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Una razón para morir es unos de los cuentos mexicanos sobre la muerte de la colección historias cortas del escritor  Jesús Humberto Mojica Martínez para jóvenes y adultos.

Cuando me levanté una mañana de domingo mi padre ya no estaba ahí, me culpé a mí mismo por no haber hecho nada para evitar que se fuera.

Mi padre llegó ebrio como siempre en la noche, comenzó a jugar conmigo pero tuve que decirle que no lo hiciera, ¡me lastimaba!, él es un hombre grande, con sus casi 2 metros de estatura y 120 kilogramos de peso lastimaba mi cuerpo frágil y enclenque de ocho años.

Le dije -¡Padre, me lastimas!-, comencé a llorar (como siempre en mi vida), mi madre gritó como posesa y lo corrió de la casa, aventó sus cosas y comencé a culparme por todo, no pude evitar soñar toda mi vida con ese momento, y ahora después de más de veinte años de distancia, me percato de que ese fue el momento, ese fue el instante en que mi vida se quebró, se quebró para nunca repararse.

Viví una infancia divertida, más no feliz, al estar con mis hermanas todos los días, algunos con mi abuela que nos cuidaba, y otros solos porque mi madre tenía que ir a trabajar, hacíamos lo que queríamos, infancia que recuerdo por episodios aislados, solo algunos instantes que por traumas infantiles han prevalecido hasta el día de hoy.

Mientras hago un recuento de mi vida y antes de llegar al fin de mi existencia de forma romántica recordando a Sócrates, escribo estas palabras para inmortalizar mi vida.

Este primer momento ha sido el que quebró lo que había nacido recto como una flecha, no entiendo muchas cosas que suceden en mi cabeza, ya que a pesar de saber claramente el momento exacto de mi quebranto no he podido evitar hacer y decir aquello que me lastima.

He sido de las personas más egoístas, solitarias y estúpidas socialmente que han existido en este país, sin referente alguno, crecí desilusionado; mi padre siempre me dijo que yo nací en una época diferente, en un mundo que no entiendo y que no me ha entendido, me siento como el de la película del bulto, que después de dos décadas de estar en coma, despierta en un mundo increíblemente contradictorio y se da cuenta del fin de las ideologías y el auge de las banalidades.

He vivido solo de manera expectante los cambios en mi país, con asombro, con indignación pero sin voz en esta sociedad que te aplasta satanizando cualquier disidencia bajo el falso paradigma de democracia, como diría Chomsky el estado considera a la población como un cúmulo de idiotas que son convocados solo cuando hay elecciones.

Observo con mi mirada inquisidora y crítica en lo que se ha convertido mi sociedad, la mexicana, que nunca evoluciona, que solo es un cúmulo de chismes sin referentes, lo veo en las redes sociales, lo veo en la televisión y en la plática inútil de personas increíblemente idiotas que hablan y no dicen nada.

Mi niñez abruptamente interrumpida por la ausencia de mi padre, impactada por los problemas graves de mi madre con ganas de abandonarnos en varias ocasiones, mientras llegaba a casa con
la ilusión de que todo lo que estaba sucediendo fuera solo un mal sueño, esto únicamente ahondó profundas heridas en mi mente que nunca fueron superadas, después fueron reproducidas por un sinfín de experiencias que he vivido y no he sabido cómo enfrentarlas.

Me considero un hombre fallido, o sea un hombre que nunca terminó de serlo, que trató de ser pero que no es y nunca lo logrará, a pesar de mis múltiples conquistas amorosas y sexuales, a pesar de mi lectura ávida, a pesar de mis pretensiones educativas, mis grados académicos y las discusiones interminables de temas que a nadie importan.

Soy un producto que nadie quiere, alguien que piensa, que ve la televisión de forma crítica que siempre busca la verdad antes que cualquier cotilleo sin sentido, que vive sin las mismas pretensiones que los demás; pero que al mismo tiempo quisiera ser un poco normal para poder encajar en cualquier lado.

Años viviendo tras libros que no debí leer, viviendo de mala manera, mintiendo sobre lo que soy por nunca querer ver mi realidad, viviendo entre las sombras, escondido detrás de una personalidad que aleja a los demás, despreciando aquellas actitudes de los otros y negándolas en mí.

Después de que mi padre se fue de la casa, me dejó en herencia algo que adopté como propio, una cantidad de libros que acomodé en mi cuarto tratando encontrar en ellos ese pequeño haz de luz que podía ver en mi padre al hablar, me topé con una mayoría de libros marxistas, algunas novelas y textos académicos que se convirtieron en mi primer referente cultural, esta aproximación al ambiente cultural (acrecentada a lo largo de los años) comenzó a definir el Frankestein en el que me convertí.

