"Recordar es vivir", de la escritora colombiana Claudia Ávila, nos transporta a la vida en un pequeño pueblo cundinamarqués a través de los ojos de una joven de 14 años. La narradora nos invita a acompañarla en un día lleno de labores cotidianas, encuentros familiares y reflexiones profundas sobre la tierra y la comunidad. Entre juegos y trabajos en el campo, conversaciones al ritmo de la radio y la compañía de su abuela, se teje una historia que resuena con la nostalgia y la esperanza de tiempos más simples. Este relato nos recuerda la importancia de nuestras raíces y el poder de la memoria para enfrentar los desafíos del presente.
En esta publicación:
Recordar es vivir
Hoy ha sido uno de esos días que sin duda quedarán para ser compartidos con los hijos que quizás tendré algún día. ¿Cuándo? No sé, tampoco me interesa priorizar el tiempo. Por ahora, tengo 14 años, ando por acá en un pueblo cundinamarqués llamado Machetá (ubicado en Colombia).
Esta mañana he salido con uno de mis hermanos a recoger café. No me gusta mucho hacerlo, pero las aventuras con él son diferentes; nos pasamos el tiempo jugando y haciendo competencias para ver quién llena la vasija más rápido. Sin duda, siempre gana él. Mi abuelita Servanda, lleva arepas de maíz y mi papá en un recipiente pequeño guarapo. El guarapo, no me gusta pero es lo único que llevan para la sed.
Pasan las horas y el sol se empeña en perseguirnos. Una que otra gota de sudor empieza a mojar los cuerpos, pero bajo los árboles la cosa es diferente. Nos tropezamos con arañas, gusanos, caracoles… insectos diferentes que de vez en cuando nos hacen gritar. Pasado un tiempo, papá dice que descansemos y almorcemos. Mi abuelita lleva en una canasta de mimbre envuelta en hojas de plátano la comida: mazorca, yuca, papa (que recogieron el día anterior) y carne. Manjares que, de solo pensarlos, me hacen agua la boca.
Llega la tarde y volvemos a casa. Horas después, visitamos a mi abuelita Irene. El camino es largo, así que decidimos descansar a la sombra de un árbol de naranja plantado en los terrenos de un familiar o conocido de mis padres. Papá empieza a hablar con un señor que no conozco. Yo escucho, no me involucro en la conversación; me gusta escuchar, sin querer, aprendo de todo lo que dicen.
Mientras conversan, el viento nos brinda una suave brisa y, sin saberlo, las hojas empiezan a susurrar historias, narradas en esa conversación. Yo cierro los ojos y me permito sentir e imaginar todo cuanto hablan. Papá lleva un radio de pilas de esos viejos. Lo prende, sintoniza la emisora “Radio Recuerdos” y suena “Soñando con el abuelo”, de Fausto.
Mientras se escucha esta melodía tan descriptiva, no dejo de mirar las manos de papá tan robustas, con las venas brotando. Las manos de un hombre trabajador, trabajador de la tierra. El sudor se resbala en su rostro y en momentos una que otra gota se topa con su bigote, impidiendo su cálida caída. Como siempre, lleva una cachucha para protegerse del sol, chistosa, vieja, rota. Remendada por él mismo.
En la conversación, los dos dicen constantemente que la tierra habla, que los chinos de ahora no la entienden, no respetan la siembra, no agradecen el agua.
— La cosecha no es la misma que hace unos años; la tierra está triste, eso es muestra de lo mal que la estamos tratando. ¡Escuche vecino, escuche con cuidado para oír sus lamentos y quejidos!
Yo trato de escuchar, pero en mi ignorancia no entiendo nada.
— ¿Supo que mataron al hijo de misia Jerónima? La violencia se está metiendo en el pueblo, los vándalos se están apoderando de las tierras, ahora no se puede descuidar uno ni un poquito; toca cerrar todo con candado-.
— En el pueblo han empezado a pedir dinero los vándalos, disque pa' que a uno lo dejen tranquilo, ¿de cuándo acá nos toca pagarle a otro pa' poder abrir las tiendas o vender un café?-.
— Don Pablo, yo por eso estoy pensando en irme del pueblo con mis chinos y la Magola. Es mejor hacer lo que usted hizo hace años: dejar todo atrás y venir de vez en cuando a desyerbar la tierra.
— Oiga. Escuche, esa canción está como pal' el momento. Espere un tantico que la volvieron a poner. Shhh, escuche:
“Me dijo con miedo: mijo, no cambia lo que suceda
Para integrar la familia haga todo lo que pueda
No sea extranjero en su tierra, viva siempre como piensa
Para que cargue tranquilo, livianita su conciencia”.
