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El hombre que no tenía más sueño ⊙ La historia del «Justo entre las Naciones» Arístides de Sousa Mendes.

Por José Jorge Letria. Historias sobre la libertad basada en hechos reales.

«El hombre que no tenía más sueño» (también «Historia de un héroe portugués»), escrito por José Jorge Letria, relata la verdadera historia del diplomático portugués Arístides de Sousa Mendes durante la Segunda Guerra Mundial. Enfrentándose a órdenes estrictas de Lisboa que prohibían dar visados a refugiados, Sousa Mendes desobedece y salva a miles de personas, arriesgando su carrera y enfrentándose a la pobreza.

Este cuento poderoso destaca la valentía y la humanidad en tiempos oscuros, recordándonos que la desobediencia a veces es un acto necesario para preservar la dignidad y la esperanza, una lección eterna ante la posibilidad de tragedias futuras. Es un cuento para adolescentes, jóvenes y adultos del Proyecto “Cuentos para crecer

El hombre que no tenía más sueño

El hombre que no tenía más sueño - Arístides de Sousa Mendes

Había una vez un hombre que un día no tuvo más sueño. Quería dormir, pero no podía, y eso que siempre había dormido bien.

Cuando cerraba los ojos, no dejaba de pensar en la mirada triste de los niños que se apiñaban junto a la puerta de la casa donde vivía y trabajaba.

Era un hombre bueno al que le gustaba su profesión y que había sido educado para obedecer las órdenes de sus superiores, dondequiera que estuviese. Nunca le había pasado por la cabeza la posibilidad de algún día quebrar esa regla. Esta historia es verdadera y sucedió pocos días antes de que comenzara el verano de 1940.

Todavía vive mucha gente que se acuerda bien de ese hombre y de todo lo que él hizo al dejar de pensar en sí mismo para pensar en cómo ayudar y salvar a los otros. Ese hombre era diplomático y nació en el norte de Portugal. Se llamaba Arístides de Sousa Mendes, era casado y tenía varios hijos.

Su carrera como cónsul lo llevó a la ciudad francesa de Burdeos, adonde le llegaron las primeras noticias del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, cuando el ejército alemán atacó Polonia e Inglaterra se opuso a esa agresión, en defensa de la libertad y la democracia, declarando que se enfrentaría con las armas a los atacantes.

Nuestro hombre era una persona de bien que defendía la paz. No podía aceptar la idea de que alguien fuera perseguido, torturado y asesinado sólo por tener ideas políticas diferentes u otra religión. Lo habían educado para la tolerancia y por ello respetaba los derechos de los demás.

A medida que las fuerzas alemanas invadían países como Bélgica u Holanda y se aproximaban a la frontera francesa, llegaban a Burdeos refugiados de las naciones ocupadas, buscando un visado en el pasaporte que les permitiera llegar a España y después a Portugal, para en Lisboa coger un avión o un barco hacia países como Estados Unidos, Brasil o Argentina, donde no había guerra.

Portugal y España estaban gobernados por dictadores como Hitler, el amo de Alemania, y se mantuvieron siempre al margen de la guerra, aunque durante mucho tiempo apoyaron a los alemanes y a lo que ellos representaban.

El hombre quería dormir, pero no podía. Le resonaban en la cabeza las voces de los niños con hambre y sed, que, al igual que sus propios hijos, tenían derecho a vivir y crecer en libertad. De Lisboa, el cónsul portugués había recibido órdenes muy rigurosas para que no dejara llegar refugiados a Portugal.

Pensó y repensó, lo consultó con su mujer y escribió una larga carta a sus hijos explicando lo que iba a hacer y por qué. Se asomó a la ventana y vio en los ojos de los niños una sonrisa fugaz que representaba el último resto de esperanza. Por ellos valdría la pena arriesgarse. Por ellos y por los principios que defendía.

Así fue que la palabra “desobediencia” entró definitivamente en su vocabulario. Mandó abrir las puertas del Consulado de Portugal y entregó a los funcionarios sellos y estampillas para que pudieran emitir el mayor número de visados posible. A partir de ese momento, sería una batalla sin tregua contra el tiempo. Cada minuto contaba. Cada día parecía eterno.

Durante tres días nadie tuvo descanso en el Consulado, pero hasta hubo tiempo para darles agua y comida a los que en filas larguísimas esperaban en la puerta, con la esperanza de que la pesadilla por fin terminara.

En la radio se escuchaban las noticias de la rendición de Francia, lo que significaba que faltaba muy poco para que el ejército de Hitler llegara también a Burdeos, persiguiendo y arrestando judíos y opositores políticos del régimen nazi. Era necesario trabajar aún más de prisa.

