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Un abuelo ‹ ¿Qué hacen los abuelos? Me hablan maravillas de ellos: que los quieren mucho, que les dan muchos regalos, que les cuentan historias y les enseñan juegos…

"Un abuelo", del escritor colombiano Francisco Javier Arias Burgos, es un reflexivo cuento que narra el vínculo inesperado entre un joven y un anciano que lo observa cada día a la salida del colegio. El protagonista, un niño de 14 años, siente una mezcla de curiosidad y temor hacia el anciano, hasta que un accidente revela una conexión oculta. A través de este relato, se exploran temas como la soledad, el afecto familiar no reconocido y la importancia de los abuelos en la vida de los nietos. Ideal para quienes buscan reflexionar sobre la familia y las emociones.

Un abuelo

Un abuelo sentado en un restaurante con un periódico y una taza de café - Cuento

Todos los días, cuando salgo del del colegio, lo veo sentado en una banca del restaurante, con un periódico en la mano y una taza de café que sorbe con una lentitud eterna, como si fuera el último que fuera a tomarse. Siempre me saluda con la mano, sonríe y se queda mirándome hasta que doblo la esquina. No le devuelvo el saludo porque no sé quién es; mis padres me han advertido que no salude a quien no conozco, que vaya derecho a la casa sin detenerme a entablar contacto alguno con extraños.

Calculo su edad: setenta años. Lo deduzco por su cara, surcada por unas arrugas no muy marcadas y un cabello que muestra muchas canas, una espalda algo encorvada y un bastón que siempre lo acompaña. No creo que sea casado. Si lo fuera, estaría acompañado de su esposa o de alguien cercano a él. Viste unos pantalones de dril, una camisa de manga larga y zapatos de cuero negro, siempre negro; la boina de paño que luce en su cabeza me recuerda a la de un famoso pintor español o a la del filósofo cuya obra estudiamos por estos días.

Creo que el viejo no fuma. Jamás le he visto un cigarrillo en la mano, que es tan común ver cuando se trata de gente mayor en un escenario parecido. La semana pasada, cuando yo pasaba al frente de la mesa donde se toma el café, el anciano amagó con levantarse después de saludarme como siempre lo hacía. No fue sino ver su intento para yo salir corriendo, lleno de miedo porque pensé que iba a perseguirme. No sé si se paró o si volvió a sentarse ya que me le perdí de vista.

Lo curioso del caso es que yo, a pesar de tener la opción de irme por otro lado, de evitar verlo todos los días a la misma hora y en el mismo sitio, regreso a casa por la ruta donde sé que él está esperando verme. Hay algo en él que me subyuga: tal vez la serenidad que veo en sus ojos cuando lo miro, acaso sea el deseo de vivir una experiencia nueva, quizás sea pura curiosidad o la falta de un abuelo, porque no lo tengo de parte de mi madre o de mi padre.

Me pregunto qué hacen los abuelos. Mis compañeros de clase y mis amigos me hablan maravillas de ellos: que los quieren mucho, que les dan muchos regalos, que les cuentan historias y les enseñan juegos; siento envidia de lo que me cuentan, pero no digo nada. Mi padre, tan cariñoso y trabajador, nunca me ha hablado del suyo.

Y mi madre tampoco ha mencionado nada parecido a tener un papá; eso sí, conozco muy bien a mis abuelas, un par de hermosas viejitas cariñosas y gruñonas que me llenan de abrazos cuando nos visitan o las visitamos, que cocinan unos platos deliciosos y se ríen a carcajadas todo el tiempo. Se ve que son felices, pero jamás hablan de un esposo. Se ponen muy serias cuando les pregunto por ellos, y cambian el tema.

Me pica el deseo de saber quién es el señor que siempre me sonríe cuando salgo del colegio y que, a pesar de que nunca le devuelvo el saludo, insiste en su intento de acercarse a mí, un niño de apenas catorce años, desaliñado, despreocupado de la vida, feliz en su casa, con una vida común y corriente.

Hoy estoy decidido a despejar el misterio: voy a preguntarle por qué me saluda y me mira como si me conociera, voy a enfrentarlo y, si es necesario, a pedirle que no me salude ni me mire como lo hace todos los días. Voy a decirle que me siento incómodo y que le tengo miedo. Y que, si sigue en lo mismo, voy a echarle la policía para que deje de saludarme, o que voy a contarle a mi papá. Algo así.

En eso voy pensando, decidido a hacer lo que me propongo hoy, cuando una motocicleta me atropella; puro descuido mío por no fijarme bien al cruzar la calle. El anciano se para como impulsado por un rayo y corre hacia mí, increpa al motociclista por su falta de atención y por su prisa, coge mi celular del piso y llama a mi padre, desesperado. La ambulancia llega primero que mi viejo. El anciano no permite que me lleven sin que antes llegue mi papá, que aparece en su moto, pálido y asustado como nunca.

No es nada grave, por fortuna —dice el paramédico que me atiende—. Pero debemos llevarlo al hospital para descartar cualquier problema serio.

En ese momento, quién lo creyera, se resuelve el enigma que por tanto tiempo me ha tenido en ascuas. Mi padre y el anciano que siempre me saluda y me sonríe cuando salgo del colegio se funden en un abrazo fuerte y largo.

Hijo mío, —oigo que dice el anciano—. Perdóneme, lo quiero mucho. Usted sabe por qué tuve que dejarlo.

¿Qué importa el motivo? Tuvo que pasar lo que me sucedió para, por fin, tener la felicidad de contar con el amor de un abuelo.

Fin.

"Un abuelo" es un cuento del escritor Francisco Javier Arias Burgos © Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial sin el consentimiento expreso de su autor.

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