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La enredada aventura de un novel policía. En entusiasta, muy servicial y eficiente efectivo policial se convirtió en poco tiempo.

Por Pablo Rodriguez Prieto. Historias cortas

Más que las aventuras, deberíamos decir que fueron las desventuras de Rodolfo, un joven recién egresado de la escuela de policía y asignado como efectivo a una remota ciudad en el medio de la selva amazónica en Perú. La enredada aventura de un novel policía es un cuento de nuestro prolífico colaborador Pablo Rodriguez Prieto, recomendado principalmente para jóvenes y adultos.

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La enredada aventura de un novel policía

Barco 'ADOLFO' - La enredada aventura de un novel policia - Cuento

Cuando Rodolfo llegó a Iquitos, una tarde calurosa, nublada y con amenaza de lluvia, quedó embelesado, no era lo que le habían contado, salvo claro lo que le faltaba conocer. Sus miedos y temores eran latentes y al menor ruido que hiciera algún insecto reaccionaba a la defensiva.

Al día siguiente le asignaron el destino final de su viaje, por lo que aprovechó para dar vueltas por la ciudad, sin embargo, debería esperar una semana para reiniciar su marcha.  

Recién egresado de la escuela de la Guardia Civil, fue asignado y trasladado hasta esta remota región donde ahora, entre temeroso y asombrado caminaba las calles de una ciudad desconocida con gentes de diferente hablar y entender.

La primera dificultad con la que se encontró fue la comida, debería de hacer esfuerzo por probar bocado en la pensión que le asignaron. Todo era muy diferente a lo que vio y conoció en el remoto pueblo alto andino en el que nació. 

Había comprado pasajes para el tramo de viaje que le faltaba recorrer para iniciar su labor de custodio del orden para el que fue preparado. Le informaron que la motonave salía un jueves a medio día y debería viajar por tres días surcando primero el rio Amazonas y luego el rio Ucayali para llegar a su destino en medio de la selva.

Los días de espera en vez de relajarlo, lo ponían más nervioso. El día que debería embarcarse pasó por el correo local y no tuvo mejor idea que escribir una carta a su hermano y contarle de sus miedos y temores, luego se encaminó al embarcadero con bastante anticipación. 

La motonave era de mediano tamaño pintada de color blanco, en el frontis llevaba el nombre de «ADOLFO» que llamó la atención de Rodolfo por la similitud con su nombre. Para poder abordar había que atravesar una tabla usada como puente, que unía el barranco con la nave.

Rodolfo lo pensó dos veces y lo primero que atravesó por su mente fue que de caer al agua estas estarían infestadas de pirañas, como alguien se había encargado de hacerle creer. Se persignó y comenzó a caminar con mucho cuidado, no resultó ser tan difícil.

Un tripulante que vigilaba la embarcación le pidió que se acomode y que por lo menos en dos horas partirían. Rodolfo enseñó su boleto esperando que le asignen un camarote o algún espacio reservado sin recibir respuesta. Ante su insistencia le pidieron que se acomode de la mejor manera, puedes extender tu hamaca donde quieras, fue la indicación final. 

Una señora muy amable, se encargó de explicarle como eran los viajes en estos lugares y le dijo que cada pasajero trae una hamaca y la cuelga de los ganchos colocados en el techo. Como al parecer Rodolfo no entendiera muy bien lo que le dijo, le explicó que en el puerto vendían hamacas y como era temprano aún estaba a tiempo para salir a comprar una, de otro modo tendría que dormir en el suelo.

Un poco desconcertado optó por volver a cruzar el improvisado puente y buscar donde comprar el aparejo para el viaje. Encontró una tienda muy pronto y el comerciante le ofreció una variedad de hamacas en tamaño, colores y precios, para finalmente recomendarle una de dos plazas, argumentando que ahora te vas solo pero cuando vuelvas volverás acompañado y ya no tendrás que comprar otra, le dijo. Decidió entre economía y comodidad y prefirió comprar una de plaza y media. Al despedirse el comerciante le recomendó que no se busque una gordita y soltó una carcajada. 

Con su hamaca bajo el brazo, Rodolfo debía volver a cruzar el puente. Confiado en la pericia ganada anteriormente comenzó a cruzar cuando un imprudente transeúnte se le adelantó corriendo y a trancos atravesó la tabla. Rodolfo que ya había dado un par de pasos tambaleó y con mucho esfuerzo mantuvo el equilibrio y retrocedió. Asustado, pálido y espantado no se atrevía a continuar, miró a su alrededor, y solo cuando estuvo seguro que nada se interpondría en su aventura, inició la travesía.

Finalmente, Rodolfo acomodó su hamaca con otra clase de dificultades entre las que se contó que le vendieron una hamaca muy corta, por lo que tuvo que usar las correas de su uniforme para asegurar el sitio donde dormiría en las próximas noches. 

