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Por Liana Castello.

“Código de barras”. Liana Castello, escritora argentina. Historias con humor sobre el mundo femenino. Historias cortas de mujeres.

Código de barras

Código de barras - Historias cortas

Respecto de una mujer que diga que no le importan las arrugas, tenemos dos posibilidades: la primera y sin dudas la más común: es que esté mintiendo; la segunda (admirable por cierto) es que sea tan espiritual que pueda pasar por alto las líneas que van marcando visiblemente el paso del tiempo.

Muchos dicen que a las arrugas debe dársele la bienvenida, pues son muestra acabada de experiencia. Yo, en rigor de verdad, preferiría que la sabiduría se evidenciara de un modo menos visible y sin dudas, menos cruento.

Si de arrugas se trata, las mentadas «patas de gallo» llevan el estandarte de la fama. No hay quien no hable de ellas, ni crema que no intente combatirlas. Multitud de mujeres se operan librando así una batalla que sólo ganan a medias. Pierden los surcos que denotan sus años, pero adquieren una expresión de continuo asombro que a las claras manifiesta que han pasado por el cirujano, hecho por demás delator de la edad.

Hay otro tipo de arrugas que no son protagonistas del acervo popular, pero que, a mi juicio, son peores. No sólo son más difíciles de combatir, sino lo que es mucho peor, casi imposibles de disimular.

Con ustedes: las arrugas peribucales o «código de barras». Hay casos que también nos indican cuánto mate hemos tomado, si hemos fumado mucho o tal vez, si la forma en la que imprudentemente hemos movido nuestra boca, nos ha llevado al estado en el que estamos.

Créanme, este tipo de arrugas son aún más ladinas que las patas de gallo. Vienen para quedarse.

Hay signos del paso del tiempo que podemos campear fácilmente. Lamento decirles que éste no es uno de ellos, sino analicemos la situación:

El código de barras se instala en el labio superior por sobre todas las cosas, pero al inferior no le hace asco tampoco.

Cuando tomamos conciencia que ya es parte indeseable de nuestro rostro, no es mucho lo que podemos hacer, pues las alternativas de las que disponemos para disimularlo, no son demasiado viables, veamos:

Una opción es vivir con la mano cerca de nuestra boca, el dedo pulgar apoyado en el mentón y el índice tapando justamente las arrugas. Podemos dar la impresión de ser mujeres muy pensantes, que continuamente estamos analizando todo lo que nos dicen, o que escuchamos con extrema atención a nuestro interlocutor. No es creíble por cierto. Si bien de esa forma evitamos que se vean, no podemos pasar la vida con la mano en la boca en actitud analítica, como político en programa de televisión. Demás está decir que nuestro brazo terminaría acalambrado, sin contar con que de esa forma anularíamos por completo el uso de la mano, cosa por demás imposible.

Se complica también nuestro discurso, porque sabido es que el código es más visible cuando movemos la boca.

No podemos vivir en silencio, pero sí podemos seguir estos útiles consejos que mucho nos van a ayudar. Es hora de cambiar nuestro léxico.

Debemos desechar de nuestro vocabulario palabras tales como “cucurucho”, la cual podemos reemplazar por “cono”. Tampoco es bueno decir “mucho”, mejor ahora digamos “bastante” (nótese frente al espejo la diferencia al pronunciar unas y otras palabras). Demos gracias a Dios que acá no hablamos de “tu”, sino estaríamos en serios problemas. Es cuestión de agudizar el ingenio y buscar palabras más amigables con nuestra realidad.

También debemos tener sumo cuidado con las demostraciones de afecto, nada de poner la boquita fruncida para tirar besos, ni siquiera a los seres que más amamos. Evaluemos abrazar más, saludar con la mano o quizás guiñar un ojito. Si no hay alternativa, el beso lo tiramos con la mano, pero como al boleo, nada de hacerlo muy sentido, sino tendremos un efecto adverso que no es lo que buscamos.

Para ver la parte buena de este deterioro (todo tiene su parte buena al fin y al cabo), las peribucales nos hacen más pluralistas, pues ya no nos conviene decir a cada rato “yo, yo y yo”, mejor será hablar por “ellas y ellos”.

También nos hace más positivas, pues el “no” es enemigo acérrimo del código de barras, el “sí” no sólo nos abre infinitas posibilidades de vida, sino que disimula mucho el estado de nuestros labios.

Otro gran beneficio que nos brindan es el aparente buen humor. La sonrisa es una buena aliada pues estiramos los labios y los indeseables surquitos se desdibujan. La gente dirá que con los años nos hemos vuelto más alegres, que siempre sonreímos aún sin motivo y bueno… que crean lo que quieran.

No es fácil, a cierta altura de la vida, erradicar ciertas palabras, pero bien vale la pena. Hablar es imprescindible y excepto que hablemos solas, al hacerlo, la gente notará aquello que queremos esconder.

Aunque les sorprenda, el código de barras atenta contra nuestra economía: a la hora de comprar, la cosa se complica. Se nos preguntará “¿Cuántos va a llevar?” y ya no podemos decir como otrora libremente “uno” (nótese nuevamente la posición de los labios), “dos”, hasta por ahí no más.

Digamos que “tres” nos sienta bien estéticamente, no así a la hora de hacer cuentas, pero bueno el que quiere celeste, que le cueste.

Se que muchas extrañan la época de la gripe A, donde los útiles barbijos no sólo nos prevenían de contagiarnos toda la porquería que andaba dando vueltas, sino que, gracias a ellos, podíamos ir orondas por la vida y hablar a destajo.

Otras en cambio, lamentan no haber nacido hombres, un buen bigote solucionaría todos nuestros problemas, pero tenemos tanta mala suerte que ni siquiera no depilándonos el bozo, lograremos el objetivo.

No hay lente de sol que no tape las patas de gallo, ni flequillo que no pueda con las arrugas de la frente, pero las peribucales son por demás rebeldes y notorias.

Otro problema es soplar las velitas, no sólo porque son años que se van sumando, sino porque el mero hecho de soplar deja en evidencia de manera inequivoca el estado de nuestra boca. Para este caso, siempre es bueno tener un niño a mano. Ellos mueren por soplar las velitas de quien sea.

Cuestión de conseguirse uno cada cumpleaños y darle el gusto al pibe y que sople por nosotras.

Para terminar, bien vale recordar lo que dice la canción de Serrat “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Por eso amigas sonriamos, digamos a todo que sí, asintamos con la cabecita en señal de afirmación y tomemos menos mate.

Les diría que ha sido un gusto escribir para ustedes, pero la verdad, prefiero decirles que ha sido un verdadero “placer” (nótese una vez más la posición de los labios en una y otra palabra).

Fin.

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