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Casi nadie lo sabe, porque no quiero hablar de eso. Ni que nadie me agobie con el tema. Fue un día diferente, el reloj estaba en nuestra contra. Yo iba, dialogando con una vecina, cordialmente. Pero, de vez en cuando dirigía mi mirada hacia el exterior. Algo inconsciente, me sentía algo confundida.

Tomamos el vehículo que nos pareció más cómodo, allí intercambiamos puntos de vista sobre el alto costo de la vida, de la poca valoración de nuestro trabajo. Siempre acudíamos al reloj o al celular; y sonreíamos. Seguía el intercambio de opiniones y el tiempo transcurría.

Vimos un grupo de gente, a nuestro alrededor. Escuchamos informaciones sobre la desocupación del medio de transporte. Después vino una avalancha de gente de nuestro pueblo.

Pero nuestra burbuja personal, se vio disminuida. Teníamos que seguir, parloteando; para olvidar el gran hecho. ERAMOS TRISTEMENTE: OBJETO DE UN SECUESTRO. Nuestra mente no podía creer. Nosotras unas maestras de clase media, que cobra un poco más del sueldo mínimo, no podíamos concientizar que nuestra persona no nos pertenecía.

Estábamos rodeadas increíblemente, por gente que aumentaba nuestro estrés. Nuestro espacio físico era mínimo. Nos rozábamos unos a otros sin saber donde empezaba un ser y donde finalizaba otro. Las ventanas estaban nubladas por el inmenso vapor. Mi compañera esbozaba una mínima sonrisa. Yo creo que mi rostro denotaba angustia. Creo que se apoderó de mí la paranoia. Un ser malvado, nos colocó medidas estrictas de supervivencia. La temperatura aumentó, nuestros rostros tenías muestras certeras del desequilibrio físico a que estábamos sometidos.

La jefe señaló que teníamos un minuto para salir, dudé de mis cualidades para eludir obstáculos.

Mi compañera mostró otra pequeña sonrisa. Ella se sintió capaz, yo elogié su capacidad. Y pensé que yo estaba más agobiada que ella. No había oxígeno, ni espacio, ni individualidad. Sólo el deseo de sobrevivir a esa horripilante experiencia.

Se veían unos caer, hipertensos _ decían. Algunos nobles daban espacios, reconociendo que estaban en mejor posición. Se inició la contaminación sónica. El estrés nos recordaba nuestra mortalidad.

Mi amiga se arregló para deslizarse en un minuto. Respirar y volver a ser. Yo quedaba allí atrapada. El calor y el sonido de las alarmas nos volvían locos. Todos mencionaban que la conductora del vagón del Metro de Caracas, llevaba aire acondicionado, y nosotros estábamos luchando por sobrevivir en un sauna que borró el maquillaje de las féminas. Sumergió a todos en el deseo de calmar nuestro terrible sudor. Pero estábamos Secuestrados, los minutos parecían horas. Yo como una hormiguita, temí la llegada a Plaza Venezuela (nuestro destino).

Me senté y un compañero de viaje, me interrogó __Ud. no desea salir. Yo afirmé, pero también le aseguré que tenía miedo al grupo de gente que parecía manada. Después de unos minutos logré salir. RESPIRË.

Tomé la dirección a Propatria, alguien me interpeló ___ ¿Sobrevivió?

Reconocí por sus características físicas a un compañero del martirio que poseía signos inequívocos de haber SIDO SECUESTRADO y respondí __ por poco.

Fin
Cuento sugerido para jóvenes y adultos.

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