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Familia prehistórica 🔥 No hay diferencias entre la vida de la prehistoria y la actualidad

Por Alicia Lidia Prack. Cuentos sobre la vida para niños y jóvenes

Familia prehistórica es una historia muy entretenida y educativa sobra la vida de los primeros humanos sobre la Tierra. En este cuento, la escritora argentina Alicia Lidia Prack nos relata, especialmente para los más pequeños, las vivencias diarias de una familia que habitó en algún lugar del mundo y las similitudes que ve con la vida del ser humano actual. Cuento recomendado para niños, niñas y jóvenes.

Y como siempre aprovechamos para aprender algo, veamos qué es la prehistoria, para entender mejor la vida de una familia que habitó en esa época.

¿Qué es la prehistoria?

¿Qué es la prehistoria?

La prehistoria, según la definición más clásica, es el período de la historia de la humanidad que comprende desde el origen del hombre, es decir, la aparición de los primeros homininos, antecesores del Homo sapiens, hasta la aparición de los primeros testimonios escritos. Este período puede dividirse nuevamente en la Edad de Piedra (Paleolítico, Mesolítico y Neolítico), y la Edad de los Metales.
Sin embargo, como hay constancia de la existencia de los primeros documentos escritos primero en el Oriente Próximo, hacia el 3300 antes de Cristo, y posteriormente en el resto del planeta, la prehistoria terminaría en algunas regiones del mundo antes. Así es que, desde el punto de vista cronológico, sus límites no son claros. Ni la llegada del ser humano ni la invención de la escritura tienen lugar al mismo tiempo en todas las zonas del planeta.
También, según nuevas interpretaciones, la prehistoria es un término que carece de significado real, si se considera que todo es historia desde la existencia del ser humano, por lo que la prehistoria podría entenderse como el estudio de la vida antes de la aparición del primer homínido en la Tierra.

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Familia prehistórica

Familia prehistórica - Cuento sobre la vida

I)

Pak sintió que su paciencia estaba llegando a su fin. Su retoño lloraba hambriento y le sonaban las tripas desde muy temprano. Las frutas que quedaban en la vasija de barro estaban casi podridas porque Luk las había dejado bajo ese sol que ya calcinaba las hojas de los árboles, en ese tiempo de los días más largos. En la cueva no quedaban alimentos para meterse en el estómago y el fuego que nunca debía apagarse en el hornillo, mostraba tibias brasas.

De manera decidida y tan rápida como le permitía su vientre cercano al parto, caminó hasta la orilla del río donde estaba segura de encontrar a Luk, cargando al pequeño sobre sus hombros. Allí estaba él, de espaldas, sentado debajo del sauce que también refrescaba sus ramas en el correntoso río. Lo llamó, gritó su nombre, pero él siguió inmóvil.

Al acercarse, se dio cuenta que estaba dormido, el palo para pescar estaba a punto de ser llevado por las aguas y los pescados habían sido devorados por las enormes aves que la dejaron casi sorda con sus graznidos feroces.

Dejó su criatura en la sombra. Tomó entonces el palo con la filosa punta de piedra y metiéndose en las aguas hasta los muslos empezó a escudriñar hasta donde le permitía la transparencia del río. Al cabo de un rato, en la canasta que había servido de cuna a su pequeño, ya había algo más de media docena de pescados que agitaban sus colas luchando por vivir. Uno de los pescados, de un salto, fue a caer sobre el pecho de Luk y lo despertó. El hombre, abrió los ojos con desgano y al ver a su mujer en el agua, emitió un sonido gutural que hizo apartar la rapiña que estaba terminando su banquete de mediodía.

Pero Pak no le temía, porque a veces se comportaba como niño, y ella en alguna oportunidad debió castigarlo con la vara de ortiga, para que no se olvide de buscar los alimentos.

Luk no quería ver a su mujer enojada, y para congraciarse con ella cargó con la cesta repleta de comida y en el camino juntó las frutas más grandes y jugosas que pudo encontrar.