El cónsul logró ir a las ciudades de Bayona y Hendaya, donde había un gran número de refugiados que intentaban atravesar la frontera con España. Arístides de Sousa Mendes tenía conciencia de que desobedecer las órdenes de Lisboa tendría consecuencias desastrosas para su futuro y el de su familia. Pero no volvió atrás: sabía que la razón estaba con él y no estaba dispuesto a abdicar de esa razón, que significaba la salvación de miles de vidas.

Mamá, tengo hambre y sed, y quiero salir de aquí -decía una niña austríaca a su madre pálida y exhausta.

Tal vez mañana por la mañana ya podamos estar en camino a la libertad, porque allí dentro hay un hombre bueno dispuesto a ayudarnos.

El hombre no se dejó vencer por el cansancio, ni por el sueño, el hambre o la sed. La vida de otros estaba en juego. Si ellos tenían prisa, él tenía aún más.

En el Consulado, algunos le advirtieron: “¡Tenga cuidado con lo que le pueda suceder!” Pero él no les prestaba atención y continuaba entregando visados, perdiendo la cuenta de las personas a las que ya había salvado. ¿Habrán sido diez mil, quince mil o treinta mil? Nadie lo sabe exactamente. Lo que se sabe es que llegaron a Lisboa y que después fueron encaminados a ciudades como Estoril, Ericeira, Figueira da Foz o Caldas da Rainha.

Más tarde, la mayoría pudo partir rumbo a países donde había libertad. Algunos volvieron a su tierra natal cuando terminó la guerra, otros nunca más la quisieron ver porque no podían olvidar los momentos de sufrimiento y de pérdida.

Tres días fueron suficientes para que el cónsul Arístides de Sousa Mendes abriera las puertas a la libertad a miles de personas, desobedeciendo a Salazar y al régimen por él encabezado. Por ello, fue enseguida excluido de la carrera diplomática y prohibido de ejercer cualquier actividad profesional.

Murió en la pobreza en 1954, con los hijos dispersos por países como Estados Unidos, donde pudieron estudiar y seguir sus carreras. Un caluroso día de junio de 1940, en el centro de Lisboa, un niño rubio les preguntó a sus padres, mientras estos buscaban una pensión o un hotel donde poder instalarse hasta comprar los pasajes de avión o de barco a Nueva York:

¿Cómo se llama aquel señor que en Burdeos nos dio los visados para que pudiéramos venir a este país?

Y su padre, apenas conteniendo las lágrimas de emoción, le respondió:

Se llama héroe, hijo. Quien hace lo que él ha hecho por nosotros solo puede tener ese nombre.

Todavía no se ha hecho una película sobre esta historia verídica, como la que Steven Spielberg hizo sobre Oskar Schindler, pero puede ser que alguien la filme un día. Nunca es demasiado tarde para celebrar las hazañas de los héroes. En aquellas noches calurosas de junio de 1940, había en Burdeos un portugués que no podía dormir.

No podía quitarse de la memoria el dolor de los niños que querían ver abrirse la puerta que las dejara seguir camino hacia la libertad. Esa puerta se abrió y por ella pasó un resplandor de luz que dibujó en el negro terciopelo del cielo, entre las estrellas, la hermosa palabra “esperança”, escrita así, en portugués, como esta historia verdadera que siempre vale la pena contar y volver a contar. ¿Y por qué?

Porque siempre es posible que la tragedia vuelva a suceder, en el lugar y el momento menos pensados.

Fin.

AAVV Contos de um Mundo com Esperança Lisboa, Texto Editora, 2003 (adaptado).

Fuente de la imagen ilustrativa: Consejo de las Comunidades Portuguesas de la República Argentina.

¿Quién fue Arístides de Sousa Mendes?

Arístides de Sousa Mendes

Arístides de Sousa Mendes (1885-1954) fue un diplomático portugués cuyo acto valiente y humanitario durante la Segunda Guerra Mundial le valió el reconocimiento póstumo como «Justo entre las Naciones» por Yad Vashem, el centro de recordación del Holocausto en Israel.

Nacido el 19 de julio de 1885 en Cabanas de Viriato, Portugal, Sousa Mendes ingresó al servicio diplomático portugués y sirvió en varios países, incluyendo Estados Unidos y Bélgica. En 1940, durante la ocupación alemana de Francia, Sousa Mendes se desempeñaba como cónsul en Burdeos.

En junio de 1940, miles de refugiados, muchos de ellos judíos, buscaban escapar del avance nazi. A pesar de las estrictas órdenes del gobierno portugués de no emitir visas a refugiados sin autorización, Sousa Mendes desobedeció las órdenes y, conmovido por la situación humanitaria, comenzó a expedir visas para que miles de personas pudieran ingresar a Portugal. Entre los beneficiarios se encontraban miles de judíos, incluyendo muchos que luego serían perseguidos durante el Holocausto.

