El Hombre. Sebastián Pereira Rodríguez, escritor uruguayo. Cuento para padres.
El hombre veía a todos los que pasaban por allí. Todos los que pasaban por allí, veían al hombre. En una mañana templada, me dirigía a mi empleo; con mi termo y mate bajo el brazo. Caminaba sin apuro.
Las pantuflas. Liana Castello, escritora argentina. Cuentos para padres
Lo primero que hizo cuando volvimos del entierro fue entrar a su cuarto. Como si la estuvieran esperando, allí estaban las pantuflas de mi padre, acomodadas a su lado de la cama.
Las tomó con amor, con el mismo amor con el que siempre se las había alcanzado y las guardó, ahora por última vez.
La Montaña Rusa. Santiago Llera, escritor. Cuento para padres.
El observaba atentamente su mirada, mientras caminaban juntos en la noche sin rumbo alguno. Hacía un cruento frío de invierno, indudablemente era la primera vez que la había visto en su vida, pero tras pasar un rato conversando tenía esa extraña sensación que la conocía desde hace mucho tiempo.
La mercería. Liana Castello, escritora argentina. Cuentos para padres. Cuando era niña, mi madre tenía una mercería. Un pequeño negocio repleto de muy variada mercadería, donde botones, hilos y telas… Leer más »La mercería
Desencuentros. Lucía Belén Córdoba, escritora argentina. Cuento para padres, historia de un amor que no fue.
Eran pequeños cuando se conocieron, apenas una niña y él casi adolescente. Pero se quedaron prendados uno del otro, ella lo erigió en su príncipe azul, propio de la época, y el la llenó de ternuras como sólo se puede hacer con alguien a quien se le ama de niño.
Pasó la vida, él la olvidó. Ella jugaba a que era su novia, que él venía a buscarla para salir, como sabía que él lo hacía con su chica. También ese tiempo pasó, cada uno hizo su vida. Cuando él se separaba de su esposa ella se casaba… El volvió y se reencontraron, tal vez casi sin acordarse del pasado, fue un flechazo. Comenzó una terrible lucha entre el decoro que había que demostrar y el gran amor que desgastaba las entrañas, sin siquiera poder encontrarse en una mirada.
La chica de mis sueños. Elvis Eberth Huanca Machaca. Escritor peruano. Cuento sobre las vivencias de los jóvenes en la universidad.
El verano, ya casi ha acabado y los exámenes me han sorprendido, me pregunto ¿podré aprobar Estadística?…A este paso creo que no, cuando veo números me pongo a llorar.
Las cinco madejas de lana. Lydia Giménez Llort. Escritora española. Historias de vida.
Un otoño mi abuela fue a comprar cinco madejas de lana, todas azules menos una, que era de color blanco. Con ellas y sus agujas de tricotar se sentó en una silla y empezó a hacer juegos malabares con sus manos…Sus brazos iban hacia delante y hacia atrás sin cesar, haciendo pasar el hilo de lana de una aguja a otra sin parar.
El osito de peluche. Lydia Giménez-Llort, escritora española. Historias de vida.
Un pequeño osito de peluche aguardaba impaciente la llegada de un niño. Sus brazos extendidos anhelaven el tierno abrazo, sus peluditas orejas deseaban oir pequeños susurros diciendo un ‘te quiero’, su nariz husmeaba el aire sin cesar esperando la llegada del olor de la infancia, su barrigita rechonchona estaba inquieta por recibir aquel cariñoso achuchón que siempre le habían prometido. Sus ojos negros azabache, fijos, miraban al frente aguardando el cruce de miradas con un niño, pequeño como él. Su mamá le había vestido con un gran lazo rojo, propio de quien va a un gran festejo. Estaba preparado para el gran día. Así que, allí sentado, quieto, sin decir nada, esperaba con ilusión y esperanza el feliz encuentro.
El poto de la hormiga. Alfonso Quiroz Hernández, escritor chileno. Cuento para padres.
Recoger los granos de azúcar, seguir la huella, tocar las antenas con las que vienen y mirar el poto de la hormiga antecesora, poto que a su vez es guiado por el bamboleante y seductor poto anterior. Todas ligadas a la fila como eslabones de una zigzagueante cadena, fusión que perdura mientras se acata, porque en todo sistema movible y precario siempre surgirá una de miles que se aísla y despierta. La hormiga despabilada ve el camino más allá del azucarero, respira y se interna por un sendero desconocido del jardín. Apura el tranco, corre, por primera vez ríe y cuando está a buena distancia salta, baila y canta. Imita al viento, se arroja en la hierba y rueda para sentir aquello prohibido: realizar lo improductivo, mirar las nubes pasar, cantar una melodía otoñal, girar y disfrutar con sus antenas del sol y la brisa tibia del atardecer.