— Don Pablo, usted me pone a pensar, pero ¿qué hago, me voy o me quedo? Parezco ya extranjero en tierra propia.
— Es que por acá las gentes están agarradas todo el tiempo, que por llamarse godos y otros por ser liberales. La guerra se está metiendo en la carne don Pablo, han empezado a romper las mangueras del agua pa' que no circule por las casas, solo por esta politiquería, parece que no se dieran cuenta que ante Dios somos iguales.
La conversación sigue, de fondo se escucha la canción “A quien engañas abuelo”, de Silva y Villalba. Y yo, me quedo con el sin sabor, de todo lo que dicen y de tan sentidas canciones. Pasados unos minutos se despiden, me voy toito el camino recordando las historias que mis abuelitas contaban sobre tiempos de paz y abundancia, donde los campesinos trabajaban juntos, compartiendo risas y cosechas. Esas historias son ahora mi refugio, son la manera de mantener viva la memoria de esa tierra prometida.
Han pasado ahora 33 años desde ese día. Ahora soy, como decía papá, una “jayanaza”. Soy profesora y he decidido no permitir que el miedo y la violencia nos hagan abandonar nuestra tierra. No, yo no hablo mal de mi país. No quiero que mis sobrinos o mis hijos se vayan a otras tierras a buscar futuros inciertos con el pretexto de que otras tierras son mejores.
Hoy de nuevo recordé las dos canciones, las busqué, las escuché. Han pasado los años, pero estas letras siguen aún describiendo la realidad no de mi país, sino del mundo en general. Hoy me quedo con esta estrofa resonando en mi memoria:
“Y a el alma del campesino, llega el color partidíso
y entonces aprender a odiar hasta quien fue su buen vecino,
todo por esos malditos politiqueros de oficio”.
Dios, mi bandera es mi aula, son mis estudiantes. Mi victoria es cada chico que participa de manera crítica en clase, cada maestro que permite pensar el aula, la educación de manera diferente. No pretendo romantizar la educación, pero sí sensibilizar el día a día.
Las canciones que sonaron ese día, han sido más que melodías; han sido un llamado a la resiliencia. Yo sé que el futuro se construye hoy, no mañana. Confío en que los jóvenes de ahora dejen de estar diciendo que es mejor irse del país sin argumentos propios. Le apuesto a un sueño hecho realidad. Así que, si escucha la canción de Fausto, "Soñando con el abuelo", haga vida la canción y, como se canta en la misma:
“No se amañe con colores ni banderas de apariencia.
Vote siempre por un hombre transparente de conciencia”.
Y yo, agregaría otra cosa:
“No se empeñe en enseñarle a sus hijos la violencia,
deje de lado la tristeza y sonría que la vida es hoy, no mañana.
Viva hoy con los suyos, con los míos, haga eso.
Solo viva, solo viva. Pero viva en común unidad en comunidad”.
Fin.
Recordar es vivir es un relato de vida de la escritora Claudia Ávila Vargas © Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial sin la expresa autorización de su autora. Junio de 2024. Bogotá, Colombia.
“Soñando con el abuelo”, de Fausto
Luis Javier Piedrahita, conocido artísticamente como Fausto o Fausto de América, es un reconocido cantautor y músico colombiano. Nacido en 1950, Fausto ha dejado una profunda huella en la música popular colombiana, particularmente con sus canciones cargadas de emoción y narrativa social. Su carrera musical se caracteriza por su habilidad para contar historias que resuenan con la vida cotidiana y la memoria cultural de Colombia.
Fausto alcanzó gran popularidad en las décadas de 1970 y 1980 con canciones como "Soñando con el abuelo", que evocan una profunda nostalgia y reflexión sobre las raíces y la familia. Esta canción es emblemática de su estilo, combinando melodías pegajosas con letras que invitan a la reflexión sobre la identidad y el patrimonio cultural.
“A quien engañas abuelo”, de Silva y Villalba
"A Quien engañas abuelo" de Silva y Villalba es una canción que refleja las tensiones y contradicciones de la vida rural y la política en Colombia. Con una melodía conmovedora y letras profundas, esta obra maestra del dueto integrado por Rodrigo Silva y Álvaro Villalba, nos invita a reflexionar sobre las promesas incumplidas, la pérdida de valores y el impacto de la politiquería en las comunidades campesinas.
Sobre Claudia Ávila Vargas
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