Pak, con las manos chorreadas de zumo fresco, mientras le daba un trozo al hijito que cargaba en su espalda, sonrió a su compañero. Con gusto le convidó con otro pedazo de fruta más grande, como prenda de paz…

Al atardecer, en la cueva, sólo se escuchaban risas. Pak sabía como conducir su vida, para lograr que todo funcione. Su pequeño vástago los miraba, mientras iba aprendiendo a sobrevivir, cada día…

II)

Desde antes que asomara el sol, Luk había juntado hojas grandes y limpias. Las había puesto en un rincón de la cueva, donde también estaban las pieles limpias, lavadas en el río. Sobre esa cama, Pak, depositaría un nuevo hijo, el hermano de Nek.

La mujer estaba sintiendo dolor en su bajo vientre, y sabía que el momento de parir llegaría antes de que el sol se volviera a ocultar.

Había sido necesario buscar otro hogar más seguro. Luk había aprendido a cuidar su fuego y su familia. Una buena fogata crepitaba bien alimentada, no muy lejos de los palos con penachos de pasto seco, que usaba como antorchas, en caso de peligro. Ya no estaba solamente en alerta permanente por las fieras, sino por los ladrones de su poderoso fuego.

Miró a Pak, pero el gesto que ella le hizo con la mano, lo tranquilizó. Tenía tiempo todavía de ir en busca de agua. Los cuencos unidos con trenzas de piel, se movían al compás de sus pasos, colgando de un hombro. Tomó el palo corto con la piedra que había afilado durante la madrugada. Con su elemento preferido para cazar, salió a buscar alguna cría de esa especie de jabalí que correteaba libremente entre las malezas.

Su mujer quedaba hambrienta después del parto, y quería llevarle huesos frescos y recién cortados, para que bebiera la médula que brotaba y la saciaba. De alimentar al niño se encargaría ella, que tenía los pechos henchidos y listos para el nacimiento.

Luk, ya había conseguido todo lo que se iba a necesitar. Se sentó sobre la piedra de la entrada a la cueva. De pronto, la diminuta mano de Nek le tocó la suya. El pequeño notaba que algo estaba por suceder, y a modo de consuelo depositó en la mano callosa de su padre, un huevo que había encontrado en algún nido escondido.

Juntos, muy juntos, estaban como centinelas, apostados en la entrada de su hogar, mientras miraban el cielo surcado por aves enormes, y nubes violáceas, donde reinaba el globo de fuego, sobre el que era imposible fijar la vista. Había que esperar, sólo esperar…

III)

La luna, con su halo de misterio, se instaló sobre el cielo todavía rojizo. Luk estaba impaciente ante el parto de Pak. Abandonó la piedra de la entrada, donde estaban sentados con su pequeño Nek, y tomó el cráneo de un ave que usaba para beber agua del río. Lo llenó nuevamente en la orilla y se lo llevó a su mujer.

Pak, en su lecho de parto, en cuclillas, estaba pujando con todas sus fuerzas. Su rostro enrojecido lo asustó como la vez anterior. Sabía que esa tarea debía hacerla ella sola. Le pasó su áspera mano por la frente empapada. Las hojas dispuestas debajo de ella empezaban a mojarse con un líquido rosado. Conocía los instantes previos y le aferró la mano. Otra cría estaba por nacer.

Un último grito de Pak y el primer llanto de Tar, una niña robusta cubierta de sangre y fluidos de vida, fueron la música natural que emergió de la cueva.

Otro nacimiento. Un milagro que Luk no dejaba de mirar, y una gran sonrisa llena de enormes dientes, se dibujó en su cara.

Ya tenía preparada en una mano, la filosa piedra para cortar el cordón, y de un tajo certero y rápido, las separó, a madre e hija.

Luk atizó la fogata en el hornillo de piedra. Se sentó junto al fuego y agregó otro colmillo al collar de cuero que lucía con orgullo.

De nuevo su frente se arrugó por todo lo que había que hacer cuando saliera un nuevo sol. En el clan alguien había visto una fiera con dientes como sables. Y esa noticia significaba comida y marfil. Alimento y herramientas.

El nuevo día vendría más tarde, cansado, su cuerpo le pedía ahora, un descanso…

Cuatro rostros de rasgos parecidos, tenían los ojos cerrados. Estaban agotados por las emociones. El fuego iluminaba y velaba el sueño. Por ahora, no había nada que temer.

IV)

Los hombres del clan, miraban con total interés lo que Luk estaba dibujando sobre la pétrea pared de su cueva. Con la escama puntiaguda de una piedra, trazó el contorno de un animal que traspasaba todo lo conocido y temido. Los dientes como sables eran mucho más grandes que la cabeza, y las garras tenían uñas poderosas.