Cerca de la hora de partida, la plataforma del barco se mantenía con pocas personas, pero a los pocos minutos en un abrir y cerrar de ojos un tumulto de hombre y mujeres abordaron la nave con bultos, animales y niños.

A empujones acomodaban sus hamacas con una pericia que sorprendió a Rodolfo y en pocos minutos la motonave se movía hacia el centro del rio soltando al aire un pitido intermitente que lastimaba los oídos y excitaba al enjambre de personas todavía mal acomodadas. 

Luego de una hora de lento viajar al centro del enorme rio, un grupo de delfines comenzó a acompañar la lancha, dando saltos y silbidos de manera graciosa. A la mayoría de personas no les llamó la atención, por lo que continuaron imperturbables.

A Rodolfo le entró miedo y pensó que podrían ser atacados por estos desconocidos animales. La amable señora que le recomendó salir a buscar la hamaca antes de iniciar el viaje se le acercó para explicarle que eran seres inofensivos y siempre ocurría lo mismo al partir las embarcaciones. 

Al caer la tarde un enjambre de mosquitos se acercó a los viajeros y comenzaron un artero ataque, Rodolfo peleó un buen rato con ellos para finalmente darse por vencido.

Antes que oscureciera anunciaron que servirían el rancho, Rodolfo hizo cola para recibir los alimentos, pero al recibirlo no le gustó ni el olor ni la presentación de la comida por lo que prefirió quedarse de hambre. Entrada la noche masticó unas galletas que llevaba entre sus pertenencias.

Al avanzar las horas los mosquitos fueron reemplazados por zancudos que molestaron por largo rato, o quizás hasta que se sintieron saciados.  

El amanecer fue espectacular, una enorme bandada de loros viajó por un buen rato sobre la nave que movía lentamente, el sol salía entre enormes árboles que arrojaban sus sombras sobre las aguas del rio. El cielo despejado sobre sus cabezas y al rededor solo selva, fue el paisaje que se repetiría toda la larga travesía.

Llamaron para servir el desayuno y Rodolfo entusiasmado y de hambre hizo nuevamente su cola para recibir los alimentos. Grande fue su decepción al comprobar que los olores y el sabor de la comida no eran de su agrado, prefirió otra vez quedarse de hambre. Lo mismo ocurriría en el almuerzo y en la cena donde se repetiría la misma comida.

Al segundo día de viaje, luego de varias paradas en pequeños pueblos rivereños, sucedió algo que por poco produce un infarto a Rodolfo. El «ADOLFO» se detuvo en medio rio, la maquina con mínimo esfuerzo resistía la corriente del rio, cuando vio que unas canoas a remo se acercaban hacia ellos.

En la rivera una pequeña hilera de casas indicaba que había población. Cuando las canoas llegaron hasta la nave Rodolfo pudo ver a los remeros con las caras pintadas con franjas rojas y negras, por lo que entró en pánico al pensar que eran atacados por tribus salvajes o eran abordados por piratas por lo que buscó protección entre los bultos mal acomodados al fondo de la embarcación.

Un tripulante entendió la razón de su miedo y le explicó a Rodolfo que eran indígenas «civilizados» que trabajaban trayendo a las personas al barco, pues éste no podía acercarse a la orilla por ser poca profunda y corría el riesgo atascarse y naufragar. Así fue, de las pequeñas canoas subían personas con nuevos bultos, mientras que otras abandonaban la nave. 

Al atardecer del tercer día avisaron a los pasajeros que la motonave atracaría en el puerto de Jenaro Herrera y que las operaciones de cabotaje demorarían algunas horas, por lo que les recomendaban a todos descender para facilitar la operación. Este era el lugar de destino de Rodolfo, quien al descender averiguó en que tiempo regresaba la nave hacia Iquitos.

Se sentía muy mal por haber comido poco, casi nada, por la picadura de los insectos y por el calor inclemente. Estaba dispuesto a desertar y regresar en cuanto pudiera a su tierra. 

Al presentarse en la comisaria del lugar, el comisario se sorprendió al ver un efectivo tan joven. Solo atinó a preguntar ¿Dónde están los demás? Rodolfo refirió que venía solo, el comisario expresó su malestar, pues hacía varios meses que venía solicitando por lo menos tres policías para poder cumplir con las labores policiales en esta zona fronteriza.

Tras un breve trámite de bienvenida, le asignaron al joven policía un lugar dentro de la comisaria para pernoctar y le recomendaron una pensión donde a partir de la fecha recibiría sus alimentos. Por lo que de inmediato debería dar inicio a sus labores. 

Esa noche junto al comisario fueron invitados en la casa de la dueña de la pensión. La cena consistió en una sopa de tortuga que para el macilento Rodolfo le pareció un manjar de los dioses. A partir de ahí el sabor de la comida selvática le sabía divina. No volvió a tener dificultad a la hora de alimentarse.

