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Cuentos con valores: La carrera

La carrera. Escritora de cuentos infantiles de Buenos Aires, Argentina.

Tema del cuentoLa competencia

 

El Rey Augusto era un rey justo y bondadoso. No había podido tener hijos y ésa era su mayor tristeza. No había riqueza, ni poderío que supliera la ausencia de un hijo. Siendo ya mayor, le preocupaba no tener herederos. El trono debía quedar en manos de alguien cuando él muriese y no confiaba en nadie, excepto en su amada esposa, pero la ley no admitía que el reino quedase en manos de una mujer. Todo el pueblo quería a Augusto y él amaba a su pueblo, sin duda mucho más, que a las personas que trabajan en el reino.

Debía elegir un heredero y prepararlo para su futuro reinado. Podría haber elegido a su consejero o a quien comandaba su ejército, entre otras personas que lo servían. Sin embargo, y para sorpresa de todo el mundo, la decisión fue otra.
Junto a la reina decidieron que algún joven del pueblo, el más dotado, el más sabio y sobre todo el que tuviese el corazón más generoso, sería el sucesor del trono.
En el reino nadie aprobó esta decisión que fue considerada una locura. Quienes allí trabajaban tenían hambre de poder y no aceptaban que un extraño les quitase la posibilidad de reinar.
– ¡Es una locura, meter a cualquier plebeyo en el palacio! – Gritó furioso el bufón.
– ¿Quién mejor que uno de nosotros para ocupar ese sillón? – Preguntó indignado el consejero real.

Al rey no le importó la opinión de su gente. Intuía que en el pueblo había un joven digno de reinar, sabio y justo, quien realmente merecería su legado.
Para poder elegir al futuro soberano había que tener en cuenta muchos aspectos de los candidatos, tales como su hombría de bien, valentía, firmeza, el poder tomar las decisiones más acertadas, llevarlas a cabo y sostenerlas y -además de todo- fue fuese bueno y de corazón humilde.
No era fácil decidir cómo medir tales atributos. Los reyes pensaron durante días en cómo llevar a cabo tal elección, hasta que el rey tuvo una ingeniosa idea.
Decidió llevar a cabo una carrera, con diferentes obstáculos a sortear entre los jóvenes del pueblo. Partirían desde la plaza principal y su destino final sería el castillo que quedaba a muchos kilómetros de la plaza. El recorrido no sería sencillo y los jóvenes tendrían que saber tomar decisiones, resolver dificultades y llegar a buen destino sin haber hecho daño a nadie.
– ¡Otra locura! ¡A quién se le ocurre que, mediante una carrera, se pueda elegir al futuro rey! – Gritó nuevamente el bufón.
– Creo que los años no lo permiten ver con claridad – Agregó el consejero.