Con su brazo apuntó hacia donde lo había visto merodeando y luego dibujó las armas que iban a ser necesarias para matarlo y traerlo en pedazos, lo más cerca posible de las familias. Varios pares de ojos observaban esos trazos parecidos a hachas, lanzas, sogas de cuero y piedras con punta para clavar donde permitiera la lucha. Lucha que debían afrontar, para vivir o morir.

Pak, su compañera, se unió al grupo de mujeres, y con la ayuda de sus hijos fueron a recolectar la mayor cantidad posible de frutos, huevos y aves pequeñas.

Todo servía para el acarreo: cráneos, cestas, cuencos de troncos, vejigas cosidas.

Cuando el grupo masculino saliera a la caza de la bestia, la espera sería muy larga.

Dos veces la salida del sol, debieron pasar los hombres, antes de llegar al lugar de donde provenían los rugidos del inmenso felino.

Los hombres tenían las armas prestas, afiladas, en sus puños crispados por la tensión del momento.

El eco los confundía. Al aproximarse a la presunta guarida, volvían a escuchar el rugido saliendo de otro rincón. Cayeron en la cuenta de que era una pareja de enormes felinos, con sus crías, la que estaba muy cerca de ellos.

No tardaron en enfrentarse al macho, que enfurecido, pegaba nerviosos latigazos con su cola, contra la tierra reseca. El sol hizo brillar los dientes puntiagudos, y el par de colmillos apuntaron hacia el cielo cuando abrió su bocaza emitiendo un rugido, que al chocar contra las moles de piedra, se repetía por cientos.

Se estaban enfrentando dos especies. Ambas eran comida. Ambas tenían crías que alimentar. Ambas querían vencer. Ambas tenían derecho a vivir en esa tierra que los vió nacer…

El smilodón se defendía de la rueda que lo había cercado y en sus carnes sentía cómo se clavaban las puntas de piedra de las lanzas y hachas de los hombres. Un tajo en su garganta hizo brotar un chorro de sangre y se formó un río rojo, con forma de delta, alrededor de su cuerpo. Sus garras también se clavaron en la carne de sus rivales y el olor de otra sangre le renovó las fuerzas.

La lucha, los gritos, los músculos tensados al máximo, la sangre, la vida… Una danza enloquecida, en la cual, la invitada especial, era la muerte.

El juego consistía en sobrevivir y esta vez le tocó perder a la bestia de los dientes de sable…

No hay diferencias entre la vida de la prehistoria y la actualidad. Se cubren los mismos roles, se sufren los mismos dolores, se elevan los ojos hacia el mismo cielo y por sobre todos los milenios, se guardan las esperanzas en el mismo lugar. El alma.

Fin.

Familia prehistórica es un cuento de la escritora argentina Alicia Lidia Prack © Todos los derechos reservados.

Sobre Alicia Lidia Prack

Alicia Lidia Prack - Escritora

Alicia Lidia Prack es argentina, casada, dos hijos y un nieto de casi tres años. Escribe desde siempre. El primer libro que leyó de pequeña fue «Una chica a la antigua» de Louisa May Alcott, con el que aprendió a sumergirse en la lectura. Tiene un libro manuscrito terminado de su autoría, con casi trescientos cuentos y aspira a presentarlo a alguna editorial, algún día. Algunos de esos relatos se publicaron en tres antologías en las que participó.

«Amo la música de los ’80 y los ’90. También la clásica y la flamenca. Amo cocinar para su familia. Amo a los animales, en especial a los caballos. Me enojan mucho las injusticias, y sobre todo, el bullying. Soy de lágrima fácil, sueño todo el tiempo, y no paro de escribir.

Todo en este orden, quedando mucho más por contar.»

Según sus mismas palabras, hizo radio, produjo y condujo sus propios programas de variedades. Sabe mucho de cine, de actores, algo de pintura y pintores. Además de escribir, también elabora cuadernos artesanales de costura copta, dibuja, mantiene una pequeña huerta en el fondo de su casa, colecciona caleidoscopios, abanicos, miniaturas, recortes de periódicos, recicla todo lo que puede antes de tirar algo como desecho.

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