Más aun cuando al día siguiente a la hora del desayuno apareció una hermosa jovencita de piel tersa y hermosos ojos que la presentaron como la hija de los dueños de casa y con el nombre de Elsa.

Elsa pasó a ser la razón principal para llegar temprano a la pensión, para hacer su ronda diaria por la casa de la joven y por la tienda del padre de esta beldad, en realidad para comenzar a querer el pueblo como nunca se imaginó. 

Cuando a los pocos días el «ADOLFO» volvió a hacer escala en Jenaro Herrera de regreso a Iquitos, Rodolfo pensó que mejor dejaba para el siguiente viaje la idea de desertar. En entusiasta y activo, muy servicial y eficiente efectivo policial se convirtió Rodolfo en muy poco tiempo. Disfrutaba la comida que hacia un tiempo le parecía insoportable y el clima le parecía placentero, sobre todo por las tardes en que estaba de franco, pues se las ingeniaba para quedarse más tiempo en la pensión o tratar de ser útil a los padres de Elsa

Pasó varias veces el «ADOLFO» por el puerto y de a pocos Rodolfo fue olvidando la idea de alejarse del lugar, como lo pensó el día que llegó a este paradisiaco lugar. Su tranquilidad se vio afectada a los seis meses de su llegada una mañana que el comisario le comunicó que de Lima pedían su cambio inmediato por razones reservadas.

Rodolfo se había olvidado que al partir de Iquitos había depositado una carta a su hermano en Lima, en la que le contaba todas las cosas feas que veía en el lugar y lo mal que se sentía. Desde Lima habían hecho trámites para ayudar al hermano refundido en los vericuetos de la selva, sin saber que ahora había cambiado de parecer y que no estaba dispuesto a abandonar el lugar. 

Poniéndose de acuerdo con su comisario y con la ayuda de éste, respondieron que estaba mal de salud y que una vez restablecido podría ser trasladado de destino. Funcionó por poco tiempo la treta, ya que este ardid alarmó más a la familia en Lima que insistieron en que sea trasladado urgentemente cerca de ellos.

Era un gran dilema el que le tocaba vivir a Rodolfo, pero finalmente tuvo que acatar las órdenes de sus superiores y alejarse de Jenaro Herrera, de Elsa, de la linda familia de ella que lo acogió con cariño y de la gente que le trató con diligencia. 

Al partir, Rodolfo prometió volver pronto y como ocurriera la vez que pensó en desertar, nunca pudo volver. Sus funciones policiales le llevaron por otros destinos sin que ello borrara el eterno recuerdo de un pueblo, una mujer y la selva siempre enigmática.

Fin.

La enredada aventura de un novel policía es un cuento del escritor Pablo Rodriguez Prieto © Todos los derechos reservados.

Sobre Pablo Rodríguez Prieto

Pablo Rodriguez Prieto - Escritor

“Soy un convencido que la lectura hace que los seres humanos seamos empáticos, con lo que se puede lograr un mundo más amigable y menos conflictivo. Sueño con un mundo mejor que el que tenemos hoy.”

“El Perú es un país muy rico en paisajes y destinos turísticos, con innumerables regiones y climas muy variados. Yo nací en Pucallpa, una ciudad de la región Ucayali en la selva. De niño, por el trabajo periodístico de mi padre radicamos en muchas otras ciudades, esto enriqueció mi espíritu de usos y costumbres muy disimiles que posteriormente se traducen en mi trabajo literario.

Mis inicios fueron escribiendo crónicas que las repartía entre mis amigos sobre experiencias locales que las denominaba “Crónicas de la calle“. Prefiero escribir cuentos, pero e incursionado en novela corta y poesía. Soy casado y tengo tres hijos quienes son mis mayores críticos. Cuando ellos eran niños jugaba a escribir sus ocurrencias diarias y casi siempre fueron desechadas, aún cuando guardo esas historias en mi memoria.”

Actualmente Pablo vive en Lima y desarrolla actividades vinculadas a las artes gráficas, tiene una imprenta familiar y en sus horas libres escribe de a poco.

Puede verse parte del trabajo literario de Pablo en https://pablorodriguezprieto.blogspot.com/

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Comentarios y Reflexiones

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    La enredada historia de un novel policía. Me pareció linda, con un toque de humor que te cautiva, al punto de querer saber en que termina la historia y que esta sea mas larga.

  2. Foto del avatar

    Linda historia. Lo leí hasta el final. Me transporto en el tiempo; al año 2000 mas o menos. En aquel entonces yo vivía con mi familia en Iquitos; y un fin de semana cualquiera, mis dos hijas y yo nos embarcamos en una lancha rumbo a Requena. Fue una experiencia muy linda y esta historia me recordó tal cual.

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