Por más que intentaron disuadir al rey de esta decisión, el soberano siguió adelante con los preparativos para la gran carrera.
Todo el pueblo estaba conmocionado, en particular las familias que tenían hijos jóvenes y que veían en ellos al futuro rey.
No quedo joven por anotarse, hasta niños y adultos se inscribieron, los cuales fueron descalificados aún antes de comenzar la competencia.
El recorrido no era fácil, llegar a destino llevaba muchos días y otras tantas noches.
De los jóvenes que se inscribieron en la carrera, todos –excepto dos- abandonaron en la primera etapa de la misma. El frío, el hambre y muchas veces el miedo hicieron que tantos jóvenes abandonaran su sueño de ser rey.
– No importa – Dijo Augusto – Han de haber quedado los dos mejores, sin duda-
Iván y Segundo eran los aguerridos muchachos que continuaban en la competencia decididos a lograr el objetivo y heredar el trono de Augusto.
Iván era ambicioso y decidido. Segundo era perseverante, firme en sus convicciones y muy paciente.
Iván llevaba la delantera. Corría por un prado y al llegar a la una colina que debía trepar, se encontró con un pastor y sus ovejas que interrumpían su paso y detenían su marcha.
– No pienso esperar a que pasen todos y cada uno de estos animales – Dijo Iván. El muchacho vio en el pobre pastor y sus ovejas una seria amenaza de perder la carrera y no dejaría que eso pasara.
Enceguecido por las ansias de triunfar, saco de su bolsa, una mezcla de elementos explosivos (polvo de carbón, azufre, entre otros) que supo usar muy bien para espantar a las ovejas que salieron a una velocidad que sólo el terror podía darles.
El pastor huyó junto a su rebaño e Iván trepó feliz por la colina, conservando su primer puesto.
Al rato llegó Segundo a la misma colina y él también se topó con otro pastor y su rebaño. Era una escena común en esos lugares.
– Dejaré que pasen tranquilas, si las apuro se asustarán y tal vez se pierdan y castiguen al pobre pastor. Respetaré su tiempo y luego me apuraré yo un poco más – Pensó Segundo y dejó que todo el rebaño pasara. Una vez que lo hizo, comenzó a correr con más rapidez que nunca. Mientras tanto, Iván corría por la pradera. En esa zona, la vegetación era de tal magnitud que dificultaba su paso.
Se detuvo sólo un par de minutos a pensar qué hacía y lo primero que se le ocurrió fue sacar su cuchilla y podar cuanta planta encontró. Con la vegetación devastada y moribunda prosiguió su camino.
Segundo también debía pasar por una zona de similares características, tampoco para él era fácil encontrar el sendero que lo llevaría hacia el palacio.
Sin embargo, no cortó hoja alguna. Fue trepando como podía por cada tronco, cada rama, cada hoja. Tardó bastante, es cierto, pero llegó al otro lado dejando tan sólo sus pisadas como marca.
El rey seguía a través de sus subiditos los avatares de la competencia. Sabía perfectamente qué ocurría con cada uno de los jóvenes.
Cuando ya faltaba poco para llegar, Iván vio al costado del camino un hombre herido. Tenía un tajo en su pierna, sangraba mucho y era evidente que no podía caminar.
Para no detenerse se dijo a sí mismo que no lo había visto. Pasó tan rápido a su lado que el hombre dudo que fuese real.
Segundo no dudó un instante en ayudar al herido. Lo asistió y lo vendó de modo tal que el hombre, agradecido, se puso de pie.
Ante los ambiciosos ojos de Iván, se alzó el castillo. Imponente como nunca. Cercano ahora, cuando siempre había resultado tan lejano.
Los reyes esperaban en la entrada, el bufón, el consejero y hasta los sirvientes estaban impacientes por ver quién era merecedor del Trono.
Iván se acercó al rey y se postró ante él.
– He aquí al ganador de la carrera, mi señor, soy el vencedor de la competencia – dijo.
– No hay dudas que has ganado la carrera hijo, no hay dudas.
Dicho esto, apareció Segundo, muy cansado. El muchacho vio a su adversario junto al rey y supo así que había perdido.
No obstante, se acercó a felicitarlo y a saludar a los reyes.
Sin decir más, Augusto pidió a los jóvenes que volviesen en una semana para la coronación. Uno, lógicamente por haber ganado y el otro por haber llegado a esa instancia.
A la semana ambos jóvenes se presentaron en el palacio y ante una multitud.
El rey los pidió a los dos que se acercasen, cosa que extrañó un poco a todo la concurrencia.
– He aquí un verdadero rey – Dijo colocando en la cabeza de Segundo la tan ansiada corona.
La ira de Iván no se hizo esperar. Reclamó –con supuesta justicia- su primer puesto. El había ganado y él merecía ser coronado.
– Hijo, has ganado la carrera, es cierto, pero no la competencia. Has sido el más veloz, pero no el más piadoso. Actuaste con valentía, pero no con generosidad. Fuiste astuto, pero no bondadoso.
Augusto continuó:
– Una competencia puede sacar lo mejor y lo peor de uno mismo, por eso sabía que ése sería un buen modo de encontrar a mi heredero.
Iván no supo qué decir, el pueblo quedó mudo y Segundo, humilde de corazón como era, no tenía del todo claro si merecía semejante honor.
El rey sabía que no se había equivocado. Había encontrado alguien merecedor del trono. Un hombre cuyos valores se mantendrían fuese cuales fuesen las circunstancias.

Fin

 

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