Mi madre desesperada, buscó su propio camino para no perderse en el abismo de la soledad e infelicidad donde había comenzado a caer, lo encontró en una iglesia protestante que le ofreció un brazo que no tardó en asir para no dejarlo jamás.

Empezamos a acudir regularmente al templo protestante, el cual nunca fue sino un placebo para mi infelicidad, comencé a querer creer en un Dios que me iba a sacar de mi inmundicia, un ilusorio camino que siguen un sinfín de personas en nuestro país con el único interés de ser menos infelices, una luz al final del camino, el opiáceo de la religión y que hace de la población mexicana un blanco fácil del fanatismo, de las esperanzas de un ser inexistente y que nadie se atreve a cuestionar.

El sucedáneo que supuso para mí la iglesia solo vino a ahondar mi depresión ante su verdad y contradicción, a la corta edad de doce años no toleré un minuto más estar en ese lugar lleno de imbecilidades, gente ignorante y pretensiosa, con complejos mesiánicos donde ellos se ven a sí mismos como producto de algún milagro metafísico, esto aunado a la gran fuerza de la mente que los convence de que esa es la realidad, hablando de brujería, el diablo, posesiones demoniacas, hablando en lenguas, cayendo en el éxtasis del llanto fácil, gritos desesperados, lecturas memorizadas de versículos descontextualizados, bullicio e intrigas entre los que asisten a una iglesia que prohíbe leer ciertos libros, ver ciertas películas, series de televisión y que me recuerda la época del oscurantismo medieval europeo.

Durante el tiempo que duró mi rebeldía (o sea hasta hoy), pude percatarme de que la misma solo acarrea una serie de descalificaciones, te conviertes en un paria dentro de una familia con gran ortodoxia.

Los motivos para vivir van mermando, pero mi falta de pericia, mi cobardía e inexperiencia hacen que mi muerte voluntaria se haya dado hasta el día de hoy, veinte años después de mi muerte espiritual y quebranto mental.

¿Loco?, tal vez como la locura de Gibrán que nadie comprende, la locura de vivir sin las máscaras de las convencionalidades humanas, pero que al mismo tiempo debía internalizar para poder ser aceptado en esta sociedad, pero por mi precoz pensamiento inquisidor y crítico terminé siendo un hacedor de desilusiones, mente sin cabida en esta sociedad, mente intenta ser libre en medio de una prisión que impide pensar e idealizar.

A esta corta edad emprendí una cruzada por el cambio espiritual y cultural de mi país, mis primeros pasos fueron la lectura de libros marxistas, que me dieron un impulso que nunca antes había sentido, con el tiempo me di cuenta de que fue otro placebo, pero en ese entonces era mi único modo de aferrarme a esta vida que me había desilusionado.

Las palabras de Marx y Engels, el manifiesto del partido comunista, los escritos del caricaturista Rius acerca del capitalismo, las teorías de los socialistas utópicos, el estudio del materialismo histórico avivaban en mi interior ese fuego revolucionario, ese cambio hacia el paraíso comunista, los logros de la Unión Soviética, la China comunista, Cuba y el Che Guevara, todo ello hizo que en mi vida quisiera hacer algo porque en México todos estos ideales se hicieran realidad.

Era tanto aletargamiento, el aislamiento social que nunca hablé de mis ideas políticas, más que con mi padre en algunas ocasiones, también una vez escribí una carta a la directora de mi bachillerato, que me intimidó e insultó al decirme que yo no pude haber escrito algo como eso.

Viví mucho tiempo dentro de mis visiones utópicas que no pasaban de mi mente, de una imaginación llena de ideales pero carente de habilidades sociales para poder traspasar al terreno de lo real.

Mientras eso ocurría en mi cabeza, la relación con mi familia comenzó a deteriorarse, primero por mis ideas anti religiosas, segundo por mi personalidad alejada de las normas sociales, la rebeldía ante toda la autoridad (tal vez por la edad).

Por ello mi madre nunca supo que hacer conmigo, me corrió de la casa, me mandó a trabajar, fue dura, me habló acerca de que debo ganarme el dinero, que no quería mediocridad en su casa, en ese tiempo no valoré nada de lo que me decía, nunca supe cómo reaccionar ante eso. Mi rencor se hizo más grande y comencé a mentir acerca de todo para que ella no se decepcionara, mentir acerca de las cosas que no hacía o hacía mal para evadir mis responsabilidades.