Así, el consul recibió una delegación de refugiados en su consulado, presidida por el rabino Jaim Krieger, y les prometió visados de tránsito a quién fuese necesario. Incluso, a todo aquel que no tuviese dinero para pagar los aranceles, no le cobró la documentación.

La desobediencia de Sousa Mendes le costó su carrera diplomática. Fue destituido de su cargo, despojado de sus privilegios y enfrentó dificultades económicas. A pesar de esto, mantuvo su integridad y humanidad hasta su muerte en 1954.

Su valentía fue reconocida décadas después, cuando el 18 de octubre de 1966, fue designado «Justo entre las Naciones» por Yad Vashem. Este reconocimiento honra a personas no judías que arriesgaron sus vidas para salvar a judíos durante el Holocausto. La historia de Arístides de Sousa Mendes sirve como un poderoso ejemplo de la resistencia moral en tiempos difíciles.

Testimonio del rabino Jaim Krieger

«Habíamos escapado desde Bruselas a Francia, junto con miles de nuestros hermanos que habían sido expulsados de Francia y Bélgica, que ya estaban sujetos al yugo de los nazis malditos. Después de muchas vicisitudes, causadas por los bombardeos aliados, llegamos a Burdeos. Encontramos a miles de nuestros correligionarios en las calles, acampados en la plaza cercana a la sinagoga».

«Por la tarde llegó un coche grande conducido por un chofer y se detuvo cerca nuestro. De este salió un diplomático y habló conmigo. Me invitó a su casa con mi esposa y mis cinco hijos – el mayor tenía diez años y el menor dos. Cuando llegamos me indicó que era el cónsul general de Portugal en Francia y que tenía 13 hijos».

«Nos freció utilizar todas las comodidades de su hogar, pero comprendí que no podría hacerlo dado que no podía separarme de de toda la gente que estaba afuera en las calles y también porque la casa estaba colmada de estatuas [cristianas], que infundían temor a nuestros hijos y por lo cual se negaron a comer. Le agradecí su amabilidad. Por la mañana me reuní con la gente que estaba afuera y luego regresé a la casa y le expliqué que había una sola manera de ayudarnos – dándonos visados para pasar por Portugal».

«Mientras hablábamos el vicecónsul escuchó lo que habíamos dicho en francés y le previno de no caer en la trampa de otorgar visados. Lo dijo en portugués, pero en vano. El Sr. Mendes me dijo que otorgaría visados para mi y mi familia, pero que tendría que pedir autorización a su ministerio para los otros refugiados».

«Traté de influir sobre él para que hiciera caso a su segundo; entonces me contestó que podría anunciar a los refugiados que todos aquel que desease obtener un visado podría recibirlo. De inmediato comuniqué eso a los refugiados. Todos estos recibieron visados y él estuvo todo el día sentado firmándolos. Le ayudé estampando los sellos en los pasaportes, que luego él firmaba».

«No comió ni bebió durante todo el día, hasta tarde por la noche, y en poco tiempo me otorgó miles de visados hasta que los alemanes estuvieron cerca y tuvimos que escapar a través de España».

Sobre José Jorge Letria

José Jorge Alves Letria - Escritor

José Jorge Alves Letria, nacido el 8 de junio de 1951 en Cascaes, Portugal, es un destacado periodista, político, poeta y escritor portugués.

Letria, cuya amplia carrera abarca el periodismo, la poesía, la dramaturgia y la literatura para niños y jóvenes, desempeñó un papel significativo en la vida cultural y política de su ciudad natal. Entre 1994 y 2002, ocupó el cargo de Concejal de Cultura en el municipio local y fue honrado con la Medalla de Honor del Municipio de Cascais en junio de 2002. La escuela primaria de la ciudad lleva su nombre en reconocimiento a su contribución.

Letria estudió Derecho e Historia en la Universidad de Lisboa y se especializó en Periodismo Internacional. Obtuvo una maestría en «Estudios de Paz y Guerra en las Nuevas Relaciones Internacionales» de la Universidad Autónoma de Lisboa y completó un doctorado con distinción en Ciencias de la Comunicación en el ISCTE.

A lo largo de su carrera, Letria trabajó como redactor y editor para varios periódicos, incluyendo «Diário de Lisboa», «República», «Musicalíssimo», «Diário de Notícias» y «Jornal de Letras». También fue profesor de periodismo y autor de programas de radio y televisión, destacándose por su participación en el equipo de creadores de «Rua Sésamo» en Portugal.

La obra literaria de Letria, ha sido ampliamente reconocida con premios como los Grandes Premios de la Asociación Portuguesa de Escritores (APE), el Premio Internacional Unesco (Francia), el Premio Aula de Poesía de Barcelona, el Premio Plural (México), el Premio Gulbenkian y otros.

Algunos libros de José Jorge Letria.

Otro cuento sobre refugiados

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