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Por Juan Emilio Rodríguez. Cuentos juveniles cortos

El niño de la rueda es un cautivador relato del escritor caraqueño Juan Emilio Rodríguez. Cuenta la historia de un niño, como cualquier otro, que a partir de una situación fortuita realiza un descubrimiento extraordinario para la humanidad 🤣🤣🤣. Es un cuento recomendado para jóvenes y adultos.

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El niño de la rueda

El niño de la rueda - Cuento

Chiriguato Chirimoya se enjugó el sudor y contempló la montaña de cocos que se levantaba ante él. Llevaba cuarenta cocos guardados, y afuera quedaban quizás una cantidad mayor que su cansancio multiplicaba por diez. Cómo le encantaría que todos aquellos cocos apilados al nivel del piso del mostrador se fueran mudando hasta el depósito de la bodega. Rápidamente, aconsejado por experiencias anteriores, dejó de estar fantaseando y siguió halando cocos por las ramas hacia adentro.

Al amanecer, cuando terminaba la noche, Chiriguato debía sacar del depósito de la bodega de su tío todos los cocos que éste acostumbraba a exponer en el patio delantero del negocio. Sacarlos para el patio a esa hora, era menos pesado que guardarlos cuando el sol se escondía detrás de las montañas.

La única tarde que guardar los cocos en la bodega era como comer cambures maduros, ocurría cuando los cocos se vendían casi todos, pero esto sucedía en contadas ocasiones. Del resto andar arrastrando aquella montaña de cocos para adentro y para afuera era un penoso trabajo que Chiriguato se animaba a realizar solamente por la pata de mamut que le pagaba su tío cada vez que en el cielo aparecía una luna redonda y clara.

Chiriguato pensó, mientras proseguía halando cocos que dentro de aquéllos había tanta agua como sudor tenía en la cara. Quitó una mano del racimo para secarse el sudor que le ardía en los ojos y en ese momento ocho cocos, como si se hubieran puesto de acuerdo, se fueron rodando camino abajo.

Chiriguato le pidió al dios de las cavernas que los cocos no fueran vistos por su tío.

Afortunadamente éste estaba en el interior del negocio cambiándole a un cliente un tonel de miel de abeja por veinte pencas de sábila. Chiriguato contempló cómo corrían los frutos por el camino y en su rostro sudoroso asomó por primera vez una sonrisa, los cocos bajaban tan velozmente que ni mil tíos en el mundo los podrían ver.

Claro, al llegar de nuevo el sol, después que sacara los cocos guardados, debería ir a buscar los ocho cocos realengos, que seguramente estarían cerca de la mata de jabillo que se encontraba atravesada al final del camino. Pero eso sería al día siguiente, ahora debía darse prisa y terminar de guardar los cocos que faltaban antes de que cayera la noche.

Chiriguato terminó de poner los cocos bajo techo, casi sin darse cuenta de lo que hacía. Dentro de su mente, a pesar de que no era la primera vez que un coco se iba hasta la mata de jabillo, la imagen de los ocho cocos corriendo por el camino se repetía una y otra vez.

Fue a su casa y se acostó después de lavarse y darle un mordisco a un trozo de carne seca de mamut. Durmió muy poco, en su cerebro sin que él supiera la causa seguían apareciendo los cocos rodando por el camino. En aquella escena había algo que le llamaba la atención y que él no alcanzaba a descifrar.

Pila de cocos para la venta

Apenas amaneció, se puso de pie y se dirigió a la bodega de su tío. En contra de lo que él esperaba las pieles todavía arropaban la entrada del negocio. No lo pensó dos veces: iría primero mientras se levantaba su tío a buscar los cocos fugitivos.

Bajó por el camino y empezó a apilar los cocos.

Pronto se dio cuenta de que tendría que dar por lo menos dos viajes para poder regresarlos junto a los otros. De tanto golpearse con las piedras del camino algunos de los cocos habían perdido las ramas. Tomó tres de ellos y se le soltaron cuando fue a agarrar el cuarto coco. Por un instante un coco se movió por el camino montado sobre otro… ¡Un momento! A Chiriguato se le iluminó la cara de felicidad. ¡Claro! Eso era lo que quería indicarle su mente con la continua imagen de los cocos corriendo por el camino. De montar cocos sobre otros para llevarlos hasta donde uno quisiera.

Chiriguato acarició los cocos distraídamente… Conseguiría de un tigre sus dos dientes de sable y traspasaría la cáscara de los cocos. A cada extremo del diente le pondría un coco. Luego le montaría, amarrada con cuerdas de piel de oso, una concha de tortuga grande de las que había visto cerca de las aguas.

A Chiriguato se le desinfló la ilusión. ¿Dónde iba a conseguir él, un carricito de ocho años que halaba cocos para comer, dientes de sable y piel de oso? Con un nudo en la garganta por su pobreza, se inclinó para tomar los cocos que pudiera y regresarlos a la bodega. Sus ojos tropezaron con los frutos del árbol de jabillo y una inmensa luz se prendió dentro de su cabeza.

«Ya sé lo que tengo que hacer»

Ese día después de subir los cocos al negocio, Chiriguato volvió a la mata de jabillo y reunió varios de sus frutos. Luego consiguió dos ramas secas del mismo tamaño y le ensartó a cada una de ellas un fruto de jabillo en cada extremo. El paso siguiente fue montar sobre los cuatro jabillos y las dos ramas seis ramas más amarradas con bejucos. Otro bejuco lo utilizó para tirar del carro, porque era un carro lo que había inventado. Chiriguato quedó asombrado.

La alegría que le llenó el corazón lo hizo detenerse y ponerse a saltar y bailar. Otros sumerios que por ahí pasaban, al darse cuenta del motivo de la alegría de Chiriguato, también empezaron a danzar de contento. Ya más nunca doblarían el lomo para trasladar pesadas cargas.

Entonces, sobra decir que Chiriguato vivió y murió rodeado de honores y fortuna ya que su invento inspiró a otros que sí construyeron sólidos carros de carga con ruedas no de jabillo; todo eso, gracias a un sudoroso niño que le cargaba cocos a su tío para poder comer.

Fin.

El niño de la rueda es un cuento corto del escritor Juan Emilio Rodríguez © Todos los derechos reservados.

Sobre Juan Emilio Rodríguez

Juan Emilio Rodríguez nació en Caracas el 7 de enero de 1946.

Esposo de Carmen, padre de IsraelMaría y Noelia, y abuelo de cinco nietos. Reside actualmente en la ciudad de Guatire, sitio donde ha redactado parte de sus obras.

Juan Emilio Rodríguez Hernandez - Escritor

“Yo primero me dedique a mi familia y después que habían crecido, es decir, mis hijos ya estaban grandes y eran adultos trabajadores, fue que comencé a escribir y me di cuenta de ese don que tenia para las palabras, lo hacia porque gustaba, no porque quería figurar en ninguna parte, pero cuando te llega alguna distinción eso te da doble satisfacción” manifiesta Juan Emilio.

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