Dejé de ir al templo protestante, comencé a aislarme socialmente (más aún), siempre esperando algún tipo de milagro que me sacara de mi inmundicia y a pesar de mis dudas sobre aquel dios, esperaba estar equivocado y que en verdad existiera un ente que pudiera darme un camino, una explicación sobre lo que me sucedía, pero esperé algo lógico y coherente de una creencia irracional y caduca.

En mis dudas y búsqueda de identidad o filiación busqué caminos e ideologías que pudiera abrazar, pero esos caminos tenían que ser puros, libres de acciones que ensuciaran sus propósitos, pero lamentablemente estaban llenos de malas intenciones, falsos profetas e idiotas oportunistas.

Al conocer a Nietzsche mi vida dio otro giro, con un ateísmo puro, con un odio hacia las ideologías religiosas, contraponiendo al individuo frente a la sociedad, siempre solitario, con metáforas increíbles como la de las moscas de la plaza pública de su obra magistral (así hablaba Zaratustra), me sentí como aquel individuo que no toleraba más los piquetes de las moscas que habitan la plaza.

Ideologías que para mí eran más de lo que las demás personas imaginan, puede ser comparado con el fanatismo religioso, pero la diferencia radica en que mi pensamiento es variable y voluble, por los nuevos aprendizajes diarios.

Durante toda ésta época me centré en ampliar mi repertorio cultural, además conocí a mi primer amor, omitiré su nombre para no afectarla, ella me hizo sentir un amor profundo, un enamoramiento apasionado, lleno de celos y violencia, algo que descubrí en mi mente perversa, había un abismo total entre mis anhelos culturales y mi realidad práctica sobre el amor, siempre contradictorio.

Época de gran aprendizaje, la preparatoria, lugar de crecimiento intelectual, edad de confusión, de pasión, de arrebatos, de múltiples propósitos, de búsqueda de filiación, de identidad, edad en la que comprendí mi extrema separación de la sociedad, envuelto en un halo de superficialidad, donde, con ganas de desaparecer vivía todos los días por el simple hecho de vivir.

Al llegar a la universidad comprendí que todo lo que había aprendido antes tenía un lugar de expresión, donde lo que interesaba era el conocimiento puro, elegí matemáticas, según yo una ciencia exacta que iba a alejarme de mi vida llena de contradicciones ideológicas, pero la vida es cruel con los libre pensadores, no permite que se encierren porque una vez que han tocado el cielo y visto la vida de otra manera nunca te deja volver.

Estudié una ciencia social, regresé a mi frustración estudié psicología, filosofía, sociología, pedagogía y solo vine a ahondar más dudas con un mayor conocimiento y al mismo tiempo un desconocimiento de todo, sin resolver nada, sin ayudar a nadie con mis burdos intentos subjetivos de cambiar mi realidad.

Ahora soy un maestro que ha viajado por la república, conocido hermosos lugares desiertos, abandonados por las personas que viven cerca, lugares de aprendizaje, lugares de asombro.

No significa que haya visto todo a mi corta edad, lo que sucede es que en este mundo me siento solo aun buscando amor, filiación, identidad, pertenencia, nacido con un espíritu revolucionario en una sociedad donde ha terminado la historia y la filosofía (que tal vez no lo haya hecho pero que en la práctica sí), lleno de zombis en busca de un nuevo producto, un placebo que les distraiga de su inmundicia, algo que no les haga ver el lugar donde viven.

Veo esto y me siento como un extranjero en mi tierra, me siento aislado en un mundo que no entiendo, donde al ver a mis coetáneos parece que crecí en otra sociedad y lloro sin cesar, con mis manos cansadas de escribir, miedosas al preparar el brebaje mítico, con ganas de volver a ese primer momento que me quebró.

No culpo a nadie por ello, ni a mi familia, ni al medio, ni a mis coetáneos, sólo aparecí en el momento y el lugar equivocado. Regreso a mis orígenes, tal vez así podré saber que hay más allá de la vida, si esto solo ha sido un mal chiste de un Dios enojado y egoísta, simplemente será el fin de todo u otra opción que aún no se nos ha ocurrido, solo espero que quien lea esto y se identifique pueda encontrarme espiritualmente y sepa que no está solo (a) en éste mundo sin orientación, cuyo rumbo perdimos hace tanto tiempo…

Fin
Una razón para morir es unos de los cuentos mexicanos sobre la muerte de la colección historias cortas del escritor  Jesús Humberto Mojica Martínez para jóvenes y adultos.

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