos del extranjero —según contaban los mayores del pueblo— se destacaba en la parte alta de la colina.
Desde sus amplios corredores y balcones en madera, se tenía una amplia panorámica de las tierras del fértil valle, que fueran propiedad de su padre, y tras su muerte, pasaron a manos de don Ricardo —hombre de gran visión para los negocios relacionados con la agricultura—por ser su único descendiente. Allí habitaba con su esposa, una bella dama de La Florida, el pueblo más cercano, distante unas cinco millas, mientras sus hijos —tres en total— estudiaban en la capital.
Para el mejor aprovechamiento, la cantidad de tierras fueron convertidas en parcelas destinadas a cultivos extensivos de café, anís y quina. En sus campos laboraban bajo su subordinación, cerca de cien pobladores de la región.
Diariamente, desde los balcones de su vivienda el terrateniente acostumbraba dar una mirada con la ayuda de su catalejo a las inmensas plantaciones, y de paso vigilar a los trabajadores que se ocupaban en sus predios. Más tarde, montando con orgullo su caballo andaluz, —traído del viejo continente— salía a hacer una correría para observar el estado de los cultivos, y estar pendiente de los labriegos.
Los campesinos que trabajaban en sus tierras, le trataban con temor, pues, se comentaba entre la gente del pueblo, que el hacendado poseía esa inmensa fortuna por haber hecho "pacto con el diablo", quien lo llenó de riquezas, las que él convirtió en productivas haciendas, a cambio de entregarle su alma —según decían.
Además, aseguraban que mediante esa negociación, el diablo lo había dotado de poderes sobrenaturales. El miedo entre ellos se incrementaba al escuchar los señalamientos y acusaciones que hacía a los jornaleros; las cuales eran más notorias al regreso de su último viaje a Europa.
— ¡Calixto, espero que no siga durmiendo en las horas de trabajo!, yo le pago un jornal para que labore el tiempo completo —señalaba al obrero, quien, sin levantar la mirada, titubeante atinaba a responder:
— ¡Pero señor, he estado trabajando todo el tiempo!
— ¡No mienta Calixto!, después de tomar la media mañana, usted se echó a dormir debajo de las matas de plátano —decía en tono grave don Ricardo.
— Usted también Carlos, recuerde que su horario de trabajo empieza a las siete de la mañana, y no desde las ocho como lo hizo el día de hoy —aseveraba el patrón.
— ¡Ah!, otra cosa Juan, no siga llevándose las naranjas del potrero del alto, esas frutas pertenecen a la hacienda, y yo soy el encargado de mandarlas recoger —increpaba al aludido.
Los reclamos hechos ahora con mayor frecuencia mantenían atemorizados a los campesinos, que veían en él un personaje siniestro, con quien muchas veces rehuían entablar conversación, fingiendo encontrarse ocupados realizando alguna labor.
Luego de llamar la atención a sus obreros, y preguntar sobre el estado de las cosechas, continuaba su camino montando su caballo, quedando en el sitio los obreros, que intrigados, comentaban sobre los reclamos y acusaciones que les hacía el patrón.
— ¿Cómo es posible que el patrón, se entere de tantas cosas que hacemos, y nos llame la atención, cuando estamos seguros de que no nos puede estar viendo, además entre nosotros no hay quien le informe sobre lo que hacemos o dejamos de hacer? Por eso compañeros —decía Juan, uno de los campesinos— yo insisto que es cierto lo que todos comentan desde hace tiempo: don Ricardo tiene pacto con el diablo, y eso le permite vigilar sin que notemos su presencia. Por más que tratemos de ser cuidadosos en lo que hacemos, él siempre está enterado.
En su recorrido por sus propiedades, el hacendado se dirigía a parajes alejados y solitarios, y desde allí con el uso del catalejo, qué guardaba en una mochila, observaba a la distancia los cultivos, y las labores de los campesinos.
Ahora entendía la utilidad del artículo que era considerado en Europa un gran adelanto científico de la época, que había adquirido por curiosidad, ante la insistencia del comerciante que hablaba de sus cualidades, quizás en su afán de vender el artículo —pensaba don Ricardo— añadiendo que era utilizado por exploradores y navegantes.
Aunque no creía mucho la versión del vendedor, terminó comprándolo; y ahora al regresar a su hacienda, luego de unos días de estarlo usando, podía evidenciar sus bondades, convirtiéndose en su compañero de inspecciones diarias por sus tierras y cultivos.
Una mañana, al hacer su paseo por los balcones de la casona, don Ricardo observó en la piscina un cuerpo flotando, que tras una minuciosa inspección identificó como Raúl, su hijo menor, que estudiaba en la capital, y había ido a pasar las vacaciones con sus padres.
Rápidamente bajó hasta el patio y se lanzó a rescatar de las aguas el cuerpo para auxiliarlo, pero luego comprendió que era demasiado tarde, su hijo había muerto. Nunca pudo entender que ocurrió esa mañana para que el muchacho muriera por ahogamiento, pues, era reconocido como un excelente nadador, y con frecuencia practicaba en la piscina de la casona cuando visitaba la hacienda.
Desde entonces, corrió el comentario entre los trabajadores de la hacienda y los habitantes del pueblo, que la muerte del muchacho se debía a la venganza que tomó el diablo al descubrir la traición de don Ricardo, que según ellos, se retractó del "pacto", pues desde su regreso de Europa le vieron portando en el cuello una cadena con un crucifijo de oro. Además, era notorio el cambio experimentado en él, pues empezó a asistir con su familia los domingos a la misa en la iglesia del pueblo, donde ofrecía generosos diezmos, y entregaba ayuda a los necesitados.
Los trabajadores desconocían la existencia y el uso que su patrón hacía del catalejo, que le permitía espiar y conocer desde gran distancia las actividades y pormenores que se presentaban en sus tierras, sin ser visto, y así, más tarde llamarles la atención cuando observaba en ellos algunas faltas. Esto aumentaba entre los campesinos la creencia de los poderes que le había concedido satanás, pues no podían entender la manera como se enteraba de cosas que ocurrían en los sembrados, si no notaban su presencia cerca al lugar. Lejos estaban de sospechar la utilidad que había descubierto del uso de la reciente invención que se encontraba de moda en su último viaje al viejo continente.
Días después de la muerte de su hijo, el terrateniente se trasladó con su esposa, quien había empezado a sufrir de episodios depresivos, a vivir en el pueblo, con el propósito de alejarla de los tristes recuerdos por la pérdida del hijo menor.
La casona quedó desocupada, aunque fue ofrecida como vivienda a unos labriegos, para que la habitaran con sus familias sin costo alguno, con el interés de que fuera ocupada, y evitar su deterioro. Tal ofrecimiento no fue aceptado, pues la gente aseguraba escuchar en la noche ruidos extraños provenientes de su interior, como el sonido producido por unas pesadas cadenas que se arrastraban por los pisos de madera, acompañados de unas risas macabras que helaban la sangre de quien las escuchaba.
La vivienda empezó a lucir desolada y lúgubre, y los campesinos no se atrevían a pasar cerca, ni en horas del día. Han pasado varios años desde que se presentara ese fatídico suceso, y la casa no volvió a ser habitada, y sus puertas y ventanas poco a poco se caen a pedazos, acusando el paso del tiempo.
Desde entonces la casa empezó a ser llamada por los habitantes de la comarca "la casa del diablo", porque consideran que satanás herido por la traición de que fue víctima por parte de su propietario, tomó posesión de ella una vez que quedó abandonada. Aseguran que continúa esperando a don Ricardo para completar la venganza.
Fin.
La casa del Diablo es un cuento del escritor Alberto Suárez Villamizar © Todos los derechos reservados.
¿Qué es un catalejo?
Un catalejo es un instrumento óptico que se utiliza para ver objetos distantes con mayor detalle. También se conoce como telescopio terrestre o monocular. Consiste en un tubo cilíndrico que contiene una combinación de lentes y prismas que amplían la imagen y permiten al observador ver objetos que están lejos con mayor claridad.
Los catalejos suelen tener una función de enfoque ajustable y ofrecen un campo de visión estrecho pero ampliado. Se utilizan comúnmente para la observación de la naturaleza, la caza, la navegación, la astronomía y en diversas actividades al aire libre.
Foto del catalejo de Cameron Pickford
Sobre Alberto Suárez Villamizar
Alberto Suárez Villamizar nació el 27 de enero de 1958 en la ciudad de Bucaramanga, departamento de Santander, Colombia. Cursó sus estudios de enseñanza básica media hasta finalizar en 1976, en Bucaramanga. Actualmente trabaja con empresas de ingeniería civil que se dedican a la construcción y mejoramiento de vías.
“Escribo por Hobby, y mi mayor satisfacción es que mis escritos lleguen a todas aquellas personas amantes de la lectura”.
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